viernes, 24 de julio de 2009

Escena en la cola del cine

INT. HALL DE CINE. NOCHE
La imagen se abre ante el cartel de una película pegada en la puerta de vidrio del local, espacioso y lleno de luces. Hacia la izquierda, una guapa chica, quien recibe los boletos, sonríe a cada persona que entra al cine. Hacia la derecha, subiendo una escalera que da al segundo nivel, una hilera de personas pegadas hacia la pared, esperando el ingreso a una de las salas. Algunos se ven impacientes, otros conversan y el resto disfruta comiendo previamente pop corn y bebiendo gaseosa. En segundo plano se escucha el murmullo de las conversaciones. En un apartado de la fila, cinco hombres, formando un círculo, conversan; se les ve un tanto lejanos comparados con los demás.

SAMUEL
Siempre quise poner en duda la condición del alma frente al impulso de los actos.

OSCAR
Explícate.

SAMUEL
Es probable que estemos hechos de solo materia, pero aún existe la posibilidad de que todos nosotros tengamos un poco de conciencia por descubrir qué hay más allá.

JAIME
Sigo sin entender.

MARCELO
No dramatices.

SAMUEL
Creo en el hombre, ¿saben? Pero también tengo dudas sobre la posibilidad de... bueno... ustedes comprenderán...

JAIME
Si fueras más explícito, quizá coincidiríamos contigo.

SAMUEL
¿Es que no lo ven? Vamos a morir en algún momento...

MARCELO
Es la naturaleza de la vida.

SAMUEL
Ya, pero, ¿y luego, qué?

OSCAR
"¿Y luego, qué?"

SAMUEL
¿A dónde vamos? ¿Tenemos alma? ¿Somos mortales después de todo? ¿Nada existe?

El quinto personaje, quien se mantenía al margen de la conversación, pero atento a lo que escucha, dice, mientras acaricia con la punta de los dedos sus grandes mostachos:

FEDERICO
Señores... La verdad solo existe en nuestra propia percepción de las cosas. Somos capaces de crear y condicionar nuestros peores temores a algo que no entendemos. Buscamos respuestas, buscamos salir de un embudo para entrar en una espiral.

MARCELO (Maravillado)
Oh. O sea, cuando nuestros pensamientos nos introducen a cosas vivenciales, a desenmascarar nuestros recuerdos tan vívidos, tan profundos, ¿es una manera de trascender de este mundo?

FEDERICO
Así es. Pero sin que pueda influir lo externo.

OSCAR
No hay nada mejor que salir y disfrutar de la vida. No voy a trascender sentado en la banca de un parque.

MARCELO
No te gusta tomar las cosas en serio.

OSCAR
Claro que las tomo en serio. Pero prefiero tomar un buen coñac al lado de una buena compañía.

SAMUEL
Tú y tus placeres. ¿No te gustaría que te recordaran como el hombre que eres?

JAIME
Yo tengo mis dudas sobre eso.

OSCAR (Divertido)
Oh, canalla. Te preocupas por detalles sin importancia. ¿Qué me dices de ti? ¿Acaso no consideras tomar clases de gramática y alguna vez utilizar el punto en una oración?

JAIME
Al menos, es mejor que andar buscando jovencitos.

OSCAR
Hipócrita.

FEDERICO
Laméntense, jóvenes del crepúsculo. Lo único que conseguirán es ahogar sus posibilidades de ser más que cualquiera aquí reunido. ¿Y qué es lo que hacen? Ver una peliculita de segunda, con actores de segunda, regodearse con la nada de la cotidianeidad, exaltando valores cuasi posmodernistas, y sufren por que se les tome en serio. A ustedes me refiero, claro está.

SAMUEL
Entonces, ¿hay vida más allá de la muerte?

FEDERICO
¿Hay vida en este miserable mundo?

OSCAR
No seas duro.

MARCELO
A ti te gustaría tener algo duro entre tus manos.

OSCAR
Los domingos, no.

JAIME
Oh, parece que la gente se mueve.

SAMUEL
¿Alguien tiene los boletos a la mano?

FEDERICO
No se preocupen. Están en mi bolsillo.

Una acomodadora, menuda, con gafas y sombrerito rojo, camina entre el público.

MUCHACHA
El ticket rosada en la mano, por favor.

La hilera de personas empieza a moverse. Los cinco hombres avanzan, pero Oscar queda rezagado del resto, pensativo, entre preocupado e inconforme consigo mismo.

FADE OUT


jueves, 23 de julio de 2009

La irremediable soledad del espantapájaros

Hace poco sentí el deseo imperioso de mostrar otro rostro ante mis amigos (los pocos que tengo, claro está). No sabría decir por qué lo hice, simplemente ocurrió aquella mañana en que estuve desayunando un huevo pasado y jugo de naranja recién exprimida. Alguien llama a la puerta y al salir a recibir a quien fuera que haya tocado el timbre, me desconsoló saber que no había nadie a quien poder preguntarle "¿Qué quiere?". Cerré la puerta y esperé un momento con la esperanza de volver a sentir el sonido característico del bendito aparatito sobre el dintel de la puerta. Pero nada.


Volví a mi acostumbrado desayuno y solución de crucigramas pasados de El Comercio, con el aburrimiento de un escarabajo que empuja sobre la maleza un trozo de desperdicio orgánico (caca). Llegada la hora del almuerzo (las horas pasaban tan rápido que descubrí que había cumplido tres años más de vida), preparé puré de papas con un poco de salsa roja encima. No era lo mejor que había preparado pero al menos no escuchaba a mi padre decir que estaba perdiendo dinero al no dedicarme a la gastronomía.


Cuatro de la tarde. Inmediatamente después de revisar la correspondencia en mi correo electrónico de gmail (100% spam, 0% correo personal), llaman a la puerta. De un brinco salto de la silla y voy a ver quien es. Vaya, dije al ver a la otra persona fuera. Un nudo en la garganta impidió devolverle el saludo y no hice otra cosa más torpe que dejarla entrar. Pasamos a la sala, nos sentamos en el sofá y recordamos la última vez que estuvimos en este mismo cuarto, hace ya seis años, cuando aún había amor entre nosotros (al menos, yo lo sentí; ella, no lo sé). Desde aquella vez traté de buscar respuestas a por qué me dejó, por qué de la noche a la mañana sus sentimientos hacia mí cambiaron y por qué prometió tantas cosas que luego las dejaría muy en el fondo del baúl inexistente de su conciencia.

Quise que me respondiera ahora. "¿A qué has venido?", pregunté, entre miedoso y emocionado. No contestó. Se puso a llorar inconsolablemente, me abrazó, escondió su rostro en mi regazo y no pude evitar una erección que puso en alerta a la visitante. Como de una pesadilla kafkiana hubiese estado hecha esta escena, me bajó los pantalones y me aplicó un felatio que luego agradecí de que no me mordiera (tenía la costumbre de emocionarte tanto que me mordía sin misericordia). Le alcé la falta, acaricié su clítoris y con un dedo jugué con su ano que luego se perdió en él sin quejas. Nos desvestimos de inmediato e hicimos el amor por primera vez sin apuros ni culpabilidades.


Fue asombroso. Estuvimos echados en el sofá sin pronunciar ni una palabra cursi o un comentario de esos para romper el hielo. Ya lo habíamos hecho. ¡¡¡Y de qué manera!!! Por supuesto que no bastó una revolcada para olvidar lo que me había hecho. E imaginé que se sentiría desgraciada de andar buscando hombres que pudieran satisfacer su demanda sexual, que una vez empezado conmigo, terminaría con toda la facultad de medicina de San Marcos en el Paraninfo. Nos vestimos, cogió las pocas cosas que llevaba y se marchó. Dos años después, la intriga me corroe. No estoy seguro de lo que sucedió realmente con nosotros. Y nunca lo sabré.