lunes, 11 de abril de 2011

Yo creo en Harvey Dent


He esperado que termine esta primera etapa de las elecciones presidenciales para poder dar una apreciación de lo que ha significado esta contienda. Una contienda que empezó a tomar forma cuando los principales candidatos de la llamada "democracia" tuvieron encuentros y desencuentros poco satisfactorios, que hicieron posible el ascenso de esa otra realidad del país, que busca ser tomada en cuenta en la distribución de la riqueza, que por derecho le corresponde. Contra todo pronóstico, el crecimiento paulatino de Ollanta Humala (Gana Perú) en las preferencias electorales fue producto de un trabajo sistemático y organizado, que empezó en 2006 y que durante estos cinco años fue moldeando para brindar una propuesta, que si bien es cierto tuvo algunas observaciones contraproducentes para su campaña, es un proyecto de país que ha sido visto con buenos ojos por esa gente que necesita cambios sustanciales a sus reclamos sociales.

Pero vayamos por partes. En los meses previos a las elecciones, nadie apostaba por dicho candidato, desde las esferas sociales más altas del electorado. El candidato fijo para llevarse la presidencia, y con una abrumadora ventaja por supuesto, era Alejandro Toledo (Perú Posible); por sus antecedentes como mandatario (2001-2006) y por ser uno de los defensores de la bendita democracia que sesgaban al país luego de un abrupto final del fujimorismo más recalcitrante. Hizo lo necesario para estabilizar la economía y solventar las penurias de los más necesitados, entre otros logros significativos. Sin embargo, quien le pisaba los talones era el ex alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio (Solidaridad Nacional), quien se presentaba sin mucha verborrea y dejaba que sus obras hablaran por él, lo que parecía una estrategia interesante, pero que no pudo mantener por el temor a la confrontación y al debate con el puntero. Ese fue su primer tropiezo; además, se le vinculó con la empresa Comunicore, acusándosele de malos manejos en la construcción de obras a sobre costo, lo que desdibujó aún más su imagen.

Si Toledo hubiera mantenido un perfil más acorde como ex mandatario, dando propuestas nuevas, frescas, que dieran confianza al pueblo, sin mucha pompa y sin subestimar a sus contendores, las cosas hubieran sido diferentes para él. La soberbia, la arrogancia, el autobombo por considerarse la única esperanza que tenía el país para mantener el crecimiento sostenido de la economía, fue su peor error como estratega; peor aún cuando Pedro Pablo Kuczynski (Alianza para el Gran Cambio) aumentó su popularidad. Con justa razón, siendo su anterior colaborador como ministro de Economía y posterior Jefe de Gabinete, parecía una contundente puñalada por la espalda. "Él tocaba la flauta, pero yo era el director de orquesta", fue un gesto nada modesto que lo sepultó, provocando que sus potenciales electores emigren hacia el propio PPK y hacia Humala o Keiko Fujimori (Fuerza 2011).

Lo interesante de PPK fue utilizar la red social para acercarse a sus simpatizantes, la mayoría jóvenes entre 18 y 25 años, ávidos cibernautas que lo vieron como un tío bonachón que ponía la cuota divertida y relajada en los comicios. Además de introducir al PPKuy como mascota y como un gancho necesario para ganar su voto. Fue muy hábil, indudablemente, porque esos jóvenes en los últimos diez años han vivido tranquilamente sin los sobresaltos y las crisis que provocaron anteriores gobiernos, que por referencias históricas y maquilladas, no han sabido analizar en profundidad. Recordemos que PPK fue ministro de Energía y Minas del gobierno de Fernando Belaúnde (1980-1985) y fue él quien desde su gestión empezó a quitarle protagonismo a las entidades estatales para dar vida a lo que hoy llamamos el libre mercado, vendiendo empresas al extranjero, dando concesiones a las trasnacionales y debilitando al Estado como ente promotor de empresas competitivas. Vivió mucho tiempo en el extranjero, ocupando cargos adecuados para desarrollar negocios rentables -lobby, si se le quiere llamar-. Es lo mismo que hizo durante los tres años que trabajó al lado de Alejandro Toledo, beneficiando a las mineras y otras empresas que venían al país a "invertir".

Y a medida que PPK subía en las encuestas, gracias a situaciones fuera de lugar, como dejarse agarrar las castañas, aparecer en programas humorísticos o de entrevistas faranduleras, que ayudaron a verlo, como ya dije, como un tío bonachón, fue el centro de ataques de los perúposibilistas; además, devolvía la suya y las cosas empezaron a salirse del contexto electoral. Ya lo dijo Vargas Llosa al señalar que en esta contienda electoral lo que predominaba era el espectáculo y la payasada. Esto fue aprovechado por Humala y Keiko, quienes se mantuvieron al margen y se ceñían a difundir sus propuestas. Las tendencias apuntaban al aumento de aceptación popular del candidato de Gana Perú, poniendo nerviosos a los demás y dándole con palo hasta más no poder. Empezó así una campaña de demolición desde todos los frentes, acusándolo de avalar un gobierno al estilo del venezolano Hugo Chávez, poniendo en duda el orden constitucional y desestabilizando lo ya conseguido en estos años. El miedo y el prejuicio empezó a circular, la intolerancia se respiraba en el ambiente. ¿Qué se podía hacer? Twitter y Facebook eran los medios idóneos para difundir esa caza de brujas que se había convertido la campaña.

En lugar de promover alternativas coherentes y enriquecer el debate con propuestas mejor estructuradas, se dejaron llevar por ese odio al caudillismo, al verse peligrar sus intereses -sean los que sean- y manipular a la opinión pública que el fin del mundo estaba por venir sí o sí. Y Toledo tiene mucha culpa de esto, pues cargó sus baterías a poner en una balanza el destino del país. "O mantenemos la democracia o caemos al vacío". Esa fue su consigna y ese fue su caballito de batalla durante las últimas semanas, sin ofrecer nada nuevo; repitiendo su mismo plan del 2001: aumento de sueldo a los profesores, revolución educativa, millones de nuevos puestos de trabajo, crecimiento con rostro social y más obras en infraestructura. Pero no pasaba de ahí, su argumento era prevalecer la democracia, y si democracia para él es resguardar el respeto a las instituciones, ¿no es también democracia respetar el voto popular y el reclamo de muchos sectores pobres del interior del país?

Castañeda también pecó de soberbio, aseguraba que él era el único que le iba a ganar a Humala si pasaba a la segunda vuelta, pero que cualquiera de los otros candidatos harían lo propio en la primera. ¿Cómo es esto? Si cualquiera le ganara a Humala, Castañeda ya ni figuraría en la lista. Cosa que pasó. También primó que su pensamiento era la de un candidato a la alcaldía, no a la presidencia, un obstáculo para el interior del país que ve a la capital como una isla centralista de la que no se sienten identificado. Como dije, muchos simpatizantes emigraron, empezaron a dispersarse a los tres primeros puestos, antes de que Keiko pasara al segundo lugar. Y ese fue el panorama que se veía venir y era inaceptable. "El cáncer y el sida", un adjetivo demasiado ampuloso y de menosprecio por quienes respaldaban a estos dos candidatos. Claro, ahí debieron manejarse las posibles alianzas y apoyar a quien en ese momento representaba esa clase conservadora y de derecha y dar un paso al costado; pero no, creyeron a ciencia cierta que eran los elegidos para conservar la continuidad del sistema.

Y este 10 de abril las cosas se polarizaron dramáticamente; se demostró que hay dos Perú, dos líneas de pensamiento en un mismo cuerpo que es la que hace peligrar la democracia: ricos y pobres. Los ricos tienen miedo de perder sus privilegios y los pobres ansían comer y ser reconocidos como ciudadanos. Esa brecha ha existido siempre, pero hoy es una realidad que no queremos ver, lamentablemente. Hablamos de bonanza, de estabilidad, perfecto; pero es un porcentaje mínimo el que goza de dicho privilegio. Y esa gente está cansada de ser olvidada, está decepcionada, quiere vivir decentemente, con respeto e integración.

Se habla ahora de una segunda vuelta de antología, complicada, que va a primar mucho la pasión mas no el sentido común. La polarización ya se ha establecido: Humala-Keiko contra sus detractores. Ambos agrupan el 50% del país. Mientras unos acusan a Humana de romper la estabilidad de la democracia y el desarrollo, a Keiko la acusan de repetir los errores de su padre. Y eso es verdad. Ambos tienen estas semanas previas a la segunda vuelta (5 de junio) para desmitificar su imagen, cambiar estrategias, buscar consensos, decirle al electorado por qué deben votar por ellos. Ambos, de alguna manera, coinciden en propuestas; lo que deben hacer es limar taras y mantener un trabajo ascendente que no perjudique la confianza de sus electores.

El gran perdedor de esta contienda electoral es Alejandro Toledo. El país le dio una patada en el culo como a un intruso que ocupa la casa ajena. No bastó promover su lucha frontal contra el "antisistema". La campaña del miedo fracasó y el 30% del país le dijo que su conciencia cívica e interés por un mejor futuro primaban por encima de sus comentarios malintencionados y propuestas huecas, que no satisficieron del todo. Ese porcentaje cree que hay reformas y avances significativos, pero no es suficiente para cubrir sus expectativas. En su conferencia de prensa, el ánimo y rostro desencajado le devolvían a la realidad como simple mortal. Aún así, parece que no quiere perder la fuerza de su hidalguía: "Respeto el voto democrático, pero absténganse de las consecuencias. Están advertidos". Y, por supuesto, el APRA y sus viejas glorias. Un golpe que debe replantear su destino político si quiere ser el partido que fue y que será al 2016.

Diferentes especialistas, líderes de opinión e instituciones acreditadas, se han dado cuenta de que Humala no es tan peligroso como se le ha pintado; lo que piden es que inicie el diálogo con los diferentes sectores políticos. Cosa que ya dijo. Buscar la unidad del país desde este escenario, es un precepto que va acatar por el bien de los involucrados. Keiko debe hacer lo mismo, desligarse por completo de la sombra de su padre, Alberto Fujimori, argumento suficiente que podría perjudicar su triunfo en las urnas. Y si pensamos seriamente, si somos objetivos en nuestras apreciaciones, lejos de nuestras simpatías o antipatías, ¿por qué tener miedo? Hay desconfianza, indudablemente, pero por qué llegar al extremo de incentivar el terror y el pánico. Sería ilógico que venga alguien y destruya lo ya alcanzado. Sería ilógico que se vulnere las libertades individuales y colectivas, porque se ha demostrado que esas ideas ya caducaron, no son viables. Quizá las formas de llegar choquen un poco por la imagen autoritaria que se pueda desprender de Humala, por su misma condición de militar que está acostumbrado a ser firme en sus apreciaciones, pero es muy diferentes apreciar el fondo del asunto. Lo primero, indudablemente, es la forma, es lo que llega primero a la vista. Quizá no sea santo de devoción de ese sector light que impera en Lima y quieren como presidente a uno de ellos. Y, claro, PPK arrasó olímpicamente con la votación. Si de eso solo dependiera, hace rato estarían celebrando su triunfo.

No, señores. No nos dejemos llevar por las dudas, no bombardeemos las redes sociales con comentarios apasionados, de lamento, de preocupación, de resentimiento. Vayamos a lo que quiere el país en conjunto, como unidad, no nos dividamos. Empecemos a aceptar ideas nuevas, ser tolerantes. Hasta el propio García pide calma, convenciéndose de que nada pasará gane quien gane. Lo que importa es el Perú. Que esos dos rostros vuelvan a ser uno y veamos el futuro como la esencia de la modernidad y el desarrollo. No cometamos los mismos errores de nuestros próceres, de nuestros libertadores, de las constantes luchas de poder sin preocuparse por el pueblo, por el ciudadano de a pie, del campesino olvidado y de aquellos que quieren ofrecer alternativas saludables para todos. Estamos acostumbrados a no compartir. Somos egoístas por naturaleza. Cuando estamos en la cima, vemos al resto sin importarnos de sus necesidades, siempre y cuando no perjudique nuestras posesiones. Esto no es comunismo, es equidad, es inclusión. Pero tampoco esperemos que el Estado nos dé todo. Debe haber una retroalimentación que genere más riqueza, que cada región se vuelva dependiente de sus propios recursos y brinde comodidad y seguridad a su gente. El gobierno, en este caso, está en la obligación de dirigir esa voluntad.

Tenemos hasta junio para seguir comentando sobre estos temas. Lo que importa es creer en nosotros mismos, como individuos y como país.