jueves, 13 de marzo de 2014

¡¡¡¡Te odio con$%x?&re!!!!

Tengo odio. Mucho odio. Aborrezco mi propia vida y la de quienes han hecho posible que sienta estos impulsos nocivos contra la humanidad. Tengo una doble cara, una máscara que oculta mi verdadera naturaleza, la que me provoca un estado alterado del cual el miedo me induce a acorralarme sin saber cómo canalizar estos sentimientos. El miedo, por otro lado, no es más que el ancla que impide realizar los actos más despiadados posibles. Tengo miedo de mí mismo, porque no sé a qué nivel de energía pueda llegar. Si manifestara mi verdadero yo, sería imparable. Y peligroso. Tal vez muchos creen que soy débil, un imbécil acomplejado; lo cierto es que mi otro yo me dice qué debo hacer, como una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

La locura me invade y no tengo el más mínimo sentido de lo moral. Soy nocivo, negativo, manipulador y oportunista. A pesar que todos tenemos un lado oscuro, el mío es la quintaesencia de un alma torturada que no se explica cuándo sucedió todo esto. De niño no me diferenciaba del resto, pero era algo así como una energía que repelía a los demás. Era rechazado. Muy pocos se acercaban a tenderme una mano amistosa. Pero, lugar a donde iba, era objeto de indiferencia o era tratado de manera distinta. Admito no ser guapo ni convencional. He creado mi propio estilo y he tenido que fingir para ser aceptado en el medio. He callado muchas veces compartir mis ideas, porque lo aprendí de El Padrino: "No dejes que nadie sepa lo que estás pensando". He sido cauto y desconfiado. Vivía para ser aceptado y reconocido. Pero me dieron la espalda. Mis anhelos se truncaban por disposiciones del azar o estaba realmente maldito desde mi concepción. No he tenido suerte en nada. Me siento frustrado, apagado y desengañado, sin fuerzas ya de luchar por mis ideales. Pero, ¿cuáles son en realidad?

No sé por qué he venido a este mundo. No sé qué quiero. No sé a dónde voy. Soy un desterrado. Lo único que sé  es que no siento amor por los demás. Creí estar enamorado, ilusionado, o como quieran llamarlo. Mi primer amor fue Paola Viacava, una alumnita del colegio donde empecé la primaria. Cuatro años verla desde el otro extremo del aula, que no supe explicar ni decidirme por acercarme a ella, hasta emigrar a otro centro educativo, y a otro y a otro, repleto de chicos bravos y curtidos por lo azaroso del tiempo que nos tocó vivir. Tenía seis años cuando descubrí esta sensación de atontamiento, de agradar al sexo opuesto, de caer simpático y dispuesto a socializar con ellas. Pero era tímido. Era el miedo que me impedía ser yo, desenfadado y resuelto. También por la represión que ejercía mi padre a todo lo que hacía. Me subestimaba, rechazaba, me rebajaba a la mínima expresión de humanidad. Y mi odio ha ido creciendo con el paso de los años.

Por lo que he leído, todos los artistas -sea cual sea su género- han sentido una animadversión hacia su progenitor. No soy la excepción. Habría que preguntarse si realmente es mi padre, por eso tanto abuso. Si hubiera nacido en otra familia, con otros genes, con otra visión, quizá hubiera logrado muchas cosas. Mi rechazo a la sociedad también me trajo problemas, porque mi padre era de esos que no dejaba que me involucrara con mis vecinos, algunos de ellos amigos entrañables, lo que me indujo a salir a escondidas e irme lejos a beber un poco de ron con cola. También porque me impidió desarrollarme en lo profesional. Para conseguir un trabajo hay que tener conocidos. 

Redescubrí a las mujeres a los 17 años cuando me interesó la pornografía y la masturbación. Soñaba con poseer a todas las modelos que aparecían en las revistas para adultos o fisgoneaba a la vecina de al lado, cuando colgaba su ropa recién lavada en el tendedero. Sin embargo, nunca tuve la suerte de tenerla como una amiga especial para satisfacer mis ansias corporales. Obviamente, nadie se atrevió y me dejaron de lado porque mi apariencia no llamaba la atención si no era para contar chistes. Si, pues, era el gracioso del grupo, al que todos querían como un hermanito menor. No habiendo nada para mí, me dediqué a visitar burdeles y engañarme por un momento de ser el amante más grande del mundo después de Car'e Papa.

Era un deseo sin involucrarme emocionalmente. Necesitaba estar con alguien que verdaderamente tuviera la misma inquietud. Si alguna vez estuve con Gianina, Luz Elena, Ana la anfitriona o la otra, fue porque de alguna manera me permitieron experimentar ese submundo. Nada más. Algunas me quisieron con más o menos honestidad; otras me utilizaron como una válvula de escape o un cajero automático, luego de sufrir una decepción amorosa, y yo estaba allí tal cual conejillo de indias soportando sus experimentos sociales. Y no las culpo. Mi carencia de afecto se hacía evidente y me odiaron por eso. Al menos, son sinceras y hasta el final de este artículo me aborrecen e inventan una historia distinta a la original, que me pone como una reverendísima mierda ante los demás. ¡Por supuesto que era una mierda! Pero no como ellas hacían creer a sus amistades. Así perdí amigos, porque se hicieron las víctimas y ellos, en solidaridad, tenían que estar de su parte. Y no me importó. He sido cachudo toda mi vida y lo seguiré siendo porque ellas son mujeres y no las putas que convirtieron mi vida en una auténtica caja vacía. Será por eso que me gustan las putas, porque no se hacen problemas, no hay sentimientos ni compromisos, solo una mera transacción económica.

Hoy no tengo nada. No tengo familia. No tengo trabajo. No tengo amigos ni tengo novia. Solo vivo aquí, en un pequeño cuarto de madera apolillada y a punto de desplomarse, viendo mi vida apagarse día tras día, envuelto en rencores y odios asesinos hacia los que me convirtieron en lo que soy ahora. Y prefiero vivir como un ermitaño sin tener que fingir ante nadie. Estoy libre de ataduras y de sentimentalismos, de oportunistas como yo que les gusta ser otras personas. Y he aquí que hago pertinente recordar la célebre frase de Groucho Marx: No deseo pertenecer a ningún club donde tengan como socios a gente como yo¡Qué mejor que una vida dedicada a la reflexión y a la completa consecuencia de mi mediocridad sin gastar burbujas de aire sin sufrir ni hacer sufrir a los demás. Amén.