martes, 24 de marzo de 2015

Sigue el camino amarillo

Al parecer, el ciudadano Castañeda Lossio quiere borrar de un solo brochazo todo lo anteriormente alcanzado por su antecesora. Buena o mala que haya sido su gestión, la de la señora Villarán trazó el primer esbozo de lo que Lima necesitaba urgentemente y que, como hemos visto en estos casi cien días, volveremos a la misma cofradía de compadrazgos y acuerdos bajo la mesa, en lugar de una verdadera preocupación por los intereses primordiales que la ciudad merece, ad portas del bicentenario o de los juegos panamericanos. Tal vez el señor Castañeda sienta aún la herida del fracaso que significó la revocatoria, que simplemente ha querido, así como a Hatshepsut, borrar todo vestigio que la recuerde. Para empezar, los parques zonales, ahora llamados clubes; luego, los murales, que con tanto sacrificio en tiempo y esfuerzo, yacen ahora sepultados bajo una mano de pintura amarilla, dizque, para salvaguardar la imagen del Centro Histórico como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Esos murales ni siquiera estaban dentro del perímetro comprendido al Centro Histórico. Si quiere salvaguardar la imagen de Lima mejor que retire a todos esos cachineros de la urbanización Manzanilla en La Victoria, o calle para siempre.

Dice que con él habrá una verdadera reforma de transporte. ¿Cuál? ¿Volver al caos vehicular del que tantos reparos ha costado enderezar en los últimos meses?, ¿cancelar una obra tan importante como es Río Verde y congestionar la vía pública con un by-pass por donde va a circular su caballito de batalla (el Metropolitano), sin haber abierto públicamente a licitación el proyecto de marras? Volvemos a los mejores años de Castañeda, no cabe duda. ¿Alguien dijo Comunicore II?

El señor Castañeda ha demostrando ser todo un ignorante en materia de cultura. Su poco entusiasmo por el arte ha hecho de Lima una ciudad sin atractivo ni voz propia, solo porque considera "elitista" una manifestación que nace de las entrañas de una sociedad dividida y que quiere expresar su sentir de manera creativa sin tintes políticos. Si tanto le preocupa que la cultura no esté a disposición de las masas, como alcalde tiene la obligación de promover los mecanismos necesarios para que el pueblo se nutra del rico y variado abanico de posibilidades artísticas que existe en el medio. Pero eso no le importa al señor Castañeda, mientras el ciudadano de a pie sea mucho más ignorante que él, es mucho mejor manipularlo a su conveniencia. ¡Y pensar que mi hermano lo admira! Algo que no podré entender jamás.

La ignorancia es la base del subdesarrollo. Un país con bajos índices en educación y nutrición es un caldo de cultivo para todo oportunista que viene a hacerse el mesías de nuestro tiempo. Creen tener la fórmula del cambio, los contactos, los planes y el respaldo de un equipo técnico competente que hará caminar el coche sin contratiempos ni contramarchas. Lima es un botín. El Perú es un botín. La mente de los jóvenes y futuros ciudadanos son un botín. ¿Qué hacer entonces? ¿Vivir ciegos, dar la espalda a la realidad o meter la cabeza dentro de un agujero y dejar que las cosas sigan sucediendo tal como han ocurrido desde que Pizarro pusiera un pie en estas tierras? Seguiremos siendo una colonia mientras nuestra mentalidad siga siendo de una colonia. San Martín y Bolívar hicieron lo suyo sin saber a ciencia cierta qué les deparaba el futuro. El continente se independizó solo en ideas, mas no en hechos, sin establecer un plan común. Cada quien vivió su libertad lejos de la sombra española pero reclamando lo que era suyo por herencia, sin ver el verdadero interés que se cocinaba en cada nuevo país. Por eso ha habido tanta inestabilidad, tanto resentimiento, tanta segregación. Hemos tenido casi veinte constituciones a lo largo de nuestra historia republicana, una peor que la otra, porque no había consenso, no había identidad, no había política de Estado; simplemente era el capricho del caudillo de turno. Es lo que está pasando ahora, todos quieren cambiar las cosas, todos quieren romper con ese demonio que se entronizó desde 1995, pero resulta que hacemos lo mismo o peor que en aquella oportunidad. ¿Por qué? ¿Es tan fácil ser un pendejo en el Perú? Un muchacho atropella a otro y el papá culpa a los demás solo porque fue ministro. ¡Con mayor razón debió darle el ejemplo a su hijo por haber sido un funcionario público! Pero estos "niños de bien" se cagan sobre los demás y quieren que se les trate como a dioses.

Nos merecemos lo que tenemos. Somos los únicos culpables de toda esta situación. ¿Cambiaremos? ¿Miraremos al norte sin pensar en el pasado? ¿O seguiremos pensando en el pasado para pregonar lo mismo de siempre? Mientras existan alcaldes, presidentes, congresistas de dudosa moral, retrógrados, homofóbicos y vendepatrias, nuestro amado Perú estará a merced de unos pocos. Por eso las revoluciones, las guerrillas, los caudillos son una imagen romántica en medio de tanta convulsión. Los encantadores de serpientes, los flautistas de hamelín, los rocambolescos precursores de lo absurdo, son los personajes de ensueño que deberían protagonizar un reality tipo Esto es guerra o Combate; o una cosa parecida a la que se ve en Al fondo hay sitio, pero ambientado en el Congreso de la República (ni tocar Palacio, porque esa ya es una historia tipo Expedientes X). Habría rating asegurado por una década más.

Colofón

Volviendo a Castañeda, a estas alturas no estaría mal el regreso del inefable Marco Tulio. A ver si esta vez consigue revocar a un alcalde, gracias a las metidas de pata que hasta el momento están haciendo escarnio al burgomaestre limeño.

miércoles, 25 de febrero de 2015

La irremediable complejidad de lo absurdo (o cinco maneras de describir la estupidez)

Como por arte de magia, Mabel abrió los ojos luego de un reconfortante sueño. Los primero que vio fue la nuca del tipo que la acompañaba en su cama, quien aún permanecía inconsciente y respirando con serenidad. Observaba ese cabello rizado, desgreñado y perfumado con flujos corpóreos, que sintió asco de inmediato. Se levantó, fue al baño, se sentó en el escusado y pensó en las horas previas antes del amanecer, que la condujeron -junto con este joven- a desatar sus pasiones más inusuales y desestresantes de fin de semana. "Me siento una puta", pensó mientras tiraba del tapón y veía discurrir el agua por el inodoro. Se bañó, se vistió y salió a comprar café. Deseaba que, al regresar, el tipo se hubiera marchado sin despedidas cursis ni promesas de futuras llamadas o mensajitos vía Whatsapp. Se entretuvo leyendo los titulares de los periódicos que colgaban de un cordel alrededor de un quiosco maltrecho por el tiempo, tratando de recordar detalles con este amante ocasional. Pero no tuvo los resultados esperados. Era como si nunca hubiera ocurrido. Un alivio, afortunadamente.

Regresó al departamento y el joven ya no estaba. Suspiró aliviada; pero a la vez sintió un profundo pesar de saber que los recuerdos se habían esfumado gracias al alcohol y al desinterés que sentía por los hombres. Para ella, todos eran unos imbéciles arrogantes, niños grandes con delirios de sobreprotección y homosexualidad reprimida. Se puso a ver las última noticias de la mañana desde la comodidad de su sillón de cuero, saboreando el café recién pasado y terminando de digerir su cruda realidad: "Veintiocho años, y aún sigo estando sola".

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-He hecho lo mejor que pude durante estos cinco años -dijo Alemann, recuperando el aliento luego de saber que fue despedido.
-No se trata de lo que pudiste hacer, sino de lo que has hecho -dijo el gerente-. Y vemos que no nos has generado productividad en el último año.
-Pero es injusto. Usted sabe que hago sobretiempos sin cobrar horas extras.
-Si hicieras bien tu trabajo, no tendrías porqué hacerlo.
-Estoy pagando la hipoteca del departamento, el seguro de mi auto... las clases de mis hijos... ¡Dios! ¿Qué voy a hacer?
-No creo que te sea difícil encontrar otro empleo con tu perfil -aseguró el gerente, esbozando una sonrisa tétrica y sarcástica al mismo tiempo.

Alemann estaba destrozado. Si le hubiera hecho caso a su padre, sería un respetado cirujano, y no un contable con ínfulas trasnochadas a lo Gordon Gekko. Antes del mediodía, guardó sus pertenencias dentro de un par de cajas de impresora, obsequiadas gentilmente por sus compañeros como acto de respeto. Las apiló junto a la puerta, abrió la ventana y saltó veinte pisos hacia la acera. Al menos, pensó, antes de que su cuerpo se pulverizada sobre el pavimento, su mujer y sus hijos recibirían el dinero del seguro. Sin embargo, su contrato estipulaba que quedaría sin efecto en caso de suicidio.

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La diferencia de amar y ser amado tiene sus misterios, según lo expresa el Dr. Augusto Valdemar, connotado filósofo presbiteriano, en su libro El poder del negocio carnal, presentado en un evento sin fines de lucro conmemorando el Día Internacional de la Melancolía. Dividido en ocho episodios, nos lleva a caminos insospechados acerca de la verdad del coito sin amor y la fidelidad después de los cuarenta. El Dr. Valdemar es consciente que una ilusión pasajera no puede tallar en la etiqueta de romance, mucho menos en un "amor primaveral", porque lo único que experimenta el hombre y la mujer es solo un encuentro sexual espontáneo y sin compromisos. "El verdadero amor se cultiva", recalca. "No se puede decir que es amor a algo completamente hormonal; claro que se puede amar y complementar con el sexo, pero es muy raro que ambos aspectos se concatenen en la primera cita".

Para muchos, prosigue el erudito, es difícil encontrar a una persona que tenga los mismos sentimientos para con la otra; para unos, lo que es solo una aventura del momento, es para otros llegar al matrimonio con dicha hasta el fin de su existencia. Hay que saber diferenciar ambos conceptos y no cometer burradas que lo único que lleva es envidiar la felicidad de los demás.

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Cuatro segundos bastaron para entender que la vida se le iría de las manos. El golpe posterior en la Station Wagon provocó un aparatoso choque cuyo epicentro fue en la intersección de dos de las avenidas más transitadas de la ciudad. Afortunadamente, no pasó de un mero susto y una cuantiosa fortuna que debía desembolsar por los daños causados en el vehículo. Mientras las investigaciones se realizaban, el conductor del auto siniestrado era atendido por dos paramédicos que comprobaban si sus funciones físicas y psíquicas se encontraban en buenas condiciones. No ocurría lo mismo con el causante del accidente, que aún permanecía entre los fierros retorcidos  de lo que hasta hace poco era una camioneta Land Rover.

Los bomberos hacían esfuerzos denodados por sacarlo de esa maraña metálica, que tuvieron que destruir lo poco que quedaba de la camioneta. Pero tuvo un final feliz, después de todo; el seguro cubriría los gastos de la reparación, y su tío, el almirante X de la Marina de Guerra del Perú, intercedió para que el incidente no tuviera mayor repercusión, lejos del escrutinio público. Sin embargo, la endeble Station Wagon tuvo que ser llevada al depósito y su piloto, encarcelado. ¡Él, que había sufrido el golpe de la Land Rover! Encontraron en el asiento posterior un six pack de cervezas y dos botellas de pisco que, por efecto del impacto, se quebraron e inundaron de alcohol el interior del coche. Las autoridades que veían el caso, no entendían razones de que no había bebido y que justamente se disponía a ir a un reunión llevando su aporte a las celebraciones por el día de la marmota. Concluyeron en solicitarle un pequeño "donativo" por las causas de los más necesitados en su institución, si quería dormir esta noche en su cama y no en una fría y sucia celda.

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Para un peluquero, lo irónico de su trabajo es la calvicie. Venía de una de las cadenas de barber shop más importantes del momento y decidió independizarse y formar su propia empresa de corte de cabello. Su socio, algo apático y riguroso con la imagen ajena, criticaba sin misericordia el look de su compañero. "Al menos, ponte una peluca o una gorra", decía. Pero hacía caso omiso a sus palabras. Su reluciente calva no pasaba desapercibida a los ojos de la clientela, que iba en aumento semana tras semana. Y es que su arte no tenía nada de discutible, podía hacer cualquier corte de moda o trabajar estéticamente sobre los mostachos y las patillas de los más velludos como un orfebre que tuviera entre sus manos una piedra preciosa.

Vivía el momento que le ofrecía el oficio, pese a los malos comentarios de los que era objeto por parte de su compañero, un tipo obeso y de cutis grasiento, que solo le interesaba hablar de fútbol y fijarse en las robustas piernas de las mujeres que cruzaban la vereda, frente al negocio.

-En lugar de ver mis defectos -decía-, límpiate la cara. Pareces una bola de billar o un buda recién pulido.

La sociedad terminó con la intolerancia que se respiraba en el ambiente. Nuestro héroe contrató a dos muchachas y amplió el negocio al sector femenino, mientras él mantenía su estilo inigualable, que lo convirtieron en una celebridad en el mundo del peine y las tijeras.

domingo, 8 de febrero de 2015

El matrimonio de Erika y Fabrizio

La noticia sorprendió a propios y a extraños. La pareja más emblemática del barrio por fin se daba el SÍ, luego de varios años de idas y venidas, de pasiones encendidas y separaciones traumáticas, que no hicieron más que cimentar su unión. Los muchachos y yo, como era de esperar, deseamos que el "fin de la esperanza" sea memorable. Mientras Fabrizio ponía punto final a su soltería, las muchachas harían lo mismo con Erika. Si ambos tenían sexo con quien quisieran esa noche, pues, no importaba; ellos lo harían juntos por el resto de sus vidas. Yo no estaba muy convencido de ello, pero no quise malograrles la ilusión. Total, son ellos los que quieren subir un escalón más en las convenciones sociales y perpetuar su cariño solo porque otros -sus padres- desean que las cosas se hagan como debe ser, con la bendición del Señor.

Fabrizio era uno de esos tipos que todo lo ve en technicolor, que aún piensa que el cinemascope es lo mejor que puede pasarle a uno si observa la vida desde una butaca. Su sola contemplación del mundo sin mover un solo dedo ya demostraba quién tuvo la sartén por el mango cuando decidieron que la boda no debía reparar en gastos. Hasta organizaron una parrillada para recaudar fondos, mientras que sus padres se encargarían de la iglesia y la recepción. Erika, era todo lo contrario, era más enérgica, decidida, no era nada romántica y veía las oportunidades como ingredientes esenciales para sobresalir del resto. Por nada consiguió el mejor empleo del mundo: secretaria ejecutiva en una firma de prestigio. Era la mujer más guapa del vecindario, con esas piernas esculpidas por Miguel Ángel cubiertas por una minifalda que no ocultaba la imaginación de los amigos que la veíamos lucirlas sin el más mínimo recato, cada vez que iba o regresaba del trabajo. A Fabrizio no le molestaba que otros admirasen su belleza. Él era el elegido, y eso le bastaba.


Organizamos una pequeña fiesta, nada del otro mundo, a nuestro querido amigo. La pasamos bien, bebiendo todo lo que se nos ocurría ingerir y quemar la última célula del estómago. No había nada que pusiera en duda los sentimientos del hombre, a pesar que la presencia femenina abundaba en aquel bar y no pasaba desapercibido para los ojos de tan dichosas diosas de la noche. Muchas querían sentarse a nuestra mesa, atraídas por el agasajado, que no dudamos en acoplarlas a nuestros planes. Y así armamos algo bonito y simpático para Fabrizio, escoltado por estas damas que se insinuaban con cada paso de baile.

De la fiesta de Erika no supimos mucho. Creo que fueron a esas discos con strippers y le habrán movido la salchicha de cóctel en la cara, pero nada más.

Cuando llegó el día de la boda, todos estábamos hechos un amasijo de nervios, más que Fabrizio, que parecía más entrenado para estos menesteres que nosotros. A mí se me hace un mundo eso de vestir con traje al sastre, y si se trata de corbatas, soy un pelmazo. Los demás, bueno, hacían su mejor esfuerzo de no cagarla con sus ocurrencias infantiles frente a los padres de la novia.

La ceremonia se realizó en el tiempo previsto. No hubo desorden y los invitados llegaron a la iglesia a la hora indicada. La novia, llevada en brazos de su padre, iba caminando erguida y majestuosa hasta el altar, donde la esperaba Fabrizio, como sacado de un catálogo de ropa, con sus imperturbables ojos azules y mentón a lo Kirk Douglas, escoltado por un servidor, que se sintió halagado de ser elegido su padrino.

Y, bueno, ya les dije líneas arriba que yo no era tan entusiasta con esto del matrimonio. A los tres años, luego de tener a su primer y único bebé, se separaron. Ella, ni corta ni perezosa, siguió ascendiendo en su trabajo hasta convertirse en socia de la firma. Según sus propias palabras, no tenía tiempo para lamentaciones. Fabrizio, el más fantasioso de los dos, se fue de viaje por el Asia, visitando Tailandia, Japón y China. Lo último que supimos de él es que estaba en Nepal, queriendo encontrarse a sí mismo. Hasta el cierre de este blog, desconocemos su paradero.

jueves, 29 de enero de 2015

45

Un día desperté dándome cuenta que la vida no había sido injusta conmigo, después de todo. Recordar todo lo vivido hasta el momento no fue necesariamente una catarsis, pero sirvió para entender que no todo estuvo mal. He pasado la barrera de los cuarenta ya no con angustia, sino en medio de una profunda reflexión sobre mí mismo y el camino que preferí tomar, alejado de los errores y de las tentaciones ociosas y facilistas, que permitieron equilibrar mi espíritu. Ha sido lo mejor. Ha tenido que suceder justamente en este tramo de la historia, en un punto de inflexión en que quieres decir lo que piensas sin la preocupación de que te censuren, o dejen de escuchar. Y hasta cierto punto, ha sido una constante y un karma que no ha dejado de gravitar. Hay tanto que contar, pero nadie que quiera escuchar.

Cumplir cuarenta y cinco años te hace más sabio, más maduro, menos impulsivo y sumamente perspicaz. ¡Y pensar que alguna vez dije que no pasaría de los veinte! Y aquí me tienen, aún manteniendo el paso en esta todavía existencia llena de sorpresas. Sí, al verme en el espejo, a pesar del escaso cabello y las primeras patas de gallo en la comisura de los ojos, aún tienes ese toque que te hace ver interesante y lleno de vitalidad, como que ya empiezas a disfrutar de la vida de otra forma, desde otro ángulo, más centrado en lo que quieres tú como persona, ya no con ese entusiasmo de chiquillo irresoluto que desea conquistar el mundo; no, si ya el mundo te pertenece por derecho, así que simplemente experimentas otras sensaciones convencido de que estás pasando por el mejor momento de tu vida. Es mejor avanzar bajo la sombra de un árbol, que sufrir del abrazador sol del mediodía sin nada que te proteja.

Es el primer año del resto de nuestras vidas. Cuántas personas llegan a esta edad llenas de preocupaciones, angustias, sentimientos encontrados por tal o cual cosa; quizá, porque se toman muy en serio el papel de padre, esposo y empleado, si es que han tenido la fortuna de formar una familia. Los problemas se presentan de otra manera. Afortunadamente, esas cosas están muy alejadas de mis preocupaciones mayores. Mi único interés es sobresalir en mi trabajo y hacer las cosas lo mejor posible, con ayuda -claro está- de quienes han confiado en mí en todo momento. Gracias a su apoyo, he podido soportar con rigor esta transición, la que me ha llevado a un nivel bastante oneroso, pero con soluciones inmediatas y efectivas.

Años atrás, no me imaginaba tener esta edad. Aún pensaba ir en busca del santo grial o escribir la gran novela que me abriera las puertas de la inmortalidad. No, esas cosas ya pasaron. Ahora vivo mi realidad, y mi realidad es hacer las cosas con prudencia y mucha pasión, entendiendo que tengo una misión que cumplir en este mundo, sea editando libros ajenos a los míos o creando nuevos valores en cualquiera de las esferas del saber. Cuando se tiene vocación, se tiene. Creo que he tenido la suficiente paciencia de entender que el camino se hace con pasos precisos, seguros, remarcando las huellas para que el viento no las borre. Y ese es mi propósito: dejar huella.

Un amigo dijo alguna vez que yo valía mucho más de lo que suponía, y era mi inseguridad la que no me hacía avanzar. Ahora veo porqué. Y es alentador sentir que otros te valoren por lo que eres y no por lo que tienes. Y nunca he tenido más convicción que en estos momentos. Una decisión razonable y perdurable.

He pisado muchas cáscaras de huevo; he resbalado y caído una docena de veces por espacio de veinte años; ya es hora de que abra esa puerta y deje salir esa costra que se atrincheró en mi duro corazón. Si no fuera por mi hija, no me sentiría capaz de hacerlo. He despertado de un mal sueño, no convertido en un horripilante insecto, sino en un encantador hombre maduro dispuesto a redimir sus pecados con una sonrisa y muchos anhelos por realizar.