jueves, 8 de diciembre de 2016

Me hace falta vitaminas

Un antiguo amigo fujimorista -por esta razón rompimos vínculos- le comentó a otro amigo en común que la noticia de los traficantes de órganos había sido perpetrado desde las bases de su partido. Obviamente, es uno de los psicosociales más utilizados de esta gente cuando quiere desestabilizar y desviar la atención de sus oscuros propósitos, como lo es la interpelación al ministro Saavedra, so pretexto de la millonaria compra de computadoras. Ja. El burro hablando de orejas. Los aprofujimoristas son tan conchanes que si lo hubieran hecho ellos, no pasaba nada y más bien se felicitarían por tamaña compra. indudablemente mucha gente está en contra de la reforma universitaria por los negociados que tienen en algunas universidades, que patrocinan y solventan sus campañas. Qué duda cabe que Manosdetijera Galarreta se la tiene jurada al ministro de Educación, uno de los pocos que ha tenido cierto éxito en esta cartera, porque va en contra de sus intereses, como ya se mencionó. Mauricio Mulder es otro, siempre atacando y haciéndose el machito tal cual búfalo de antaño, avalando la porquería bajo la alfombra. Y me extraña de este señor que despotricaba del fujimorismo y recolectaba firmas en contra de la reelección de Alberto Fujimori; ahora es un aliado de los "políticamente incorrectos". Donde hay nubes no necesariamente tiene que llover, señala el dicho; pero al parecer toda esa clase política que alguna vez fue adversaria, ahora pelan papas como si de hermanitos siameses se tratara. Interesante e inquietante.

Este amigo también comentó que están haciendo una campaña de desmoronamiento contra el gobierno de PPK, siguiendo una política de revancha dirigidos por la Puppet Master con trabajo desconocido. La misma que vendió la imagen del cambio, de la tolerancia, de la reconciliación y del mea culpa. ¿Y qué hicieron? Tápers con dinero, audios trucados, blindajes, campañas financiadas con dinero, dizque, de cocteles a 1500 soles la bizcotela, etc. ¿La depresión es cosa de perdedores? Sí, me parece que ese libro  ya lo he leído en alguna parte.

Sin duda, este gobierno también tiene sus cositas. Hay que ser sinceros. El crimen sigue avanzando, robos, sicariato y mujeres víctimas de agresiones es el pan de cada día en nuestra sociedad. Y al parecer no tiene cuándo terminar. ¿Quién es el ministro del Interior? ¿José Feliciano? ¿Miguel Barraza? ¿Jack Torrance? Una cosa es criticar al gobierno anterior desde los medios de comunicación, lanzando recetas de seguridad ciudadana como todo un experto en la materia y otra muy distinta es ensuciarse los zapatos en el campo de batalla. ¡Hasta ha escrito libros sobre el tema! ¿No vieron su cara en la juramentación de ministros? Estaba más asustado que pavo en Navidad. Parece que todavía no se convence que es el ministro del Interior. Para él es mejor dar recompensas que formar un equipo de inteligencia que rastree a los más buscados. Primero despotrica por la compra de los patrulleros en mal estado y al poco tiempo asegura que ya se subsanaron esos pequeños problemas. Mil quinientos vehículos revisados por un solo técnico en algo de un mes... ¡Carajo, eso sí es tener cancha!

Tenemos nuevo ministro de Cultura. A los aprofujimoristas les jode que un personaje tan reconocido y de una calidad humana como la de Salvador del Solar se haga cargo de una entidad que les ha importado un pedo ocuparse. A lo mejor querían elegir a alguien más cercano a su entorno, como Fiorella Cayo o el puma Carranza. Creo que hará una buena gestión, siendo actor y cineasta, además de abogado. Tal vez para muchos no sea precisamente una credencial que otorgue confianza, pero el hombre tiene preparación y se necesita sangre fresca para replantear qué queremos hacer en este terreno. Bien por él y le deseo muchos éxitos en esta nueva etapa de su carrera.

No soy político. Mis intereses van en otra línea, como pueden ver al seguir este humilde blog de anotaciones diversas. Pero me jode que haya gente que quiera hacer lo que se le venga en gana con tal desparpajo, que me avergüenza ser peruano. Debemos trabajar en comunión, definir qué queremos para el país, olvidando los intereses personales. Cómo me gustaría vivir en un Perú diferente, donde las leyes se respeten, donde no haya tanta discriminación racial, sexual y de género, donde no desconfiemos de nadie y caminemos tranquilos por una calle sin pensar que puedan matarnos por un celular, donde no tengamos como congresistas a una cuadrilla de oportunistas que solo viven del voto que les proporcionó gente igual de incompetente, y que luego sale a las calles a pedir su cabeza.

Me gustaría vivir en un Perú donde el logro sea reconocido por tu esfuerzo no porque seas narco o hijito de papá, que haya mayor inversión en educación y salud, que se le dé oportunidad a todos, que se rehabiliten las instituciones y podamos elegir a nuestras autoridades con responsabilidad, con debate, con propuestas, no con ataques. Porque el peruano es experto en atacar al otro, creando conspiraciones, poniendo obstáculos, manchando honras... Creo que ese no es el Perú que deseo para mis hijos. Tal vez prefiera vivir como Viggo Mortensen y convertirme en un Capitán Fantástico para ellos. Pero no, necesito de Internet para seguir escribiendo y darles la pauta de cómo debemos cambiar el mundo. Una frase ingeniosa, una risa, una reflexión filosófica sobre el porqué de las cosas o responder preguntas que nadie se atreve formular. El día que mi Perú cambie, espero estar ahí cuando suceda.

viernes, 14 de octubre de 2016

Lo siento, me acosté con tu mujer

Se sentía vulnerable. Hacía una semana que había peleado contigo y fue a buscar una voz amiga que la escuchara y comprendiera su situación. Como pasé por lo mismo creyó que tenía la autoridad para aconsejarle sobre estos casos. Sin embargo, su frágil semblante no era consecuencia del desgaste en su relación, sino de los fantasmas que la oprimían y no la dejaban ser ella misma. Comprendí en aquel momento que nunca fue feliz a tu lado y trataba de complacerte solo por el hecho de ser tu mujer y cumplir un protocolo social que le inculcaron desde su niñez. Las madres, como siempre, tratan de gobernar la vida de sus hijos con las comodidades que pueden encontrar en un hombre de buena posición. La que se casó contigo no fue Karla, sino tu suegra; fue ella quien la obligó a despojarse de su libertad para seguir siendo la niña de sus ojos. Una vil hipocresía.

Karla estaba convencida que lo de ustedes no tenía remedio. Luego de cinco años, creyó que ya era el momento de decir basta y buscar la mejor manera de concluir esta historia. Me sorprendió mucho que lo tuviera guardado durante tanto tiempo sin que se le notase la herida o el rencor hacia ti y los demás. También estoy incluido. Me culpa por haberlos presentado. Creí que se entenderían, pero no pensé que las exigencias de su madre hayan influido en la decisión final. Sé que para ti es la mujer de tu vida, que la consideras parte de tu empresa y tienes muchos planes futuros con ella, pero creo que si la escucharas y comprendieras su punto de vista, tal vez las cosas terminasen bien sin necesidad de llegar a los extremos.

Esa noche estaba insufrible. No dejaba de llorar ni hablar de lo maravillosa que hubiera sido su vida si su madre la hubiera dejado ser ella misma. "Ser ella misma". ¿Qué significaba eso? Su sueño era viajar a Francia y dedicarse a la música. Si en realidad ese era su sueño, pues yo quiero dedicarme a la comedia stand up. Ya no estamos en los 90, pero la chica se había estancado demasiado que le daba la espalda a la realidad.

Mientras lloraba sobre mi hombro y trataba de consolarla, no pude evitar sentirme tentado por acariciar esos hermosos glúteos que sobresalían bajo esa falda de cuero rojo. Y era extraño que haya venido a verme tan bien producida, que una leve sospecha se apoderó de mí. Sí, el venir a que la escuchara era un buen pretexto para desahogar tantas frustraciones. Sin más preámbulos, nos besamos y dijo que nunca había besado a nadie más después de ti. Yo era el segundo con quien lo hacía. Y realmente que estaba desesperada.

Te pido disculpas por lo sucedido. Te diría lo mismo que se dice en estos casos: "fue sin querer". Pero no fue sin querer. Los tres lo quisimos. Ella y yo nos dejamos llevar por el momento, y tú por no haberla comprendido. Espero que tú sí sepas comprender. Y con esto no quiero decir que ella prefiere estar conmigo, no, nada de eso; ella quiere su libertad y desea experimentar muchas cosas que no ha podido hacer en estos últimos años. Es tan joven e ingenua y hay que darle el beneficio de la duda.

Solo deseo que ambos arreglen sus diferencias y encuentren el camino de la comprensión y la amistad. Después de todo, somos amigos y creo que las cosas deben ser abiertamente sinceras por el bien de todos.

Sin nada más por el momento, me despido.

Carlos

viernes, 23 de septiembre de 2016

Las revelaciones del profesor Vetusto

Escribir es una tarea difícil. Bien lo sabía el profesor Vetusto cuando intentó infinidad de veces componer un simple párrafo sobre las lecciones de vida que impartió a sus alumnos a lo largo de los años. No era la primera vez que las palabras eran escasas y sus sentimientos agolpaban su pecho y emoción de compartir un momento congelado en el tiempo a través de la palabra escrita. Era indudablemente un erudito y teórico experimentado que le faltaba la esencia de la diversificación. Muchos de sus colegas ya habían publicado sendos libros de enorme intelecto e imaginación desbordante. ¿Por qué no así Vetusto?

Elejalde Vetusto nació en un pueblito al norte de Barcelona. A los diez años, junto con sus padres, emigró hacia las costas sudamericanas en busca de un mejor futuro luego de producirse la guerra civil, que aún varias generaciones de expatriados recuerdan con rencor y tribulación. Pero para un niño de esa edad, era difícil comprender el significado de aquel conflicto, cuyos resultados fueron desiguales desde el punto de vista social, moral y político en la península europea. Desde entonces vivió como un peruano que añoraba sus raíces y que, por esas casualidades del destino, decidió adoptar como suyas las nuevas costumbres que su círculo de amigos mostraba, como la cultura en todas sus expresiones y el sentimiento muy limeño de hacerse de amigos muy fácilmente. Ya en su juventud tuvo la vocación literaria de su padre; había leído infinidad de tomos y libros de historia, geografía y lenguas nativas, que pudo rescatar durante su éxodo personal. Se especializó en lingüística y semántica en la Universidad Mayor de San Marcos e hizo otras especializaciones dentro y fuera del país. A los cincuenta y tantos años le fue conferida una cátedra y desde ahí enseñó lo que sabía hacer bien: contar la vida desde su punto de vista lúdico y fantástico. Sus reminiscencias eran aceptadas con comentarios divididos y mayoritariamente aplaudidas, que un ávido estudiante le propuso que las publicara como novela o ensayo. Eso despertó la curiosidad del viejo profesor.

Sin embargo, todo ese tiempo invertido no pudo ser más frustrante que las veces que intentó recopilar las cartas que su madre escribía a su abuela, cuando esta decidió quedarse en su tierra y apoyar a Franco pese a las críticas que recibió de varios familiares que huyeron a otros rincones del mundo. Aquellas cartas fueron una aproximación a sus más grande anhelo: escribir la historia de su familia. Y no pudo concretarlo, porque no sabía por dónde empezar y cómo utilizar el lenguaje que había aprendido como estudiante y que impartía como profesor. Una difícil dicotomía sin visos de gestación.

Una tarde, en medio de su acostumbrada cátedra, divagó por un momento sobre la importancia del mensaje en la literatura, especialmente para aquellos que la toman en serio y sienten la necesidad de expresarse con un estilo aprendido gracias al esfuerzo y a la práctica.  "Escribir -decía- no es solo contar una historia, es saber cómo contarla para captar la atención del lector". Jamás puso en práctica dichas palabras, porque las personas nacen con un talento sin comparación; y el talento del profesor Vetusto era crear nuevos valores. Era su mayor orgullo.

Cuando me enteré que había fallecido, el 17 de setiembre, no pude evitar soltar una lágrima por mi viejo maestro. Habría cumplido noventa años este 27 y la universidad pensaba rendirle un tributo especial por sus años al mando de la cátedra de Literatura y Lingüística, que tuvo que dejar por el límite de edad y porque necesitaba tiempo para escribir sus memorias tomando como base la correspondencia entre su madre y su abuela. Para ese entonces se le veía muy sano y lúcido como era habitual en él. Su sentido del humor se reflejaba en sus rasgos siempre atentos y risueños donde se le encontrara.

Antes de morir había dejado un sobre para mí. Fue una sorpresa y un honor tener un documento dirigido a mi persona, al más impersonal de sus alumnos, que de inmediato abrí para saber de su contenido. Era una carta de su puño y letra, y que comparto con ustedes:

Estimado alumno:
La estupidez es la más grande de todas las virtudes subestimadas del ser humano. No hay por qué sentirse estúpido ni miserable por cualquier bagatela que no podamos desarrollar ni considerar como una herramienta infalible de aprendizaje. A lo largo de los siglos y desde que se inventó la escritura, el hombre ha podido contribuir en que la historia permanezca viva a través de documentos y bibliografía diversa y especializada, que es imposible compilarlos todos en una biblioteca. Basta con una caja de fósforos para comprender que la luz nos llega de cualquier forma. Y eso, mi estimado, es una cualidad irrepetible. 
A lo largo de mi vida he sido portador de nuevas teorías que han ilustrado mis conocimientos hacia ustedes, y que han respondido debidamente con cada ejercicio y trabajo encomendado, que me llena de orgullo descubrir que hay variedad y tendencias expresivas únicas, cosa que jamás podré plasmar sobre un papel ni mucho menos en un ordenador. Mi edad ya no da para más con estas tecnologías de locos.
Creo que te equivocas al afirmar que las generaciones van perdiendo interés por la lectura a medida que la tecnología se apodera de la mente de las personas, que solo le dedican tiempo completo al celular, a las tabletas y otros artefactos de esos que va alienando a generaciones enteras. Hay tiempo para leer, como tiempo para escribir. Yo lo he querido hacer. Lo he intentado de todas las formas y de todos los ánimos posibles. La enseñanza lo es todo para mí, debo confesarlo, pero también siento mucha pena de no lograr completarla con ustedes, y contigo especialmente. ¿Por qué? Porque eres estúpido, en el buen sentido del término, sin que por ello pueda generar en ti cierta animadversión ante este descubrimiento que he logrado recopilar. Es lo más lógico.
¿Por qué creo que eres estúpido? Porque no tienes convicción en lo que haces. Te he respetado y he valorado tu entrega en los cinco años académicos que estuviste conmigo, pero no era lo suficientemente estimulante ver cómo te degradabas con todo ese aire a lo Holden Caulfield, mezcla de Bukowski y mala parodia de Hemingway, que desperdiciabas por completo tu vena realmente creativa con cada mamotreto que escribías. Vamos, creo que La foca era una sucesión de frases publicitarias con el solo fin de impresionar; mientras que en El viaje perfecto era una clara alusión a Kerouac, en La mala semilla solo logras arrancar una carcajada en las treinta y ocho páginas que la componen. Ahí no radica tu estupidez. Te crees listo porque crees que te consideran inteligente por el juego de palabras que ni tú mismo entiendes; así dejas entrever que lo tuyo es la ostentación y no el arte propiamente dicho.
Pero seamos sinceros, tienes pasta; te tomas en serio lo de escribir. ¿Quién lo dice?, te estarás preguntando. Tienes razón, no tengo autoridad moral por no haber escrito nada en sesenta años; pero sí tengo la autoridad de restregar en tu cara la falta de seriedad con que tomas este asunto. Porque soy tu profesor y quiero lo mejor para ti. Y creo que debes buscar tu propia voz, tu propia visión. Encuentra tu camino no en la carretera de la autocomplacencia ni del tributo gratuito. Es bueno tener héroes, mas no así que sean ellos los que dicten tu conciencia, eres tú quien debe hacerlo al resto de mortales que te leerán de aquí a un par de años. Y sé que lo vas hacer.
Tal vez esto sea lo único que escriba. No es la mejor manera de debutar, pero tenía que expresar esta inquietud que me ha perseguido desde que escribiste Pensión de dos y me subió la presión por las vulgaridades que describías en aquella escena lésbica entre las dos ardillas que vivían en el closet del protagonista. ¿Qué querías demostrar? ¿Cuál era el punto? Hasta ahora no entiendo lo que quisiste decir con eso. ¿Era metáfora? Nunca lo sabremos.
Espero que mis palabras sirvan para clarificar tus perspectivas. No lo tomes a mal, simplemente quiero complementar tus estudios con algo de estimulación urticante como lo llamo yo. Puedes pensar en lo que quieras. No olvides que tu talento es innato y sabes construir historias, pero lamentablemente sin sentido, y tienes que darle sentido para que trasciendan. No desperdicies tu tiempo en imitar a los otros, sé tú mismo. Lo mismo le dije a tu compañera, esa que siempre usaba botas y medias de colores, que la hacían ver como una puta italiana. Sabes a quién me refiero. Bueno, ahora vive en Roma y le está yendo bien en una revista, según me cuenta. Pero no quiero que termines en un empleo remunerado pero sin ambición. Es mejor tener ambición que ganar dinero fácil.
No quiero desalentarte. Solo deseo que recapacites. Sin otra razón para saber de ti, me despido. 
Elejalde Vetusto.

Viejo de mierda.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Tal vez lo cuente mañana (Final)

9.32 p. m.

El joven oficinista dejó a Elena a dos esquinas del departamento. Había tensión en ellos y era natural que las cosas terminaran de esa manera, esa misma noche, luego haber tenido una intensa y agotadora experiencia. La inesperada aparición de Esteban Céspedes supuso entre ellos una mezcla de sentimientos que no tuvieron tiempo de digerir ni de expresar. No había más qué decir. No era necesario. Después de todo, mañana sería otro día, según las propias palabras de su heroína Scarlett O'Hara. Elena lo sabía, tendría que pasar el vergonzoso trance de verlo en la oficina, como si no hubiera pasado nada, como si las cosas entre ellos empezaran de cero, previas a esa taza de café y al coqueteo libidinoso del cual no se arrepentirían jamás. Un hasta luego o un adiós, como sonara mejor antes de dar media vuelta y regresar al aburrido encanto de Víctor y soportar sus ronquidos o su mal olor. Al fin y al cabo, era su marido y debía estar con él, quizá porque estaba destinada a ello.

Solo bastó un beso en la mejilla y evitar una de esas bochornosas escenas de despedida. Ya tenía mucho con qué explicarle a Víctor de su desaparición, y estaba buscando el pretexto perfecto para hacerlo. Y regresó en silencio a su "dulce morada", sin mirar atrás, obviamente, dejando el pasado, dejando el atrevimiento... dejando el deseo.

8.45 p. m.

Elena no dejaba de mirar hacia la mesa de Esteban Céspedes, quien se ocupaba de unos apetitosos macarrones en salsa boloñesa oculta en queso parmesano. Su imaginación volaba y era habitual en ella tener esos sueños despierta, mientras su piel recibía todas esas vibraciones que la afectaban completamente. Ya lo había experimentado en el Metro, en la oficina con su jefe y con su compañero. Cómo podía ser partícipe de aquellas cosas si su vida con Víctor era una bufonada, que si aquel espécimen de al lado no se levantaba y la cogiera delante del resto de comensales, la noche no tendría sentido. Se puso de pie, caminó hacia él y con una sola mirada lo invitó a que la siguiera a los servicios higiénicos. ¿Y su compañero? ¡Al carajo con él!

No tardó ni tres minutos en aparecer por esa puerta. Aunque el baño era pequeño, bastaba para sus propósitos. Elena se había quitado las bragas y lo esperaba apoyada en el lavabo. A Esteban solo le bastó bajarse la cremallera y penetrarla con fuerza, que tuvo que cubrirle la boca para que no tuviera que gritar por el dolor. No había lubricado lo suficiente; pero qué más daba. Lo hicieron rápido y sin perder una sola gota de sudor. Aquel deseo incontrolable se hizo realidad; era el premio a su paciencia. Entonces, con sus vigorosos brazos la levantó y la llevó contra la pared, sacudiéndola de arriba hacia abajo, hundiendo sus firmes dedos en sus glúteos y su lengua húmeda dentro de su boca, le quitaba el aliento y acallaba sus gemidos. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué no lo había conocido antes? ¿Por qué tenía que suceder ahora? Cuando sus entrañas se estremecieron y su vulva apretaba con fuerza aquel pene enhiesto, comprendió que todo había terminando... placenteramente. Al poco rato, regresaron a sus respectivas mesas, como si nada hubiera ocurrido.

Claro que, para desgracia del joven, la noche ya había terminado cuando Esteban Céspedes puso un pie en el restaurante. Era imposible no darse cuenta de las circunstancias ahí escenificadas. El rostro de Elena evidenciaba un rubor revelador, que no necesitó mayores explicaciones; además, su situación era la misma y no había por qué reclamar ni hacerse el ofendido. Sin embargo, quería ser el único, y no hay peor cosa para un hombre que otro le pise los talones, teniendo que soportar el hecho de que fuera mejor que él. Y claro que lo fue. Las comparaciones resultaron ser el secreto mejor guardado de Elena.

9.15 p. m.

Esteban Céspedes fumaba camino a la estación del Metro. La noche estaba despejada y corría aire fresco. Era imposible no volver sus pensamientos hacia aquel momento en particular, en el pequeño baño del restaurante. Lo que más le intrigaba era aquella mujer que había visto temprano y que volvía a encontrar en una situación que no tenía previsto ocurriera, al menos, no de la manera como hubiera querido. Estuvo de acuerdo en terminar aquella fantasía no sin antes terminar las de ella. Fue demasiado brusco para desencantarla, que su frustración se vio reflejada en los resultados. Pensó, entonces, que algo no marchaba bien en su casa... o en su cabeza. Si la hubiera golpeado, eso no cambiaría las cosas; quizá para ella sería un despertar más grotesco que desencadenaría una espiral hacia un mundo más oscuro y perturbador. No. Era demasiado. Era la voz que una vez más le repetía que tuviera cuidado, que se alejara lo más pronto posible de los problemas. No deseaba ser partícipe de la decadencia humana. No deseaba convivir con aquella pesadilla. Sabía que tarde o temprano debía enfrentarse a sus fantasmas del pasado y ya no deseaba luchar contra ellos. Ni bien subió a la rampa de la estación, no lo pensó dos veces. A pesar de las recomendaciones del inspector que se mantuviera detrás de la línea amarilla, se dejó caer bajo las ruedas del tren. Eso fue todo. No más dolor. No más preocupación.

9.45 p. m.

Apenas abrió la puerta, Víctor fue a su encuentro. El tipo estaba pálido y desencajado. Ni las preguntas ni las palabras de reproche perturbaron el caminar pausado de la mujer hacia el dormitorio. Era como si no lo escuchara, o intentaba no escucharlo. Sus pensamientos estaban fijos en cómo había liado con esas frustraciones que la habían rondado durante el día y le dieron la oportunidad de dejarlo atrás en menos de cinco horas. Ni siquiera le importó que Víctor la insultara, que le dijera puta y con cuántos hombres te habrás acostado y demás bla bla bla, que le resultó jocoso en lugar de indignante. Se desvistió, se dio un baño y se perdió bajo las sábanas. Víctor ni siquiera se había acostado, estaba sentado en el filo de la cama, esperando que esa mujer, su mujer, le dijera algo al menos satisfactorio y terminar la situación con broche de oro sin considerarse un estúpido.

-Apestas -dijo Elena-. ¿No te lo he dicho?

Víctor no supo qué decir. Tal vez esa sea la razón, pensó. Tal vez el hedor era insufrible que prefería andar por ahí en lugar de vérselas con sus miserias. No se atrevió a pedirle disculpas, ya que necesitaba saber dónde había estado y era ella la que estaba en falta. Al no tener más comentarios, se metió en la ducha, se puso desodorante y algo de colonia y se acostó a su lado. Elena le daba la espalda, con las manos debajo de la almohada y pensando en el pene de Esteban Céspedes. Era un submarino comparado con el yate de su compañero y la canoa de Víctor, al que siempre vio como un borrador Faber-Castell.

-¿No vas a decirme nada? -preguntó Víctor al oído, casi susurrando.

-Tal vez -dijo ella-... Tal vez lo cuente mañana.

Esa noche, no solo fue el fin de una relación insatisfactoria, sería el inicio de una vida dedicada al goce y a la satisfacción personal, que no dudaría en frecuentar a su jefe o a su compañero de oficina, sin importar que el lado derecho de la cama estuviera vacío. Por primera vez, después de cuatro años, supo que tenía una razón para considerarse una mujer completa y auténtica. Y no era difícil. Era cuestión de buscar y encontrar. Y sabía dónde hacerlo. Cerró los ojos y agradeció porque la noche llegaba a su fin.

domingo, 28 de agosto de 2016

Tal vez lo cuente mañana (Parte III)

7.37 p. m.

El celular marcaba ocupado y Víctor ya perdía la paciencia. Se preguntaba hacía más de media hora dónde podría estar Elena. Nunca se atrasaba, y su mayor preocupación era no tener respuesta al otro lado del hilo telefónico. ¿Se habrá acabado la batería? O, lo más lógico, ¿le habrán robado? Al menos, si llamara para avisarle de cualquier eventualidad regreso del trabajo. Era la primera vez que se sentía desubicado y falto de iniciativas para dar con su paradero. No tuvo más remedio que llamar a su oficina, cosa que jamás había hecho ni tenía por qué, pues, no había necesidad. Sin embargo, ya era demasiado tarde para buscar respuestas. La única persona allá en la oficina era el agente de seguridad, quien explicó que los empleados se habían retirado temprano. Extraño, muy extraño, pensó Víctor.

6.12 p. m.

Las sábanas estaban sudadas. Los cuerpos entrelazados jadeaban luego de un encuentro carnal como nunca lo hubieran sospechado; especialmente Elena. Por primera vez se sentía realizada como mujer, pues el hombre que tenía al lado la recompensó con maestría ante las ansias que necesitaba sucumbir desde la mañana. Y lo más importante: era versátil, imaginativo, tenaz e incandescente. Tenía unas manos suaves que al recorrer su cuerpo la electrizaban. Alcanzaba el éxtasis con tan solo jugar con la yema de los dedos sobre sus muslos y pezones. Y el clítoris, por Dios, era una pera de boxeador que manipulaba a su antojo con su lengua. Pasión y revelación absolutas. Pobre de Víctor, pero este tipo era un campeón.

Apenas salieron de la oficina se internaron en un cuarto de hotel cercano. Ni bien llegaron copularon contra la puerta, aun vestidos. Ya desnudos, continuaron sobre la cama, mirándose en el espejo, cómo ella cambiaba de expresión con cada colosal demostración de testosterona dentro de su vagina. Una, dos, tres resplandecientes contorsiones orgásmicas para definir este encuentro como colosal. Tío, tú sí que la sabes mover, dijo Elena, recuperando el aliento. Ni bien terminaron, empezaron otro round.

Esa tarde no le apetecía volver con Víctor. Ya tendría una salida para evitar las preguntas inquisidoras de su paradero. Es un huevón. Cree todo lo que le digo, explicó Elena a su compañero, camino a un buen restaurante. Un filete de res era propicio para recuperar las energías. Y no le faltaba razón. Tenía derecho de disfrutar lo que no encontraba en casa.

-¿Y por qué estás con él? -preguntó el tipo.

-Seguridad, supongo -respondió ella-. Tiene depa y yo aun no estoy en condiciones de comprar o alquilar uno. Y, bueno, es mejor eso que seguir viviendo con mis padres. No los aguanto.

-La historia de todos -dijo él, mientras reía.

8.29 p. m.

Encontraron un restaurante pequeño, íntimo, donde podían dar rienda suelta a su coqueteo sin que a nadie le importara, ni sentirse intimidados por ser descubiertos. Eran ellos, al fin y al cabo. Pidieron un suculento plato que compartieron junto con un pisco sour, recordando algunos pasajes de sus aburridas historias universitarias o familiares. Él era el mejor alumno de su promoción y terminó ocupando el primer lugar de ella, recibiendo honores por su labor estudiantil, que terminó en España y Francia estudiando una maestría en finanzas y gestión institucional, que muchos previeron una floreciente carrera allá por Europa. Sin embargo, el sentimentalismo primó antes que la ambición y regresó a su tierra para instalarse en una buena empresa. Mientras tanto, aceptó su actual puesto como un pequeño impulso a su planificado futuro que ya empezaba a tomar cuerpo. Lo importante es que no titubeaba al decidir qué era bueno para él. El truco en este negocio -pensaba- es seguir adelante, sin mirar atrás ni distraerse con el qué pasaría si... Era muy vehemente. Una virtud que hoy son pocos los que la practican.

La charla empezaba a calentarse con susurros indiscretos y caricias furtivas bajo la mesa. Fue en una décima de segundo que Elena desviaría la mirada hacia la puerta del local cuando sus emociones cambiarían radicalmente. Vio entrar un rostro conocido y no tardó en retomar la postura serena del principio, manteniendo la mirada fija en el recién llegado. Ambos se reconocieron, definitivamente, porque el hombre permaneció de pie mirándola con atención, pensando si era ella en realidad. Avanzó hacia una mesa cercana y tomó asiento. Pidió algo para comer sin dejar de mirarla, sin importar que a su lado había un insufrible novato que le resultaba insultante semejante osadía. Así sabría quién es el macho alfa en esta historia. Al fin y al cabo el idiota no diría ni haría nada, porque no era el marido; se notaba a leguas. Habían cogido, por el olor a jabón barato, una señal inequívoca de falta de compromiso. Obvio. Era una cucaracha.

(Continuará...)

domingo, 21 de agosto de 2016

Tal vez lo cuente mañana (Parte II)

6.25 a. m.

La cucaracha se debatía entre la vida y la muerte; pataleaba boca arriba mientras recibía aquel chorro de insecticida que cerraba sus vías respiratorias y la sometía a una parálisis fulminante. No fue buena idea abandonar su escondrijo y dar un paseo por esa inmaculada cocina. Era obvio que el dueño la mantenía libre de impurezas; de lo contrario, no se hubiera molestado en darle a su visitante una ponzoñosa muestra de su hospitalidad.

El sadismo con el que sometía a su víctima lo reducía a la mínima expresión de un ser humano, reflejado en su fría mirada, sin emociones, sin remordimientos, sin redención. Tumbado en el piso, a Esteban Céspedes le bastó unos segundos comprender que aquel insecto moriría por las razones equivocadas. ¿Las cucarachas lo entenderían? Claro que no, los insectos no tienen conciencia. Era simple lógica darwiniana: O se adaptan al entorno o morían por uno más grande y fuerte. Y de eso estaba muy convencido. Una razón más para despreciar a su propia especie.

Puso el pote de insecticida a un lado del cadáver. No dejaba de estudiar cada centímetro de su efímera existencia mientras enfrentaba su propia realidad: resolver los problemas del mundo engendrando más violencia. ¿Se consideraba violento? ¿Exterminar a un simple blátido lo definía como tal? No si era provocado. He ahí el porqué de su soledad. Había vivido solo desde los veinticinco años y, desde que se mudó a aquel departamento, era la primera vez que tenía visitas. Irónico. Con ayuda de una escoba y un recogedor, depositó al occiso en su última morada y jaló la cadena hasta perderse dentro de un remolino de aguas incoloras directo a las costas del Callao. Trapeó el piso con lejía aromatizada hasta dejarlo tan pulcro y reluciente, que formaría parte de uno de sus chistes privados.

Se bañó, se cambió y se preparó el desayuno, tal como lo venía haciendo puntualmente hacía quince años, en el confort que le había proporcionado su trabajo y del que fue separado unos meses atrás cuando las cosas se pusieron feas en casi todo el mundo con eso de la crisis económica. Sus servicios fueron innecesarios y recibió una pequeña indemnización que no valía el esfuerzo ni la dedicación que dejó como pilar en la institución. Un golpe que no pudo perdonar a quienes le consideraban "un elemento imprescindible y valioso para la empresa". El dinero se agotaba y las oportunidades de empleo eran esquivas por razones que le desconcertaban, si no era por el límite de edad era por la falta de experiencia que el mercado exigía hoy en día. ¿Qué hacer entonces?

Quiso matricularse en cursos de actualización o estudiar una carrera alternativa; pero el estudio no era lo suyo. Era un hombre de acción, se había hecho a través de la experiencia y del conocimiento intrínseco, permitiéndose entrar en las grandes ligas, que una cátedra no bastaba para sus propósitos. Todo eso quedó atrás. Y se dio cuenta que no era un asunto económico, era un asunto de actitud, de personalidad. Era un tipo difícil, conflictivo, de energía oblicua que no cuadraba en el área donde laboraba. Y la mujer que tenía por jefa era la quintaesencia de la intolerancia y la sinrazón, que lo convenció de su irascibilidad y falta de entusiasmo. Sin embargo, el problema radicaba en que ella había convertido la oficina en un matriarcado, desconociendo la igualdad y la equidad de género. El único hombre frente a un grupo de valquirias que se posesionaron de la oficina y le sometieron con más carga de la que podía ejecutar, con la única intención de sofocarlo y cansarlo. Al ver que no rendía como se esperaba, fue el pretexto perfecto para darle el tiro de gracia. No contenta con ello, la mujer hizo toda una campaña mediática con el fin de desprestigiarlo ante cualquier empresa que le diera trabajo. Y, según su escala de valores, eso era legítimo.

Sobrevivía el más adulador, el más infidente y leal vasallo contra aquellos que no pregonaban el mismo mensaje arcaico y cuadriculado. Era historia antigua sin vuelta de retorno. Deseó ver su situación como un mero traspié, sin pasar por alto las verdaderas intenciones de aquellos que decidieron darle la espalda solo porque desconfiaban de él. Mal hizo su madre aconsejarle con su frase lapidaria: Si quieres caerle bien a los demás, sonríe. Una lección que, en la práctica, no le serviría de nada. Vivir como Gwynplaine era lo mismo que llevar una máscara y ser otro, solo por complacer los deseos o caprichos de otra persona. Tuvo que volver a sus instintos básicos para sentirse auténtico.

La primera vez que golpeó a alguien fue en un restaurante. Una mujer fue víctima de su furibundo marido solo porque a este le encantaba coquetear con las meseras, pero le disgustaba que le hicieran una escena de celos. La cosa se salió de control y nadie parecía querer inmiscuirse en el asunto, menos aún cuando la manzana de la discordia se escondía tras el mostrador. A pesar de las advertencias de los mozos, el marido parecía no importarle maltratar verbal y físicamente a la mujer frente a todos, que casi estaba segura volverse una estadística más de la brutalidad masculina. De no ser por su oportuna intervención, Esteban Céspedes tendría una historia distinta que contar. Solo le bastaron dos empujones para amedrentar al tipo, sacarlo del establecimiento y aplastarle la nariz contra su puño que, hasta el día de hoy, al pobre infeliz le debe seguir doliendo.

Esa era su naturaleza. Y no era nada agradable vivir con ella. 

Terminó su desayuno, tomó sus cosas y salió. Estaba a tiempo de coger el Metro. Mientras observaba el paisaje de una ciudad muerta, deslucida, fría e incolora, no dejó de pensar en lo equivocada que estaba su madre. No necesitaba sonreír para ser alguien. Ya lo era. A su manera, claro está. No le importaba nada más que sentirse bien consigo mismo. Pudo haber dejado vivir a la cucaracha, porque no le hizo ningún daño. Pero así era él. Había algo en esa cucaracha que lo obligó arrancarle la vida. Tal vez porque veía a la sociedad reflejada en ella. ¿Consideraba a la sociedad una cucaracha? Habría que preguntárselo. No pudo evitar sonreír, señal inequívoca que la catarsis había dado sus frutos.

Antes de bajar en la siguiente estación, no tardó en darse cuenta que una joven le observaba. Era de una belleza que se destacaba del resto de muchachas. Y las conocía por montones. De una cosa sí estaba seguro: esta era inalcanzable. Bajar del tren fue lo mejor... para ambos.

(Continuará...)

domingo, 14 de agosto de 2016

Tal vez lo cuente mañana

5.15 a. m.

Hacía meses que Elena no disfrutaba de un buen polvo al lado de su pareja. No recordaba haber tenido un orgasmo después de que su vida adulta empezara a tomar fuerza. Desde que decidió vivir con Víctor, el sexo resultó uno de los momentos menos gratificantes que había encontrado, como si le estuviera haciendo un favor a su masculinidad. No veía la hora de abandonar la cama y sacarse todo ese olor pestilente. No había cosa más desagradable que soportar a un hombre poco habituado a la higiene, que se convencía a sí misma que las mañanas no eran propicias para el coito. Será la última vez; lo juro, pensaba, mientras el tipo se regodeaba dentro de su vagina sin siquiera sugerir cambiar de posición, cosa muy elemental dentro de sus cánones sexuales. Sin embargo, cuántas veces lo habría dicho luego de caer en el embrujo de la lujuria, buscando esa satisfacción que le seguía siendo esquiva.

En cambio, ella era pulcra, aseada, preocupada por su apariencia hasta en los momentos menos glamorosos —se veía bonita inclusive con gripe—. Su inmaculada cabellera negra iba a la par con sus pómulos pecosos y sus resplandecientes ojos almendrados; sus labios color carmesí protegían una dentadura que alguna vez sufrió por los incómodos brackets; y su espigada silueta era una delicia a los ojos de un variopinto séquito de admiradores, que le era muy difícil controlar sus deseos reprimidos, sin levantar sospechas de su insulso compañero, el que seguía meneando la pelvis a ritmo del Don't Be Cruel de su ídolo de toda la vida.

Sí, su problema radicaba en que era demasiado complaciente con los demás, hábito que arrastraba desde niña y que ya lo había convertido en una marca registrada. Afortunadamente, Víctor se vino enseguida, agradecido por este momento tan sublime que, mientras permanecía tumbado en la cama, ella fue tras esa ducha caliente por la que tanto soñó. Era la única manera de estar lejos de aquel tipo, de sus caricias, de sus mimos, de su insoportable hedor a escroto. Apenas se vistió, salió raudamente sin siquiera despedirse. Fue lo mejor. Un motivo más para devolverle la llamada a aquel amigo de oficina con el que tanto deseaba salir.

Alcanzó tomar el Metro. A esa hora de la mañana, la afluencia en la Estación de La Cultura era propicia para abordar el vagón sin el tropel matutino que le pisaba los talones en otras oportunidades. Se distrajo con el panorama que dejaba en el camino, más aún cuando toda su atención se depositó en aquel hombre de mirada adusta, sumido en pensamientos ajenos a los de cualquiera. Lo que le atrajo de él fueron sus cejas pobladas y oscuras, que le daban profundidad a su mirada. Sus labios carnosos y pétreos la habían conquistado enseguida que, en pocos segundos, ya alucinaba tenerlos junto a los suyos. Entendió que el ansiado placer que buscaba lo había encontrado de repente en aquel desconocido. Las posibilidades de abordarlo y quitarle su espacio la hacían desencantarse de su propia lascivia. El candor de sus emociones la convertían en una mujer vulnerable, ávida de afecto y comprensión. No quería ser una válvula de escape, quería ser amada, deseada, poseída salvajemente por aquel extraño. Cuando el tren se detuvo dos estaciones más abajo, el ángel de sus sueños salió con rumbo desconocido. Sus anhelos se desvanecieron como una hoja llevada por el viento.


7.55 a. m.

Al llegar a la oficina, Elena no pudo terminar de instalarse en su escritorio. Su jefe pidió verla apenas la vio entrar. Sin mucho protocolo, anotó en su libreta una orden de compra que le fue dictada al detalle, con una prolija redacción que no necesitaba recurrir a la taquigrafía: cuatro millares de papel bond, cinco cajas de grapas, un número similar de clips, entre otros artículos de oficina. Mientras escribía, se percató que la observaba. Llevaba puesta una minifalda que relucía sus robustas piernas necesitadas de bronceado. Con el apuro, olvidó ponerse pantis. No le importó, después de todo, porque la naturaleza le había proporcionado una piel impecable que no necesitaba depilarse, y se sentía orgullosa de ello. Le pareció halagador ser vista de esa manera. Nunca rehusaba un cumplido a su feminidad que, viniendo de su superior, era un triunfo personal. Aunque el hombre no tendría más de cincuenta años, muy bien llevados por cierto, no le quitaba el interés a los ojos de una mujer. Su contextura lo hacía ver elegante e imponente, y lo que más le gustaba eran sus manos, inmaculadamente cuidadas. Eso la volvía loca. Tenía una fijación por esos detalles, que estaba dispuesta a ser tocada sin considerar el ser señalada como una cualquiera. Por eso odiaba el sexo de la mañana. No podía controlarlo.


El jefe preguntó si se sentía bien. Había notado que sus mejillas estaban sonrosadas y su respiración entrecortada sacudía sus pechos, cuyos pezones se traslucían a través de la blusa, que pensó sería bueno refrescarse con un poco de agua. Salió de la oficina, no sin antes confirmar el pedido de compra.  Se encerró en el baño y sus dedos bajo las bragas hicieron su labor. Eso la apaciguó por un momento. La imagen de aquel hombre dándole con toda su humanidad sobre el escritorio era tan enfermiza, que tuvo que contener el grito de placer que le sobrevino luego del masaje táctil. Sería estupendo hacer el amor con este tío, pensó. Pero ella no hacía el amor. Ella follaba. Le encantaba esa palabra. La hacía sentir sucia.

La mañana fue tan ordinaria como en otras oportunidades. Habiendo enviado la orden a logística, se limitó a completar los informes pendientes. Tuvo la oportunidad de encontrarse con aquel amigo al otro lado del pasillo, mientras se servía un café del dispensador. Mientras hablaban de banalidades y la cursilería empezaba a ranciar el ambiente, Elena pudo oler su aroma, una mezcla a tabaco y loción after shave. Se dio cuenta entonces que había un bulto bajo sus pantalones, señal inequívoca que él también pensaba en lo mismo. Esa tarde, después del trabajo, salieron rumbo a un hostal a consumar la fantasía que había rondado sus mentes durante semanas.

(Continuará...)

viernes, 8 de abril de 2016

Coger, comer, dormir

Tal vez no fue la mejor manera de empezar la semana. Frank no quería pensar demasiado en las eventualidades que lo dejaron sin trabajo. Fueron cuatro años dedicados a una empresa que, de la noche a la mañana, optó por prescindir de sus servicios bajo el pretexto de la crisis y la reducción de costos. Claro, pero cuando ese dinero iba a manos del gerente, el desbalance se esfumaba como si nunca hubiera existido. Eso pasa por no ser adulador, sobón, patero, o lo que fuera, pensó Frank, mientras bebía café recién pasado. Felizmente pudo llevarse su cafetera. No sabría qué hacer sin ella. No entendía por qué algunas personas tenían la costumbre de buscar la confrontación e indisposición entre los empleados, queriendo de alguna manera alcanzar una posición más personal que laboral, como un requisito para caerle bien al jefe. El trabajo no cuenta en este caso. El chisme, sí.

El teléfono dejó de sonar en poco tiempo, y ya a nadie pareció interesarle. Típico, pensó Frank. Cuando estás en la cúspide, en tu mejor momento, no eres ajeno a sus requerimientos y atenciones. Eres un invitado recurrente porque tu sola presencia ameritaba disfrutar de tu encantador sentido del humor y todas esas bobadas que les gustaba a las mujeres. Menuda hipocresía. Cuando dio la mano, sin recibir nada a cambio, su generosidad era comentada en las redes sociales. Esas mismas personas ahora parecen estar demasiado ocupadas para atender una simple llamada o recomendación. Ahí es cuando uno aprende a identificar a los verdaderos amigos.

No le importó ser un paria. Podía vivir sin ninguna congoja, porque sabía de qué era capaz de hacer en circunstancias similares. Tuvo que aprender a sobrevivir y lo hizo tan elemental pero enriquecedoramente posible, que su espíritu era incapaz de decaer. Aún le quedaba la compañía de su amiga, con quien disfrutaba de extravagantes fines de semana en su dormitorio, además de charlas existenciales sobre el sexo y la lujuria.

Podían estar desnudos por todo el departamento, comiendo helado o bebiendo vino. Frank era bueno preparando aperitivos. Nunca faltaban. Su amiga estaba más que complacida, que un fin de semana era demasiado corto para dejarlo partir. No dudaba en quedarse con él el tiempo que creía conveniente, porque al fin y al cabo era su amigo, su amante, su hombre y compañero de juegos -así en ese orden-. Ya cuando las cosas se tranquilizaban, no había mejor forma de recuperar fuerzas que una siesta apacible, uno al lado del otro, sin que el tiempo se interpusiera en largas despedidas.

El desempleo le dio oportunidad de ponerse al día en cosas que había dejado relegadas por cubrir sus necesidades básicas. Recuperó el gusto por la lectura y la revisión de una novela inconclusa que debió haberla terminado hace diez años. Era el momento de hacerlo. Pero la mayor parte del tiempo lo utilizaba para visitar museos y conocer gente con la cual sentirse a gusto y empezar una conversación inteligente y nada comprometedora. Si las circunstancias eran propicias, podía terminar en un hotel o en su propio departamento con la mujer más interesante que hubiera conocido en años. Aunque prefería volver solo y encender la laptop y mover los dedos sobre el teclado, con vigor e inspiración, que luego terminaba bebiendo leche fresca directamente del refrigerador antes de ir a dormir.

Esta última semana debía reunirse con varias personas que se interesaron en su perfil. Estaba seguro que algunas de ellas podrían darle un trabajo, siendo el sueldo el punto más importante en estas entrevistas y la posibilidad de retomar su vida laboral de la mejor manera posible. La espera era un tanto desalentadora, pero confiaba en que volvería a pisar una oficina en el corto plazo. Mientras tanto, las elecciones del 10 de abril estaban a un paso y por las cosas que sucedieron en estos meses, era muy probable que se trataría de unas elecciones extrañas, enmarañadas y grotescas. Todos sabían a quién estaban beneficiando, pero se hacían de la vista gorda. Todo indicaba que ya estaba preparado de antemano y los demás candidatos eran las piezas que se necesitaban para dar el golpe maestro. Mientras no le faltara mujer, víveres y una cama limpia, Frank estaba seguro que vivir cinco años más valía la pena.

jueves, 31 de marzo de 2016

Batman v Superman: Dawn of Justice (¿Por qué los críticos la odian?)

Al fin pude verla. Esperé el momento con ansias, como la gran mayoría de los seguidores de estos legendarios superhéroes. Luego de que nos bombardearan en YouTube sobre supuestas teorías alrededor de lo que se iba viendo en los avances de la película, la expectativa, obviamente, recayó en la figura de Ben Affleck como el Caballero de la noche. Su inclusión en el filme se volvió tan viral que no faltaron las críticas y las burlas escatológicas de los acérrimos defensores del personaje de la DC Comics, inclusive mucho antes de la filmación. Hasta ahora nadie le perdona su deslucida caracterización de Daredevil en 2003* y creyeron ver esta oportunidad otra patinada más, lo que terminaría por arruinar la película. No fue así.

Durante la preparación del filme, las críticas no pudieron ser más desalentadoras para este actor, muchas veces subestimado e ignorado como tal, pero que ya ha demostrado que también puede hacerlo detrás de las cámaras. Y es que llevar sobre sus hombros lo que significó la interpretación de Christian Bale, en la exitosa trilogía de Christopher Nolan**, la valla era muy alta de superar. Y hay que ser sinceros, el Batman de Bale está lleno de dudas, conflictos y demonios interiores que lo hicieron ver más real, más auténtico, más entrañable a nuestra vista. Sin duda, las películas de Nolan se alejan del cómic, creando su propia visión, cuyas partes encajan a la perfección y que se distingue del resto de las demás películas de superhéroes.

En este caso, Ben Affleck nos devuelve al justiciero de la noche como lo habíamos disfrutado en las historietas, más oscuro, más letal frente a sus enemigos -las escenas de lucha son brutales en esta película-, dejando en claro que su Batman no tiene nada que ver con el de Bale, pues forma parte de otro universo, que la DC Comics se ha propuesto a relanzar desde Man of Steel, incluyendo a los demás integrantes de la Liga de la Justicia, que tienen una aparición poco ortodoxa en esta cinta y que cumplen con las expectativas.

La crítica le ha dado con palo a la película, no por Affleck, que ha demostrado ser un Batman cuajado y con personalidad; no, aquí el mayor "pecado" de Zack Snyder, su director, es el de mostrar escenas que dilatan el resto de la acción. Lo que aparentemente parecen imágenes inconexas, tiene su lógica. Nada es gratuito. El sueño apocalíptico, por ejemplo, es una referencia a Darkseid, el villano que formará parte de la siguiente Liga de la Justicia; la aparición de Flash, por otro lado, saltando el tiempo-espacio advirtiendo a Bruce Wayne del peligro que se viene... son pistas que nos van preparando hacia algo más colosal. Y espero que así sea, porque la Liga... tiene que ser la antítesis de los Vengadores de Marvel, que está más dirigido a un público joven, repleto de bromas y burlas hacia sí mismos, que los hacen únicos.

Y es ahí donde recae el disgusto de los "entendidos". La película es muy sombría, no hay chistes (salvo los ácidos comentarios de Alfred), no hay nada ligero. Y DC apuesta a ello, al igual que Snyder, porque su público es otro. Sus intenciones son más racionales, centrado a deconstruir a los personajes desde su interior y a la vez que participemos de sus motivaciones morales y personales. En una situación como la que se vive, el juicio que se le abre a Superman por los destrozos que dejó en su última incursión, no puede nadie descargar frases ocurrentes en medio del caos. Las autoridades y la población en general se preocupan por las consecuencias que Superman ha dejado a su paso, cuestionando sus intenciones. Como bien dijo una de las testigos de la comisión investigadora: "No le rinde cuentas a nadie". Hay motivos suficientes para desconfiar, a pesar que al propio hijo de Kripton hace caso omiso de lo que la gente piensa de él. El vive el sueño americano, rescata a gente inocente de incendios al otro lado del mundo, evita accidentes espaciales o rescata embarcaciones varadas en el ártico, si se quiere. Es la viva imagen del Mainstream que los Estados Unidos nos quiere vender cuando interviene naciones y sociedades a su gusto y conveniencia. Bruce Wayne/Batman es lo opuesto. Está convencido del peligro que representa Superman si no se le pone freno. Es el único que puede detenerlo, porque tiene los medios. No hay que olvidar que la tecnología está de su lado, lo que lo hace superior en estrategia y anticipación.

En el caso de Superman, ya lo mencioné, vive el sueño americano. No le preocupa mucho la crítica, porque es un ser superior que hace lo que dicta su voluntad, sin entender a ciencia cierta que sus hazañas también pueden poner en riesgo la vida de otros, siendo estas no intencionales que no perturban su sentido del deber. Y, claro, si a esto le agregamos su relación con Lois Lane, podremos decir que el hombre de acero tiene la cabeza caliente o, en términos más criollos, el hombre está enchuchado, que no se da cuenta de lo que ocurre a su alrededor. Y cuando ocurre frente a sus narices, recién recapacita.

En medio de estos dos paladines, está Lex Luthor, descrito aquí como un maníaco, perturbado y esquizofrénico, pero con una mente brillante que hace lo posible por erradicar a los meta-humanos, cuya presencia parece avizorarse si el gobierno no se anima a ponerles coto. Es la clave en el futuro enfrentamiento de los antagonistas.

Uno de los picos más altos de BvS es la presencia de Wonder Woman. Obviamente todos sabíamos quién era por los reiterados avances; pero su inclusión en la batalla final pone al descubierto las razones que la alejaron de sus actividades heroicas, que ya tendremos oportunidad de ver en su próxima aventura fílmica. Su resurgir como heroína ocurre en el momento en que más se le necesitaba, estando a la altura de las circunstancias.

BvS puede que no sea del agrado de todos. Quizá había mucha información o se necesitaba desarrollar más a los personajes. Ambos están equilibrados como debe ser, pero más parece una película de Batman que de Superman, pues los hechos son desde su punto de vista, que intencionalmente busca que nos identifiquemos con él y desacreditemos al hombre de acero. Si lo consiguió, está muy bien, cumplió con su cometido.


(*) Daredevil fue dirigida por Mark Steve Johnson, el mismo que años después realizó la adaptación de Ghost Rider, con Nicolas Cage.
(**) Batman Begins, The Dark Night y The Dark Night Rises.

lunes, 14 de marzo de 2016

Nena, no hay quien te haga llorar como yo

Fue demasiado pronto para exigir una sincera explicación. Fátima esperaba que Tomás abriera su caparazón y enfrentara abiertamente las consecuencias de sus actos. Había perdido cinco años al lado de este hombre que, de no ser por el amor que aún sentía, hubiera preferido irse del país como lo tenía planificado desde un principio. Pero ahora, sin más preámbulos, necesitaba escuchar la verdad. Aunque doliera.

Tomás no estaba contento. Con el paso de los años, había perdido el gusto por la vida. Vivía dentro de su propio laberinto, que ningún estímulo le procuraba darle sentido a su voluble e inexplicable paso por este mundo. Fátima, en cambio, era una mujer arrogante, decidida y llena de ideales; su ambición era no estar en un país resquebrajado moralmente, sino formar parte de una sociedad y cultura progresistas, lejos de parámetros conservadores y convencionales. Y en su propio país no lo iba encontrar. Estaba dispuesta dejar lo ya antes construido, pero quería hacerlo con el hombre que había elegido como su complemento. ¿Era pedir demasiado?

Era una pareja atípica. Muchos lo decían. Ella era gorda; él, flaco, más de lo que aparentaba bajo esas ropas anchas. Ella era narcisista, agresiva e impetuosa, a diferencia de Tomás que podía ganarse el afecto de cualquiera y sentirse protegido de una irascible Fátima, que chasqueaba los dedos las veces que veía en él al pusilánime que tanto detestaba. Tomás tenía que tragarse toda esa humillación pública en silencio y a regañadientes. Sin embargo, pasado el mal momento y los arrepentimientos, hacían el amor como locos y clamaban su afecto bajo las sábanas de una cálida cama de hotel… para luego volver al mismo punto de partida.

Hasta que Tomás, harto de vivir bajo su sombra, decidió cortar la enfermedad desde la raíz y evitar seguir engañándola y engañándose a sí mismo de que esta relación aún podía salvarse. Desde luego, los comentarios que surgieron posteriormente fue previsible. Por el lado de Fátima, sus dos mejores amigas estuvieron apoyándola en todo momento, revelando su verdadera naturaleza en contra de Tomás, a quien consideraban un vago y la peor decisión que ella hubiera tomado, echando por los suelos la supuesta amistad que habían cosechado hasta el momento. No era más que apariencias. Hipócritas, fue lo único que dijo Fátima en su silencio angustioso.

Y aunque pudo haber sido todo lo contrario, la familia de Fátima estuvo a favor de Tomás, pues sabían cómo era ella. La madre, al menos, aún conservaba las esperanzas de que volverían a estar juntos pasada la tormenta; sus hermanos, más que una sugerencia, conminaron a que se separasen por un tiempo y ver qué le convenía a cada uno. Pero Tomás ya estaba decidido. Era el fin.

Mucho después, cuando las cosas se calmaron, ambos se reencontraron para aclarar los sinsabores que vivieron en aquella oportunidad. Así fue que Fátima se enteró de las verdaderas razones del distanciamiento y consiguiente rompimiento de Tomás: quería estar con otras mujeres, porque su gordura le había quitado el interés de acostarse con ella. La dejadez que había experimentado Fátima con su peso y apariencia, hacían volver los ojos hacia otras féminas de mejor apariencia y sensualidad innatas. Eso, obviamente, no quitaba el cariño que sentía por ella, porque lo espiritual no tenía nada ver con lo carnal. Y era mejor concluir la relación en lugar de engañarla descaradamente y vivir sometido por los remordimientos. Porque pudo haberlo hecho, oportunidades no le faltaron, pudo acostarse con cualquiera que se le cruzara en el camino y le diera pie para hacerlo; pero no lo hizo, por respeto. Mientras existiera esa posibilidad, no era factible seguir atormentándose con dichas tentaciones. Sin duda, era el hombre más honesto que jamás conocería en su vida. Por supuesto que la sincera confesión de Tomás no quitó en ella sentirse traicionada y humillada, que, hecha un mar de lágrimas, descargó todo su coraje ante su imperturbable interlocutor.

Desde aquel momento, Fátima no descansó hasta no verlo hundido y humillado ante la opinión pública. Su victimización cosechó frutos ante sus amigos y los amigos de éste, al exagerar y tergiversar sus confesiones, convirtiéndolas en ciertas e iniciando una campaña de desprestigio en las redes sociales. Y no todo quedó ahí, Fátima le atribuyó una supuesta relación con una empleada del hogar, noticia que llegó a sus oídos gracias a los chismes de otra empleada que la escuchó decir: “El joven Tomás está para la olla. Le tengo ganas”. Cuando una mujer es vengativa, hace todo lo que esté a su alcance para cumplir con ese objetivo, pensó Tomás.

Finalmente, el huracán Fátima se salió con la suya. Le quitó su reputación, su honorabilidad y sus amigos. Tomás tuvo que rehacer su vida desde cero, mientras ella se regodeaba con aquellos que iban a darle su apoyo incondicional contra aquel tarado, que lo único que hizo fue vivir bajo sus preceptos antes de cometer una falta grave. De haber sabido que terminaría siendo una basura ante los ojos de los demás, hubiera hecho todo aquello por lo que fue condenado.

domingo, 14 de febrero de 2016

Diario de un candidato

24 de noviembre
Hoy inicio mi campaña y estoy muy emocionado. Parece que las cosas prometen después de leer la última encuesta, que me coloca, a poco menos de tres semanas del inicio de mis actividades, en el tercer lugar. Sin mucha pompa, sin mucho palabreo. Ha valido la pena esperar. La última vez que fui candidato para algo fue en la universidad, cuando quise presentarme al tercio estudiantil. Lamentablemente, me revocaron porque debía dos créditos. Menudo rollo. Mal comienzo. Pero ahora todo está en orden. Quiero que las cosas marchen bien porque deseo comprometerme con estos pobres diablos, cansados de tanta demagogia y saqueo sistematizado. Yo también cogeré alguito, ni que fuera huevón; solo es cuestión de mover un poco por aquí, otro poco por allá. Lo que todo administrador hace. Ya es una ventaja.

22 de diciembre
Mi primer viaje al interior del país. Pueblitos que nunca en mi vida he escuchado. Todos tienen la misma cara, la misma ignorancia, los mismos deseos de buscar un redentor que les solucione sus problemas. Cojonudo. No soy Dios. La pobreza seguirá viviendo entre ellos. Es cuestión de hablarles bonito, convencerlos y metérmelos al bolsillo. Lo que quiero son sus votos. Ni siquiera me gusta estar rodeado de gente desconfiada. Te miran con ese resentimiento que despierta uno que viene de la capital: blanquito, con dinero, que nunca en su vida se ensució los zapatos, y que ahora quiere dar clases de  humildad comiendo esa horrible comida, quién sabe con qué desperdicio o animal encontrado en su granja, que ni siquiera son granjas, son pastizales medio derruidos por la falta de inversión y explotación. Debajo debe haber un yacimiento de oro o qué sé yo, porque es tierra muerta para el cultivo. Hay que investigar. Primero les ofrezco agua e inversión, y ya está. Lo demás es puro chamullo con los ambientalista y, sin que se den cuenta, metemos una minera, con la promesa de bienestar, desarrollo y prosperidad para sus familias. Con tal que no me salga un Conga, podré estar tranquilo.

19 de enero
Hace un calor de mierda aquí en Lima, más con las últimas encuestas que me bajan a un quinto puesto. ¿Qué pasó? No debí haber hablado de mis títulos universitarios. Apenas soy bachiller en economía y un certificado en administración que le compré a un amigo. Nada del otro mundo. Otros hasta han publicado libros inexistentes y pasan piola. Otros, sin sangre en la cara, se comparan con Gandhi y la madre Teresa, no la de Calcuta, sino la de Al fondo hay sitio.

4.35 pm
Estamos listos para el mitin del 24. Preparo mi discurso, al lado de mi asistente, una guapa comunicadora que no hace más que moverme el culo. Querrá que le dé curso o busca un puesto cuando salga elegido. Nada. Me la tiro primero y después le prometo el oro y el moro, como a mis electores. Eso me recuerda que debo tranzar algunas cositas con los industriales y empresarios. Tienen la marmaja, así que mucho cuidado con ellos. El dinero lícito puede ser un gran aliado.

7.48 pm
Ceno con la culona en su cuarto de hotel. Habla bien, pero no tiene ni idea en lo que se ha metido. La política no solo es proponer ideas, es atacar sin ser visto pero marcando la diferencia con los otros candidatos. Eso lo aprendí muy bien de mi padre, cuando quiso ser alcalde. El muy confiado creyó que el tocar puertas y regalar calendarios con su cara, era la única forma de llegar a los corazones de esta gente desagradecida. En cambio, los otros produjeron un cisma entre mi padre y sus seguidores, que terminaron dándole la espalda. No, señor, primero seguir las enseñanzas de Sun Tzu y después complacer a esta hembra, que desde hace rato está pidiendo tiempo suplementario.

10.23 pm
Campeoné. Seis al hilo.

24 de enero
9.18 pm
El mitin resultó una bomba. Simpatizantes de la otra candidata me bloquearon el paso y amedrentaron a mis simpatizantes, que se agolpaban en el parque. Un viejo truco aprendido de su padre y su delfín, oculto tras las sombras. Pero no me quedo atrás y contraataco. Un buen movimiento de mi alfil. Este muchacho es valioso. Sabe controlar la situación frente a cualquier signo de demolición.

26 de enero
Hago público mi plan de gobierno, para despejar dudas de que no cuento con un equipo técnico que me respalde. Les callé la boca. Consideran este un trabajo serio y con buenas perspectivas. Puedo respirar tranquilo otra vez.

28 de enero
Hoy descansamos. Preparo mi agenda para febrero. Ya hice contacto con los empresarios. Están dispuestos a facilitarme las cosas si no me meto con ellos. Un placer hacer negocios con gente curtida. He aprendido una gran lección.

3.51 pm
Paso la tarde con mi asistente. Me ha pedido la oficina de prensa de Palacio. Ya me cree ganador. Las encuestas me ponen como favorito, a un paso de la candidata del pueblo. Hay que tener una gran concha para autodenominarse la candidata del pueblo. Nunca en su puta vida se ha preocupado por nadie, solo por sí misma llenándose los bolsillos con las migajas que dejó su padre. Y se hace la muy decente. Sí que la gente es desmemoriada.

2 de febrero
La prensa ha descubierto una pequeña arruga que tuve hace años. Me endeudé con Saga y nunca pagué. La cosas prescribió después de muchos años y me imagino que ya empezó la campaña sucia, ahora que me colocan en primer lugar, con 29 por ciento y a la candidata del pueblo con 18. Sí que las cosas están saliendo según mis planes. Gracias también a la dimisión de tres candidatos menores, que se han unido para apoyarme. Ya les tocará algo; pero prefiero hacerme el cojudo y que las cosas sigan corriendo como el agua cayendo del water.

8 de febrero
Cómo jode la prensa. Ya me están metiendo con un narcotraficante, el que dicen ser el financista de mi campaña. Solo lo vi una vez, y ni siquiera sabía a qué se dedicaba realmente. Nada más me mencionó que tenía una empresa de limpieza y que si necesitaba de sus servicios, no dudara en contactarlo. Felizmente no lo hice. Pero esta gentuza ya inventa cosas que no son.

13 de febrero
Muchas cosas han pasado desde que inicié esta empresa. No voy a ciegas, eso es una verdad de la que debo estar orgulloso. Tengo gente valiosa y les agradezco infinitamente su entrega, a cambio de casi nada. Cuando se trabaja creyendo firmemente en un propósito, todo tiene su recompensa. Tengo a mis aliados, los del dinero, que están cumpliendo su parte, y me parece gente consecuente después de todo. Veo que no juegan chueco cuando tienen las cartas sobre la mesa y confían en la seguridad que les brindo. La gente que cree en mí, que me saluda, que me invita una cerveza helada o me regala un poncho, hace pensar seriamente que no es tan malo darles una luz de esperanza a sus vidas. Dejemos de pensar en el beneficio propio y, aunque sea un 20 por ciento de las promesas que escuchan, complazcamos sus anhelos. Hay que cambiarle el rostro a la política. Puedo hacerlo. Me he ganado su confianza. Es un baño de popularidad, después del sudor, que me reconforta.

Debo cuidarme de mis enemigos, que están al acecho ante cualquier pendejada que creen encontrar para hundirme. No lo conseguirán. No les dejo terreno. Sigo avanzando.

Y aún hay más. Este es el principio. 

miércoles, 27 de enero de 2016

Cuerpo del delito

Azucena se desvistió frente al gran hombre. Su reluciente calva y prominente barriga no fueron impedimento para que ella pudiera sentir la más absoluta desinhibición. Ya lo había hecho varias veces, con otros clientes, en otras circunstancias, lo más natural que un ser humano pudiera manifestar en la intimidad.

Al quitarse la última prenda, dejó al descubierto un cuerpo bien torneado, de curvas sinuosas y piel deseosa de ser tocada. Azucena era perfecta, con medidas inquietantes que saltaban a la vista de cualquiera, mientras caminaba por la calle o modelando para nobeles artistas en busca de una musa a la cual retratar. En términos vulgares, era una hembra en el sentido práctico de la conveniencia y supervivencia.

Se acostó al lado del gran hombre, quien sudaba no por el calor ni por el descontrol mental al que se sometió apenas la vio cruzar el dintel de la puerta. Su sola presencia volcaba todos sus sentidos a esos enormes y apetecibles pechos, reales, firmes, genéticamente heredados de sus ancestros mulatos; y ni qué decir de su perturbador culo, que terminaban por formar una anatomía solo para un selecto grupo de conocedores de la buena carne.

Y se dejó llevar. Era una amante insaciable, y más desenfrenada que el gran hombre, quien a duras penas podía erguirse sin pensar en otra cosa que en el cuerpo que tenía envuelto entre sus grasas. Al menos consiguió horas extras con la pastilla salvadora, esa con la que quiere engañarse de ser todo un potro. No. El potro era ella. Gemía, bramaba, susurraba y hasta arañaba la espalda del gran hombre mientras se venía una y otra vez, sin importar que él solo haya tenido un disparo. La ventaja del fármaco que lo ayudó a mantener en alto el honor de su apellido: Vergara, sin que ella tuviera intensiones de cuestionar sus métodos poco ortodoxos. Azucena solo intentaba disfrutar del arte al que se entregó como una religión fudamentalista, y si además le era remunerado, mucho mejor.

Terminado el fragor del interludio, volvieron a la necesidad de encontrar el punto exacto de ebullición y someterse a un nuevo estruendo de sentidos. Ella pudo haber dicho que no e irse con su pago acostumbrado; pero dejó que su propia angustia carnal la dejara traspasar el pequeño límite de lo políticamente correcto. Y así dejó su naturaleza encargarse del resto.

Para volver a la ecuanimidad, Azucena se metió a la ducha. Evitó mojarse el cabello rizado, mientras tarareaba una cancioncita del momento. Estaba relajada. Había alcanzado sus propósitos en aquella tarde, que al vestirse luego, se despidió del gran hombre prometiendo volver a disfrutar de su compañía. Y así quedaron, hasta un nuevo encuentro.

Ya solo, el gran hombre solo lamentaba no ser el semental que fue hace unos treinta años antes, cuando aún era un adonis. La pinta es lo de menos, como dice la canción. Pero al gran hombre parecía que los años hacía ya tiempo que pedía tiempo suplementario. Se quedó tendido en la cama, viendo su reflejo en el espejo del techo. Una buena vista cuando tenía a Azucena sobre él. Fueron tres horas de exquisita sensualidad, irrepetibles y satisfactorias. Ojalá pudiera hacer algo más por la muchacha. Por ahora, era lo único que se permitía, y solo la ventaja de dejar a un lado los sentimientos era una tarea cumplida sin remordimientos ni vueltas al ayer.