viernes, 8 de abril de 2016

Coger, comer, dormir

Tal vez no fue la mejor manera de empezar la semana. Frank no quería pensar demasiado en las eventualidades que lo dejaron sin trabajo. Fueron cuatro años dedicados a una empresa que, de la noche a la mañana, optó por prescindir de sus servicios bajo el pretexto de la crisis y la reducción de costos. Claro, pero cuando ese dinero iba a manos del gerente, el desbalance se esfumaba como si nunca hubiera existido. Eso pasa por no ser adulador, sobón, patero, o lo que fuera, pensó Frank, mientras bebía café recién pasado. Felizmente pudo llevarse su cafetera. No sabría qué hacer sin ella. No entendía por qué algunas personas tenían la costumbre de buscar la confrontación e indisposición entre los empleados, queriendo de alguna manera alcanzar una posición más personal que laboral, como un requisito para caerle bien al jefe. El trabajo no cuenta en este caso. El chisme, sí.

El teléfono dejó de sonar en poco tiempo, y ya a nadie pareció interesarle. Típico, pensó Frank. Cuando estás en la cúspide, en tu mejor momento, no eres ajeno a sus requerimientos y atenciones. Eres un invitado recurrente porque tu sola presencia ameritaba disfrutar de tu encantador sentido del humor y todas esas bobadas que les gustaba a las mujeres. Menuda hipocresía. Cuando dio la mano, sin recibir nada a cambio, su generosidad era comentada en las redes sociales. Esas mismas personas ahora parecen estar demasiado ocupadas para atender una simple llamada o recomendación. Ahí es cuando uno aprende a identificar a los verdaderos amigos.

No le importó ser un paria. Podía vivir sin ninguna congoja, porque sabía de qué era capaz de hacer en circunstancias similares. Tuvo que aprender a sobrevivir y lo hizo tan elemental pero enriquecedoramente posible, que su espíritu era incapaz de decaer. Aún le quedaba la compañía de su amiga, con quien disfrutaba de extravagantes fines de semana en su dormitorio, además de charlas existenciales sobre el sexo y la lujuria.

Podían estar desnudos por todo el departamento, comiendo helado o bebiendo vino. Frank era bueno preparando aperitivos. Nunca faltaban. Su amiga estaba más que complacida, que un fin de semana era demasiado corto para dejarlo partir. No dudaba en quedarse con él el tiempo que creía conveniente, porque al fin y al cabo era su amigo, su amante, su hombre y compañero de juegos -así en ese orden-. Ya cuando las cosas se tranquilizaban, no había mejor forma de recuperar fuerzas que una siesta apacible, uno al lado del otro, sin que el tiempo se interpusiera en largas despedidas.

El desempleo le dio oportunidad de ponerse al día en cosas que había dejado relegadas por cubrir sus necesidades básicas. Recuperó el gusto por la lectura y la revisión de una novela inconclusa que debió haberla terminado hace diez años. Era el momento de hacerlo. Pero la mayor parte del tiempo lo utilizaba para visitar museos y conocer gente con la cual sentirse a gusto y empezar una conversación inteligente y nada comprometedora. Si las circunstancias eran propicias, podía terminar en un hotel o en su propio departamento con la mujer más interesante que hubiera conocido en años. Aunque prefería volver solo y encender la laptop y mover los dedos sobre el teclado, con vigor e inspiración, que luego terminaba bebiendo leche fresca directamente del refrigerador antes de ir a dormir.

Esta última semana debía reunirse con varias personas que se interesaron en su perfil. Estaba seguro que algunas de ellas podrían darle un trabajo, siendo el sueldo el punto más importante en estas entrevistas y la posibilidad de retomar su vida laboral de la mejor manera posible. La espera era un tanto desalentadora, pero confiaba en que volvería a pisar una oficina en el corto plazo. Mientras tanto, las elecciones del 10 de abril estaban a un paso y por las cosas que sucedieron en estos meses, era muy probable que se trataría de unas elecciones extrañas, enmarañadas y grotescas. Todos sabían a quién estaban beneficiando, pero se hacían de la vista gorda. Todo indicaba que ya estaba preparado de antemano y los demás candidatos eran las piezas que se necesitaban para dar el golpe maestro. Mientras no le faltara mujer, víveres y una cama limpia, Frank estaba seguro que vivir cinco años más valía la pena.