jueves, 20 de julio de 2017

Nada es para siempre

Sentí pánico escénico durante mi primera presentación actoral. Nunca había estado frente a un gran público, que en su mayoría estaba conformado por mujeres, pues, se me habían ocurrido varios chistes al respecto y me bloqueé repentinamente. Me resultó difícil lidiar con la idea de cambiar de inmediato el libreto y complacer al auditorio con lo políticamente correcto. Sin embargo, me valió madres y me mandé con todo, así luego tuviera que ser lapidado por mis grotescos comentarios y sarcasmo a granel. Afortunadamente, mi mánager, una mujer open mind, se sintió más que complacida con ello. Fue un éxito total, que las damas de la primera fila se pusieron de pie a aplaudir. Bueno, después de dos horas, quién no. Y fue la clave para mis siguientes presentaciones, que pulí, por obvias razones, para sonar menos misógino y más inclusivo.

Detesto lo políticamente correcto. No hay cabida para lo que tengo que decir sobre tal o cual tema. Te limita. Como dije, quieres complacer a la mayoría; en este caso, a un mínimo porcentaje de moralistas en contra del divorcio y del aborto, sin mencionar los movimientos LGTB, que ya tienen que soportar la exclusión de la sociedad. Muchos me critican por qué no hago chistes sobre ellos. ¿Para qué? ¿Cuál sería el fin? Bastante tienen con el Congreso y la Iglesia de lapidar la ley a favor de la unión civil. No, mi tema favorito son las mujeres, porque de ellas tengo harto material que compartir. Quizá porque he vivido con muchas de ellas haciendo de mi vida una mejor estancia en dónde aterrizar.

Las mujeres para mí son un universo paralelo, una constelación donde pululan y orbitan otras dimensiones, y aprendes a seleccionar mejor a tu pareja. Las he tenido de todos los tamaños y colores, menos a un china. Nunca he estado con una china. Me encantaría estar con una china. Siempre me ha resultado misterioso saber si su vulva es horizontal o vertical. Tendría que investigar más a fondo. Pero también tendría la incertidumbre de, si al mirarme, esté maquinando algo o sospechando de mí. No lo sé.

De mis primeras relaciones, puedo decir que fueron sonados y absolutos fracasos. Gasté mucho en complacer sus gustos y excentricidades, que al final de cuentas fue una mala inversión para mí. Quizá esperé demasiado de ellas con la promesa de probar de sus delicias bajo su ropa interior. Al final de cuentas, una de ellas se volvió lesbiana y la otra es profesora de inglés on line en Emiratos Árabes. Claro, se preguntarán si yo también fui causante de esos sinsabores domésticos. Fíjense que sí. Admito no ser el mejor hombre del mundo cuando de relaciones se trata, no soy tan mal parecido, pero tampoco puedo decir que tengo el ego demasiado inflado para andar disimulando mi lascivia con un helado o una cena romántica a la luz de las velas. Soy lo que se podría decir un activo-pasivo conformista. Cuando me gusta una mujer hago todo lo necesario para causar una buena impresión; pero cuando lo consigo, toda esa magia desaparece. La tengo. Está a mi lado, pero no sigo alimentando la cosa. Es como si me gustara una obra de arte. Busco la manera de comprarla, así me endeude, y cuando lo consigo, la dejo sobre un estante y me olvido de ella. Sé que está ahí, que la puedo disfrutar cuando me plazca. Y nada más.

Las mujeres se aburren de tipos como yo. Siempre sacando a relucir el lado malo de las cosas. Soy negativo por naturaleza. Pesimista desde que vi la luz una mañana de enero. "Carajo, tengo que dejar esta burbuja", pensé cuando salí del vientre de mi madre. "Estaba más cómodo aquí dentro". Aunque, valgan verdades, no siempre soy así la mayoría del tiempo. Soy conversador, ameno, divertido y con buen sentido del humor, que a las mujeres les encanta. Será por eso que tengo más amigas que amigos. Cosa curiosa. Sin embargo, sigo siendo eso, un amigo. Me siento como Tony Randall es aquellas películas de Doris Day y Rock Hudson, que solo sirve para acompañar a la dama y dejarla en su casa. Hasta me dijeron que era el mejor amigo gay que habían conocido en su vida. Lastimosamente no soy gay, así que era como una patada en el hígado sin saber siquiera de qué pie provenía. Y cosas así.

Las veces que lograba anotar un gol de media cancha me lo agradecían infinitamente, con un pie de página que decía "Es la mejor experiencia kafkiana que he tenido". Sigo sin entender. Pero las que sí se tomaron la molestia de llamarme al día siguiente para repetir el postre, parecían necesitadas de afecto. Eran deliciosas, palabra, pero les pasaba algo en la cabeza que me dejaban con un mal sabor de boca y otro pie de página que decía "Ve con cuidado". Y es en el sexo cuando descubres a una mujer. Creo que ya lo saben. Algunas gritan tan desesperadamente que al menos experimentado lo excita de tal forma que piensa "Carajo, soy un tigre", cuando lo que quieren en realidad es que termines de una vez porque necesitan con urgencia leer el último comentario en el Facebook o en el Whatsapp. Me ha pasado, lo sé. Mientras a una se lo hacía de perrito, la veía con el celular escribiendo o mandando selfies de lo que estaba haciendo. Claro, yo no salía. Me cubría la cara con un emoticon. Los tiempos cambian. Antes, cuando terminabas de follar, encendían un cigarrillo, ahora un Smartphone.

También encuentras a las que entregan su cuerpo con el fin de controlarte o mantenerte a su lado. Pensarán que todos somos iguales, y que nos pueden chantajear con sexo. En parte sí. En mi caso, he tenido la oportunidad de no mezclar el placer con los negocios. No se trata de amor, es solo pasarla bien. ¿Por qué engañar a esa persona y a uno mismo? La ecuación es simple: placer = independencia. Por supuesto que también ocurre en el sentido contrario. Las mujeres solo quieren divertirse, como dice la canción. Son tan manipuladoras, que al mejor cazador se le va la liebre, o plancha quemada, o tirar habas cuando no tienes plato, y cosas así. Te crees el muy pendejo, pero son ellas las que llevan la agenda. Ellas disponen el tiempo, el lugar y te dicen qué hacer, para finalmente atender a su otro amante por el celular y en tus propias narices. "Estoy en la oficina, arreglando unos asuntos. Salgo en media hora". Y te dejan con la leche aún en la punta del pene.

No quiero generalizar. Hay mujeres dignas que se entregan por amor, pero son pagadas de la peor manera. Les ofrecen todo para que caigan redonditas. Y se dejan engañar, especialmente por los encantadores de serpientes. Las invitan a comer, les meten floro barato que con ellos conocerán el mundo y cosas así. Lo más gracioso es que, sabiendo cómo son, se dejan convencer. Salen, se divierten, y lo que parecía una velada tranquila, termina en la cama de un hotel. Y luego, cuando pasan las semanas, ellos dicen "Mamita, lo siento, no eres tú, soy yo; ahorita no puedo tener nada serio contigo y es mejor seguir siendo amigos. De lo contrario, hasta aquí nomás. Te deseo la mejor suerte del mundo. Sé que conocerás a un hombre digno de ti y que te dará todo lo que te mereces". Y les creen, encima, a pesar que ya tenía planes a futuro. Tuvo que dejar al huevón de su enamorado por tentar fortuna con este fanfarrón, que el único tema de conversación era demostrar cuánto había crecido en lo profesional. Un simple cuartelero de hostal de carretera. Y seguro se dirán: "¡Qué basura! ¿Cómo puedes hablar así de un cuartelero de hostal de carretera?". Pido disculpas.

Todas esas cositas las he ido recogiendo en el camino, prestas a seguir alimentando mi repertorio y llenando los bolsillos de mi mánager. Me paga una miseria, pero me deja meterle mano debajo de la falda. Una de esas, lo sé. Pero mientras tenga sexo, todo es tolerable.

Una última reflexión. No pienses en los pies de página. Sé tú mismo. A la larga te va a beneficiar sentar cabeza y conocer a una buena mujer que comprenderá lo que estás haciendo y lo que le estás haciendo. Sabrá entender que eres hombre y tienes necesidades que anhelas buscar fuera de casa. Ella lo entiende. Pero no te quejes cuando haga lo mismo, cuando llegue tarde, cuando no te conteste el celular, cuando deje de plancharte la camisa o, cuando un auto deportivo la recoja para ir -según ella- al trabajo. 

jueves, 6 de julio de 2017

Al maestro con cariño

Sidney Poitier se convirtió en un referente cinematográfico gracias a la imagen del maestro abnegado, compasivo y resuelto por reformar jóvenes de actitudes beligerantes y contestatarias. Luchó por ser comprendido y entonar dentro de los cánones sesenteros en un suburbio londinense. Más allá de la anécdota y de la reseña fílmica, ser maestro no es solo dictar una clase y dejar tareas para la casa. Ser maestro es una gran responsabilidad por convertir a incipientes jovencitos en prometedores ciudadanos impregnados de valores y sabiduría. Porque no necesariamente recordarás quién descubrió las tumbas del Señor de Sipán, pero sí tendrás en cuenta que tus acciones se verán reflejadas en tu discurrir por la vida: hombre de bien, educado, atento, responsable y un largo etcétera.

Nunca voy a olvidar a mis primeros maestros, al profesor Dávila, la profesora Yolanda y, en especial, a mi queridísimo profesor Silvio La Rosa. He tenido la oportunidad de descubrir con cada uno de ellos que la simple tarea no era suficiente para calmar mi sed de conocimiento, de descubrir lo que había más allá de un texto escolar o un mapamundi. Ellos me enseñaron a diferenciar lo bueno de lo malo, de encontrarme conmigo mismo como persona y tener en claro que mis cualidades se definirían siempre y cuando tuviera seguridad de afrontarlas como tales. De ellos aprendí ese dicho de "un gran poder lleva a una gran responsabilidad", sin saber siquiera de dónde venía esa referencia. Cuando lo descubrí, comprendí a qué se referían.

Ser maestro en el Perú no es tarea fácil. Son horas extenuantes de dominar a un variopinto ramillete de criaturitas de diversos estratos sociales, con una historia cada cual más desconcertante. Es cierto que la mayoría de jóvenes que optan por esta carrera lo hacen porque no les queda más remedio que aceptarla, siendo los portavoces de la frustración y el resentimiento porque no pudieron conseguir una vacante en Medicina o Derecho. Un viejo chiste de Woody Allen grafica de manera agridulce esta idea. "Los que no consiguen nada en esta vida se convierten en profesores".

Son pocos quienes tienen la verdadera vocación de servir e instruir a los demás, con esa pasión y cariño por ser escuchados y que sus lecciones sean tomadas como la esencia misma de la vida. Y son recordados hasta la fecha, porque son maestros con mayúsculas. Muchos de ellos inclusive reciben sueldos bajísimos y hasta enseñan ad honoren, porque les gusta, quieren enseñar y crear ciudadanos de prestigio, con esas cualidades de las que tanto me hablaban los míos.

Ser maestro también significa "orientador". Todos podemos serlo. Desde cómo enseñar a un niño coger una cuchara hasta pedirle a una persona que le ceda el asiento a un adulto mayor. La educación y enseñanza parte del hogar. Si no aprendemos las funciones básicas de conducta, de nada te servirá haber leído los treinta y dos volúmenes de la Enciclopedia Británica. Seguirás siendo un energúmeno. Aprendamos a aprender y a enseñar. Necesitamos una sociedad rica en cultura, en identidad, próspera y honesta; no busquemos lo fácil ni llenemos la cabeza de nuestros niños con tanta basura mediática. Tengamos un poco de decencia y sentémonos con ellos para hacer el contacto personalizado en una herramienta clave e imprescindible para conocernos y conocer a nuestro interlocutor. No hay nada mejor que una relación interpersonal fluida y enriquecedora. Nos estamos robotizando, los smartphones, las tabletas y la misma Internet nos hace inhumanos, distantes, fríos, insensibles. Escuchar y ser escuchado es el principio de nuestra educación.

Ser maestro es un privilegio y debemos darle el valor que se merece. No serán protagonistas de una película, pero dejan en claro cuál es su papel en nosotros. Feliz Día.

miércoles, 5 de julio de 2017

Eutanasia: Un hilo muy delgado que separa la Vida de la Muerte

Hace poco un amigo de la infancia perdió la batalla contra el cáncer. No éramos tan unidos, pero podría decirse que compartíamos aficiones de las que muchos no entendían. Gracias a él supe lo que era mataperrear y conocer de cerca la envidia cuando mostraba con orgullo su colección de Star Wars, mientras yo apenas tenía un par de muñecos que terminaron en los colmillos de mi perro. Eran buenas épocas. Cuando crecimos y cada quien se mudó con su familia a otro distrito, le perdí el rastro. No supe de él sino apenas dos años cuando un amigo en común me ubicó en las redes y me puso al tanto de lo ocurrido. La noticia me sacó de cuadro.

En sus últimos meses, el sufrimiento era tan devastador que sus familiares optaron por la muerte asistida, algo digno después de verlo luchar tenazmente contra la enfermedad. Aunque era optimista en su recuperación, los médicos ya lo habían desahuciado. Y no había marcha atrás. A pesar de los esfuerzos y las agotadoras sesiones de quimioterapia, no hicieron más que ahondar el sufrimiento. No imagino lo que sus padres tuvieron que soportar al verlo postrado en una cama, recibiendo continuas dosis de morfina para mitigar el dolor sin saber a ciencia cierta si su decisión era la correcta o no. Sin embargo, afortunadamente, nunca lo supieron porque murió repentinamente a causa de una falla cardíaca.

¿Qué hubiera hecho en su lugar? ¿Tendría el suficiente valor de apaciguar todo sufrimiento con tan solo una jeringa? A través de los años hemos sido testigos del inminente avance de la ciencia médica en aras de prolongar la vida y conservar la dignidad que se merece un enfermo. Pero la ciencia excluye los deseos del paciente y de sus deudos sobre lo que realmente quiere en esas circunstancias. La historia de mi amigo trae a colación este tema porque casi nadie quiere hablar de él, por razones éticas o religiosas. En nuestro país, como en algunos otros, prima el sentido de lo políticamente incorrecto. La vida, ante todo, es un derecho consagrado por las leyes, que en circunstancias atenuantes podría ser despojada con o sin consentimiento de los involucrados. Podemos matar indiscriminadamente durante una guerra, un conflicto interno o como método disuasivo para frenar la delincuencia, sin que por ello cause indignación, porque al fin y al cabo está dentro del marco legal. Pero si le quitas la vida a una persona por razones humanitarias, es todo lo contrario.

Pero hasta qué punto es sustentable y necesaria esta práctica. Todo parte del derecho que tiene el individuo como persona, cuyas facultades mentales inalterables le dan la potestad de asumir esta decisión. Si en mi sano juicio veo que la cosa no va para más, que mi cuerpo no resiste a la medicación y el proceso es largo y doloroso, puedo exigir la muerte asistida, ajeno a la posición médica que se tome en ese momento. Pero, qué pasa si es un familiar el que la solicita, viéndome en un estado de inconsciencia paupérrima. En el artículo 112 de nuestro Código Penal se reprime la libertad con una sentencia no mayor de tres años a quien “por piedad, mata a un enfermo incurable que le solicita de manera expresa y consciente para poner fin a sus intolerables dolores" (Título I: Delitos contra la vida, el cuerpo y la salud, Capítulo I: Homicidio). ¿Qué hacer entonces? ¿Dejarme morir de manera natural sin importar mi sufrimiento? ¿Será capaz un médico de manejar la situación bajo las exigencias anteriormente descritas? ¿La Iglesia condenará mi alma? ¿Estaré fuera de los 144 mil? ¿El Doc, Marty McFly o Sarah Connor me ayudarán a revertir mi agonía?

Es un dilema delicado y controversial, que hay que cogerlo con pinzas. Aunque en España e Inglaterra se promueve la eutanasia bajo una legislatura seria y civilizada, en nuestra sociedad aún está a años luz de considerarla un método médico imprescindible, que ayude al paciente a poner fin a su sufrimiento. Desde mi punto de vista, es inhumano ver sufrir a una persona; más inhumano es quitarle su derecho a elegir.

Aquellos que desde las altas esferas del poder pregonan el derecho a la vida, son inmorales e hipócritas. Prefieren escudarse bajo la enmienda de la religiosidad y los consabidos intereses bajo la mesa, que ejercer con propiedad sus cargos para el beneficio colectivo. Prefieren el oscurantismo y la molicie frente a los grandes problemas que nos aquejan, persistiendo en mantenernos en la ignorancia y en el temor a Dios, tal cual inquisidores del siglo XVII. La muerte asistida no es un pecado ni está reñida contra nuestros principios humanos. Hay que pensar con madurez, eso sí, debatir el tema con altura y proponer condiciones idóneas para no caer en el populismo ni en la demagogia ni en las trampas legales que lo hagan inviable, como casi todo lo que termina en el Congreso.

Creo en la eutanasia. No me da vergüenza admitirlo. Ojalá podamos hallar un mejor entendimiento en este tema y poner fin al calvario de todas aquellas personas que no desean más sufrir y para aquellos que se resisten a la idea de que una muerte digna es un derecho ganado.