miércoles, 29 de noviembre de 2017

Estruendo

Las olas golpeaban el acantilado. El mar estaba picado. El hombre muerto miraba a la nada y la espuma de resaca blanca cubría su incolora expresión de silencio. Nadie supo explicar quién era. La policía no había recibido notificación alguna sobre su identidad. Ni siquiera los curiosos y lugareños daban con él. Nunca lo habían visto. Pero estaba ahí. Era claro que había venido de algún lugar. ¿De dónde? Sin signos de haber sido asesinado, el cuerpo seguía entre las rocas. El fiscal no llegaba. Los oficiales del orden estaban cansados, habían luchado por rescatar de las aguas bravas al inerte personaje, que llevaba un saco color beige, zapatos de gamuza azul y corbata amarilla. Aún conservaba la flor de lirio en la solapa y un enorme anillo de oro en el dedo meñique de la mano derecha. Al parecer, su deceso fue reciente. Las arrugas de la piel por acción del mar no había hecho su trabajo demasiado exhaustivo. Lo único que debían hacer era descubrir quién era.

Pasado el mediodía, el cuerpo fue llevado a la morgue. Nunca más se supo de él, hasta que fue visto en la Facultad de Medicina, como parte de las clases de disección y fisiología. El público consideró una movida grotesca, falta de tino y de respeto por el occiso. Un NN es común en esas aulas; pero debieron pensar si esta persona tenía familia, amigos, alguien que pudiera reclamar su cuerpo en los tiempos reglamentarios. No. El tiempo es oro. Y la vergüenza, escondida dentro de una billetera.

Cuatro días después, otro cuerpo fue encontrado. Estaba dentro de un contenedor de basura. Lo curioso fue que tenía la misma flor de lirio en la solapa de su saco. ¿Se trataría de la marca distintiva del asesino? Algún osado periodista dio luces sobre ese detalle, sin tener nada concreto. Una vez más, el pánico sacudió las fibras de los menos capaces de enfrentar una realidad paralela a la que vivían, de no ser por los realities o programas de espectáculos. El asesino de la flor de lirio -tal como lo había bautizado- causó furor y desconcierto en el ciudadano promedio. No había noticiero, periódico ni tuit que hicieran de esta noticia un colorido y desafortunado despropósito, que puso en jaque al gobierno por su inacción y que el Congreso aprovechó para desviar la atención de las acusaciones que pesaban en su contra. Saben a qué me refiero.

Pero no había pistas, ni un móvil, nada que pudiera consignar a uno o varios asesinos. El poder de la prensa, dijo alguien más centrado. Ante las evidencias, el caso fue cerrado y olvidado. La flor de lirio fue circunstancial en estos homicidios -si se les quiere llamar así-. Hasta el cierre de este artículo, un servidor no ha podido encontrar respuestas. Seguiremos investigando.