tag:blogger.com,1999:blog-3773365765812524312024-02-19T01:49:48.126-08:00El blog de CarlitosCarlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.comBlogger229125tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-8455999706307040282023-07-27T08:38:00.003-07:002023-07-27T08:39:50.949-07:00Fiestas Patrias al alimón<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGTfTsuumum_xhnhi4SdBS9E5_l4bb9vuiana1t3iqOi0XVOElFRc3aFSxlPl_VD63AS7wV2wVa1QvW0_aIeKpW-Hdtka5QmzglffHpBDXBnPyKUDLaGGXjwA5TnRqXG3hb1MNG2hu9bFL4W7JXfqCzPVOrqKMdLZ2fbbEZeUTNUZ071k6Pe4Ezcn8NR8/s275/descarga.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" height="183" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGTfTsuumum_xhnhi4SdBS9E5_l4bb9vuiana1t3iqOi0XVOElFRc3aFSxlPl_VD63AS7wV2wVa1QvW0_aIeKpW-Hdtka5QmzglffHpBDXBnPyKUDLaGGXjwA5TnRqXG3hb1MNG2hu9bFL4W7JXfqCzPVOrqKMdLZ2fbbEZeUTNUZ071k6Pe4Ezcn8NR8/s1600/descarga.jpg" width="275" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Como todos los años, en nuestro querido Perú, además de la devoción que sentimos por la gastronomía y el turismo, celebramos un aniversario de “independencia” desde hace más de doscientos julios -por no decir abriles-, que cada vez se hace más difícil disfrutar gracias a la poca dignidad de ciertos individuos que han destruido el mínimo concepto de lo que significa Nación.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El Perú tiene un récord histórico de sucesiones presidenciales como si se tratara de un juego de yanquempó para regírsela durante el recreo. Pero seguimos estando igual o peor desde que empezó esta lucha encarnizada por el poder desde que al abuelito bailarín le dieran jubilación adelantada por caprichos de una y unos angurrientos que no soportaron la idea de perder aquella elección, allá en 2016, pues, la inversión que se prodigaron –cientos y cientos de táperes con 20 luquitas adheridas a una bolsa de arroz <i>Costeño</i> o una copita de vino con su bizcotela al lado, pagando la irrisoria suma de 15 mil cocos en una tapadera llamada “cóctel”, o el apoyo incondicional de cierto sector empresarial– era tan prometedora para alcanzar sus ansiados sueños de vivir subsidiados por nuestros impuestos…</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La historia se repetiría en 2021, cuando el profesor-rondero-sindicalista alcanzó sus quince minutos de fama sin pena ni gloria y la pataleta de la perdedora no se hizo esperar, argumentando fraude y movilizando a la elite a sacar a ese malandrín comunista del camino. Finalmente, el tiempo le dio la razón a las instituciones electorales y dos meses después, recién pudo certificar su triunfo frente a las urnas. Pero ni bien se puso la banda presidencial, las acusaciones de corrupción bajo el manto del impopular pedido de vacancia, no se hicieron esperar. Más de lo mismo, cuando una recién elegida presidenta del Congreso exhortó a los diferentes sectores del país unir fuerzas para sacar adelante al país y que, bajo su periodo, este congreso sería diferente a los anteriores. Sí, mucho más ambicioso y desestabilizador. La marquesa demostró ser tan ‘nariz respingada’ que ninguneaba a sus colegas tal cual miembro de la realeza, obsesionándose con tomar el control del país bajo el auspicio de la tan mentada vacancia que nunca llegaría a concretarse, al menos, no cuando estuvo al frente del Congreso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Darle el beneficio de la duda al profesor-rondero-sindicalista era meter las manos al fuego por un subestimado provinciano que soportaba los ataques sistemáticos de una sociedad clasista, racista y políticamente correcta a su conveniencia, avergonzada por lo poca glamorosa imagen que proyectaba y sus cada vez más desatinadas frases en actos oficiales, terminarían por cavar su propia tumba a la vez que se le encontraba responsabilidad de sus, dizque, latrocinios, que si los comparamos con los miles de millones que esa misma casta de justicieros políticos le han robado al país por décadas, no son más que meras sombras de pichón a su lado. O sea, lo hacen ver como si fuera el primer presidente corrupto de la historia, borrando de un plumazo las fechorías comprobadas de <i>Fujimontesinos</i>, del <i>cholo sagrado</i>, de <i>Alandamián</i>, de los Prado, los Piérola o los Leguía –y la lista sigue y sigue–. Pero ante tantas burradas acumuladas por ambos bandos, tuvo que pasar lo del 7 de diciembre de 2022 para despertar de tanto sueño mediático. La estocada final se la dio él mismo al creer que con otro <i>5 de abril</i> recibiría el aplauso unánime de la población. A decir verdad, fue traicionado o, debemos decir, sacrificado en beneficio de los <i>illuminati</i> bamba que hoy operan en la clandestinidad.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Ahora, su sucesora tenía la oportunidad de devolvernos esa confianza al mostrarse conciliadora al momento de ser investida como la primera mujer presidente –que te duela Sra. K–, pero resultó ser la versión 2.0 de esa podredumbre que las masas reclamaron extirpar y que luego se volcarían a las calles en su contra. Atrincherada en Palacio, no quiere soltar la mamadera, otorgada por sus escuderos de la Plaza Bolívar, los mismos que despotrican contra su gobierno –para las cámaras–, pero que complotan para mantenerse y mantenerla en el cargo, porque ni cagando van a soltar a la gallina de los huevos de oro por un adelanto de elecciones, que a estas alturas está más verde que palta recién cosechada.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Ser peruano es muy contradictorio. Lo somos cuando Guerrero mete un gol para clasificar al mundial de Groenlandia, cuando impulsamos una marca, cuando nuestra comida o un restaurante son nombrados lo mejor del mundo, cuando Machu Picchu es la octava maravilla, cuando los Transformers aterrizan en Cusco, cuando Claudia Llosa es nominada al Oscar; pero somos incapaces de unirnos por un bien mayor como lo es fortalecer nuestras instituciones y erradicar todos los vicios que nos convierten en país tercermundista: hambre, ignorancia, corrupción, delincuencia y clase política. Las marchas, al fin y al cabo, no llevan a nada, solo algunos muertos. Merino <i>el Breve</i> tuvo que abdicar por dos; Dina <i>la Inmutable</i>, ni cosquillas le resulta los sesenta que se fueron de este mundo. Así estamos y seguiremos estándolo por otros doscientos años más.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Quizá estamos esperando el arribo de un radical como Antauro Humala que asuma el control a sangre y fuego, quitándonos las libertades de las que tanto gozamos, como Internet, Netflix o Instagram. Cosa que tampoco es garantía de una revolución reformadora. Habla de lucha social, de enfrentar el statu quo, cuando en realidad es un burgués más, que vive de las comodidades que le ha dado su familia. Esa es la idiosincrasia de quienes se dicen comunistas o defensores de las clases proletarias: vendedores de chicle de a pie, siendo ellos los dueños de la fábrica. Lo único que faltaría es que vivamos hacinados como en Doctor Zhivago y tengamos que alimentarnos con sopa de col y papas como régimen alimenticio para estar en igual de condiciones. Es un eufemismo, claro, porque todos sabemos que la revolución de 1917 fue una mentira que subsiste entre sus defensores que niegan de su fracaso.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Nos huevean con más feriados, como si nos sobrara la plata, la mano de obra y pudiéramos darnos el lujo de descansar cuando lo que se necesita es reactivar la economía, no solo la turística, que le convendría estas disposiciones, sino al común de la gente que vive el día a día, que exige mejores condiciones laborales y salariales para asegurarse a sí mismo y a su familia, con dignidad. Pero es así como opera el seudo comunismo, dando migajas para que el pueblo se contente y se olvide de los problemas inmediatos, bombardeándolo con información sesgada, con <i>Barbies</i> y otras geniales ocurrencias que a nadie parece incomodar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Fiestas Patrias es una sombra de años anteriores, cuando con orgullo portábamos una escarapela pegada al pecho, ver ondear nuestra bandera sobre nuestros techos y glorificar a nuestros héroes; ahora solo esperamos escapar de la realidad en algún lugar del país, con lo poco que tengamos en el bolsillo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El mayor problema de ser peruano es la gente que nos gobierna –o dice gobernar–. Nos enseñan que lo único importante en esta vida es postular a un cargo público y aliarse con su misma calaña para cuidarse las espaldas. Rico, ¿no? Para qué entonces tener un título académico si puedo ganar dinero sin trabajar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Así de grande en mi Perú, carajo.</span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: verdana;">27 de julio de 2023</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-65653280419580862242022-12-15T09:04:00.003-08:002022-12-15T09:04:54.772-08:00El chocolate de monseñor Checopar (Parte II)<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKgB4r0PvPoR8Mo1cpnN4UGz22CUMJedbKSdNyZAwcklfi3OzOHH_yFJV-ySX8oR0RXK3dyail5FQx5F-MEM8gIRgOQA-q6ek5y2cgtPUrmgne9fxc_P3AgiMZPt30wS02A7qYeHgAgG6uBv0LF7eHhp2k3p8oFbrf78XY1ZGd5DyyyJ162gf0g21L/s367/chocolate%202.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="224" data-original-width="367" height="195" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKgB4r0PvPoR8Mo1cpnN4UGz22CUMJedbKSdNyZAwcklfi3OzOHH_yFJV-ySX8oR0RXK3dyail5FQx5F-MEM8gIRgOQA-q6ek5y2cgtPUrmgne9fxc_P3AgiMZPt30wS02A7qYeHgAgG6uBv0LF7eHhp2k3p8oFbrf78XY1ZGd5DyyyJ162gf0g21L/s320/chocolate%202.jpg" width="320" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El velorio se realizó dos días después de saberse la noticia. Las plañideras rodeaban el féretro y una multitud de seguidores se agolpaba dentro y fuera de lo que antes fuera el escenario de tan dichosos momentos entre <i>su santidad</i> y sus más fieles feligresas, que lo llevaron a las más escatológicas situaciones en sus últimos años de vida. No cabía duda que la más sentida era la socialité, la rubia empoderada con más de catorce millones de seguidores en OnlyFans y una de las más devotas de su congregación. Tuvo a bien de donar una suma considerable para las exequias de su finado consejero espiritual, que la iglesia se lo agradeció infinitamente. Aunque todos los gastos del sepelio corrían por cuenta del Arzobispado, ella no lo sabía.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">La más serena, aunque no ajena al dolor colectivo, era la Sra. Bautista. Había llevado el duelo como si se tratara de la viuda abnegada que tiene que aceptar la realidad. Y pensar que fue la última mujer con la que tuvo un polvo evangelizador. Al darlo por muerto, debió reordenar la habitación para que pareciera que monseñor había encontrado la gloria del Misericordioso en brazos de Morfeo; pero la encontró con la cara hundida entre sus nalgas. De solo pensarlo la humedad de su entrepierna evidenciaba un estado catártico de lo más sublime, que tuvo que apaciguarlo con un fingido llanto más parecido al barritar de un elefante.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">A la mañana siguiente, el ataúd que contenía el cuerpo embalsamado de monseñor Checopar fue enviado a su ciudad natal, donde sería enterrado en el Cementerio Pentecostal del Santo Pernicioso, junto a la iglesia donde por primera vez daría su más apologista sermón contra la zoofilia. “¡Pobres ovejitas, qué culpa tienen!”, diría tras dar un puñete sobre el púlpito, que asombró a sus feligreses. Eran tiempos en que el pecado era la clave para convencer a más de uno que la inmortalidad no era para cualquiera. Bajo la consigna del miedo y la venida del juicio final, el número de creyentes católicos creció exponencialmente frente a un número nada desdeñable de otras vertientes consideradas cristianas. Su solo carisma era garantía para conseguir más adeptos y adeptas, y eso nadie se lo discutía.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Ninguno de sus familiares asistió al sepelio. Muchos ya habían fallecido en espera de que los militares les devolvieran sus tierras; los pocos que quedaban, carecían del tino para rendirle tributo a un encantador de serpientes. Esto lo dejó muy en claro uno de sus hermanos, durante una entrevista el día que monseñor Checopar fuera embestido como obispo. Entre otras cosas, dijo que, desde pequeño, tenía el don de convencer a quien lo escuchara, apuntando hacia la ultraderecha conservadora que representaba el Opus Dei, azuzado también por las ideas retrógradas de su madre. “Pero, en términos generales, era una buena persona”, remató.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">La Sra. Bautista estaba sola en casa cuando recibió un sobre de parte del capellán de la diócesis. En él había un documento escrito por monseñor Checopar, avalado por el Arzobispado, que daba cuenta de una significativa cantidad de dinero que le dejaba “por sus años de impecable y distinguido servicio desinteresado por la iglesia”. La mujer sintió un nudo en la garganta y se echó a llorar no sin antes mojar su ropa interior, que terminó por enroscarse el cilicio en una de sus piernas, por el simple placer que le resultaba dichosa noticia. Dentro del sobre también había un cheque al portador por la cantidad de dinero que estipulaba el documento. Miró al cielo y agradeció a su benefactor con un par de nalgadas hacia sí misma diciendo: “Este chocolate te verá pronto, corazón”. Tras cobrar el cheque, pasó a vivir en una buena zona y no dejó de asistir a misa para implorar por el alma de su otrora amante. Ya había pasado tiempo desde que se había separado de su marido y su emancipación trajo consigo la tranquilidad que tanto necesitaba, lejos de las quejas y chabacanerías de su exmarido, inmerso en el alcohol y las andanzas non sanctas.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">El día que su marido supo de su infidelidad, fue todo un espectáculo. Su amigo le había aconsejado vigilarla y desenmascararla in situ. Al principio creyó que no era buena idea, más por el temor de descubrir la verdad que por las dudas que le metía en la cabeza su amigo. Pero, para estar seguro, debía sacarse esa espina que le atravesaba la yugular. Esa tarde, la Sra. Bautista salió a la hora de costumbre, rumbo a su trabajo. El hombre, ni bien ella había cruzado la otra calle, fue a seguirla.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Encontró a dos ancianas frente al altar y a su mujer, que entraba por una puerta junto al confesionario. Se sentó atrás y esperó. Al menos, si la viera salir con un balde y un trapeador, no habría dudas de que todo no era más que producto de su imaginación. Ya cuando las ancianas abandonaron el recinto, se dio cuenta que la espera había tomado más tiempo de lo deseado. Una corazonada le dijo que la iglesia podría ser solo una fachada y esa puerta la llevaría hacia el otro lado de la calle en busca de su amante. Avanzó cauteloso y manipuló el pestillo, encontrándola sin seguro. Entró hacia un pasillo con una puerta a cada lado. Manipuló una de ellas y vio que se trataba de la oficina de monseñor, que estaba vacía. Se dirigió hacia la otra y desde su interior se podía escuchar unos jadeos entrecortados. Era un dormitorio, con una pared de Drywall como mampara, donde se veía colgada una sotana. Se asomó por detrás y miró estupefacto. Era su mujer, siendo sodomizada por monseñor Checopar. Le pareció execrable y humillante, sin saber qué le afectaba más: ver a su mujer con otro hombre o verle el culo a un sacerdote. Como hombre de fe, era imposible que cayera en el pecado de la lujuria; pero comprendió que, después de todo, era un hombre de carne y hueso.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Empezó a llorar amargamente, en silencio, al verlos retorcerse como dos anguilas intercambiando descargas eléctricas, e inesperadamente tuvo una erección. Estaba confundido y a la vez excitado. Pero su orgullo pudo más que su instinto animal y derrumbó esa distancia que había mantenido, hasta ese momento, entre esos dos. Sorprendidos y sin nada que ocultar, ni siquiera reaccionaron como deberían reaccionar dos tramposos que han sido descubiertos. Muy tranquilamente, monseñor Checopar trató de suavizarlo con unas palabras conciliadoras, mientras mantenía erguido su pene, con la gotita de pre semen en el glande. El hombre empezó a insultarlos bajo la fría mirada de su mujer, que ni siquiera cubría su cuerpo. Estaba sobre la cama, mirándolos, como quien ve un partido de fútbol. El hombre, muy indignado, dijo con voz aflautada: “Te espero en la casa”. Y se marchó. A los pocos minutos, la mujer conminó a monseñor seguir con la faena antes de que se enfriara. Luego, de vuelta a casa, le pediría el divorcio.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Aquello le produjo hilaridad. Fue necesario, casi profético. Las cosas cayeron por su propio peso y no sintió remordimiento alguno. Estaba feliz de que las cosas hubieran seguido un rumbo distinto al que creía mantenerse por una ruta sinuosa y sin bríos de solución. Agradeció nuevamente las atenciones de monseñor y le prometió que con ese dinero emprendería un negocio a su nombre. Era lo menos que podía hacer. El destino estaba de su lado. Era momento de darle sentido a su vida y encontrar tal vez el amor de un hombre que no cuestionara sus deseos. De hecho, había más de uno esperando ser correspondido. Y estaba lista para comprobarlo.</span></span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-3482504309064635712022-12-14T11:37:00.001-08:002022-12-14T12:19:58.209-08:00El chocolate de monseñor Checopar<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE1lP36Ttj437p38kUihC43BlyB3_ljMIvfPTJ9Ih75huZ6kDKr_0mwPmfzvfNSHfZOstAoKc3k0lHhxAB9kgQIowI0Z9ZwqouscXH4Ur0PP8co9IA8PlRu_wcsyVblkh8_GRTIM_Oph0IeD31ywp8BIcOIZvb7kIEW8huDW2pk7oTlqBEKH5O9vON/s1563/chocolate%20de%20monse%C3%B1or.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1230" data-original-width="1563" height="252" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE1lP36Ttj437p38kUihC43BlyB3_ljMIvfPTJ9Ih75huZ6kDKr_0mwPmfzvfNSHfZOstAoKc3k0lHhxAB9kgQIowI0Z9ZwqouscXH4Ur0PP8co9IA8PlRu_wcsyVblkh8_GRTIM_Oph0IeD31ywp8BIcOIZvb7kIEW8huDW2pk7oTlqBEKH5O9vON/s320/chocolate%20de%20monse%C3%B1or.jpg" width="320" /></a></div>A las diez de la mañana del 25 de octubre, monseñor Checopar espiró su último aliento. Su mucama, la Sra. Bautista, le dio una de sus mejores y más audaces proezas sexuales que se haya visto dentro de la iglesia donde regentaba el sacerdote por más de veinticinco años, rodeado de un aura de paz, desasosiego y moralidad desbordantes, y del que nadie imaginaría encontrar una vida plagada de excesos e hipocresías dignas de la iglesia católica.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Monseñor Checopar nació en el seno de una familia acomodada, de estirpe aristocrática y terrateniente, dueña de varias extensiones de tierras al interior del país, que supusieron la consolidación de un conglomerado de empresas dedicadas a la ganadería y agricultura, pero que se vio empañado a consecuencia de la reforma agraria de Velasco. Al futuro sacerdote no le importaba mucho despilfarrar el dinero como sí lo hicieron sus hermanos, que terminaron por abandonar el país al declararse en bancarrota por las malas gestiones y por la pérdida de sus tierras a manos del Estado. Una de las hermanas, desde España, criticaba ferozmente al gobierno militar y pedía la devolución de sus propiedades, ahora en manos de unos “indígenas malolientes y analfabetas”, tal cual lo señalaba en un comunicado, el mismo que tuvo como respuesta <i>Cholo soy</i>, de Luis Abanto Morales. Pero eso da para otra historia.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">A los quince años supo que quería dedicarse al santo oficio de salvar almas descarriladas, ya que una tarde paseaba por una de sus haciendas y vio una señal en el cielo, la cual tomó como un advenimiento divino. Aunque, cabe resaltar que la mencionada señal no era más que un fragmento de meteorito que cayó a unos cuantos quilómetros de donde estaba. Pese a la negativa de su padre, un hosco latifundista que quiso enseñarle todo lo relacionado con los negocios de la familia, el futuro representante de Dios en la tierra tuvo que dar un paso al costado y seguir sus ideales. La madre, una devota incondicional del Opus Dei, apoyaría las aspiraciones de su hijo hasta verlo convertido en Cardenal, una posición más acorde e influyente que beneficiaría a todos por igual.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Los años posteriores a su conversión, fueron productivos y marcados por una férrea doctrina que supo mantener frente a sus feligreses. Sus sermones eran duros, emotivos, cargados de un fuerte mensaje contra los corruptos de la fe y los falsos apóstoles que contaminaban el alma de los más débiles. Cada palabra era sentida como un dardo que provocaba lágrimas entre los asistentes, especialmente entre la audiencia femenina, representada por damas de sociedad y amas de casa abnegadas, que buscaban el clamor del Divino. Fue en una de estas reuniones en su despacho que tuvo su primer encuentro íntimo con una de las más reconocidas socialités del medio. Una contribución monetaria siempre era bien recibida a cambio de la tan ansiada paz espiritual. Y no solo eran sus palabras que estremecían su contorneado y depilado cuerpo, al escuchar el susurro de su cálida voz que le auguraba bienaventuranzas a su vida, sino sus magnéticos ojos azules que la hipnotizaban hasta perder la razón. Pese a sus años, monseñor destilaba un aire varonil, que la mujer no tardó en despojarse de toda atadura terrenal para entregarse a la espiritual. "No deberíamos hacer esto, padre", dijo, a lo que monseñor contestó: “Son los designios del Señor”, tras acariciar sus glúteos y apretar su ingle contra la de él, y enterrar la lengua en su boca hasta perder el aliento.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Los confesionarios fueron labor de todos los días. No había dama que no quisiera que Monseñor escuchara sus más avispados pecadillos, que terminaban por sucumbir a sus encantos tras recitar dos avemarías y un credo. Luego de algunas arcadas involuntarias, el prelado las motivaba a seguir la confesión en sus aposentos. Ya por esas fechas contó con los servicios de la Sra. Bautista, una mujer sencilla, devota y que ostentaba un hermoso trasero color canela, como buena hija de chiclayanos. Su primera experiencia extramarital se produjo cuando ella limpiaba la alcoba de monseñor. Este la miró inclinada y no pudo resistirse a sus carnes, que se traslucían a través de la polera de faldones largos que llevaba puesta. Le excitaba ver cómo la tela se insertaba entre sus nalgas, convirtiéndose en un bocado que no debía desaprovecharse. “Ay, monseñor, ¿qué está haciendo?”, decía la mujer, entre risas, siendo sujetada de la cintura mientras el bulto bajo la sotana se hacía cada vez más evidente en su redondo culo. Unos minutos más tarde, sucumbía ante los arrebatos del cura. “Menos mal que le gustan las mujeres”, dijo, luego de recibir un estimulante orgasmo que la dejaría rendida hasta el anochecer.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Para ese entonces, su marido ya sospechaba que algo andaba mal con ella. Sus silencios, su mirada distraída, su febril atención al viejo reloj en la pared antes de salir de casa, eran más que evidentes. Se ausentaba de casa hasta altas horas de la noche y las peleas diarias entre ambos, habían cesado por completo. Él, un macho que se respeta, que la sometía con sus injurias y desplantes por querer una buena comida caliente, se machacaba los sesos por descubrir qué la había hecho cambiar. Entre copas con uno de sus viejos amigos, este sospechaba que tal cambio podría deberse a que tuviera un amante. “¿Y cómo puedes saber?”, dijo el otro, indignado. “Es que mi mujer también tiene esos síntomas, y descubrí que tenía uno”, sentenció el amigo.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Ni corto ni perezoso, el hombre fue en busca de su mujer; pero no la encontró. “¡Maldita sea!”, dijo, “¡Tiene razón!”. Esperó a que llegara, aturdido y ansioso al ver que los minutos corrían lentamente en el viejo reloj de pared. Dos horas después de lo habitual, la Sra. Bautista dio señales de vida. El marido empezó a reprocharle por sus ausencias sin que ella dijera nada relevante, solo que estaba ocupada trapeando la iglesia. “¿A estas horas?”, dijo el hombre. “¡Ni siquiera has preparado la cena!”, remarcó. Ella no le hizo caso y se tiró en la cama y esperó que su marido hiciera lo mismo, quien no dejaba de vociferar insultos que se proyectaban a la primera generación de su familia. Sin palabras, la mujer terminó por practicarle una felatio que lo tranquilizó de inmediato. “Así se entiende la gente”, dijo.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Las semanas transcurrían sin novedad. Mientras mantuviera a su marido sedado por sus atenciones, la Sra. Bautista podía disfrutar del cilicio que les prodigaba monseñor a sus partes íntimas. Su culo era la mejor opción para evitar un embarazo no deseado, ya que el prelado creía que los métodos anticonceptivos eran contrarios a las creencias del catolicismo. No dejaba de admirar aquel trofeo hecho a su medida. “Mi chocolatito”, decía, mientras se prodigaba en besos y atenciones, que la mujer no pudo evitar compararlo con su marido, aquel fanfarrón de diminutas credenciales que ni cosquillas le provocaba; en cambio, monseñor Checopar era un aventajado que, de haber vivido su padre y ver en qué se había convertido, no dudaría en decir orgulloso a sus amigos: “No quiso trabajar mis tierras, pero terminó siendo todo un pendejo”.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">(<i>Continuará...</i>)</span></span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-24632283528880617292022-12-02T13:49:00.001-08:002022-12-13T09:27:01.773-08:00Una y otra vez<p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; font-family: trebuchet; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRvE_-53ZvZhgBCzJrSwlpbRFhybjNmMwX19hEa9O4r-KnZlHufEw5sbQRrjC4u14ajlc-lwVPKRggROaeJ8ienbU2Kke9aef1wVbdgn-R7pgre3Xtg-Ka4dlxnwRJRXWyzjnVPSEbELi7DGx26uB4oM-vQ55xENTZigpOOnc3M3InHryfMbSrGPGc/s1200/Una%20y%20otra%20vez.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="1200" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRvE_-53ZvZhgBCzJrSwlpbRFhybjNmMwX19hEa9O4r-KnZlHufEw5sbQRrjC4u14ajlc-lwVPKRggROaeJ8ienbU2Kke9aef1wVbdgn-R7pgre3Xtg-Ka4dlxnwRJRXWyzjnVPSEbELi7DGx26uB4oM-vQ55xENTZigpOOnc3M3InHryfMbSrGPGc/s320/Una%20y%20otra%20vez.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: helvetica;">Parece el título de la clásica canción de Blondie. Pero no, no se trata de revivir la nostalgia de fines de los años 70 ni de escribir la reseña de tan emblemática canción de mi infancia. Va más allá de cómo las piedras terminan por obstaculizar nuestro camino e imposibilitan llegar a la meta. Como ya es costumbre, una mujer tiene la culpa. ¿Por qué? Porque soy un idiota narcisista que, a la primera señal de rechazo, vuelvo a inhibir mis sentimientos como si de cerrar un caño se tratara, y corro a los brazos de otra mujer para descargar toda esa frustración contenida. La pobre tiene que pedirme por favor que me detenga, porque el dolor es insoportable: mis quejas le crispan los nervios. Sí, son para llorar. Pero me las aguanto.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Conocí a Gladys en una de estas citas para solteros y terminamos por congeniar a la perfección. Empezamos a salir y después de dos meses parecía que la cosa estaba a punto de evolucionar a una relación más estable y duradera. Sin embargo, todo no fue más que una mala interpretación de lo que estábamos viviendo, al menos, eso me dio a entender. Parafraseando sus palabras, solo me veía como un buen amigo. Arrepentida, pagó la cena y juré no volver a verla nunca más. Esa noche no pude dormir y fui a ver a Lucía, mi terapeuta sexual, porque no quiere que le diga “puta”, le resulta de mal gusto y la rebaja a una simple y vulgar acompañante.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Solo bastaron quince segundos para comprender que hay mujeres que quieren navegar por sí solas en alta mar, sin nada de lastre que las detenga. <i>Lo único que queremos es que nos escuchen</i>, dijo. <i>Nunca me cuentas nada</i>, le contesté, lo que terminó por soltar una carcajada a mandíbula batiente que pude verle el desayuno de hace una semana. No me dijo nada que no supiera ya, desde ingenuo hasta el más triste de los huevones, con la consabida disculpa por ser tan directa y tan fría. No importa, pensé, ya estoy acostumbrado.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Caminé hacia la estación del metro más próxima y me lancé a los rieles antes de que el tren se orillara en el hangar. Por suerte caí a escasos centímetros de la zona cero y tan solo recibí un golpe en la frente y raspaduras en las rodillas. Ya era tiempo de comprarme jeans nuevos. Me levanté, tragándome el orgullo de no haber podido quitarme la vida y seguí con rumbo desconocido. Entré a una cafetería para descansar los pies y aproveché en pedir café con pie de manzana. No sé cuántas porciones de pie habré comido, pero me sentí</span></span><span style="font-family: helvetica; text-align: left;"> como una anaconda que recién se tragó un elefante y el insomnio que me hacía ver como Travis Brickle. María, una mujer que vendía cigarrillos en la vía pública, me ofreció un Lucky Strike y sin pensarlo dos veces le acepté la cortesía. Mientras fumábamos pusimos nuestras vidas en perspectiva: ella, desde su visión de la calle; y yo, desde la comodidad de mi exclusivo departamento en La Perla. <i>¿Y qué haces por aquí?</i>, preguntó. <i>Ando de paso</i>, respondí, con una sonrisa cínica. Como la mujer aún tenía lo suyo, se invitó sola a mis aposentos a ver qué resultaba de todo esto. Pero, lo pensé, ya que no acostumbro llevar a nadie a mi departamento y le dije que mejor nos fuéramos a un hotel. Sin nada más que refutar, aceptó.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Tuvimos sexo sin medir las consecuencias. Sabía que no volvería a verla y solo me dejé llevar por el calor de la noche. En determinado momento pensé en Gladys y los remordimientos me orillaron a una inesperada disfunción cuando María estaba a punto de alcanzar el pináculo de su deseo sexual. A duras penas logré satisfacerla y nos quedamos tendidos uno al lado del otro, mirando nuestros cuerpos desde el espejo del techo. Tenía una bonita silueta, para qué; su color de piel me gustaba, iba a tono con las pálidas carnes que me hacían ver como un pollo crudo. Quiso beber algo y no se me ocurrió mejor idea que llamar a recepción para que nos subieran una botella de su mejor vino, acompañándolo con snacks y chocolates. Eso nos puso a punto y volvimos a la carga. Nos sorprendió la mañana y puedo decir que me sentí más que satisfecho por dominar la situación. Antes de irse, me hizo prometerle que la invitaría a mi departamento un día de estos. Me dejó su número y nos despedimos.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Aunque pudo ser tentador en un principio, creí prudente no tener contacto con ella. No quería que luego se acostumbrara a pasar más tiempo en mi cama que vender cigarrillos en una esquina. Se lo conté a Lucía y nuevamente se desternilló de la risa por lo absurdo que le resultaba mi temor de abrir mi alma a cualquiera. El sentimiento o el amor no estaban incluidos en la fiesta, solo era cuestión de disfrutar el momento sin nada de ataduras. Concluyó diciendo que Gladys me había pisado tan fuerte los huevos, que no podía diferenciar ambos aspectos que me condenaban a vivir como una roca. Luego tuvimos sexo para no perder la costumbre.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: helvetica;">Tenía una historia para cada caso; pero, solo pensaba en Gladys. Su amplia sonrisa, su perfecta dentadura, sus delicadas y suaves manos, y sus bien cuidados pies, se resistían abandonar mi mente; no podía dejar de pensar en lo esbelta que era, en sus caderas anchas y hermosas pantorrillas, que su NO al compromiso me destartaló el poco corazón que me quedaba. Luego me enteraría que, en otra reunión para solteros, un amigo la vio acompañada toda la noche de un tipo que, finalmente, le propuso matrimonio a las pocas semanas. Era para volver a la estación del tren y esta vez calcular mejor la caída sobre los rieles. Llamé a María y le pedí que viniera a mi casa. Estuvimos todo el fin de semana fornicando encima del sofá, sobre la cocina y bajo la regadera de la ducha. Estaba hastiado de todo sentimentalismo barato acerca del compromiso y el amor etéreo que, ni bien llegada la noche, le dije que se viniera a vivir conmigo. <i>¿Y qué pasa con mis cigarrillos?</i>, dijo. <i>Olvídate de eso, serás mi mujer</i>, respondí. Pero ella, tan fría como el mármol de mi repostero, dijo que no, que solo era cosa de pasarla bien sin ningún compromiso. Aspiré hondo y le dije que se marchara, que no volviera a contactarse conmigo y que nada más seríamos un lejano recuerdo de alcoba. Comprensiva, se vistió y me pidió dinero para el taxi. <i>Viniste en micro, no jodas</i>. Y se fue.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: helvetica; text-align: left;">Pasé esa noche en vela, pensando en los errores que había cometido. ¿Era un error querer a una persona? No, si era la correcta. Pero, cuántas veces debía equivocarme para encontrar a la persona correcta. Ya lo había convertido en deporte nacional por antonomasia sin los resultados esperados. No tuve mejor opción que saltar por la ventana, pero, para mi mala suerte, vivo en el primer piso. Solo gané un golpe en la frente y varios raspones en las rodillas. Sí, un mal presagio me decía que las cosas volverían a repetirse. Como todo en mi vida.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-39041662068473164442022-11-29T09:21:00.002-08:002022-12-13T09:15:45.821-08:00Sutil como el papel higiénico en el taco<p style="text-align: left;"><span face=""Trebuchet MS", sans-serif" style="text-align: justify;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWn5MuHC3FTYYy7NtCGhWxc5xCSemnuZXCdC4tAqE8PxU8D86iBUuasDWoG3NTe0KGosgjUHQChBZmqsrh0W_KOO4NKmRry6RNyJVxU1j1IOsVxLR8BEUEfmNV5t9ZSri6BlaT85L4-7SiThHsmp1nNuX6VqXW-O1B_kAqZgY2P7X2YLx6Iuy-901o/s600/trufas.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="600" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWn5MuHC3FTYYy7NtCGhWxc5xCSemnuZXCdC4tAqE8PxU8D86iBUuasDWoG3NTe0KGosgjUHQChBZmqsrh0W_KOO4NKmRry6RNyJVxU1j1IOsVxLR8BEUEfmNV5t9ZSri6BlaT85L4-7SiThHsmp1nNuX6VqXW-O1B_kAqZgY2P7X2YLx6Iuy-901o/s320/trufas.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><div><span style="font-family: verdana;">Valdivieso soñaba con algún día probar una nueva receta a la altura de sus ya afamadas trufas de coco. Esta vez, el ingrediente ya no sería la tan versátil fruta traída de las lejanas islas de Hawái, sino de otra que le diera el espaldarazo definitivo. Había probado de todo y ya estaba a punto de conseguir la esencia, cuando se topó con un pequeño inconveniente: conseguir financiamiento. Pero como a él los problemas eran una cosa pasajera y dable a los finales heroicos, tuvo que imprimirle a su cruzada todo el encanto y el carisma necesarios para lograr que alguien pusiera dinero en sus manos. Y así lo hizo. Tardó más de lo esperado, pero con la confianza de llevar su cocina a las altas esferas sociales que tanto beneficio había conseguido.</span></div><div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div><span style="font-family: verdana;">La primera de las varias reuniones que organizó no salió tan bien. La mayoría era gente amargada que no comprendía cómo un chef de su nivel pudiera perder el tiempo en esta clase de cocteles en lugar de trabajar en su cocina. “¿Quién en su sano juicio iría hasta Hawái a comprar cocos, si en el mercado de frutas lo venden que da miedo?”, dijo una desubicada ricachona. Muy fácil, explicaría Valdivieso años más tarde a su biógrafo, quería hacer la diferencia. Un coco es un coco, por donde se le mire, de eso no hay duda; la procedencia y el tiempo necesarios para su traslado y su manufactura requieren de la precisión de un reloj suizo, y eso a nadie tendría porqué importarle, si igual se lo comen. “Sí, pero, son muy chiquitos y cuestan caro”, dijo el hombre de letras. “¡Ni que fuera un huevo centenario!”, enfatizó. Pero, como ya lo había manifestado, el motivo que lo impulsaba era crear otro sabor, otra textura, otra joya con la que la gente no tendría de qué quejarse cuando leyera la carta y encontrara una simple línea casi al pie de la página: “trufa de coco”.</span></div><div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div><span style="font-family: verdana;">Los posteriores eventos tuvieron mejor acogida. Esta vez Valdivieso vendió mejor el producto, el cual aún no revelaba su ingrediente, que guardaba celosamente bajo un halo de misterio, casi comparado con el arca de la Alianza o las cuentas fantasma de Alan García. Muchos tomaron esto como una idea brillante y se morían de la curiosidad por saber la receta secreta de su nueva línea de postres y aperitivos. Sin dudarlo por un instante, las contribuciones fueron más que alentadoras y el pozo fue aumentando a medida que más adeptos se unían a la causa, reunión tras reunión durante más de seis meses. Hasta que consiguió alcanzar la meta.</span></div><div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div><span style="font-family: verdana;">La última reunión fue precisamente para agradecer el interés recibido a su modesta convocatoria, y que era el momento de revelar la tan mencionada receta secreta que por meses estuvo en boca del circuito gastronómico a lo largo y ancho del país. Cuando se dio a conocer el nombre del ingrediente, el silencio fue sepulcral y hasta ofensivo, sin mencionar lo irónico que resultaba tener que tragarse toda esa diatriba de progreso y empoderamiento internacional: vainilla. Sí, Valdivieso, el chef de retos imposibles, haría trufas de vainilla. Ya era tarde para reclamar su dinero, que los presentes no tuvieron más remedio que aplaudir a medio compás y tragarse el orgullo por sentirse estafados.</span></div><div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div><span style="font-family: verdana;">Como diría Valdivieso, no se trataba de cualquier vainilla. Era una vainilla que solo se podía encontrar en la India. Aunque, uno de los presentes, dijo muy suelto de huesos que para qué ir hasta allá, si en México podría encontrarlo más cerca. Pero Valdivieso insistió en que debía ser de la India. Tuvo que convencerlos de dicha elección por considerarla acertada. Y lo aceptaron. Le tomó otros seis meses encontrar tan dichoso producto silvestre y regresar con él a sus cuarteles generales y poner en práctica toda su sabiduría culinaria. Cuando la presentó en sociedad, la decisión fue unánime: valió la pena.</span></div><div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div><span style="font-family: verdana;">Un año después, luego de que sus trufas de vainilla conquistaran el mercado, tuvo un sueño del cual despertó con frenesí. Había dado con otra gran idea. Ni corto ni perezoso, buscó financiamiento y el circuito del dinero fácil volvía a ponerse en acción. “¿Ahora de qué tratará esta vez?”, se preguntó un curioso, “Seguro quiere hacer trufas con naranja traídas de Marruecos o trufas con peras de Madagascar”. Esta vez, no tuvo el auspicio que hubiera querido y perdió credibilidad de inmediato. Sus largos viajes y gastos superfluos lo delataron y más de uno coincidió en afirmar que con tanto dinero en sus arcas fácilmente podría él mismo costear. “Compra producto peruano, huevón”, sentenció su biógrafo.</span></div></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-28981444739395556042022-11-27T07:34:00.008-08:002022-12-13T09:09:33.397-08:00Una inquietud desprovista de vergüenza<div style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana; text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDpAO3E2vmF4p8A4mYh5G_nyj0N0PLiKUZiIRjLC57-tozdWZDlusc97ncaKmagSpHk44PCKlnraBoDWEv7PjiE-J0PV53Gp6elZFlqPSMjvfUQnFXcr2WbnI0Vs0G6n2-2IIwzFPowEtu09Wpo5KXJHSIZZKWuxJG2eMbk6ZZZYl3I3AkxsJrec50/s7360/mujer%20coqueta%20-%20blog.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="7360" data-original-width="4912" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDpAO3E2vmF4p8A4mYh5G_nyj0N0PLiKUZiIRjLC57-tozdWZDlusc97ncaKmagSpHk44PCKlnraBoDWEv7PjiE-J0PV53Gp6elZFlqPSMjvfUQnFXcr2WbnI0Vs0G6n2-2IIwzFPowEtu09Wpo5KXJHSIZZKWuxJG2eMbk6ZZZYl3I3AkxsJrec50/s320/mujer%20coqueta%20-%20blog.jpg" width="214" /></a></div></span><div style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">A vista y paciencia de su marido, Leonor tomó la decisión de fornicar con su mejor amigo luego de que lo hiriera gravemente Butch, su chihuahua bizco. Sus partes nobles sufrieron la mayor parte de los daños, dejándolo impotente durante el proceso de rehabilitación. Tuvo que tragarse el orgullo, además de perdonarle la vida a su mascota, y aceptar los requerimientos de su mujer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Era sabido que Leonor tenía un apetito voraz por las carnes sazonadas con testosterona. En su juventud hubo experimentado más de mil formas distintas de placer carnal, que en una noche llegó a mantener relaciones con dieciocho personas a la vez, sin contar a su vecino, un compañero de estudios y dos de sus primos en el transcurso de las horas. Seriamente, se le ocurrió pedir ayuda médica, cosa que descartó de inmediato porque terminaría tirándose a todo el consultorio. Se conocía muy bien.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Por su parte, Edmundo era un tipo encantador, comprensivo, sensato. Complacía a su mujer en todos sus caprichos, sean o no de tipo sexual. Ambos congeniaron a la perfección casi imposible de creer para una mujer como Leonor, que se contentó con un solo hombre; pero después de diez años juntos y con el percance del perro, terminó por aceptar su realidad, aunque sin perder el tiempo en gimoteos ni señalando culpables; utilizó ese tiempo para darse un festín como ya lo venía haciendo antes de su noche de bodas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">No tuvo mejor idea que convocar a su mejor amigo, a quien le había perdido el rastro dos décadas atrás, y el único con el que podría tener la suficiente confianza para que se sirviera a sus anchas del delicatesen en que se había convertido esta mujer. La había conocido tan flaca como un pabilo sin sospechar que años después exhibiría unos portentosos pechos y glúteos cincelados por la providencia y las hormonas desatadas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Ni bien retomó su relación con Leonor, tuvo que pedirle permiso al marido por las cosas que estaba a punto de cometer en nombre de las buenas costumbres. Edmundo no le dio importancia al asunto y dejó que subiera al dormitorio no sin antes advertir que su esposa era una dama, después de todo, por donde se la mirase. Sí, claro, dijo, y pensó: “Este pobre diablo debe estar chiflado”.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Dos días después, el chihuahua murió de rabia, porque sufrió de bullying por los perros del vecindario. Edmundo lo enterró en el jardín mientras escuchaba a Leonor dar alaridos desde la ventana del dormitorio. Algún que otro vecino miraba extrañado la procedencia de dichos ruidos, que Edmundo tuvo que explicar fríamente que su mujer estaba tomando lecciones de canto, pero que estaba muy lejos de ser comparada con María Callas. Todos se echaron a reír y compartieron una jarra de limonada recién preparada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El amigo de Leonor no podía más. Estaba extenuado. Pero ella no se rendía tan fácilmente, así que pidió una ronda doble de Red Bull y se puso en acción, en contra de los deseos del invitado, que protestó enfáticamente que deberían tomarse un descanso. Molesta, cogió sus cosas y se largó en busca de otros hombres. El amigo le dijo a Edmundo de lo que estaba pasando y él, tan sereno como siempre, le dijo: “Sí, sí. Así es ella. No te preocupes. Ya volverá”. El amigo cogió sus cosas y se largó, no sin antes parafrasear a un congresista desempleado: “¡A la mierda con este país!”.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Leonor se metió a un bar y les propuso a cuatro amigos que compartían una jarra de cerveza que si querían cogerla entre todos. No lo pensaron dos veces y se la llevaron en el auto de uno de ellos a casa de otro de ellos. Leonor no tenía intención de volver a casa hasta que estuviera completamente satisfecha. Al igual que el amigo, estos cuatro gamberros pidieron tiempo para recuperar el aliento. La mujer no toleraba insubordinación y le dio una patada a cada uno en sus genitales. Obedecieron y reanudaron el trabajo. Hasta el último orgasmo emitido por esta fémina, las cosas se tranquilizaron. Pudo vestirse y regresar a casa, junto a su marido, que la esperaba con un vaso de limonada bien helada. Luego de un reparador baño, se metió a la cama, le dio un beso de buenas noches y empezó a programar sus actividades del siguiente día. Edmundo le dijo por sobre el hombro: “Te lavaste los dientes, ¿verdad?”</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Imagen: gpointstudio en Freepik</span></div></div></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-80248111215238485552021-06-06T08:30:00.000-07:002021-06-06T08:30:20.504-07:00Beck tenía razón<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmxE0N0YDJ-6EavIX5Y2VzhKVHrw99M-egdG5mlgyGyVRwMUeU52ro0qsgRKLIIBN7Wj8d3sGYGYpPzI_v2l1gv__k1RlL3_RKvi88f790jAo8JYwH_dNkMB6TadHr3tCj-8hwrlMdZtw/s997/ser-un-loser.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="997" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmxE0N0YDJ-6EavIX5Y2VzhKVHrw99M-egdG5mlgyGyVRwMUeU52ro0qsgRKLIIBN7Wj8d3sGYGYpPzI_v2l1gv__k1RlL3_RKvi88f790jAo8JYwH_dNkMB6TadHr3tCj-8hwrlMdZtw/s320/ser-un-loser.jpg" width="320" /></a></span></div><span style="font-family: verdana;"><div style="text-align: justify;">Cuando uno siente que las cosas no marchan como se espera, es mejor sacar cuerpo y darle la espalda a la realidad. Me imbuí en el alcohol, las drogas y las mujeres. No en ese orden, claro. Reprimí mis sentimientos por unos instantes y vagué por el río de la autodestrucción, que en pocos días dejé de reconocerme frente al espejo. Me dejé la barba, el escaso cabello que me quedaba empezó a llenar mi blanca calva como aquellos viejos payasos de circo ruso. Estaba irreconocible. Ahuyentaba a mis vecinos con solo verme salir a comprar el pan, hecho todo un andrajoso, que me impidieron utilizar el ascensor por el insoportable olor a mortadela rancia que despedía mi cuerpo. Ya de por sí soy insoportable, sin ser suficiente para que la mujer con la que mantenía una relación abierta decidiera alejarse e irse con el primer inútil que la abordara en el metro. Eran las ocho de la noche y sin noticias de ella que, luego de dos días, entendí que jamás volvería.</div></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">No sé cuándo empezaron a joderme las cosas. La apatía viene de familia, es una mal congénito que se acrecienta con el paso de los años. A mis cincuenta, las cosas no podrían estar peor. Sentí la necesidad de mandar todo a la mierda y dedicarme a sacarle las plumas a las palomas del parque y lanzar sus cuerpecitos contra el parabrisas de algún loco del volante, solo por el hecho de verlos explotar… de ira. Como dije, la autodestrucción me obligaba a internarme en los barrios más peligrosos de Lima o del Callao. Hasta me expuse ante un grupo de feministas en pleno mitin gritándoles que volvieran a la cocina con el fin de verme</span><span style="font-family: verdana; text-align: left;"> reducido a un manojo de carne pulverizada y embadurnada con sangre</span><span style="font-family: verdana; text-align: left;">. Por suerte, no ocurrió. Mis fachas fueron esenciales para salvar el pellejo, aunque la policía estaba más que preocupada si cruzaba cerca de una farmacia o un Barber shop.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Mis amigos dejaron de hablarme, me cortaron la línea telefónica y tenía que vivir gracias a una vela y un mortero de laboratorio para calentar el agua del inodoro y una lata de frijoles en conserva. Se preguntarán de dónde saqué el bendito mortero. Cuando uno deambula por la cachina, encuentras lo que necesitas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Felizmente no me enganché con la droga. Mi cuerpo no lo tolera. Una vez me inyecté toda una jeringa de heroína y esta se diluyó en mi orina al miccionar. Al igual que la marihuana y la coca. No sé si sea genético o soy la solución divina para aquellos que desean pasar el antidoping. Es lo mismo con el alcohol. Galones y galones de vodka, cerveza y demás bebidas espirituosas no me hacían ni cosquillas. Estaba encaminado a la canonización por mi saludable estado físico. Eso me hizo pensar si pasaría lo mismo con las mujeres. ¡Y vaya que sí! Estuve con diez féminas en un mismo día. A todas por igual, como si fuera un adolescente con millones de hormonas que sacudían mi entrepierna sin perder el ritmo. Luego lo reduje a tres, una más ardiente que la otra sin desentonar con sus exigencias seudo sadomasoquistas. Tres días encerrado en el cuarto de un hotel (ni huevón llevarla a mi departamento) que me llevaron al paroxismo sexual por antonomasia, que, finalmente, todo llegaría a hastiarme. Ya lo dije, apatía. Nada era de mi completo agrado. Perdí el gusto por la vida y sus misterios. Una noche desperté extasiado por la idea de que iba a morir. Sentí palpitaciones en mi pecho y ya me veía sufrir un infarto fulminante que me dije “llegó mi hora”. Pero no, solo fue un ataque de ansiedad y una enorme burbuja de aire que se había atragantado en mi esófago, que empecé a cuestionar mi falta de tino para estas cosas. Para variar. Entonces, me propuse enmendar algunos errores que cometí durante mi adolescencia y, para expiar mis pecados, no tuve mejor idea que evangelizar prisiones de máxima seguridad en Chernóbil. La cosa estaba “candente”, pero logré cumplir mi sueño de viajar a Europa. Aunque nunca encontré la paz interior que buscaba, solo tuve necesidad de ocultarme del escrutinio público como una lombriz. Apenas sacaba la cabeza para saciar mi hambre, pero nada que valiera la pena exponerme a la tan variada pléyade de SJW que pretendía cancelarme a como dé lugar. Lo primero que dije fue: “¡Al carajo con ellos!”. Fue una pugna que duró todo el ciclo de luna llena y me vi en la necesidad de volver al alcohol, las drogas y las mujeres, con los resultados ya antes mencionados. ¿Qué hacer?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Sin embargo, tuve una epifanía, la misma que me llevó a comprender cuáles fueron las causas de este deterioro moral y espiritual a la que estaba sometiendo mi vida. No entendía. Ni siquiera era un hombre triste. Todo lo contrario. Era la mar de diversión, pero de repente, como un clic en tu ordenador, esa alegría cambió hacia algo más lúgubre, más sosegado, más taciturno. Quería descubrir esa causalidad que me empujó a engordar como Robert De Niro en <i>Toro salvaje</i>, despotricando contra mí mismo y contra el sistema que me orilló hacia la debacle. Claro, uno siempre busca echarle la culpa a los demás de sus desgracias, cuando en realidad es uno mismo el principal y único responsable de sus actos. Me volví un paria porque me aburría la humanidad. Mi falta de empatía ya era legendaria desde los quince, y a estas alturas sería el campeón de la conversión antisocial después de la llegada del comunismo a suelo marciano.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Cuando decidí afeitarme, las cosas fueron más oscuras. No tenía rostro. ¿Qué había pasado? No lo entendía. Mis triglicéridos estaban por las nubes y padecía gota con ciertas insinuaciones de várices. Pesaba 120 kilos y me detestaba, peor que un niño de Senegal frente a un KFC. No podía decir que comía, cuando era todo lo contrario. Claro, si hablamos de cuatro latas de frijoles en conservas durante cuatro meses, esa sería la causa más certera a mi sobrepeso; pero no, era otra cosa. Empezaron a brotarme granos en la cara y en la espalda, mis vellos corpóreos me daban la apariencia de un simio y mi sentido del humor era tan equiparable como quien pierde el boleto de lotería un día antes del sorteo… y resulta ser el ganador.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Tuve que volver a terapia. Mi terapeuta, una mujer distinguida que me hacía recordar a la de <i>Los Soprano</i> o del mismísimo <i>Lucifer</i>, entendía a la perfección cuál era mi problema. Le pregunté si podía darme la respuesta a mis cavilaciones existenciales y solo atinó a decir que mi apatía era la causa de tremenda transformación. Eso ya lo sabía. Perdí 500 soles cuando yo ya había dado con el diagnóstico mucho antes de que este apareciera. ¡Mierda! Mi falta de tino volvió a patearme el culo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Luego de un año, vuelvo a mi peso inicial y no me veo tan mal después de todo. No puedo sonreír mucho porque me duele la cara por el uso excesivo de mascarillas. Debo exponer la parte inferior de mi cara al sol para que el color sea parejo, nada más. Regresé a mi habitual expiación de pecados al enfrentarme a mi ex sobre el porqué de su alejamiento. No me contestó en ese momento porque estaba ocupada. Eso decía mucho de ella. Dos días después me envió un e-mail explicándolo todo:</span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;"><i>Eres un imbécil. Eso es todo lo que tengo que decir.</i></span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;"><i>Besos.</i></span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;"><i>J.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Aquello me hizo reflexionar. ¿En realidad lo soy? Supongo que sí, porque todo lo que toco se convierte en mierda. Al menos, si fuera como el rey Midas la cosa sería más interesante. Estoy pidiendo peras al olmo. Lo fatal de todo esto fue que encontré una manera de evadirme de los problemas inmediatos, volviéndome un excipiente entre jugador obsesivo y vanidoso petulante en las artes del video juego. Desempolvé mi PlayStation y le di duro a los cientos de juegos que tenía en mis archivos, así que fue un proceso de descubrir qué era lo que necesitaba para salir de todo ese aturdimiento que ya me estaba costando la mitad de mis ahorros. Afortunadamente, los juegos en línea me proveyeron nuevamente de amistades ansiosas por retarme y conocí a un nuevo amor. Una jovencita de veintitantos años que empezó a prestarme atención más de lo que podría imaginar. Chateábamos horas y horas y me di cuenta que teníamos cosas en común. Un día decidí encontrarme con ella para plantearle la posibilidad de ir más allá como simples amigos y, si estaba de acuerdo, empezar una bonita relación de pareja.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Tenía unos bellos ojos almendrados, que brillaban con cada palabra que escuchaba salir de mis labios. Se veía entusiasta y respondía a mi sensibilidad, lo que yo también hacía al momento de cederle la palabra. Todo estuvo muy bien hasta que la tomé de la mano y le dije que si quería mudarse conmigo. Ella respondió con un NO, pero noté que era un “no” tímido y hasta diría que reprimido. Supuse que no quería verse tan interesada por el ofrecimiento. “Claro, este tipo tiene depa propio, vive solo, en cualquier momento estira la pata y me puede dejar todo para que no me faltase nada en un futuro. Pero no, debo mantenerme firme y que piense que no soy una aprovechada”. Eso lo pensé yo porque su silencio me provocaba decir esas cosas en mi cabeza, que ya me resultaba más que patético haberle propuesto semejante disparate. Pusimos punto final a la cita y cada quien volvió a su vida rutinaria. Yo, despojado de toda dignidad y ella lo que sepa Dios que estuviera pasando por su mente. Esa misma noche, cerca de las 12, me llamó y dijo que estaba loco, que apenas nos conocíamos y era imposible que pudiera mudarse con un hombre mayor. Se puso a llorar y no dejó de preguntarse que qué pasaría con sus padres, que eran menores que yo. Cómo se vería dicha situación frente a otros familiares. No dije nada y colgué. Sin pensarlo dos veces, volví al alcohol, las drogas y las mujeres.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Dos semanas después, vi una invitación para jugar en línea. Era ella. No le contesté y apagué el video juego. Para esto, ya llevaba varios días en vela aclarando mi mente con putas y varias rayas de bicarbonato (no tenía ni para cien gramos de coca), que me salió un tercer orificio en la nariz. Insistió en sus llamadas y yo, claro, nunca levanté el celular. Luego, dejó de timbrar. Dos años dejé pasar sin saber nada de ella, y las personas aun seguían cuestionándose por qué era tan apático. Quise suicidarme, pero no pude. No tenía ni una hoja de afeitar disponible, ni siquiera gas como para meter la cabeza en el horno o encender un fósforo que hiciera volar en mil pedazos mi departamento. Abrí la ventana y me dispuse a saltar, pero olvidé que le tengo fobia a las alturas y me refugié en el cuarto de baño; pero también recordé que sufría de claustrofobia y salí corriendo a la calle, como loco que acababan de echarle agua helada. En ese momento, un auto cruza y ¡zas! Todo oscuro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Lo único que recuerdo era verme postrado dentro de un cajón con varias personas, a las que no conocía, llorando desconsoladamente. Luego me di cuenta que al lado mío había otro cuerpo y era a él a quien le lloraban. Hasta muerto me ignoran. Bueno, dije, me lo merezco. Pasé casi la mitad de mi vida lamentándome de quién era y echándole la culpa a mis padres y al resto del universo de mis problemas, que no tuve reparo en convertir esos tiempos de existencia en un legado para las futuras generaciones de incomprendidos. Ni Antonio Salieri se sentiría tan vilipendiado como yo en ese féretro; al menos, sobrevivió de la sombra de Mozart. Yo, ¿a quién tengo de némesis?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana; text-align: left;">Lo único reconfortante es que ahora estoy en un mejor lugar, viendo las cosas desde las nubes. No, no vayan a creer que estoy en el cielo al lado de un ser omnipresente. Nada de eso. Solo existo en un limbo que me hace ver todo en widescreen 16:9. No puedo explicarlo. Creo que la religión y el temor por lo desconocido nos hace pensar en un túnel de luz y convivir con ángeles y toda esa estupidez que nos hacen creer desde la infancia, como si de ello dependiera que vivas bajo las reglas del totalitarismo castrador como lo es la iglesia católica. Tampoco siento que se trate de una nave espacial y los anunnakis me hayan recogido para encontrarme con mi creador más allá de la constelación de Orión. Lo único que sé es que ahora me encuentro más tranquilo y mi apatía ha desaparecido. Al fin y al cabo, no le hago falta a nadie.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-73010544903771960182021-04-23T09:52:00.000-07:002021-04-23T09:52:12.262-07:00Volviendo los ojos hacia la nada<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiflo2xyrMlrdaSRw1tWGmQuiCkn4So-pOp_ocnRETcTCJN4TFQ2vzWZOOvfEjEB4GIQ1GNvLRdjsfsKlU2FR19XtnrlK7PCC9OQTA7odY3rBfqmsSSKjpvqZt2585P2Nrkk6Y8p5oBFNQ/s600/gato.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="400" data-original-width="600" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiflo2xyrMlrdaSRw1tWGmQuiCkn4So-pOp_ocnRETcTCJN4TFQ2vzWZOOvfEjEB4GIQ1GNvLRdjsfsKlU2FR19XtnrlK7PCC9OQTA7odY3rBfqmsSSKjpvqZt2585P2Nrkk6Y8p5oBFNQ/s320/gato.jpg" width="320" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Caía la noche y Zaira se preparaba a tomar un baño. Se despojó de su bata y quedó de pie, sola, mirando su cuerpo desnudo frente al espejo. Sus senos habían aumentado de tamaño y sus caderas eran más anchas. Su culo, ni hablar, era redondo, duro, grande y apetecible. Bajo el flujo continuo del agua que caía sobre su esbelta figura, empezó a jabonarse con cierta docilidad que sus sentidos la llevaron hacia un camino lejos de la realidad. Sus dedos exploraron cada parte y comisura de aquella piel protegida por toneladas de crema humectante, que le haría olvidar cómo interactuar con otro de su especie. Ser tocada por un hombre era un mito que ya no tenía razón de ser, no por resignación de no encontrar al indicado, sino por considerarse una mente ocupada en otras actividades más productivas, y eso era más importante que vivir con un semental de medio pelo.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Esa sensación bajo su vientre fue suficiente para reconocer que la vida era un vasto escenario que, con disciplina y madurez emotiva, podría llegar más lejos que sus demás contemporáneas. Nacida de una familia acaudalada, lo único que tenía que hacer era sentarse erguida frente al piano y demostrar que los cinco años de estudio valieron la pena, mientras desarrollaba el resto de sus sentidos hacia un viaje a la infinidad del multiverso, augurando una sola consigna: ser ella misma. Se desentendió del resto de seres humanos y produjo su propio sistema de autocomplacencia, tras traducir textualmente una especie de tratado sobre los orígenes del eros en el cuerpo femenino, escrito por alguien que prefirió mantener su identidad en el anonimato. Fuese quien fuese, sabía mucho del tema, que nuestra heroína puso en práctica apenas acabado el primer volumen.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sus gemidos fueron escuchados al otro lado de la habitación por su curioso gato, que miraba sigiloso los vaivenes de la muchacha, que se regodeaba con cada palpitación que emanaba de sus poros. Y no era la primera vez, ya que dicho ritual era repetido cada noche, a escondidas y cargada de una satisfacción egoísta. El problema se presentaba cuando tenía que interactuar con otros hombres, dejándola vacía y sin motivaciones. No se sentía satisfecha, las caricias iniciales se convertían en molestas manipulaciones que terminaba de súbito el momento, teniendo que despachar enseguida a su consorte o, en caso de vérselas en un hotel, era ella la que iniciaba la retirada, con una excusa más creativa que la otra.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sin embargo, mientras crecía su estatus dentro de la empresa donde laboraba, había hombres apuestos que se fijaban en ella, no solo gracias a su magnetismo arrollador, sino por su inteligencia y desenvoltura en el manejo de situaciones inherentes a su cargo y jerarquía. Fue entonces que uno de ellos atrajo su interés. Lo describía como un elemento disuasivo a sus juegos privados. Entendió que debía acostumbrarse al estímulo mutuo, de lo contrario tendría problemas como lo anteriormente descrito. Así que, ni bien tuvo la oportunidad de enfrentar sus miedos, le propuso imbuirlo a sus más oscuras persuasiones lascivas, que el hombre no dudó por un instante en acceder.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Luego del trabajo, se instalaron en un hotel y dieron rienda suelta a sus deseos. El hombre quedó deslumbrado por la figura de su compañera; sin embargo, ella no pareció sentir lo mismo. Su miembro viril no era precisamente un cañón de acorazado alemán de la segunda guerra mundial, pero debía servir para algo. Surgieron entonces las odiosas comparaciones frente a tan mínimas referencias, que dio por hecho que su dildo tenía el doble de tamaño -y como lo había dejado en casa- debió resignarse con probar lo que estaba a la mano.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Esa noche sucedió lo obvio. El hombre era tan precoz que ni siquiera le hizo cosquillas. “¿Tan rápido?”, decía una consternada Zaira. Pese a que el tipo se reanimaba de inmediato, no podía evitar descargar sus flujos sobre ella apenas la tocaba. ¿Quién lo hubiera imaginado? Hasta su gato podría ser más rendidor que este sujeto, pensaba ella, mientras su compañero estaba lleno de culpa y vergüenza por su poco rendimiento sexual. Fue el detonante para volver a sus juegos bajo el agua caliente de la ducha. Esperó a que el tipo se durmiera para saciar sus angustias con una buena dosificación de movimientos táctiles que sus ojos en blanco evidenciaban lo mucho que lo necesitaba.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Desde entonces, cero hombres. Ni siquiera buscó el consuelo de otra fémina con las mismas inquietudes. No era necesario. Ser lesbiana a estas alturas era como comprar un boleto de lotería sin fondos de la beneficencia. Simplemente aceptó que las cosas no siempre son como las muestran en novelas o películas seudorománticas. Era el estigma de la modernidad, que convertía al ser humano en una isla sin que le importase su vecino de al lado.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Esa misma noche, de regreso a casa, desalentada por la mala experiencia, buscó consuelo de su gato, que la esperaba ansioso por recibir su ración de atún diario. Lo abrazó, lo llevó a su cama y permaneció con él hasta el día siguiente, luego de llorar amargamente por la incongruencia que significaba ser totalmente liberal sin un hombre que la satisficiera.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-89130294105386533632021-04-22T14:18:00.003-07:002021-05-04T14:49:41.065-07:00¿Por qué dejé de creer?<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiq4Az6plt1d_A5a0KING1GaIXAF-CUmATEExh6Li_DnDr91rAE5Bv2YLuDjr8nrK0uabM4Fa6Pd7th9lmtCCtgvOP8CuIIhSOLjTlK_TqGWYeor5V9_eKl3ZEAiZJObCE7rLqPjRaDJDw/s449/pareja-distanciada.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="267" data-original-width="449" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiq4Az6plt1d_A5a0KING1GaIXAF-CUmATEExh6Li_DnDr91rAE5Bv2YLuDjr8nrK0uabM4Fa6Pd7th9lmtCCtgvOP8CuIIhSOLjTlK_TqGWYeor5V9_eKl3ZEAiZJObCE7rLqPjRaDJDw/s320/pareja-distanciada.jpeg" width="320" /></a></span></div><span style="font-family: verdana;"><div style="text-align: justify;">No hace mucho recibí la llamada de mi mejor amiga. No se encontraba en su mejor momento. La habían despedido de su trabajo y su esposo la dejó por otra mujer. Más por orgullo que por una situación insostenible entre ambos, decidió abandonar el departamento y pasarle la posta a la nueva “inquilina” de las sábanas relucientes, la que -según palabras textuales de su ahora excónyuge- le hizo ver cuán diferente era una rosa de un geranio. “No sé qué michi significa eso”, diría entre sollozos al otro lado de la línea, con una voz entrecortada y amargada al mismo tiempo. Aún eres joven, remarqué, eres más bella que una flor; tienes que sobreponerte y seguir adelante. “¿Puedo verte ahora?”, respondió. El silencio fue agónico. No sabía qué decir. “No tengo que ir a tu departamento. Estoy hospedada en un hotel. Puedes venir”. Dos horas después, ya estábamos compartiendo una pequeña pero adecuada habitación en el mejor hotel de Lima, sentados a la mesa y disfrutando de una cosecha roja de 2016.</div></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sus manos temblaban mientras bebía por sorbos de su vaso. Sus ojos, húmedos y desolados que describían la humillación de haber sido desplazada por una mocosa de veinte años, evidenciaban aún más su estado de ánimo con lánguidos suspiros y monosílabos cada vez que le preguntaba si se encontraba bien. Luego de terminada la botella, se quitó los zapatos, fue a la cama y se recostó en ella. Me dijo que la acompañara. Me senté a su lado, acariciando sus mejillas sonrosadas y retirando algunas hebras de cabello de su frente. Tomó mi mano y la sostuvo con fuerza, como si no quisiera que la abandonara. Estuvimos así por varios minutos hasta que por fin se durmió. Pude haberme ido; pero el toque de queda me lo impidió, así que me quedé sentado en una silla a su cuidado, hasta quedarse completamente dormida. Su respiración profunda, aunque pausada, me reconfortó. Tal vez, pensé, necesitaba de un bálsamo que la tranquilizara por unos momentos luego de ese tsunami emocional que le tocó vivir. Siempre fui un referente para ella y, cuando necesitaba de mi compañía, no dudaba en buscarme. Entre ella solo había una hermosa amistad que, después de veinte años, sigue inquebrantable. Nunca sucedió nada entre nosotros, que quede claro. Ella siempre me ha visto como el amigo que está ahí para tranquilizar sus ansias y la mantuviera con los pies bien puestos sobre la tierra. Como ahora.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuando decidió casarse, no protesté. Creí que el tipo era el mejor con el que se había involucrado. Trabajador, respetuoso y con visión de futuro. Era el hombre perfecto para ella, según sus propios estándares. Ya había conocido a toda una pléyade de rutilantes galifardos que no ofrecían más que la testosterona que llevaban entre las piernas, y verla con este hombre muchos de su entorno más íntimo celebramos sin imaginar que las cosas serían distintas en poco tiempo. Si, pues, habíamos sido engañados vilmente. Al año y medio de casados, empezó por ausentarse de casa y su conducta hacia ella oscilaba entre la indiferencia y los arranques de ira por cosas insignificantes, como dejar la pasta de dientes destapada o la toalla tirada sobre la cama. Para alguien que no supiera cuál era el contexto de la riña, diría que fueron los celos lo que provocó que el hombre pisara el acelerador en otra dirección. Ella había sido promovida más rápido, pese a que ambos trabajaban en la misma empresa; pero no, el tipo tenía un lado oscuro del que nadie se percató; salía constantemente no solo para atender reuniones de último momento, sino que muchas de estas terminaban con varias copas de más. Las peleas eran continuas que casi terminan en agresiones físicas. Pero todo era perdonado, porque ella lo amaba; él, tal vez, al inicio de su relación, cosa que no era una excusa para su conducta <i>pitecantropesca</i> -con el perdón de la expresión- de cómo tratar a una mujer. No me extrañaría que fuera él quien, bajo la complicidad de algún aliado, hubiera pedido que la echaran del trabajo. Eso nunca lo sabremos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Las cosas no iban bien para nadie. La pandemia aceleró la crisis en el sector económico y laboral, y muchos tuvieron que dejar sus puestos por decisión de sus superiores o porque no había cómo mantener una inversión horas-hombre. Muchas de estas empresas finalmente tuvieron que pagar factura y mi amiga fue una de las tantas empleadas que no se salvaron de la purga. A pesar de haber recibido una buena indemnización, su marido no fue lo suficientemente generoso como para mantener su matrimonio a flote. Poco después fue su turno y se vio en la necesidad de conducir un taxi, lo que lo mantenía alejado de casa y de mi amiga. En ese periplo de autodescubrimiento, conoció a una tipa que era dueña de una cadena de productos on line y no perdió el tiempo en discernimientos sobre cuánto podría generar en términos monetarios con tan solo pulsar el mouse. Se asoció con ella y terminaron por consolidar su relación en todo el sentido de la palabra. Y fue el momento adecuado para zarpar mar adentro en dicho negocio, sin importar qué futuro le esperaría a su ex. Simplemente dejó una nota que decía: <i>De tu alpiste me cansé</i>. Fue doloroso para ella; lo que nos llevó horas más tarde reencontrarnos en esta habitación.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">A la mañana siguiente, sus ojos buscaron con ansias los míos. Yo estaba ahí, en esa incómoda silla, haciendo la guardia y soportando un dolor lumbar que supe disimular muy bien. Desayunamos, hablamos un largo rato de la política nacional, de cómo cierto sector idiotizado de la sociedad puede llegar a censurar a Pepe Le Pew y no a los miles de millonarios que evaden sus impuestos y violan a sus jóvenes becarias, hasta terminar almorzando un combo de KFC.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Repuesta de los sinsabores que la obligaron a refugiarse en su marasmo, era el momento de desentrañar mi vida como una disculpa por haber sido el centro de atención y desentenderse de mi tiempo solo por querer ser complacida con el suyo. No había mucho que contar, tampoco. Mi trabajo y mis clases eran el pan de cada día y no había más que hacer con los cines y teatros cerrados. Apenas una peliculita en Amazon o Netflix para amenizar las noches solitarias. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">-¿Por qué nunca te casaste? -preguntó.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">-Nunca tuve la necesidad -respondí.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">-¿Alguna mala experiencia? -acotó.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">-Ninguna, solo una decisión personal.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sabía por dónde iba su interrogatorio. No me molestaba, conocía mi vida personal como si se tratara de un libro abierto, solo que esa parte de la historia no la tenía clara. Y llegó lo que creí era todo el meollo del asunto, lo que nos había convocado en esa habitación de hotel: ¿Por qué nunca estuvimos juntos? La respuesta era sencilla: <i>Nunca tuve necesidad</i>. Era mi respuesta para todo. Y viéndolo en perspectiva, jamás pensé en una relación que no fuera solo de amistad con esta mujer. Nunca la vi de esa manera. Hay personas que solo existen para un determinado propósito, y esos éramos nosotros. Me acusó de frío y conformista, hasta intentó psicoanalizarme con toda esa cháchara de que me hicieron daño por alguna razón en particular por la cual rehúyo del compromiso. En parte tenía razón, pero no puedo hacer de mi vida un tratado del hombre solitario mientras existan personas que buscan las causas de mi aislamiento social y afectivo solo porque creen que no es natural. “Las personas han sido hechas para vivir en pareja”. ¿Quién lo dice? Ella decidió casarse y vean cómo le fue. ¿Elegimos mal? Claro que sí; pero casi siempre elegimos no por las razones correctas. Hay un vacío en todo ser humano que debe ser llenado urgentemente con algo, como aquel que come compulsivamente, o bebe en demasía o no escamotea en gastos al contratar a una meretriz de alto vuelo, todas las semanas y en el mismo hotel. Son paliativos ante el eminente envejecimiento del tiempo, que nos aleja más de nuestro sentidos motores y psíquicos. Con una buena alimentación y ejercicios continuos, basta y sobra.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La gente no conoce la importancia de ser autónomo en todas las disciplinas de la vida. Nos asustamos de la soledad y no hay mejor antídoto que buscar a tu otro yo, porque es esa la cuestión, queremos vernos reflejados en otra persona y la convertimos en una extensión de nuestros propios miedos y dilemas que, tarde o temprano, terminarán por cansarnos y contradecir el sentido de la empatía. El ser humano nació solo y morirá solo, por qué tenemos que saciar un antojo creado por las sociedades con el fin de perpetuar la especie. Suficiente tiene con ser una simple pieza de ingeniería, que construye puentes, casas, autos; pero de ahí a que termine formando un hogar con mujer y niños de por medio, no está dentro de mi comprensión. Creo que solo se debería copular y olvidarnos del papeleo. Finalmente, Malthus se equivocó.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Mi amiga escuchó atenta cada palabra de mi disertación, como una alumna aplicada. Su brillo en los ojos resaltaba aún más sus mejillas sonrosadas. Luego de una larga pausa, frunció el ceño y dijo:</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">-Déjate de huevadas y bájate los pantalones.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-9275190037780259862021-02-07T10:54:00.000-08:002021-02-07T10:54:05.286-08:00Buscando la galleta mágica<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-lTkFHqMP91hrqXkSlP6J1h2tfQPXi5d7TD22EDsp3chg2Cc8vHTG-ACnp8AAcpoGY3KFpMqEG7yk6F0QTWT4BTlxNxpWKUPDWq-_KQTmQsIK24zoG6I784Oi-Y3awYzCqFEBMOl6vgs/s383/juego-libre-2.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="258" data-original-width="383" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-lTkFHqMP91hrqXkSlP6J1h2tfQPXi5d7TD22EDsp3chg2Cc8vHTG-ACnp8AAcpoGY3KFpMqEG7yk6F0QTWT4BTlxNxpWKUPDWq-_KQTmQsIK24zoG6I784Oi-Y3awYzCqFEBMOl6vgs/s320/juego-libre-2.jpg" width="320" /></a></div>Ahora que volvimos a la cuarentena, me pongo a revisar mi álbum de fotos y me doy con la sorpresa de encontrar una en la que estoy con mis hijas, jugando en el jardín de sus abuelos maternos. En ese momento cada una tenía como cinco y siete años; obviamente, su madre fue quien nos inmortalizó, porque a ella no le gustaba ni que la grabaran en vídeo, porque -decía- salía muy gorda. Con su nueva pareja no es lo mismo, se fotografía hasta cuando se corta las uñas. Supongo que no quería que la relacionaran conmigo. Así es como empezaron las cosas entre ambos. Pero, esa no es la historia que vengo a contarles. Se trata de mis hijas. Siempre se trata de ellas, porque son una adoración a pesar que ya no viven conmigo y solo se acuerdan de uno cuando subo una historia en este blog. Ahora estoy escribiendo más seguido, para llamar su atención. Aunque su respuesta es la misma: "¿No te cansas, papá? Supéralo". Como si fuera fácil.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">En dicha foto estábamos jugando a encontrar el tesoro del duende siniestro. A la menor le causaba miedo cada vez que le contaba esa historia antes de dormir. Luego entendía que solo era una boba historia que su padre inventaba para que pudiera dormir. Pero, ¿quién iba dormir con semejante cuento? Ella no, claro está. Se ponía nerviosa y miraba debajo de la cama por si aparecía el dichoso duende siniestro. Resulta que esa historia iba acompañada de una exploración urbana en todo el jardín de sus abuelos, unos viejos recelosos de sus plantas que no les gustaba que pisaran el césped ni que le arrancaran las hojas a la parra del higo. Y es en esa planta de higo donde -según mi historia- el duende se escondía hasta despertar de noche y hacer travesuras, como esconderle las muñecas a mi hija pequeña o la propina de la semana a la mayor, la que guardaba en una media dentro de una caja de latón, de esas que antes envasaban el té.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sin embargo, a cambio de todas esas cosas que el duende se llevaba, las recompensaba con una galleta mágica, la misma que debía ser buscada en todo el jardín para beneplácito de mis hijas y para desdicha de mis suegros, que me miraban como si les hubiera quitado la casa. Por supuesto que yo era quien escondía el paquete de <i>Charada</i> entre las flores que ellas debían encontrar. Claro, su madre decía que si las encontraban, debían comerlas después del almuerzo. Como siempre, aguando la diversión. Eran mis hijas, por Dios santo, entusiasmadas por encontrar el tesoro del duende, porque si se lo comían en ese momento, tendrían abundancia hasta más no poder. ¡Y vaya que la tuvieron! Viven en Miami con un padrastro ricachón. <i>Supéralo, huevón</i>.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Fueron dos o tres veces que jugamos en ese jardín, buscando la galleta mágica. Ellas se divertían, se entretenían creyendo que un duende se las regalaba sin importar que era yo el que lo hacía. Porque eran niñas sanas, inocentes, creativas y dispuestas a seguirle la corriente a su padre loco, que solo quería alegrarles un rato su infancia, su desarrollo emocional y práctico en esta vida tan caótica y deshumanizada que les ha tocado vivir. A medida que crecieron, se alejaron de esos juegos y se involucraron más en sus problemas y se hicieron independientes. ¿Es demasiado pedir? Lo volvería hacer. Pero su madre, tan estimulante como es, simplemente sonríe irónica porque sus juegos ya no son como los míos. Ahora buscan huevos de pascua o preparan el pavo en <i>Día de Acción de Gracias</i> o juegan en la nieve cuando vacacionan en Montana. Yo apenas las llevaba a Ancón. Tiempos difíciles, sin duda.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuando me comuniqué con ellas, luego de encontrar esta foto, mi hija menor se rio y recordó todo ese episodio. "Ya no me trago eso del duende, papá", dijo. Cuando le respondí que el conejo de pascua también era lo mismo, me colgó el teléfono. Mi hija, la mayor, antes de que la comunicación se frustrara, me dijo al unísono: "Supéralo, papá".</span></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-6148606796728202012021-02-02T06:05:00.000-08:002021-02-02T06:05:19.811-08:00#PonteLaMascarillaCTM<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0x0gyFMFzHW6YtBvEIZvIW4F18IaJ3MjRbul2mUJtyXjqjBm7b6sw_9qztWp4qOBgAzsjWQZhHvyNsxhiXl2aLO3C98-YEmlMRo2v1m3lFB9EW5bADhwBbVDEVNjvQGDJYqpt_eB3NFI/s275/fondo.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0x0gyFMFzHW6YtBvEIZvIW4F18IaJ3MjRbul2mUJtyXjqjBm7b6sw_9qztWp4qOBgAzsjWQZhHvyNsxhiXl2aLO3C98-YEmlMRo2v1m3lFB9EW5bADhwBbVDEVNjvQGDJYqpt_eB3NFI/s0/fondo.jpg" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Una vez más el paso del ciclón Covid ha dejado como resultado más víctimas en un país devastado económica y moralmente, quizá por la misma ineficiencia de las autoridades y la negligencia de los civiles que aún creen que esto no es más que una conspiración de las fuerzas oscuras que dominan al mundo, y desafían las normas de bioseguridad porque no hay nada que temer. La cosa es que está sucediendo. Demasiado rápido, diría. Cuando la responsabilidad de uno mismo y hacia sus semejantes debería ser una regla, no es más que un saludo a la bandera y darlo por culo solo porque a ti no te afecta. Y cuando lo tengas… ¿qué piensas hacer? La noticia de la muerte de una influencer brasileña, negacionista y organizadora de fiestas sin restricciones, ha demostrado que nadie debe afirmar que “de esta agua no ha de beber”. Todo es un búmeran y nos puede rebotar si seguimos con la necia idea de que nada puede pasar: salimos a tomar, a bailar, sin mascarillas y desobedeciendo a la autoridad, muchas veces agrediéndola por sentirse vulnerables en sus derechos. ¿Y qué pasa con los derechos de los demás que sí acatamos las normas? ¿No están infringiendo nuestros principios fundamentales de vida y protección?</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Un compañero de trabajo acaba de fallecer. No éramos cercanos, pero hemos compartido algún almuerzo juntos, cuando todo era normal, cuando podías estrechar una mano o dar un fraterno abrazo. La noticia me agarró de sorpresa. Podría haber sido cualquiera de nosotros, ya que estamos expuestos por los rigores del trabajo al que estamos sumergidos en estos últimos meses. El problema de este caso en particular es que no tomó las medidas correctas, participó de un evento familiar y por ahí contrajo el virus. Además de beber grandes cantidades de gaseosa helada con el fin de paliar el calor abrazador de la temporada, sucumbió ante lo predecible. Y vemos las consecuencias.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">No podemos bajar la guardia. No es justo que siga muriendo gente por la poca empatía de otra. Si viviéramos en el siglo XVI, esto podría ser cosa común por las condiciones sanitarias que se vivían en ese momento; pero hoy, en pleno siglo XXI, cuando algún conspiranoico pone en duda la efectividad de una vacuna, es el mejor momento para entender que no se trata de un simple juego. Esto ya se ha convertido en un casino o una ruleta rusa, donde esperas sacar Siete o recibir la bala en la sien. Si las cosas se ponen duras, qué más da, es mejor tomar las precauciones debidas, aunque te joda. Es mejor sofocarse con una mascarilla, que necesitar oxígeno en tu lecho de muerte, si es que tienes suerte de conseguir cama en una UCI. Quiero ver a mi familia, por eso me cuido. Si tengo que sacrificar cosas que estoy acostumbrado hacer por el bien de mi salud y la de los demás, prefiero vivir dentro de una burbuja y esperar paciente a que todo esto acabe.<b> HAZ LO MISMO</b>, <b>PROTÉGETE</b>, <b>NO SEAS IMBÉCIL</b>, porque esa es la palabra correcta para identificar a todo descerebrado que piensa que nada va a pasar. Luego nos quejamos del gobierno, si somos nosotros los que desistimos de seguir el camino correcto.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">El otro día fue mi cumpleaños. ¿Tú crees que tenía ganas de celebrarlo? Por suerte nadie de mi trabajo se acordó, otros, ni siquiera tenían conocimiento; solo mi familia. Lo único que pedí fue que deseo verlos el próximo año sin temor a contagiarlos o contagiarme. Mi prioridad es protegerlos. Mi mente se llena de contemplaciones y no puedo evitar no sentirme mal por aquellos que han perdido a un familiar o amigo. En este último año he tenido que despedirme de un puñado de buenas personas que le tocó esa bala de la que tanto deberíamos evitar. Ahora solo pido tomar conciencia y pido por las almas de esas personas que su muerte no fue en vano y que sirva de ejemplo para mantenernos con pie firme ante este mal que tanto nos está costando. No seamos cómplices… no seamos indiferentes.</span></span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-89541320240213610742021-02-01T06:22:00.000-08:002021-02-01T06:22:16.585-08:00Una razón incómoda<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjc0mIVwfqyJiHd8sWPgAbj1cW7_HKPXhjiADjAcNx1M2TAzWFzPr14DTEewEaLTccA1U0VzUNhd5Glkrke0EVptpb5MR_rRJFVDVGZXN9v5bAO4Qi_zlNQdkHY3WO-DonSaRKUyiyFZTM/s225/descarga.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="225" data-original-width="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjc0mIVwfqyJiHd8sWPgAbj1cW7_HKPXhjiADjAcNx1M2TAzWFzPr14DTEewEaLTccA1U0VzUNhd5Glkrke0EVptpb5MR_rRJFVDVGZXN9v5bAO4Qi_zlNQdkHY3WO-DonSaRKUyiyFZTM/s0/descarga.jpg" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Hay un viejo chiste que ha sido contado innumerables veces por varios de nuestros mejores comediantes nacionales y se ha representado en uno y que otro sketch televisivo. La versión más conocida de la que tengo memoria es la de Miguelito Barraza. Tal vez la conozcan. La premisa es la siguiente: un tipo va en su moto por la carretera y, al llegar la noche, ve a lo lejos una casa y decide alojarse en ella. Como la señora le dice que, en lugar del granero como él solicitó, podía dormir con la beba de la casa, el tipo −luego de pensarlo detenidamente− cree que le sería incómodo soportar a la criatura toda la noche, así que prefiere tomar el granero. Claro, al día siguiente se da cuenta que la beba de la casa es una hermosa y despampanante jovencita que a cualquiera le hubiera quitado el sueño sin pensarlo ni una sola vez. Naturalmente, Barraza la cuenta con tal hilaridad y maestría que concluye con un remate de antología: “Yo soy el huevón de la moto”.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Así es como me siento. Perdido en medio de la noche sin tener la menor idea de lo que me va a esperar después de dormir en el granero. A veces vemos lo que queremos ver y nos explota en la cara como al coyote de los dibujos animados. Creo que ya he explicado esta sensación de aturdimiento y frustración cuando las cosas son difíciles de alcanzar. ¿Debo preocuparme? No lo sé. Quizá sea otra de esas crisis de la edad madura que te hace pensar que ya no se puede hacer cosas como hace treinta años. Si has llevado una vida plena, creo que las aclaraciones están de más.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Lo paradójico de todo esto es que, sabiendo que tienes las de ganar, dejas pasar la oportunidad. Y es cierto. Soy un tipo divertido, encantador y caballeroso cuando considero a una de mis musas formar parte de esa diversión que destilo por los poros. Sin embargo, hay algo que no me hace avanzar. ¿Inseguridad? ¿Desconfianza? ¿Lealtad? Sí, esto último es uno de los errores que cometo muy a menudo. Sé que hay otro pisándome los talones y dejo que gane la carrera, solo por ser mi amigo. ¡Qué estúpido! Conmigo no tienen esas consideraciones; pero, siendo yo, debo cumplir los preceptos del buen samaritano. La dama en mención se regocija con dicho personaje mientras yo, desde mi palco, veo cómo se devanea entre el deseo y el amor. Es como en aquellas comedias románticas de los años 60, donde un Tony Randall tiene que aceptar estoico que no puede competir con Rock Hudson los favores de Doris Day. Y sigo insistiendo: ¡Qué estúpido! Es lo más cursi que he escrito y describo con menos placer que comer una chocoteja de manjar blanco y pecanas sabiendo que es de pasas con maní.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><span style="text-align: left;">Debo volver a mis raíces, a los años de estudiante universitario, cuando las preocupaciones sociales eran lo de menos frente a los aspectos personales que intimidaban a mis profesores más enérgicos. Recuerdo que mi profesor de cine me puso 10 en un examen, no por el hecho de no responder correctamente, sino que debía escribir al pie de la letra lo que había dictado en clase, con puntos y comas. ¿Esa era la clase de enseñanza que impartía un sujeto que confundía </span><span style="text-align: left;">a Fellini con Bertolucci? Lo más incongruente de este episodio es que ayudé al amor de mi vida con el curso. Estudiamos juntos casi todo el día y ella se regodeaba de mis conocimientos cinematográficos, que finalmente obtuvo un 15 de calificación. ¿Habrá sentido la necesidad de humillarme frente a sus amistades por ese particular hecho? No lo creo. Se rio, sí; pero no de mí, sino de la situación, de lo absurdo que puede ser algunas veces el destino. Desde ese entonces desconfié de aquellas personas que se creen eruditos en una materia cuando en realidad no saben nada de ella, y se ofenden o te “marcan” solo porque lo corrigen delante de otros veinte estudiantes que <i>La luna</i> no fue dirigida por Fellini, sino por Bertolucci. No fui yo quien se lo hizo saber, pero mis gestos fueron elocuentes al secundar la moción de mi compañero de al lado.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">El amor de mi vida, por ejemplo, era una de esas criaturas que aparecen cada veinticinco o treinta millones de años. Era encantadora, linda, esquiva y muy directa al mismo tiempo. El único problema es que su corazón ya tenía dueño, si se quiere catalogar de esa manera el hecho de que ya tenía pareja. No sé cuántas veces le declaré mi amor. Ella lo aceptaba, complacida, hasta se diría que compartía en secreto ese sentimiento; pero no podía hacer nada. Era difícil de explicar, para ella, más que para mí. Una noche nos sinceramos. Fue el momento que había esperado varios ciclos enteros de estudio. Luego de compartir una reunión en su casa, como cierre de actividades académicas −vaya forma de decirlo−, nos quedamos solos en su sala, sobre el sofá; ella rendida más por ser la anfitriona que por las copas ingeridas, y yo por la lentitud de mis respuestas frente a ella. No tuve mejor reacción que abrigarla con mi brazo y arrebujarla en mi torso, ya que se quejaba de hacer mucho frío. Aunque en un principio pedía, no, suplicaba, susurrante que me fuera para evitar que pasara lo que creía que iba a pasar, yo me mantuve firme. Ahí hablamos, fui sincero con ella. Le dije que la amaba y, repitiendo aquella famosa frase de Clark Gable en <i>Lo que el viento se llevó</i>: “a pesar de ti, de mí y del mundo que se desquebraja, yo te amo…” solo bastó para que juntemos nuestros labios en la oscuridad de la noche, como si ese fuese el momento esperado por toda Latinoamérica unida, disculpado el parafraseo de <i>Te lo resumo</i>. Yo esperaba una bofetada digna de telenovela mejicana, con las gafas saliendo disparadas hacia la otra habitación y con la humillación multiplicada por el infinito. Pero no, fue mutuo, tierno, mágico. Quería que el tiempo se detuviera y permanecer así congelados. Lamentablemente, tuvo que culminar. Fue mi primer y único beso con esta mujer que, hasta el día de hoy, amo con locura devota. No sé de ella desde aquella vez que nos separamos después de la graduación. Fue hace mucho.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Las terapias con electroshock habían quedado para los estudios históricos de la psiquiatría. Tuve que necesitar varias horas de terapia para conciliar el sueño y no ser presa de mi propia saliva constrictora. Mis años mozos habían quedado atrás y ahora daba paso a la terrible realidad de ser un hombre adulto con cuerpo de adolescente porque empecé con el veganismo, pues preferí darle la espalda a todo sentimiento reprimido si no fuera por la fuerte voluntad de volverme escritor de pacotilla y publicar un libro que nadie leyó ni mucho menos recuerda mi editor haber sacado a la luz. Lo único que recuerda es que le debo quince mil soles por la inversión. Mi sonrisa lo dice todo, porque no sé dónde conseguir dicha cantidad.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: verdana;">Y como diría Epíteto: “Si quieres buscar algo bueno, búscalo en ti mismo”, no hay peor manera de aceptar el hecho de no ser considerado parte del repertorio de alguna obra de la vida real, no sin antes pensar siempre en que las cosas pasan por algo y es preferible mantenerse al margen con una sonrisa fingida y una actitud sacada de un catálogo de relojes. De alguna manera, Epíteto tiene razón y solo debo ver mi interior gracias a una radiografía y a nadie debe incomodarle el hecho de que seguiré siendo el huevón de la moto.</span></span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-57821023112673701072021-01-31T07:56:00.000-08:002021-01-31T07:56:02.018-08:00Exceso de confianza<p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span lang="ES" style="mso-ansi-language: ES;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHGZKdRKwE61IVmqX_jgTt5dxw95ab_wSuwf6bYYb3ctueBg3M6labfAhMyx6FnsX5OWkSkVK3Fvd2lpSyACzEbW0bJG-SY9rVURL6a7D0xyi7RFUQzSWyZVBJALrO9svlzc0wByjby4Y/s420/confianza.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="266" data-original-width="420" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHGZKdRKwE61IVmqX_jgTt5dxw95ab_wSuwf6bYYb3ctueBg3M6labfAhMyx6FnsX5OWkSkVK3Fvd2lpSyACzEbW0bJG-SY9rVURL6a7D0xyi7RFUQzSWyZVBJALrO9svlzc0wByjby4Y/s320/confianza.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Considero
la catarsis como buena terapia cuando la compartes con el resto de seres
humanos de criterio amplio y sensibilidad a prueba de cursilerías, pues, de qué
sirve guardarlo en tu memoria o en el disco duro de tu PC; es aconsejable
extirpar cualquier indicio de fragilidad oportunista al precisar que somos vulnerables
frente a la adversidad. Y llamar "adversidad" a una serie de desventuras sin
sentido pone en evidencia la carencia de ingenio para tratar otros temas más
profundos, como “Qué cocinaré durante la cuarentena” o “Si me dieran a
escoger…”<span lang="ES">. Poseemos una pizca de
malicia cuando enfrentamos problemas menos rigurosos que trastoquen nuestro
sentido común, como la Deep Web o el exceso de colesterol en los niños menores de
ocho años. Hay para todo público. Pero, no se pasen, no puedo estar en todas.</span></span></div><p></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Una amiga
mía, la que ya no está en este mundo −es astronauta−, me confesó que tenía una
fijación casi enfermiza por su loro. Un animalito interesante, divertido y
excéntrico, que estaba a la orden de las circunstancias con sus inefables
imitaciones de Carlos Gardel o Pedro Infante, pese a que sonaba más como Edith
Piaf. Sucumbía ante sus insinuaciones nocturnas cuando la enamoraba con una
serie de frases que, obviamente, había aprendido a lo largo de los meses en que
la muchacha era visitada por su pareja de entonces. Era desopilante para ella
sentir todo ese gimoteo que más tarde confesaría que le erizaba la piel. La
zoofilia no estaba contemplada como una actividad paralela a sus acostumbrados
devaneos erógenos, pero tomó en cuenta que el pajarraco sabía lo que estaba haciendo.
Hasta pensó que la acosaba. Mientras se bañaba, vio que el loro la miraba
fijamente parado desde la barra de la cortina. En otro momento, en su
dormitorio cuando se vestía, <i>Picho</i>, como así llamaba a su mascota,
estaba asomado por la puerta, jadeando de una manera extraña, que luego fue
convirtiéndose en un quejido casi humano cuando alguien se toca ‘ahí donde la
luz no llega’.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><span lang="ES">Al morir,
disecó a <i>Picho</i> con la misma mirada que la había sorprendido en el baño.
Eso la perturbó, y desde entonces, cuando escucha una canción de Pedro Infante,
se deja llevar por la sinrazón del eros y que años más tarde fue motivo
suficiente para ir directo a la NASA y despedirse de una vida, digamos, </span>más
terrenal<span lang="ES">. Siempre dije que tenía la
mente en la luna.</span></span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">En
aquellos años de formación espiritual y social, no tuve mejor idea que viajar
al Tíbet. Fue una experiencia casi similar a la que experimentó Merino cuando
vacó a Vizcarra. Casi consigo ascender al nirvana, pero los lamas me miraban
sospechosamente cuando me ponía a cantar <i>The Beautiful People</i>. Ahí
conocí a una guía tibetana que deseaba aprender español mientras que yo deseaba
descubrir qué había debajo de su falda de yak. Una lección que aprendí a no
meter mis narices donde nadie me llama. Me cogió el herpes y no es nada
agradable cuando comes ceviche. Fuera de ironías mal sanas, la pasé bien a su
lado. Aprendió fácilmente un par de palabras para mantenerme a raya por buen
tiempo, no sin antes explicarle que el <i>vete</i> <i>mierda </i>se pronuncia
mejor apretando los dientes.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">De vuelta
a Lima, encuentro una ciudad insensible por la contaminación auditiva. Escuchar
<i>Scooby Doo Papá</i> debería ser considerado un delito bajo pena capital. La
música es uno de mis fuertes. Mi extensa colección de vinilos lo demuestra.
Desde la <i>Quinta</i> de Beethoven hasta <i>Moon River</i>, pasando por <i>Pensilvania
6-5000</i> a <i>Barracuda</i>, es un logro de afortunados. Me aficioné por la
música desde temprana edad. Mi madre escuchaba boleros en la radio y esas
fueron mis primeros destellos que luego, gracias a mi padre que nos llevó a mí
y a mis hermanos a la Feria del Hogar, pude conocer el jazz. En el auditorio
una gran orquesta como la de Glenn Miller o Benny Goodman impartían una clase
maestra de dicho género. Mi abuelo fue quien me enseñó de música clásica y el
resto se lo dejé a radios como Stereo 100 o Telestereo 88, que últimamente siguen
la tradición Mágica u Oxígeno. Mis favoritos de siempre: Elvis, The Beatles y
toda la pléyade de la vieja escuela. Billie Eilish, Sia o Adele, son la
excepción a la regla. Sin embargo, las tendencias han cambiado y ya nadie
recuerda a CC Revival o Tom Petty.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Intenté
formar una banda de rock, pero nadie me tomaba en serio. Decían que era muy feo
para el gusto del público. Si Joey Ramone los escuchara. Intenté ser multi
instrumentista; pero, en una presentación en vivo, sería difícil, a no ser que
contratara al pulpo Manotas. No tuve más remedio que optar por la comedia de
stand up y tragarme todo ese pánico escénico que me hacía ver como Arthur
Fleck. Digamos que no me fue nada mal, a no ser por el público que tardaba
mucho en entender mis referencias y creí conveniente renunciar en el momento
oportuno. Serví café en un local de Barranco que ya no existe e inicié un
romance con la dueña y a la vez cajera del establecimiento, y creo que esa fue
la razón por la que cerró. Anduve dando tumbos sin encontrar un sentido a mi
vida hasta que toqué fondo. Trabajé en las minas de Toquepala, pero el médico
me advirtió que mis pulmones no eran lo suficientemente resistentes para gritar
a los de arriba que faltaba luz ahí abajo. Ingresé a la universidad por un
golpe de suerte y no precisamente por el mazo de mi padre que me exigía
levantarme a las 5 de la mañana para que estudie para el examen de admisión. Me
gradué, me licencié y me postulé al consejo estudiantil, aunque a ninguno de
los miembros del rectorado le dio gracia que la categorización por estratos
sociales debía ser tomado en cuenta para ayudar a los estudiantes menos
favorecidos económicamente. Ahora es una regla en toda universidad. Debería
cobrar regalías.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Al
divorciarme tres veces de la misma persona, tomé en cuenta mis limitaciones
para conocer mujeres. La tercera es la vencida, dije… Ahora debo pagar
manutención por tres matrimonios fallidos. Antes de casarnos me dijo
categóricamente: “Eres una isla”. En ese momento no lo entendí; ahora veo a qué
se refería. Aislado, árido y rodeado de un mar de posibilidades sin darme
oportunidad de zapar hacia un horizonte prometedor. Y eso que hay palmeras,
aunque sospecho que se referiría a San Lorenzo o El Frontón. Sabia descripción
de una personalidad diáfana con sus amistades y detestable para con el hombre
al que alguna vez le prometió amor eterno. Tal vez se haya referido al padrino,
con el que finalmente contrajo nupcias.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Antes de
colgar los guantes y dormir el sueño eterno, una última anécdota, más bien una
reflexión simulada que debo poner en perspectiva. Los últimos diez años han
sido atroces, no solo para mí sino para mi psiquiatra. Una vez lo encontré
llorando debajo de su escritorio porque sentía demasiada frustración con mi
caso. Era imposible seguirme la ilación de mis motivaciones existenciales, así
que se dio por vencido y me derivó a otro especialista, quien pudo al menos
vaciar un poco de mi intranquila consciencia algunos rasgos que le parecieron
interesantes y dignos de formar parte de un estudio clínico y, por qué no, como
embrión para una tesis de posgrado. La especialista, porque debo de afirmar que
sí, se trataba de una mujer, y no una simple erudita en temas del sistema
neurológico sino del espiritual, me convenció de que la única manera de romper
con esa cadena que me sujetaba perenne en el odio sistemático a la humanidad,
especialmente a los teleoperadores, era someterme a una regresión que
buscara los orígenes de mi caprichosa conducta. A pesar que puse toda mi
voluntad y el esfuerzo de ella por someterme a una serie de exámenes, solo
consiguió de mi mente las tres temporadas completas de <i>Star Trek</i>, la
serie original. Ni siquiera puedo afirmar que haya sido un vulcano o pariente
del capitán Kirk en una vida pasada, porque este programa era una ficción que
se proyectaba varios siglos hacia el futuro. Solo verme peleando con ese
lagarto, sería digno de una camisa de fuerza.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Poco a
poco la doctora empezó a sentirse atraída hacia mí y me pidió seguir las
terapias en su casa de campo. No sé por qué sospeché que estaba emulando a <i>Zelig</i>
y le seguí el juego. La verdad, tenía una casa de campo en Santa Eulalia y
pretendía presentarme a su familia, como el elegido de su ya dilatada vida
personal, que incluía desde un bombero hasta un domesticador de alacranes. En
ese momento se encendieron las señales de alerta y me di cuenta que no era
ninguna psiquiatra, sino una paciente que fingía serlo. Me equivoqué por una letra. Debí contactarme con el Dr. <i>González</i> y no <i>Gonzales</i> (y resulta que era su paciente y se hizo pasar por él mientras estaba almorzando)<i>.</i> Y yo que me había hecho
la idea de vivir del éxito de una afamada especialista de la psiquis humana.</span></p><p class="MsoNormal" style="line-height: 115%; margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sin la más
mínima intención de continuar aburriéndolos, estimados lectores, creo que la
vida termina cuando tiene que terminar, no importa si has dejado inconclusa tu
tarea de observar cómo se desarrolla la alverja que dejaste sobre un bollo de
algodón dentro de un vaso descartable. Cerrar los ojos y dormir para siempre es
un alivio que no se repite así nomás, salvo que seas Cristo y estás
acostumbrado a que mueras y resucites cada Semana Santa.</span></p><p></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-75628830404022518202021-01-22T17:41:00.005-08:002022-11-10T08:07:06.745-08:00Tu sola presencia me irrita<p><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNPAzdWQgPT9IBvD33z8sOJ6UwXx-qLQR8FgneDhrTOOdCj-ZqbQrHyILoLZ-9oVCjskgM1Eadq0xOrYvBkLJJK9IEZLbGHlj0f_fFn78MQv2c3oMfvbBuvzxjFN99J6nSDyK2ZoxUNj4/s640/irritado.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="427" data-original-width="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNPAzdWQgPT9IBvD33z8sOJ6UwXx-qLQR8FgneDhrTOOdCj-ZqbQrHyILoLZ-9oVCjskgM1Eadq0xOrYvBkLJJK9IEZLbGHlj0f_fFn78MQv2c3oMfvbBuvzxjFN99J6nSDyK2ZoxUNj4/s320/irritado.jpg" width="320" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Después de comer medio kilo de mejillones untados con mantequilla, provistos de una pizca de perejil bañado en aceite de oliva, tuve una epifanía. Siempre he sido una persona razonable, sensata y amante de la lógica compulsiva. Dos de mis referentes más significativos han sido y seguirán siendo Spinoza y Kierkegaard, no por lo geniales que han podido ser en sus respectivos estudios del comportamiento humano a través de la razón pura, sino por la simple vanidad de demostrar que soy profundo. Aunque me considero más cercano a Strindberg, puedo decir que no hay otra mejor manera de expresar mi displicencia hacia el sexo femenino con un rotundo <i>#NoQuieroNadaContigo</i>. No me considero misógino, pero hay ciertos factores que me llevan a tomar esa vía, porque no encuentro una mejor manera de apaciguar mis elucubraciones acerca del tortuoso camino que he seguido cada vez que he conocido a una fémina de considerables exquisiteces superfluas.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Las he conocido de todos los tamaños, formas y maneras de comportarse durante una cena romántica, si es que existe esa expresión dentro de mis códigos de comportamiento, encausado siempre en la sencilla premisa de ver a dónde nos lleva esto. Aunque he tratado de ser atento, respetuoso y ávido en escuchar cada palabra que brotaba de su díscolo cerebro, he terminado pagándoles el taxi de regreso a casa. Solas, por supuesto. No trato de justificar sus acciones al considerárseme solo un amigo a quien contarle sus problemas y consolar su atribulada existencia con un golpecito en el hombro, sino que no tengo “eso” que tanto buscan en un hombre. A pesar que me baño en fragancia francesa, parece no surtir efecto en ellas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Reconozco que soy feo. Cuando nací, cuenta mi madre, el obstetra me dejó caer de cara y eso produjo ciertas deformaciones faciales que me hacen ver como John Merrick. La belleza física es relativa, dijo un ciego, pero tampoco me veo tan mal, siempre y cuando me mantenga con la mascarilla puesta hasta para dormir. Los gustos saltan a la vista, sin duda. Tal vez sea yo el que se equivoca al elegir una amiga, amate, pareja o lo que se considere en ese momento y en ese orden. Sé también que soy exigente a la hora de conocerlas, porque me gusta el detalle, la limpieza y el orden. Lo primero que veo son sus manos y pies. Me encantan. No hay secreto en eso, soy un consumado fetichista que me pongo a tono viendo esos bien formados deditos cuidados con prolijidad en unas sandalias <i>Carla Bichette.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La verdad de la milanesa es que soy poco sociable, por no decir nulo en cuanto a relaciones interpersonales. Carezco de <i>feeling</i> a la hora de querer impresionar a mi contraparte con hilarantes anécdotas de un solo acto, si es que no está dentro de un féretro con cuatro cirios a los costados. No puedo expresar nunca alguna ocurrencia si no me asaltan las dudas o los temores de sentirme una completa nulidad frente a una mujer que me supera en intelecto o en estatura. Bueno, ha habido casos en que esa dicotomía ha generado todo tipo de comentarios, que lo único que acrecienta es el morbo por saber si solo es por interés o por apañar las <i>apariencias</i>. Lo que quiero decir es que una mujer bonita es incapaz de sentir simpatía o atracción hacia mi persona, así la haga reír a borbotones que tenga que escupir los tallarines por la nariz. Es innegable que el humor no va de la mano con el amor. Pero, quién habla de amor. Pasarla bien no quiere decir que tenga que casarme con ella. A veces piensan que uno busca atornillarse en esa difícil tarea de prepararle el desayuno por el resto de su vida, si lo único que se necesita para estar bien es vivir en departamentos separados y verse en el momento que se tenga ganas. Sin embargo, la soledad apenas es una barrera que te hace sentir vacío a pesar de haberte comido toda una bolsa de papas fritas o el paquete completo de pan de molde familiar, con litros y litros de gaseosa y embutidos. Lo único que consigues es una obstrucción coronaria y un pasaje al quirófano.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Tiendo a ser irónico en los peores momentos. Es la clave de mantenerme ecuánime antes de pedir a la Beneficencia un lugar para dormir cuando cumpla la edad en la que deba preocuparme por no mojar los pantalones. Es la chispa que me motiva todos los días a sentarme frente a la laptop y desentrañar todos los abusos cometidos por mis padres al condenarme a vivir como un leproso, recluso y misántropo energúmeno que tantas veces he querido ser otra persona, sin abandonar mis principios. Los gatos siempre caen de pie, dice el dicho. No sé cuántas veces lo habré hecho que ya las piernas me flaquean. Sigo insistiendo en que una de las cualidades que me ha caracterizado siempre es la de sonreír frente al espejo y convencerme de que las cosas van a cambiar… para los demás, claro está. ¿Y yo? ¿No merezco ser feliz? Claro, si dejo de pensar como un perdedor y abrir las ventanas de vez en cuando, todo será como el mundo tecnicolor de <i>El mago de Oz</i>. Pero soy de los que prefieren la atmósfera lúgubre de la escena de apertura de <i>Ciudadano Kane</i>, susurrando al unísono <i>Rosebud</i>; pero esa no sería la palabra que escogería.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La distopia de esta reflexión no acaba suicidándome con gelatina vencida, es vivir al lado de una persona que no se merece tan mala suerte. No le deseo mal a nadie. Las únicas que han podido blandir su deseo de asco hacia mí han sido mis ex. Tres décadas soportando su propaganda neonazi en mi contra, ha llegado a escandalizar a las más curtidas feministas que han deseado lincharme en cada aparición pública en la que hemos coincidido. No ha habido mujeres tan mal pagadas como aquellas que, creyéndome el chico de diferentes procederes, hayan perdido su tiempo con un vago y flojo representante de la bohemia limeña en declive. Pero, seamos sinceros, jamás les puse las manos encima, solo para quitarles la ropa interior; no las he engañado ni con su prima ni con su mejor amiga. He sido lo que han querido que fuera: sumiso, comprensivo y dadivoso. Mejor se hubieran conseguido un gato… o un hámster. Aburrido no era; perezoso para arrancar la faena, lo admito. Mis fobias sociales son legendarias, pero creo que se lo tomaban demasiado en serio cuando les decía que prefería ver la transmisión del Oscar que salir a tomar un trago junto con sus amigos. Y, claro, en una de esas, ¡zas!, otro ya estaba demostrando que la brújula se mide por los efectos del magnetismo y no por su diseño. A los pocos días, ya estaban manteniendo una relación con el amigo de un amigo que conoció en la reunión de una de sus amigas. Lógico. Era de esperarse. Y de ahí mi compulsión por Spinoza y Kierkegaard.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Hay tanto pan por rebanar en esta extraña elucubración de mi extinta estirpe de mequetrefe. Son pocas las veces que he podido congeniar con una mujer, y reconozco que esa única vez me quiso de verdad sin importarle que pasara horas enteras escribiendo en un apartado rincón del dormitorio. Esas eran las que yo desechaba sin contemplaciones. Me sentía a gusto, qué duda cabe, el sexo era de lo mejor y pasábamos muchas horas viendo la maratón de <i>Dr. House</i> en Universal Channel sin pensar que el perro necesitaba salir a hacer sus necesidades. Pero había algo que no cuajaba del todo. Me daba demasiadas licencias que empecé a sospechar. Mi paranoia permitía esos excesos de desconfianza que hasta llegué a pensar que otra de mis examantes la había contratado para vigilarme. Solo me miraba con una expresión parecida a la de esas participantes del programa <i>Andrea</i>, cuando descubren que la prueba de ADN resultó negativa. Finalmente, nos echábamos a reír y hacíamos como si no pasara nada. Pero pasó. Al caer la noche del día 500 de nuestra relación, sería la última vez que la vería. Y cuando uno se anima a llamarla después de varios meses, te corta de inmediato porque está esperando la llamada de su novio, el mismo que obligó a vestirse como Han Solo y posar con ella en una foto vintage disfrazada de Margarita Gautier.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuatro cosas que quisiera expresar: una, no soy tan bajo; dos, fantaseo despierto; tres, me enamoro demasiado rápido de la persona equivocada; y, cuatro, prefiero comer tallarines al ajo que morder unos carnosos y cautivantes glúteos de color canela. Sé que exagero en mis reminiscencias. Logro tergiversar la realidad con tonalidades surrealistas dignas de Miró o Ray, pero son más explícitas como las historietas de <i>Lorenzo y Pepita</i>. Carezco de forma precisa y parezco un pedazo de carne queriendo pasar por un embudo. Vaya manera de describirme, y es que me desprecio desde el día en que tuve uso de razón. Soy distinto al resto de mi familia, antinatural, antisocial, anti todo. La primera vez que besé a una chica fue en el juego de la “botella borracha”. Ella tuvo un colapso y se refugió en el Noguchi por varios meses. Yo, ni vuelta que darle, me sentí ensimismado por su rechazo, sin comprender que solo se trataba de un juego, nada agradable, por cierto.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuando mi última ex rompió conmigo, no lo hizo como un asunto personal, fue más que todo por salud mental. No soportaba estar demasiado tiempo en la cama conmigo ni tener cuatro orgasmos consecutivos ni que me riera de ella cuando ponía los ojos en blanco y se mordiera los labios antes de tensar todo el cuerpo de puro goce. Era para tomarle una foto. Me arrepiento de no haberlo hecho, hubiera sido genial en su perfil de Facebook. Pero, más allá de esas nimiedades, puedo considerarla como la relación más larga que tuve: cuatro meses. Pero, insisto, no comprendo por qué prefieren a un tipo que las maltrata, que las acose y que les sean infiel; o, para colmo de males, casados. Están ahí, suplicando no ser abandonadas en espera de que deje a su mujer e hijos e inicien una vida de ensueño; en cambio, con uno piden ayuda psiquiatra, garantías para su vida e inclusive con orden de restricción por más de 200 millas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Una noche llaman a mi puerta. Era mi primera ex. Hacía tiempo que no sabía de ella y me extrañó que supiera donde vivía. La hice entrar y le ofrecí una taza de té. “Prefiero la manzanilla”, dijo, esnifando los pocos mocos que le quedaban después de llorar seis meses consecutivos, luego de descubrir que su novio la había abandonado por una joven venezolana. Si dejamos entrever las proporciones físicas de una y de otra, jamás hubiera entendido por qué la abandonaron (se entiende el sarcasmo, ¿verdad?). Era la primera vez que la veía desencajada y perdida. Cuando la conocí era la pedantería andando. Alardeaba lo que no tenía, y lo que tenía era gracias a la generosidad de sus ocasionales pretendientes, que terminaron por comprender que jamás llegarían a su nivel. Era bajita, pero tenía un ego de la distancia de aquí a Júpiter, ida y vuelta. La cosa es que entendió que no valía la pena enfrascarse en una relación cuando sabes que vas a perder por una cabeza. No puedes competir con ella ni por lástima. Sin embargo, era bonita, tenía ojos grandes, vivaces, dientes de conejo y una sonrisa coqueta que te quitaba el aliento antes de pedir la cuenta. Lo único que no contrastaba con esa carita de muñeca Baby Alive era su cuerpo. Carecía de lo que tanto odiaba de las modelos de Pornhub y no dejaba de atribuirles su contextura por la gracia de un cirujano. Era lo menos de lo que me podría preocupar, siempre y cuando tuviera los pies bien cuidados. Y los tenía. Punto para ella. Lo que me disgustaba era su manera de tratarme, como si fuera un provinciano necesitado de afecto o de una mujer que tuviera mundo. ¡Que tuviera mundo! Apenas conocía Sayán y ya regurgitaba viajes imaginarios desde Alaska hasta Berlín. “Yo he paseado por Diagonal y no digo nada”, le decía, sin que entendiera el sarcasmo. Ustedes menos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Esa noche quiso quedarse en casa, conmigo, sentirse acompañada y necesitada de un alma caritativa que le hiciera olvidar por un momento que fue parte de un complot del gobierno de Maduro para que la alejaran de su hombre. Menuda idiotez. Ya estaba conmigo en la cama, recordando por qué habíamos iniciado una relación hace más de veinte años. Esa noche se olvidó del fulano y pasó el fin de semana más largo del que tuviera memoria, despilfarrando condones y sábanas, que tuve que comprar un nuevo juego para no desentonar con el decorado. La mujer tenía lo suyo, debo admitirlo. Lo que más me gustaba es su excesiva coprolalia a la hora de destilar feromonas sobre uno. Era insaciable hasta para el menos ansioso de la tribu. Después de consumado el hecho, volvía a su habitual pergamino de críticas y cuestionamientos acerca de mi pobre popularidad con el sindicato de onanistas y mis anticuadas chompas de casimir inglés. Tengo una raqueta de bádminton, la que usaba para darle azotes en las nalgas en plena efervescencia lasciva. Hasta en eso me consideraba un idiota, sin tomar en cuenta que era ella la que quería que la azotaran apenas llegara al clímax de la situación. La cosa es que dejé que le prendiera fuego al álbum de fotos que tenía como recordatorio de las cosas que no debía hacer antes de conocer a una mujer. Lo malo es que ahí había dejado un cheque por quince mil soles, como anticipo de mis memorias. El problema fue cuando la editorial quiso que se lo devolviera porque allí se dieron cuenta que mi libro sería un pastiche de <i>A propósito de nada</i> y los dejaría como si tomaran desayuno con la leche vencida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Luego de aquel infame reencuentro, supe que volvió con su hombre. Ahora viven felices los tres. A Maluma le habrá venido una hemorragia por la nariz. Lo que es yo, me quejé con el administrador de mi edificio por no avisarme que vendrían a visitarme. Desde entonces, tiene la consigna de que a ninguna mujer se le dé acceso a mi departamento y solo digan que no estoy, así me ahorro el cambio de sábanas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Creo que el título está mal. No debería hacer referencia a ninguna mujer ni mucho menos a las que he conocido a lo largo de estos treinta años. Es a mí a quien hago alusión. Soy irritable, desesperante y casi siempre provocador, frente a una retahíla de comentarios hirientes sobre la clase de tipo que soy sin despertar compasión de nadie. He estudiado mucha psicología para entender qué ocurre conmigo, y me doy cuenta que no he aprendido nada, mucho menos de quienes me rodean. Sigo cometiendo los mismos errores una y otra vez hasta el cansancio. ¿Y debería aprender después de todo? No lo sé. Aún sigo pensando que nacer fue el peor error de mi vida. Debí quedarme tendido en el suelo sin llorar después de que me resbalara de las manos del obstetra −hubiera sido mi héroe hasta el día de hoy−. Eso hubiera bastado para que me echaran a la basura y no lamentarme después de tantos años de terapia sin encontrar respuestas a mis devaneos psicóticos. Lo que sí he aprendido es no confiar en mi psiquiatra, ahora solo leo biografías autorizadas de Chiquilicuatre y la princesa Diana.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Finalmente, ahora entiendo a las mujeres cuando dijeron en su momento que necesito tener una mascota. No por el hecho de aborrecer a la humanidad y darle la espalda a relaciones duraderas o sólidas, que un perrito o un búho podrían suplir. No, es porque debo aprender a dar cariño, aunque sea a la criatura más insignificante que haya poblado la tierra. Después de todo, ¿para qué? No sirvo para mantener una relación ecuánime por veinticuatro horas consecutivas, menos tendré la paciencia de levantarle la mierda a cualquier animal que deambule por el parque. Vivo el día a día dándole la espalda a la realidad; mi soledad me pertenece y no creo que nadie comprenda lo que se siente tomar café en la barra de tu cocina sin tener que escuchar las quejas de una rolliza estreñida ni las inconformidades de una maniaca del orden.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">¡Dios salve a Onán!</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-57313497336278701712021-01-13T05:59:00.007-08:002022-11-09T09:14:53.821-08:00Estigmas del otro lado del muro<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3Hf3lNn7VKQyPHY7CYfQ0dCkwcn52RU51tM5zeYbbwKOXDAW1WoJRSO1Lnw61XUdQ91dLOSG68lk3BHEAkcaooelNROtBGXX9ZRucfbsx_nHCPqs5H6X3J2nO72co5gOAknBU3rNFCoE/s349/Ca%25C3%25ADda_ventas_preocupaci%25C3%25B3n_l%25C3%25ADderes_mexicanos.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="240" data-original-width="349" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3Hf3lNn7VKQyPHY7CYfQ0dCkwcn52RU51tM5zeYbbwKOXDAW1WoJRSO1Lnw61XUdQ91dLOSG68lk3BHEAkcaooelNROtBGXX9ZRucfbsx_nHCPqs5H6X3J2nO72co5gOAknBU3rNFCoE/s320/Ca%25C3%25ADda_ventas_preocupaci%25C3%25B3n_l%25C3%25ADderes_mexicanos.jpg" width="320" /></a></div><span style="font-family: verdana;"><div style="text-align: justify;">La sobrepoblación mundial ha sufrido un revés gracias a la pandemia. Era necesario, pues, la humanidad no podía mantenerse ante la escasez de alimentos y hectáreas urbanísticas, condicionadas por la deforestación y explotación masiva de materia prima, especialmente minerales de origen orgánico, como petróleo y gas natural. La agricultura no se da abasto ni el agua, a pesar que ahora se vende embotellada. Todo un lujo, sin duda.</div></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Muchos dirán que la purga divina es la causante de esta catástrofe. Las trompetas celestiales han anunciado el fin de los tiempos con gran pompa. Las plagas, los jinetes, Nostradamus y hasta los Simpson, han calado hondo en el imaginario colectivo. El anuncio de un redentor advierte que la cosa va en serio, aunque da pie para entender que la llegada del mesías del mal tiene mucho que ver con la última conjunción de Júpiter y Saturno, que muchos expertos de lo sobrenatural vaticinan para este 2021. Se trata de una década de sobresaltos y cambios sustanciales que nos pondrán la carne de gallina. Peor será para aquellos que no cuentan con Disney+ en sus televisores. ¡Nos perderemos WandaVision!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Según cifras oficiales nos estamos quedando sin oxígeno, sin camas UCI y sin centros de esparcimiento. Las plataformas virtuales de streaming están haciendo su agosto con la emisión de películas que no hemos podido ver en salas de cine desde que se inició esta ruleta rusa llamada COVID-19. El cine en casa será el futuro, así como otros tipos de entretenimiento masivo. El trabajo desde un ordenador ya se ha hecho costumbre y pocas son las empresas que necesitan empleados presenciales para la atención o ejecución de sus actividades rutinarias. La obesidad por falta de ejercicio es uno de los mayores problemas que enfrentamos los que vivimos sedentarios dentro de nuestros hogares. La depresión es otro factor preponderante que se ha visto en el último año. Nos sentirnos amenazados por una suerte de conspiración gubernamental que nos hacen creer que existe una elite que amenaza al mundo desde algún laboratorio <i>illuminati</i>, o simplemente decidimos matar a nuestros cónyuges porque ya no hay dinero para mantenerlos. O lo que fuera que estuviese revoloteándonos en el subconsciente.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Se extraña a Anthony Choy en las pantallas de televisión. A pesar que sus casos son de carácter meramente especulativo, no deja de causar asombro la serie de testimonios que evidencian la existencia de seres venidos de otras dimensiones, como duendes, fantasmas o los no menos populares ‘grises’. ¿Es posible que sucedan dichos fenómenos? ¿Hay gente que puede dar fe de ello? ¿Somos capaces de vislumbrar un mundo paralelo? ¿Es producto del chongo mediático? En pleno siglo XXI… ¿hay gente que cree en dichas fábulas.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Durante la sequía de 1967, un joven y humilde agricultor encontró un libro escrito de puño y letra del mismísimo Belcebú. Aunque no sabía leer ni escribir, se lo atribuyó al príncipe de las tinieblas con tal convicción que no tardaron en aparecer estudiosos y eruditos académicos, que le ofrecieron cuantiosas sumas de dinero por adquirir dicho manuscrito. Su ignorancia lo obligó a venderlo por tan solo 600 mil dólares, una cifra que fue considerada “una ganga” para los estándares de la época. Como muchos sospecharán, el documento no fue más que el recetario de algún opiómano que ponía al alcance del público la preparación de cócteles de hongos y alucinógenos para la Guía didáctica del chamanismo. Como la escritura era cuneiforme (por los estragos de la droga), cualquiera diría que fue hecha por algún demonio del inframundo. ¿Y qué pasó con el agricultor? Ahora, es dueño de una universidad de prestigio.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Conversando con un viejo sabio de la tribu, las posibles consecuencias del futuro político de Estados Unidos no se comparan con las triquiñuelas que subsisten en nuestro querido y desafortunado Perú. A pocos meses de cumplir 200 años de independencia (no me explico de qué), la clase política insiste en menospreciar el coeficiente intelectual del ciudadano de a pie. Hechos como los ocurridos después de la vacancia de Vizcarra y el ascenso al poder de Merino ‘El Breve’, no hay otra manera de describir la reacción del público. Hubo bajas civiles que resultó ser el detonante para desprestigiar aún más a tan inefables personajes ávidos por un pedazo de lo que consideran su “botín de guerra”. Ya es mucha conchudez de su parte tener que castigar a la nación con su presencia y tener que escuchar sus excusas y echarles la culpa a otros y no saber distinguir cuándo se debe aplicar una norma constitucional. Las cosas tampoco la tienen clara el presidente interino y su Consejo de ministros, ahora que se vienen más problemas en salubridad, economía y gasto social. ¿Volveremos al confinamiento radical tal y como vienen ejecutando algunos países europeos ante el rebrote del bicho apocalíptico? Esperemos que no y tomemos conciencia de que esto no es un juego ni una estratagema de sectas secretas. Lo gracioso del caso es que unos fiscales peruanos han enjuiciado a los representantes del “orden mundial” de inventar dicha enfermedad. Es de locos, lo que concuerda con esta ola de conspiranoia traída desde las páginas de John le Carré o del mismísimo Jason Bourne.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Si bien es cierto nos han metido en la cabeza toda clase de hipótesis o teorías acerca del origen de este bicho, desde sopa de murciélago hasta la corporación farmacéutica <i>Umbrella</i>, no hay indicios fehacientes que lo sustenten. Todo es producto del folclor popular y de quienes tiene tiempo de andar navegando por la Internet.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">En conclusión, estimado lector, es momento de dar un paso agigantado por restablecer el orden, ya no disfrazados con la máscara de Guy Fawkes, sino con nuestro propio rostro e iniciativa de querer salir adelante frente a esta pandemia que ha desestabilizado (y lo sigue haciendo) nuestra capacidad cognitiva. Démosle fin a todo sufrimiento respetando los protocolos de bioseguridad, aunque suene repetitivo y aburrido. De ello depende nuestro futuro como personas, ciudadanos, nación y planeta.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-77712073694140663632021-01-08T08:42:00.001-08:002021-02-25T11:37:02.309-08:00Helado de frambuesa<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR8EFUfn9pO0-PBWkK5hhwueCDkizG1A-4n91YDNlTXo1XsGKmc_zrrMIlNb47U_8voHYGL_xLYQE-fJNqjcN0fFepxrrc7F1vx3Y1k7C_1ViavR9hx3BKMgSX1XfG2tJP8Ikz5J8ZLsw/s225/images.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="225" data-original-width="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjR8EFUfn9pO0-PBWkK5hhwueCDkizG1A-4n91YDNlTXo1XsGKmc_zrrMIlNb47U_8voHYGL_xLYQE-fJNqjcN0fFepxrrc7F1vx3Y1k7C_1ViavR9hx3BKMgSX1XfG2tJP8Ikz5J8ZLsw/s0/images.jpg" /></a></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El mismo día que murió su perro, conoció a una jovencita de dieciocho años recién cumplidos. Tenía facciones serias, inquietantes y a la vez seductoras. Sus ojos almendrados color miel penetraron su frio corazón y sus anchas caderas eran imposibles no desear recorrerlas con la yema de los dedos. Su fragrante cabellera azabache ondeaba al compás del viento y sus enhiestos pechos sucumbían bajo las costuras de su atrevido uniforme de azafata de bus interprovincial. Solo necesitó dos palabras para causarle un derrame cerebral y varios años de agua fría para calmar sus ímpetus bestiales. “¿Algo más?” fue lo que dijo, y eso lo cambió todo.</span></p><p style="text-align: left;"></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Tras abandonar el terminal terrestre, aún podía saborear el aroma a canela y rosas que despedía aquella joven. Sus inocentes comentarios dejaron impresionado a nuestro héroe como un niño dentro de una juguetería. Esperaba volverla a ver, tal vez, en su viaje de regreso; pero, ¿en qué unidad sería el reencuentro? ¿Y en qué horario? Un dilema que hubiera solucionado si se hubiera atrevido abordarla y pedirle su número para así llamarla y concertar una cita en el café más exclusivo de la ciudad, dando pie a una suculenta noche productiva de emociones lascivas. Pero no se sentía tan seguro de llegar a ese nivel, mucho menos apneas haberla conocido.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Sin embargo, la suerte le sonrió una vez más. La primera vez fue en el hipódromo, cuando su caballo ganador murió de un infarto tras haber recibido una apuesta de veinte contra uno. Él era ese uno. Y se llevó todo. Contra todo pronóstico, encontró a la muchacha en el aparcamiento en busca de un taxi que la llevara a su hotel. Sin pensarlo dos veces, el tipo le dijo que podrían compartir el mismo transporte si ella así lo deseaba. Su sonrisa fue elocuente. Cinco minutos después de abordarlo, ya estaban intercambiando fluidos salivares a vista y paciencia del chofer, que no se perdía ningún detalle desde el lente retrovisor, pasándose dos luces rojas y atropellando a un gato.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La muchacha lo invitó a su hotel y ahí dieron rienda suelta a sus bajas pasiones. Un cliché que ha sido escrito miles de veces cuando se acaban las ideas. En resumen, el polvo fue considerado el mejor para ambos, y en varias oportunidades tuvieron que llamar a la señora de la limpieza para que cambiara las sábanas de la cama y pasarle un trapo limpio a las paredes y techo. No entendía cómo es que ese hombrecito sin gracia podía producir tanto esperma. Pero así eran las cosas entre ellos, displicentes y complacientes al mismo tiempo cuando intercambiaban roles. “Feliz día de la mujer” le susurró ella al oído, a lo que el tipo tuvo que aceptar que un hombre no solo debe dar sino recibir. No pudo sentarse por espacio de dos días.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Al despedirse, la muchacha le entregó un pase de cortesía para que pudiera ir adonde quisiera, pues, la idea era encontrarse siempre en algún hotel del país. Sin embargo, el hombre lo pensó dos veces mientras se subía los pantalones.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Moraleja: No te dejes impresionar por un bueno culo.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-3109040873647848972021-01-07T21:06:00.000-08:002021-01-07T21:06:05.208-08:00A Little Less Conversation<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi00mY0zdNS0fhjAQQ4nC89TyUOoqLSsy1n9wPnlf2uI_C3F8RzHSRmyplQAD6jBS0Tj0LUl11onFn9DWKg4cJx8ZrTU7eB4VoLGc2ws2oRHLOUGYyjq2F5C8G0H1sZ0EzeQm2TORKegJI/s720/Elvis.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="405" data-original-width="720" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi00mY0zdNS0fhjAQQ4nC89TyUOoqLSsy1n9wPnlf2uI_C3F8RzHSRmyplQAD6jBS0Tj0LUl11onFn9DWKg4cJx8ZrTU7eB4VoLGc2ws2oRHLOUGYyjq2F5C8G0H1sZ0EzeQm2TORKegJI/s320/Elvis.jpg" width="320" /></a></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Aunque su imagen siempre generó el rechazo de la clase adulta conservadora, los millones de adolescentes que buscaban un ídolo a quien admirar por esos años de la era Eisenhower, vieron una poderosa máquina de efervescencia salvaje y contestataria, rompiendo los moldes ya establecidos y encumbrando una feroz performance sobre los escenarios. Elvis Presley nació predestinado para ese cambio generacional que hasta el día de hoy se le considera un referente de lo que llamamos el Rock Star por antonomasia.</span></p><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Su historia es bien conocida. Su legado, otra joya imprescindible para el catálogo de cualquier aficionado a la música, al Rock 'N Roll específicamente. Mucho de ese material, previamente grabado por otros artistas, sean solistas o grupos de buena o regular trayectoria, fueron la semilla de un estilo desenfadado y sin límites. Recordemos <i>That's All Right</i>, por ejemplo, su primer sencillo y éxito sin precedentes en su natal Tupelo, Misisipi, bajo el sello discográfico Sun Records, del no menos legendario Sam Phillips. Originalmente lanzado por Arthur <i>Big Boy</i> Crudup, un blues de aquellos que, en los zapatos de Elvis, fue dinamita pura que lo catapultó hacia la cima de la popularidad. Y desde ahí todo fue cuesta arriba. Ya con el sello RCA Victor sus siguientes singles fueron N. ° 1 por varias semanas y al mismo tiempo: <i>Heartbreak Hotel</i>, <i>Don´t Be Cruel</i>, <i>Hound Dog</i>, <i>Teddy Bear</i> y su epítome con <i>Jailhouse Rock</i> y <i>Hard Headed Woman</i>, fueron argumentos suficientes para convertirlo en estrella y ganarse el apelativo de <i>Rey del Rock 'N Roll</i>; y si le agregamos sus contorsiones pélvicas, el cabello engominado y la voz de un chico negro, el paquete era completo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Como toda estrella en ascenso, gracias al olfato de sabueso de su mánager, el persuasivo Coronel Tom Parker, su siguiente parada fue el cine, como medio diversificador de su talento para generar mayor demanda de su imagen y conquistar a un público ávido por ver a su ídolo en pantalla grande y en los cincuenta estados al mismo tiempo. Aunque sus primeras películas tuvieron una gran aceptación por parte del público, menos de la crítica (lo consideraban un mal actor que cantaba), ya iniciados los años sesenta su paso por el celuloide no fue más que chapuzas para su propio lucimiento, con buenos números musicales que solo promocionaban el tema principal del film. Su mejor película, para mi entender, fue <i>El rey criollo</i> (1958), dirigido hábilmente por el gran Michael Curtiz, que le dio una presencia sólida que no volvería a repetir, y que terminó de cuajar lo que empezó con <i>Prisionero del rock</i> (1957), del artesano y siempre competente Richard Thorpe. Tal vez, el haber sido llamado a enlistarse en el ejército, dejó que sus ansias de convertirse en el nuevo James Dean se esfumaran y se contentara en conocer a Priscilla en Alemania.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Desde la invasión británica, liderada por The Beatles, Elvis se convirtió en una pieza de museo a la cual admirar pero nunca alcanzar ni intimar. Estaba resignado solo ver rugir a esa juventud post Kennedy que evidenció que el "anochecer de un día duro" estaba por comenzar.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Por insistencia del Coronel, volvió al ojo público con el programa especial para televisión de 1968, el mismo que podría considerarse como el nacimiento del unplugged y que revitalizaría su carrera gracias a los nuevos adolescentes que lo descubrieron y a los de su generación que lo redescubrieron como el portento que era al interpretar casi en la intimidad <i>Memories</i> o <i>If I Can Dream</i>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Triunfó en Las Vegas, pasando por Hawái en un concierto televisado vía satélite, en los que supo mezclar talento y relajo sobre los escenarios ahora acompañado de su orquesta y coros. Ya cuando las drogas y los excesos pesaron más por mantenerlo en la panacea, Barbra Streisand fue a tocarle la puerta para que interpretara a la alcohólica estrella en decadencia en el remake <i>Nace una estrella</i> (1976, Frank Pierson), la que le supondría el regreso al Olimpo, incluido un Oscar, y que el propio Coronel Parker desestimó porque consideraba que el papel dañaría su imagen frente a sus seguidores. Lo cierto fue que, si aceptaba el papel, significaría perder el control de las decisiones y las millonarias ganancias que estas generarían.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Aquello fue un duro golpe para el Rey, que lo llevó a perder el glamur de sus años mozos. Abusó de la comida y de los barbitúricos, y fue hasta 1977 que dejaría esta dimensión con tan solo 42 años pero con la imagen de un hombre de setenta. En sus últimas actuaciones, apenas podía recordar la letra de alguna canción y su estado deteriorado era para llorar por la pena que daba, aunque nunca perdió esa voz inconfundible que lo ha vuelto leyenda indiscutible de la música popular.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Hoy en día, su legado sigue vigente. Sus discos y recopilatorios se siguen vendiendo, su mansión en Graceland está abierta al público como museo y su lápida es visitada cada 8 de enero (nacimiento) o 16 de agosto (fallecimiento), siendo el punto final del peregrinaje que empieza con las viejas instalaciones de Sun Records. Sus películas y conciertos se siguen retransmitiendo en diversos medios audiovisuales y es objeto de veneración por parte de algún imitador que participa en esos programas concursos de talentos. En Las Vegas hay convenciones de este tipo y en las capillas de bodas los ministros que ofician la ceremonia, se visten como su ídolo para unir a parejas de todo el país que visitan dicha ciudad. Pero solo habrá un Elvis... ¡Que viva el Rey!</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-52187556527643209942020-12-06T09:36:00.004-08:002022-11-10T08:29:52.333-08:00Capítulo 3: Crónicas intempestivas (Además de pavita)<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXoif5ZDDJoOqYF2Q24sMsLo3qTjyQ71ez8UUQ26FOfarHPxzoBRl2Z9SNVk7kKETFRC7_9a4Q2sEebuBHOiiLhxjFI1rfI_7ZjDKDpaSDhozGAX5QPRzDu3zTZk7nc4Wdxt0HxvZ366c/s287/83c32bd15761785ee27402eb4e9fde47--basque-christmas-diy.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="287" data-original-width="235" height="188" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXoif5ZDDJoOqYF2Q24sMsLo3qTjyQ71ez8UUQ26FOfarHPxzoBRl2Z9SNVk7kKETFRC7_9a4Q2sEebuBHOiiLhxjFI1rfI_7ZjDKDpaSDhozGAX5QPRzDu3zTZk7nc4Wdxt0HxvZ366c/w155-h188/83c32bd15761785ee27402eb4e9fde47--basque-christmas-diy.jpg" width="155" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">A cambio de unas cuantas dádivas, nuestros representantes parlamentarios juegan al intercambio de regalos con nuestras necesidades y las convierten en oportunistas acotaciones a pie de página de su “contrato social”, en beneficio de sus financistas más acérrimos que al común denominador. Los favores se pagan con favores, dice el dicho. Damos por sentado que estos representantes solo velan por los intereses de unos pocos, llámese dueños de universidades, empresas madereras o de construcción. Ni qué decir de los medios de comunicación. La puerta giratoria en su máxima expresión.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuando Godofredo Chulca, natural de Conchasuma, postuló al Congreso como invitado de una conocida agrupación política, le pidieron 50 mil dólares como tributo para la campaña del partido, a cambio de concederle el N.° 3 en la lista. Imagínense cuánto sería para el que ocupara el primer lugar. Sin pensarlo dos veces, declinó la oferta y volvió a su modesto negocio de alquiler de taxis. Además, pensó, de qué le serviría presentarse a las grandes ligas si todo lo que decía el partido, tenía que acatarlo sin cuestionar al líder que todo lo sabe.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Así como Godofredo, existen miles de aspirantes que tienen un sueño, un ideal, que se traduce en el trabajo desinteresado de servicio, de honestidad y clara visión de país. Sin embargo, todos esos ideales se desvanecen cuando se toma juramento, “por dios y por la plata”, y forman parte de una mafia, de un compadrazgo que solo se preocupa de cuánto va a recibir y se olvidan de sus raíces y se convierten en vasallos del sistema. “No te preocupes, hermanito; este pechito te garantiza total impunidad. Pero, ya sabes, cuánto me toca”.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Doscientos años no bastaron para salir de un régimen opresor, en teoría, pero la verdad de la milonga fue que a esos criollitos no los dejaban comercializar sus propios productos y debían someterse a todo lo que venía directamente de la madre patria. Nada de lo que ahora vemos se compara por el gusto a lo extranjero. Las importaciones priman más porque ahí está el negocio, mientras que las grandes corporaciones -dizque, de bandera- venden nuestra tierra al mejor postor, el mismo que nos revende lo que producimos a precios que no pueden competir nuestros pequeños productores, perjudicando su estabilidad. Así juega Perú. Nos arrodillamos ante quienes nos dan un cheque con ocho ceros y nos hacemos de la vista gorda mientras nos caiga alguito para paliar la sed en el Cordano. Y son los mismos que critican al gobierno cuando pone en licitación la construcción de un nuevo aeropuerto o quiere reformar la política nacional con nuevas reglas de juego. Pero es imposible. Prefieren vacarlo con cuestionables interpretaciones constitucionales sobre lo que significa “incapacidad moral permanente”, que reestructurar la clase política que se erigió después del primer grito de libertad y que perdura hasta nuestros días.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Los cambios son peligrosos. Es mejor dominar a la manada con programas de farándula o realities que desnudan la miseria humana con sentido del ridículo. La ignorancia es sinónimo de poder y es mejor tener a la población manipulada a una que sepa lo que está pasando en el país. Pero algunos sectores han despertado de ese cautiverio mental que pululó a mediados de los años 90, y que viene desde mucho tiempo atrás, cuando aún no había redes sociales y solo era la habilidad del orador que te cautivaba con su diatriba.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Son tiempos oscuros. Imprecisos. Desencantados. La pandemia es la nueva trova del caos sistemático; la oligarquía del pendejo; el espíritu de lo imperecedero y del comodín. No hay mejor menú que el que nos preparan los corruptos de siempre y sientan las bases para seguir promoviendo el descontrol, generando anticuerpos y traduciendo el malestar generalizado en oportunismo. Si de veras quieres un nuevo país, es mejor dejar caer la bomba. Pero sería mucho mejor apuntar bien, no nos vayamos a quemar con los demás.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-72993904705889563352020-12-04T05:49:00.002-08:002021-02-25T11:43:24.072-08:00Capítulo 2: Crónicas intempestivas (La incertidumbre de la siguiente fase)<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2cTpDealdSoZ2vMQUpj5yMF8lXZc8KOBcDD5GcF3GBXfM4F6SxSJGn0Sw-ZtHjVTupePPN0lf-xRHPDu_L-5M_89R3oS7nnSnLYumOwoJcT13TpxqdHfzl6Jvy7y5gQKXCmDPCWs-bjo/s500/franz-kafka.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="332" data-original-width="500" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2cTpDealdSoZ2vMQUpj5yMF8lXZc8KOBcDD5GcF3GBXfM4F6SxSJGn0Sw-ZtHjVTupePPN0lf-xRHPDu_L-5M_89R3oS7nnSnLYumOwoJcT13TpxqdHfzl6Jvy7y5gQKXCmDPCWs-bjo/s320/franz-kafka.jpg" width="320" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">De manera errónea cuando miramos las probables alternativas que harán cambiar el desarrollo de la historia, parece increíble cómo despertamos nuestro yo dormido hacia una eventualidad sacada de una novela de ciencia ficción o antelación. Los precursores del género no sospecharon que sus ideas serían el caldo de cultivo para transformar el mundo en una granja orwelliana, escondida del ojo público y endiosada hacia límites nada halagadores. Predecir el futuro o sospechar de los cambios significativos que engendraron poluciones proselitistas, no es más que la confirmación de que estamos frente al final de lo que hoy se conoce como conciencia humana.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El ser y la nada son evidentes. Es aterrador pensar que el mundo terminará este 31 de diciembre de 2020 y a nadie parece importarle qué pasará en la siguiente temporada de <i>The Mandalorian</i>. ¿Llegaré a comprarme ese De Lorean a escala del que tanto he soñado? Ni siquiera sé qué voy a hacer con mi colección de la saga del infinito. Si ya no estaremos, no puedo imaginar que sobreviva al tiempo, entre polvo y humedad. Las calles quedarán vacías y la vacuna será otro experimento fallido que generará guerras entre las potencias que desean presumir de su poderío tecnológico en lugar de pensar en el bien común.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Joy Cei Lin era una destacada bailarina del Teatro Nacional de Taipéi. Sin embargo, un día se fracturó el dedo pequeño del pie izquierdo y perdió la oportunidad de viajar a Suecia para una presentación nada menos que con la realeza de dicho país. Le diagnosticaron estrés post traumático y dejó la danza; ahora, solo vive de sus recuerdos y del dinero que le genera su propia cafetería, cuyo principal producto de bandera es a base de caca de murciélago. Todo empezó ahí, dicen los expertos. La verdad de las cosas es que es el mismo ser humano quien crea toda esa paranoia bacteriológica de querer culpar a los que nada tienen que ver en el asunto. No es un misterio que todo empezó en un laboratorio en respuesta a un supuesto espionaje industrial por descubrir qué causaba la enfermedad de la que nadie quiere nombrar, pero sabe que estará gravitando en nuestro sistema… al menos, en los próximos cinco años.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Si Franz Kafka viviera diría que <i>La metamorfosis</i> no es más que la confirmación de nuestros propios temores. Pero una cosa sí es cierta, esta purga ha sido útil y necesaria para mantener el equilibrio de la especie. La sobrepoblación es un asunto delicado y qué más importa si se van unos cuantos millones que alivie el porcentaje de habitantes por metro cuadrado. “Los murciélagos son los que deberían desaparecer”, diría un especialista en virología. ¿Y qué pasa con Batman? ¿Gotham podría sobrevivir sin él?</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Ahora todo se concentra en los miles de millones de dólares que las grandes corporaciones de laboratorios van a recibir a cambio de mostrar su mayor logro, después del ébola, del VIH, el ántrax y la píldora del día siguiente (según el Opus Dei). El chip de Bill Gates no debería descartarse en lo absoluto, porque será de uso corriente en los próximos años, si es que ya no se ha implementado de manera remota gracias a Tik Tok, cada vez más embrutecedor de la conciencia mundial en cómo hacer un vídeo sin que en este no haya un fantasma o un fenómeno inexplicable.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Todos tenemos miedo. No es para menos. No basta que nos desangremos en luchas fratricidas, solo fue necesario abrir la caja de Pandora y dejar escapar a todos los males que nos han aquejado en este año que finaliza, junto con las tres cuartas partes del planeta, incluyendo al que escribe estas líneas más por desahogo mental que por analizar el panorama luego de una incesante batalla espiritual por conseguir un poco de leche fresca.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">De nada sirve pregonar la verdad cuando ya nadie hace caso al sentido común. Ni se puede discutir con una mujer no sin antes acusarte de agresión psicológica enviándote a prisión solo porque elogiaste su belleza. Mejor ponte un burka y todos felices. Nadie saldría lastimado, solo un servidor porque los musulmanes fundamentalistas me sentenciarían a muerte por mencionar su traje sagrado. Pero ese no es el punto. El punto es el signo que se pone al final de la oración. Como esta.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-63858070405321090032020-12-03T12:02:00.003-08:002022-11-10T08:19:54.945-08:00Capítulo 1: Crónicas intempestivas (Si las apariencias fueran lo contrario)<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiodcQ4g0bTaJVwUw1c5F6cHNUGnLdOwiXt0Owh3J0gJgNTPFsnSOreGIFKqUAhNj00hkN7ktVgqaVUG2DTi9G0ocRzs5KmXLSBvf5bz4Lbcw7I0fYajhlNYTHkVIztKaOeEd2wYL0t6QY/s463/revuelta.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="350" data-original-width="463" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiodcQ4g0bTaJVwUw1c5F6cHNUGnLdOwiXt0Owh3J0gJgNTPFsnSOreGIFKqUAhNj00hkN7ktVgqaVUG2DTi9G0ocRzs5KmXLSBvf5bz4Lbcw7I0fYajhlNYTHkVIztKaOeEd2wYL0t6QY/s320/revuelta.jpg" width="320" /></a></div></span><div><span style="font-family: verdana;">Luego de los hechos</span><span style="font-family: verdana;"> que enlutaron al país, agrupaciones del colectivo civil tomaron por asalto las instalaciones del Palacio Legislativo y destituyeron al</span><span style="font-family: verdana;"> pleno de inmediato.</span><span style="font-family: verdana;"> En el </span><span style="font-family: verdana;">asedio, mucho</span><span style="font-family: verdana;">s congresistas fueron heridos y desterrados de sus curules como ratas exterminadas. "No h</span><span style="font-family: verdana;">ay nada mejor que sentir la sangre de estas basuras en nuestras manos”, dijo un</span><span style="font-family: verdana;"> orondo y orgulloso</span><span style="font-family: verdana;"> joven con la cabeza de un parlamentario, </span><span style="font-family: verdana;">como si de un trofeo </span><span style="font-family: verdana;">se tratara.</span></div><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Otros tantos fueron en busca del Premier hasta su domicilio. Lo encontraron en el baño, agazapado entre las cortinas de la ducha. Lo único que pudo decir fue que no entendía por qué tanto ensañamiento, mientras era conducido a rastras hacia uno de los patrulleros decomisados por una turba</span><span style="font-family: verdana;"> simpatizante de </span><span style="font-family: verdana;">Arthur Fleck.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cuatro horas después, la ciudad ardía en llamas. La policía no podía hacer nada. Miles de hogares, pese a la barbarie imperante, blandía sus cacerolas al compás del <i>Contigo Perú</i>. Una mujer, con lágrimas en los ojos, atinó a decir que ya nada sería igual, porque “un nuevo amanecer acogería a todos con la bendición del Señor”. Mientras tanto, varias unidades del Metropolitano eran consumidas por el fuego</span><span style="font-family: verdana;"> y la Plaza San Martín estaba cubierta de un mar humano que festejaba la victoria recién conquistada. En algún lugar de la capital, </span><span style="font-family: verdana;">el nuevo presidente</span><span style="font-family: verdana;">, en un momento desesperado, dio un emotivo discurso de paz y tolerancia por querer poner fi</span><span style="font-family: verdana;">n a los enfrentamientos de </span><span style="font-family: verdana;">las últimas horas, para luego dejar los destinos del país en manos de un comité constitucional que asegurara la transición a un nuevo gobierno que fuera elegido democráticamente </span><span style="font-family: verdana;">en las urnas. El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas obligaron a sus tropas mantener el estado de sitio en salvaguarda del orden sin hacer un solo disparo. Su función, entonces, era la de proteger a la mancha humana que seguía interactuando tanto en las calles de la capital </span><span style="font-family: verdana;">como en las del resto del país.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Como en la escena final del <i>Regreso del Jedi,</i> el júbilo en cada una de las ciudades más importantes de nuestra nación</span><span style="font-family: verdana;"> duraría semanas, </span><span style="font-family: verdana;">y los responsables serían llevados a corte marcial y sentenciados a una pena similar al derramamiento de sangre de aquellos dos jóvenes que, lamentablemente, estuvieron en el lugar y momento equivocados. “Todes estames indignadísimes”, vociferó una enérgica feminista que enarbolaba una bandera </span><span style="font-family: verdana;">multicolor, </span><span style="font-family: verdana;">mientras un sacerdote se quitaba la sotana para danzar junto a unos adolescentes sin sentirse tentado por los demonios de la carne.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Las cosas pasadas son las cosas del presente, dijo el poeta en su lecho de muerte. La realidad implora justicia, dijo un exdictador.<br /><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Mientras marcamos la diferencia de ciertas nociones de conducta sobre los acontecimientos antes descritos, es menester tener en cuenta que el derecho de la Constitución nos ampara por mostrarnos una conducta justa y soberana cuando se trata de reclamar justicia por momentos así, repletos de inmundicia moral. El poder corrompe y no hacemos nada por evitarlo porque es una cuestión de costumbre y se vería mal que no lo hubiera.<br /><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Aquellos que hablan de corrupción, que se jactan de luchar contra ella, son los mismos que ocultan sus verdaderas intenciones, preocupados más en el voto del electorado que de sus necesidades inmediatas, sin importarles que son ellos los que los llevaron a ocupar ese lugar, y son a ellos a los que deben responder; de lo contrario, también tienen la potestad de sacarlos. La falta de representatividad se hace evidente cuando cometen actos impropios de un funcionario público y en general, todo lo que conlleva responsabilidad.<br /><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El sepelio de estos dos jóvenes contrasta con el frío amanecer de un país acéfalo, sin gobernante, sin nadie que pueda velar por los millones de compatriotas que esperan con ansias el tan soñado equilibrio de poderes, trabajando en conjunto por ellos, para ellos y con ayuda de todos nosotros en pro de un país más unido, más inclusivo, más educado y económicamente potenciado para expandir sus horizontes ad portas del bicentenario. ¿Ese es el futuro que nos espera? ¿Es la herencia que dejaremos a nuestras hijas e hijos? Un tema que aún no acaba, que está en discusión y que está abierto al debate. De nosotros también depende sintonizar con los menos favorecidos. Si no hacemos nada para modificar esta sociedad, estaremos condenados por siempre. Es momento de cambiar, es momento de combatir, de alzar la voz por la reivindicación del ciudadano contra la tiranía. Es momento de despertar.</span></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-5652214615409383562020-11-28T11:19:00.002-08:002022-11-09T09:24:50.963-08:00La culpa es de Claudia<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhPZ_Fke6HOVuBn3y2BZEmc5i2u9aSy4As0BkLtvSu9VH-KDsvEz6qv0rKx7hfdq_gHcV2leJoMvgAinzI117nXLKNsfOyYB-6GJ3q7p2AZ1Ca-Ri4BaI8fv9d7I6ReA6aYq9Pa5hGxfr4/s726/sentimiento-de-culpabilidad.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="484" data-original-width="726" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhPZ_Fke6HOVuBn3y2BZEmc5i2u9aSy4As0BkLtvSu9VH-KDsvEz6qv0rKx7hfdq_gHcV2leJoMvgAinzI117nXLKNsfOyYB-6GJ3q7p2AZ1Ca-Ri4BaI8fv9d7I6ReA6aYq9Pa5hGxfr4/s320/sentimiento-de-culpabilidad.jpg" width="320" /></a></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Si bien es cierto Cupido es un estúpido por tomar decisiones arbitrarias, es menester saber que cuando caemos en las lides del amor casi nadie sale bien librado. Una sola probadita ya es sinónimo de problemas y no podemos darnos el lujo de subestimar sus consecuencias, a no ser que te tomes una Red Bull con cuatro líneas de la blanquita y hacerte de la vista gorda, como aquel tipo que fue al cine -en plena pandemia- y no le importó hacer el ridículo, no por el hecho de encontrar el local cerrado, sino que olvidó salir con mascarilla.</span></p><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><b>Probar del fruto prohibido</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Un caso curioso sucedió en una reconocida empresa de embutidos. Dos de sus empleados tuvieron un altercado por querer conquistar a la nueva secretaria. La manzana de la discordia, en este caso, llevaba una relación de cuatro años con su actual prometido, pero eso no era impedimento para coquetear descaradamente con ambos idiotas, que, en su afán por considerarse el macho alfa de la manada, hicieron lo imposible por ganarse su corazón. Finalmente, terminaron enfrentándose a sable limpio empuñando un hot dog de esencia de pollo. Cuando las cosas se pusieron turbias, y viendo que el stock de dicho embutido disminuía considerablemente, la joven tuvo que pedirles que desistieran de su absurda pelea y confesarles de su situación sentimental. Ambos comprendieron muy tarde que las cosas no son como la pintan las telenovelas turcas, mucho menos confiar en una chica bonita que les sonríe en su primer día de trabajo. En conclusión, no solo dieron por finalizada su amistad, sino que debieron pagar las existencias de su propio sueldo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><b>Vivir en pareja</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Lejos estaban los días cuando decidías convivir con tu pareja sin que la familia de la joven se opusiera tajantemente. “Si sales de esta casa tiene que ser con vestido de novia”, decía una madre abnegada y fiel representante de las buenas costumbres de una sociedad ya extinta. Ahora, es la propia mamá quien le pide a la hija que se vaya de una vez: “No importa que sea feo, hijita, con tal que tenga plata no hay problema”. Muchas caen en ese dilema que no les queda más remedio que hacer de tripas corazón, apagar la luz y cerrar los ojos en la intimidad, ya que no pueden soportar verle la verruga en la punta de la nariz del susodicho sin sentir un escalofrío casi latente debajo de la nuca. Y si tiene mal aliento, habría que pensarlo seis veces antes de quitarse la ropa. Sin embargo, son pocas las veces que llegan a complementarse como una torta selva negra, teniendo descendencia y un perrito de compañía; otras, no siempre termina bien para el hombre. Ni para la mujer, seamos justos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La muchacha de nuestra historia se cansó del tipo que tenía como pareja. No soportaba sus celos ni que cuestionara su selecto grupo de amistades masculinas. La chica era bonita, podía estar con cualquiera, pero tuvo que ceder ante la presión de sus padres que le exhortaron buscar pareja a los treinta años. “A esa edad ya te tenía a ti y a tu hermana”, decía un adusto padre, preocupado por el futuro de la menor de sus hijas. Conoció a este tipo en una feria de bebidas exóticas y, entre pisco y nasca, terminó con él en un hotelito de por ahí y, ni modo, dijo que este era el indicado, solo porque la hacía disfrutar como ningún otro y creyó que era suficiente para empezar una vida en comunión. Craso error. Se dio cuenta muy tarde que las cosas no eran como se las imaginaba y maldijo la hora en que bebió ese <i>Tumbatruza</i>, que la dejaría en ascuas los siguientes cuatro meses de su vida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Un día, tuvo la “suerte” de conocer a un buen hombre, muy distinto del otro, que tuvo consideraciones para con ella como hubiera preferido tenerlas al lado de su hombre; porque era su hombre, a pesar de todo. No podía vivir alejada de ese semental que le hacía poner los ojos en blanco y la piel de gallina con solo tocarla con la punta de la lengua. ¿Qué podía hacer? Lo irónico del caso es que, cuando finalmente dio por terminada la relación (porque lo encontró con otra), fue en busca de su amigo. Lamentablemente, las cosas habían cambiado y perdió el interés por sus constantes negativas. Así que, cumplidos los treinta y un años, estaba sola y sin más remedio que regresar a casa de sus padres.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><b>Fuiste un trozo de hielo en la escarcha</b></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Las palabras pesan más que una acción. Eso lo tenía claro cuando emprendió el viaje de regreso a casa en el Metropolitano. Era uno de los cuatro pasajeros que viajaban en aquel frío bus a través de corredor vial que se perdía en el horizonte, tras dejar sus recuerdos en aquella oficina de Jesús María. Sus paredes plomas y carcomidas por el tiempo no era más que la confirmación de su propia decadencia como ser humano. Había encontrado la horma de su zapato tras tastabillar con aquel joven que hizo caso omiso a sus sentimientos. No podía ser de otra manera, no tenía nada en contra de los gais, pero prefería tenerlo como amigo que como pareja o amante o lo que fuera que gravitara en su confundida cabeza. Desde aquel momento sintió que las penas inundaban su vida y ponían obstáculos a su desempeño laboral. De sonrisa pícara y semblante animoso, se volvió huraño y esquivo con sus amistades, que no perdieron la oportunidad de solidarizarse por lo que estaba viviendo.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Cada vez que se cruzaba en su camino, el joven no podía ni siquiera mirarlo a los ojos. La vergüenza se proyectaba en su rostro pálido que era imposible no incomodarse al verlo con otras compañeras, a las que sí les rendía pleitesía casi a punto de provocarles un orgasmo onírico con su desopilante sentido del humor. Los celos fueron un factor preponderante para terminar sus responsabilidades ante la empresa y dejar en el aire la decena de proyectos que tenía entre sus manos y que, por una pequeña gota de insatisfacción personal, rescindió todo compromiso futuro.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">“Todos tienen derecho a amar”, dijo antes de abordar el bus, sin que la vergüenza lo aplacara al dejar caer una lágrima frente a los pocos usuarios en la estación central, y que prefirió finalizar y olvidar aquel capítulo de su vida ya pasada. Pero de una cosa sí estaba seguro, los gatos caen de pie, como repetía cada mañana al mirarse frente al espejo. Se puso los audífonos, sintonizó una radio desde su celular y escuchó <i>Don’t Look Back In Anger</i>. Antes de que el bus se pusiera en marcha pensó en Scarlett O'Hara. Tenía razón, se dijo, “mañana será otro día”.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-65140272804600086342020-11-13T09:37:00.002-08:002021-02-25T12:00:36.993-08:00Ser masoquista<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: verdana;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRe6h7rNjA74OBkHh8_zOB1Ca4dqaYBZvVdAiYaC4-F15ukNWuVhJcEIcDdDb_eORIkc9f6N3gRUnq5vCkDOwCZx2BxYq_-MKX97GZO49PXg4K8l0404_v4jZRu__dP13izt3QfLiGin4/s320/amor-masoquista-jpg1.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="241" data-original-width="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRe6h7rNjA74OBkHh8_zOB1Ca4dqaYBZvVdAiYaC4-F15ukNWuVhJcEIcDdDb_eORIkc9f6N3gRUnq5vCkDOwCZx2BxYq_-MKX97GZO49PXg4K8l0404_v4jZRu__dP13izt3QfLiGin4/s0/amor-masoquista-jpg1.jpeg" /></a></span></div><span style="font-family: verdana;"><div style="text-align: justify;">Hace unos días tuve la mala noticia de que mi ex había contraído matrimonio con el mismo imbécil que la había engañado. Era cuestión de tiempo que llegarían a ese desenlace pese a mis deseos. Cuando terminamos, pensé, que pude haber hecho algo que la alejara de mí, sin darme cuenta que fue por el motivo anteriormente descrito, que dio paso a una serie de desopilantes aventuras que ni me hicieron gracia en su momento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Siempre he dicho que la vida no es más que una tira cómica de periódico barato, en espera del remate en las siguientes ediciones para redondear el chiste. Esta vez, la broma estaba dirigida a mí, y comprendo que mucha gente me haya advertido de no tomar en serio dicha relación, por la poca confianza que despertaba ante ellos. Había mucha razón, ahora lo entiendo. Sin embargo, uno piensa que son ellos los que están equivocados. Aunque traté de ajustar mis prioridades en beneficio de la relación, no fue suficiente convencerla de que yo era una alternativa segura.</div></span><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Estaba ciego. Supuse que eso era lo que llamamos “amor”. Participé en marchas, en colectivos en contra de la dictadura, solo para complacerla. Hasta me rapé el cabello y me tatué una tarántula en el muslo izquierdo como símbolo de mi amor. Le compré todo lo que me pedía. No puedo evitar pensar que reventé la tarjeta de crédito solo para verla satisfecha, a pesar de la deuda que se me venía. Cuando se acabó el dinero, las cosas cambiaron y empezó a salir, dizque, en busca de paz y tranquilidad. Claro, yo le creía. Cuando caía la noche, me llamaba diciendo que estaba en casa de su prima y que se quedaría con ella por seguridad. Y yo le creía. Pero esas noches se hicieron eternas. Ni siquiera se tomó la molestia de volver ni llamar para decir que estaba bien. Y lo dejé pasar, porque confiaba en ella.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Luego de un par de semanas, puso fin a la relación. "Te dejo". Fue directa y sobria, antes de coger sus cosas y marcharse, sin siquiera mirar atrás. No podía creerlo. No tuve fuerzas ni para sostenerla de los brazos y evitar que se fuera. Me quedé ahí, en medio de la habitación, esperando aclarar mi mente y contener el llanto por lo que había pasado. Fue una semana difícil. Traté de convencerla. La llamaba cada hora, cada día, que llegó un momento que tenía el celular apagado; hasta que, como era de esperarse, eliminó el número. No había nada que hacer.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Y, de repente, mientras caminaba cabizbajo en busca de un sol de pan, me encontré con su prima. Fue una sorpresa aterradora descubrir la verdad, una verdad que me negué en todo momento validar. Resultó que, hacía meses, no sabía nada de ella. “¡Pero ella dijo que estaba viviendo contigo!”, le dije, casi perdiendo el aliento. Días después, nos encontramos y supe entonces, de sus propios labios, que había vuelto con su ex. ¿Cómo lo supo? Un amigo en común, la encontró con el susodicho, muy acaramelada, saliendo de un hostal. Luego, ella misma fue a encararla. No tuvo más remedio que confesarle lo evidente: estaba viviendo en casa de su "suegra", quien le había suplicado volver con su hijo, que todo había sido un error de su parte por pensar con el pene y no con el cerebro y estaba convencida de que lo perdonaría, porque muy en el fondo aún había amor en ese corazón desengañado, diciendo solemne que nunca quiso que terminaran y que jamás aceptó que su hijo la dejara ir porque sabía que ella era la indicada, y demás blablablá. Escuchar todo eso me dio risa. ¡Cómo una madre puede ser tan alcahueta! ¡Ni la mía!</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Tiempo después perdí el auto, la casa y algunas chucherías sin importancia, como parte de pago de mi tarjeta de crédito. Ahora me pregunto, ¿valió la pena? Endeudarme, sí, porque dejé de ser un huevón y ahora vivo según mis preceptos. Lamenté por un instante que mis sentimientos nublaran mi cordura. Soy un hombre nuevo y solo tengo ojos para leer una buena novela. Afortunadamente, los viernes me encuentro con mis viejos amigos y nos tomamos unas chelas; jugamos PlayStation y salimos a pasear en la camioneta de uno de ellos. Lo que sí reconozco es que, cada vez que regreso a mi departamento, lo encuentro demasiado grande y vacío. ¡Qué mierda! Ya no tengo que soportar sus ronquidos.</span></p>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-23097168422947120682020-10-29T09:38:00.001-07:002020-10-29T09:38:10.464-07:00Cobra Kai y lo efímero de la nostalgia<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><i><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1hgIdzmzjHcODNisP3M_8-NtUcBmW6MlzDYRDU0mKjfXhV6JSqPJ_pRTCcsAdzTcwwnxbw0-2HFmUdKkAkXenB8ZOvuSMDqazwO1mvhIz7cxLeGoutk4iuZZMZxvVGuwZl6_9IOuz5LY/s1200/cobra+kai.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="630" data-original-width="1200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1hgIdzmzjHcODNisP3M_8-NtUcBmW6MlzDYRDU0mKjfXhV6JSqPJ_pRTCcsAdzTcwwnxbw0-2HFmUdKkAkXenB8ZOvuSMDqazwO1mvhIz7cxLeGoutk4iuZZMZxvVGuwZl6_9IOuz5LY/s320/cobra+kai.jpg" width="320" /></a></div>Karate Kid</i> (John G. Avildsen, 1984) fue una de esas películas ochenteras que marcaron al colectivo adolescente, que vio en esta franquicia al <i>Rocky</i> con acné y hormonas revueltas. Aunque nadie predijo que se convertiría en una película de culto casi comparada con <i>Volver al futuro</i>, <i>Cazafantasmas</i> o <i>Duro de matar</i>, no cabe duda que a muchos de mis contemporáneos atrajo en masa a las salas de cine, escapándonos del colegio y tratando de que el salto de la grulla no fuera más que una simple pose.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Más de treinta años después, nos reencontramos con Daniel LaRusso y Johnny Lawrence, dos hombres dispares en su respectiva madurez, con triunfos y derrotas en una ciudad que parece haber olvidado aquella mítica lucha entre aquellos dos chicos que intentaron encajar, a su manera, en un mundo sin valores. El primero, convertido en un exitoso hombre de negocios; el segundo, venido a menos, ganándose la vida como pueda.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Pero, ¿de qué trata en realidad?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">La redención de Johnny es uno de los puntos más altos y sólidos de la serie. Es convincente, sentimos su dolor y frustración; su empatía con el espectador es tal que asumimos como nuestro el trauma que significó perder el campeonato de karate y el respeto de su despreciable sensei John Kreese, interpretado por el rudo Martin Kove. Su motivación trasciende y busca purificar su alma de ese estigma de treinta años frente a su exitoso oponente, que decide reabrir el dojo Cobra Kai pese a las negativas de LaRusso, que sucumbe también por las viejas heridas y rencores.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">El punto flaco y poco aprovechado: Ralph Macchio. Se interpreta a sí mismo y no aporta nada nuevo, conservando su rostro de niño bueno que trata de ser simpático frente a su familia y clientes; pero es todo lo contrario. Los roles se intercambian y nuestro héroe es ahora aquel que alguna vez fue su oponente más acérrimo. Lamentablemente no hay un Sr. Miyagi que pueda darle contrapeso al antagonista, el que pudo haber sido abordado con mayor resolución e interés, convirtiéndose en una simple caricatura disforzada e insufrible.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;">Disculpen si soy duro con esta serie, que busca poner en pantalla a dos actores que no supieron despercudirse de una efímera fama que les supuso <i>Karate Kid</i>. Como en otros casos, fueron víctimas del encasillamiento sin que nadie más pudiera verlos en otros roles que no fueran los ahora comentados. Y qué mejor que reavivar la nostalgia para regresar e intentar convencer que no son solo un producto descartable, aportando más a sus ya dilatadas y malogradas carreras.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: verdana;"><i>Cobra Kai</i> pudo haber funcionado si los productores dejaran de lado el peso de la historia original. Exprimir, a veces, a la gallina de los huevos de oro, no necesariamente alcanza los mismos resultados. Esta vez, el fan service puede estar agradecido por devolvernos a un desilusionado Johnny Lawrence, el único y verdadero motivo para ver esta continuación de 1984.</span></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-38796538604642074892020-10-23T08:52:00.004-07:002021-06-01T00:30:31.703-07:00Momento que no fue tomado en cuenta<div style="text-align: justify;"><span face="Century Gothic, sans-serif"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiD3yHKhQK546TOsenw_OdRRrh1Yy5AgvujvSu8xaj9sUNEzc5uDGr-aSEtckbmsFCsvVn_aAltxU09TAIjqHSi1J2YE-Gvvt0u9qKBU96jpvQX1tA_xAOPBSAHR5WycgvMfgiKEw5LxmU/s1706/veganos.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="960" data-original-width="1706" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiD3yHKhQK546TOsenw_OdRRrh1Yy5AgvujvSu8xaj9sUNEzc5uDGr-aSEtckbmsFCsvVn_aAltxU09TAIjqHSi1J2YE-Gvvt0u9qKBU96jpvQX1tA_xAOPBSAHR5WycgvMfgiKEw5LxmU/s320/veganos.jpg" width="320" /></a></div>Daphne necesitaba promover sus productos a toda la comunidad vegana, la que había conocido en una feria virtual, y era el momento indicado para cambiar de rubro gracias a esta pandemia que nos cogió a todos con los pantalones en el suelo. Ella lo sabía, al igual que todas esas personas que buscaban recuperar el tiempo perdido y su economía. Nunca había trabajado de esa manera. Estaba tan cómoda detrás de un escritorio escribiendo facturas y sacando cálculos de los próximos movimientos financieros en la empresa donde laboraba hasta hace unos meses, cuando le dijeron en un tono solemne "hasta aquí nomás". Y tuvo que reinventarse.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">Por
curiosidad encontró la página web de un experto en comida saludable, que a su
vez recomendaba abrir el negocio propio con la venta de maní y jugo de alcachofa, y
que, por una módica suma de dinero, podría invertir en otros productos de moda.
No lo pensó dos veces e hizo lo mismo que a este </span><i style="font-family: "Century Gothic", sans-serif;">influencer</i><span face=""Century Gothic", sans-serif"> le había cambiado
la vida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">En
menos de dos meses las llamadas y pedidos no se hicieron esperar. Le faltaba
manos para envolver y embolsar sus snacks finamente seleccionados, que tuvo que
conseguir a otros inversores, más que todo amigas suyas que estaban en las
mismas condiciones laborales; incluyendo menús, se abrió paso en otro rubro que
le trajo beneficios astronómicos. Con el dinero recaudado pudo administrar una
página web y un canal en YouTube donde cada día preparaba un plato distinto
para los amantes de la comida sin carne ni pesticidas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">Daphne
estaba feliz. ¡Qué duda cabe! De los doscientos soles que tenía en su cuenta
bancaria, ahora podría decir que los quince mil ochocientos que había
recaudado, valieron la pena. Alquiló una moto y puso a trabajar a un venezolano
caído en desgracia por las políticas de Maduro y lo convirtió en su repartidor
estrella. Nunca entendió cómo podía desplazarse de un extremo a otro de la
ciudad en menos de veinte minutos sin romper las reglas de tránsito. Lo que
nunca supo es que este pendejo tenía a otros compatriotas a su disposición y,
bajo el sistema de postas, iban distribuyéndose el pedido hasta despacharlos
en tan poco tiempo. Sea como fuera, los clientes estaban contentos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">Un
día, Daphne se despertó con una idea genial. Ahora que las cosas estaban
volviendo poco a poco a su cauce, que el distanciamiento social y los sectores
económicos estaban siendo normados, creyó conveniente alquilar una gastroneta o
camión de comida y desplazarse por calles y plazas de la ciudad, preparando sándwiches
y comida al paso. Al principio, a la gente común le parecía extraño que alguien
vendiera un sándwich de champiñones con pimientos fritos a la oliva, cuando
estaba acostumbrada a un grasoso choripán o salchipapa de cuatro mil calorías.
Pero, gracias a su perseverancia, pudo convencer al paladar poco entrenado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">De
la noche a la mañana, Daphne encontró otra veta y sus ganancias de triplicaron, consiguió una flota de gastronetas que distribuyó hacia otros
distritos de gustos exigentes, además de sus pedidos vía web de snacks y
brebajes de pura pulpa de apio y berenjena.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">Aunque
fue un problema mantener a sus repartidores, muchos de ellos no contaban con permiso
de trabajo o, al menos, un salvoconducto que pudieran usar en caso la policía
interviniera sus vehículos, las cosas no tardaron en solucionarse a medias. Tuvo
que despedir a muchos de ellos por las condiciones migratorias y la falta de
documentos que avalaran su continuidad en el negocio y en el país, claro está. Daphne
tuvo que prescindir de ellos y contratar a gente del país, entre choferes y cocineros.</span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span face=""Century Gothic", sans-serif">Seis
meses después, podemos ver el nombre de </span><i style="font-family: "Century Gothic", sans-serif;">Daphe’s Vegan Food</i><span face="Century Gothic, sans-serif"> recorrer la
ciudad, promoviendo la comida saludable y concientizando a las masas que matar
a un ave, a un pez o a una vaca, es tan cruel como ver al pleno del Congreso
por televisión. Pese a las dificultades, el peruano siempre tiene un as bajo la
manga para transformar sus angustias en contagiosa prosperidad. Claro, si vamos
a repartir un Cordon Bleu de gluten o un milkshake de betarraga con leche de
soya a un asentamiento humano, en el más recóndito punto de la nada, mejor nos
dedicamos a criticar al Gobierno.</span></div>Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-377336576581252431.post-89792586791748014672020-02-11T10:08:00.002-08:002022-08-02T08:26:08.443-07:00El inesperado almuerzo de la Sra. B.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMfV2zBY0gmchMNjugY7hYUm2eG-AFjZoPdcj-L6j_NcTRhSoi5MSdzsSrv2NkryeCIFvyAVFWgmZ07cY0WiAXGZhtscpRK3ZCt-e1MnCQjzRonPloiqWyVvKLVvXlKm94ouYeI7yzfE0/s1600/grace_kelly_7799.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="847" data-original-width="662" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMfV2zBY0gmchMNjugY7hYUm2eG-AFjZoPdcj-L6j_NcTRhSoi5MSdzsSrv2NkryeCIFvyAVFWgmZ07cY0WiAXGZhtscpRK3ZCt-e1MnCQjzRonPloiqWyVvKLVvXlKm94ouYeI7yzfE0/s320/grace_kelly_7799.jpg" width="250" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">La Sra. B. era una dama de sociedad vinculada al mundo de la moda y de las artes. No escatimaba gastos a la hora de organizar eventos. Solo la cena benéfica a favor de la túnica del arzobispo de Commodo costó 170 mil dólares, sin contar el pago al personal de servicio, que sumaron alrededor de los 320 mil. El precio por cubierto oscilaba entre 300 a 400 dólares, si se incluía en el menú una ensalada o una copa de vino. ¡Y todo por una túnica! O cuando organizó la recepción de la boda de la hija del duque De Vásquez-Flamenco. Esta vez el precio era mucho menor, unos irrisorios 120 mil dólares. ¡Tan ahorrativa la vieja! Ni qué decir de la inauguración de la muestra pictórica del afamado artista plástico Leonardo Gonzalez Graña de la Vendimia. Una cifra similar que hablaba por sí sola de las bondades artificiosas que manejaba tan distinguida dama.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Sus almuerzos y recepciones eran legendarios y muy concurridos. Nadie podía negarse si estaba dispuesto a desembolsar la suma que fuera por pertenecer a uno de sus cócteles, pues, valgan verdades, era la plataforma ideal para salir en las páginas de sociedad de alguna revista de moda, aunque algunos se conformaban con aparecer en la sección de espectáculos del más popular de los diarios de "a china". A la Sra. B. nada la hacía más feliz que ver la sala abarrotada de angurrientos comensales prestos a degustar sus más variados potajes, sus extenuantes vinos de cosecha francesa de dos siglos de antigüedad, sus canapés con frutilla importada o sus postres traídos exclusivamente desde el otro lado del Atlántico. Para ella era el triunfo de la supremacía adinerada que aún se mantenía erguida frente a una sociedad chusca y <i>cumbiambilizada</i> -si vale el término- sin el menor sentido de la estética y de la moda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">La Sra. B. vomitaba bilis cada vez que una provinciana pedía trabajar para ella, ya que jamás permitiría que una cobriza desfilara frente a personas acostumbradas a los ojos claros y cabellos dorados. Imposible, mamita. Era claro que su exigencia en la imagen que debían llevar sus empleados matizaba con su propia manera de ver al mundo: sobre sus hombros y con la nariz fruncida. Si bien es cierto que había excepciones a la regla, no era frecuente encontrar a simpáticas jovencitas de cabello y piel oscuros, siempre y cuando supieran hablar inglés y francés; y si a esto le sumamos una buena disposición de atributos físicos, era un plus que beneficiaba a ambas partes. A nadie parecía molestarle tal discriminación. ¡No, qué va, si era la Sra. B.! Estaba en todo su derecho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Una noche, inesperadamente, recibió la llamada del edecán del casi nada carismático presidente de la República. <i>¡Oh, là là, mon chéri!</i> Brincó la Sra. B. desde su cama. Estaba esperando esa llamada desde hacía muchísimo tiempo, antes de que disolviera el congreso, antes de que le voltearan la torta al anterior mandatario, antes de que se supiera que Joaquín Phoenix se llevaría el Oscar y así sucesivamente hasta llegar al Big Bang. La voz adusta pero oscilante al otro lado del hilo telefónico, le pedía </span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─</span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">por intermedio del excelentísimo primer empleado del Estado</span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─</span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif"> su magnánima presencia para organizar un evento que solo ella era capaz de hacer. La mujer aceptó de inmediato sin darle tiempo a su interlocutor explicar en qué consistía y en dónde se haría lugar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Fue a primera hora a Palacio. El presidente ni siquiera se había quitado las pantuflas, pero la recibió con una taza de café.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─¿Tiene kopi luwak? ─preguntó la dama.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">El presidente, con inquietud disimulada, la miró con los ojos entrecerrados y luego a su edecán. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─No, pero puedo decirle a <i>Milco</i> que se trague unos cuantos granos ─respondió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─Aceptaré un té, si fuera tan amable.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─Solo tengo <i>Sabú</i>. ¿Está bien? ─demandó el presidente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─Con eso me basta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Pasaron a la sala de conferencias y ahí el presidente le pidió aplicar toda su sabiduría en el megaproyecto que estaba destinado a levantar su popularidad tras los últimos acontecimientos vividos con aquel nefasto camión cisterna. “No se preocupe, estoy aquí para servirle”, dijo la Sra. B. Gustoso, el mandatario le estrechó la mano no sin antes entregarle un cheque en blanco por los servicios prestados. Sin escatimar costos, estaba convencido que haría un buen papel por el futuro del país.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─¿Y qué ambiente de Palacio voy a utilizar? </span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─</span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">preguntó la invitada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">─¿Palacio? ─dijo con tono jocoso el presidente─. No, no, señora mía. Vamos a ir a Villa El Salvador.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">A la mujer casi le da diarrea por tamaña noticia, que esta vez sí quiso probar el café digerido ya no solo por <i>Milco</i>, sino por todos sus empleados.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">La Sra. B. estaba en una disyuntiva. Había mucho dinero en juego, pero no quería ensuciar su reputación de dama distinguida solo por dar de comer a gente que no estaba a su nivel. Negocios son negocios, reflexionó. Y puso en marcha la misión por la que fue convocada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Dos días después, en medio de un caluroso fin de semana, el presidente y su comitiva hacían acto de presencia frente a lo que antes fuera una humilde casa, hoy convertida en un calcinado monumento a la irresponsabilidad y la torpeza. El atrio estaba majestuosamente decorado con telas de seda multicolor, flores y otros accesorios dignos de lucirse ante un público entusiasta, que recibió al ilustre invitado con vivas y aplausos en agradecimiento por acordarse de ellos después de un mes. Lo que llamó más la atención fue la presencia de cuatro camiones sin distintivos visibles que ayudasen a adivinar su contenido. Uno de ellos se mofó en voz alta para que fuera escuchado por las autoridades, aduciendo que se trataba de camiones con gas. Nadie se rio, obviamente, y fue “disuelto” por el propio mandatario. Esta vez sí concitó la carcajada de la mayoría. “Bien, señor presidente, ya se los metió al bolsillo”, le susurró el edecán.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">Quien sí estaba desubicada y ajena al jolgorio de las masas, era la Sra. B. Ella, quien se rodeaba de la crema y nata de la sociedad limeña, que era solicitada en cuanto salón oval requería de sus servicios, estaba ahora en medio de la zona cero, que ni siquiera la presencia del presidente la animaba a seguir observando aquellas caras desencajadas y ansiosas por descubrir qué había en esos camiones. A la señal del mandatario, estos fueron abiertos y de su interior iban apareciendo bandeja tras bandeja de deliciosos y sofisticados manjares, que fueron distribuidos de inmediato. No había más expresión de júbilo y ansiedad en esos rostros que llevaban a sus bocas comida jamás degustada, que las mejillas pálidas de la mujer recobraron color. El presidente estaba satisfecho y agradeció a la Sra. B. por sus servicios a nombre de la Nación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif"><br /></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span face=""trebuchet ms" , sans-serif">La Sra. B. no podía soporta dicha humillación. No por ella. En ese momento consideró su trabajo una herramienta nada altruista a expensas de la fe de estas personas. Algo movió sus entrañas. Aún no lo sabía. Y, repentinamente, lo supo. Una niña de aspecto humilde se acercó a ella y le sacudió los pliegues de la falda. La dama de sociedad bajó la vista e intercambió miradas con su visitante. La niña le sonrió. Era lo único que necesitaba para entender. Una lágrima recorrió su mejilla y vio las cosas de otra manera. Como debía ser. De improviso, </span><span face=""trebuchet ms" , sans-serif">del interior de su bolso, sacó el cheque entregado por el presidente, y lo rompió.</span></div>
Carlos M. Alarcónhttp://www.blogger.com/profile/13378531309833910793noreply@blogger.com0