jueves, 23 de diciembre de 2010

El aburrimiento

Una de las cosas que más detesto, aparte de mi ex mujer y algunos ex compañeros de trabajo, es el aburrimiento. Es una de las sensaciones más insoportables con las que uno puede vivir mientras viaja por el Metropolitano. El aburrimiento carece de toda estética, te consume, invade tu organismo y te convierte en un zombie por el resto del día. Y si tienes que trabajar, mucho peor. Al menos que seas uno de esos masoquistas que se aferran frente a la computadora al mismo estilo de Mark Zuckerberg (el de la película, por supuesto).

Muchos médicos opinan que se trata de un estadio entre la depresión y el agotamiento físico. Tal vez sea producto de las constantes horas de preocupación por llevar algo de comer a la casa o simplemente el desánimo por volver a casa. Algunos cuestionan la importancia del aburrimiento como materia prima para comprender que no todo anda mal en el mundo, si se quiere diversificar el término como una lección de vida para los incautos que sueñan despiertos mientras ven su vida pasar. ¿Estrategias para no ser víctima de este síndrome? Vivir, simplemente.

Olvidar los problemas, animarse con lo poco que se tiene es un estímulo necesario para atacar este vicio. Hacer cosas diferentes, reinventarse, modelar figuras virtuales y llevar a la práctica toda idea que nos parezca genial. Un tipo llegó a mi consultorio y quiso saber cuál era el secreto de mi éxito contra el insomnio. Le respondí que cada fin de semana saltaba puenting o volaba en parapente. No me creyó, claro está. Lo invité a acompañarme aquella semana y se maravilló de las cosas que puede uno hacer un domingo por la mañana.

Sí, el aburrimiento puede ser una toxina porque no sabemos cómo manejar nuestros impulsos. Seamos sinceros, a veces queremos hundirnos en nuestro marasmo y lamentarnos de la comida fría o de los parientes indeseables que llaman a la puerta en el momento menos oportuno. Pero, si le pones sal a la vida, si damos todo lo que nuestras energías pueden producir para desplazarnos de un lugar a otro, fácil que amaneceremos con mejor semblante y queriendo hacer miles de cosas nuevas.

A mis alumnos les inculco responsabilidad en sus actos. Utilizar y sacar provecho del tiempo para cosas importantes, estimulantes, permisibles, que demuestre cariño por sí mismo y entrega total por el bien común. Lo malo que muchos de ellos no escucha y se dedican a los juegos simples de la edad adolescente. Lo importante, a fin de cuentas, es que de ese grupo uno o dos me escucha. Eso es suficiente para mí. El otro día estuve en Cusco y la pasé bomba. Empleé todo el tiempo para disfrutar del paisaje y de su gente. Hice muchas amistades y no me aburrí en lo absoluto. Eso es vivir con la toalla en la nuca, sin preocupaciones, sin sentir que el peso de la vida molesta te invada. Oxigena tus impulsos funerarios, demuestra que eres capaz de eliminarlos y logra conseguir un buen semblante para ti y tus semejantes.

Una última aclaración. Si queremos hacer algo bueno, hay que buscarlo en uno mismo.

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