domingo, 6 de diciembre de 2020

Capítulo 3: Crónicas intempestivas (Además de pavita)

A cambio de unas cuantas dádivas, nuestros representantes parlamentarios juegan al intercambio de regalos con nuestras necesidades y las convierten en oportunistas acotaciones a pie de página de su “contrato social”, en beneficio de sus financistas más acérrimos que al común denominador. Los favores se pagan con favores, dice el dicho. Damos por sentado que estos representantes solo velan por los intereses de unos pocos, llámese dueños de universidades, empresas madereras o de construcción. Ni qué decir de los medios de comunicación. La puerta giratoria en su máxima expresión.

Cuando Godofredo Chulca, natural de Conchasuma, postuló al Congreso como invitado de una conocida agrupación política, le pidieron 50 mil dólares como tributo para la campaña del partido, a cambio de concederle el N.° 3 en la lista. Imagínense cuánto sería para el que ocupara el primer lugar. Sin pensarlo dos veces, declinó la oferta y volvió a su modesto negocio de alquiler de taxis. Además, pensó, de qué le serviría presentarse a las grandes ligas si todo lo que decía el partido, tenía que acatarlo sin cuestionar al líder que todo lo sabe.

Así como Godofredo, existen miles de aspirantes que tienen un sueño, un ideal, que se traduce en el trabajo desinteresado de servicio, de honestidad y clara visión de país. Sin embargo, todos esos ideales se desvanecen cuando se toma juramento, “por dios y por la plata”, y forman parte de una mafia, de un compadrazgo que solo se preocupa de cuánto va a recibir y se olvidan de sus raíces y se convierten en vasallos del sistema. “No te preocupes, hermanito; este pechito te garantiza total impunidad. Pero, ya sabes, cuánto me toca”.

Doscientos años no bastaron para salir de un régimen opresor, en teoría, pero la verdad de la milonga fue que a esos criollitos no los dejaban comercializar sus propios productos y debían someterse a todo lo que venía directamente de la madre patria. Nada de lo que ahora vemos se compara por el gusto a lo extranjero. Las importaciones priman más porque ahí está el negocio, mientras que las grandes corporaciones -dizque, de bandera- venden nuestra tierra al mejor postor, el mismo que nos revende lo que producimos a precios que no pueden competir nuestros pequeños productores, perjudicando su estabilidad. Así juega Perú. Nos arrodillamos ante quienes nos dan un cheque con ocho ceros y nos hacemos de la vista gorda mientras nos caiga alguito para paliar la sed en el Cordano. Y son los mismos que critican al gobierno cuando pone en licitación la construcción de un nuevo aeropuerto o quiere reformar la política nacional con nuevas reglas de juego. Pero es imposible. Prefieren vacarlo con cuestionables interpretaciones constitucionales sobre lo que significa “incapacidad moral permanente”, que reestructurar la clase política que se erigió después del primer grito de libertad y que perdura hasta nuestros días.

Los cambios son peligrosos. Es mejor dominar a la manada con programas de farándula o realities que desnudan la miseria humana con sentido del ridículo. La ignorancia es sinónimo de poder y es mejor tener a la población manipulada a una que sepa lo que está pasando en el país. Pero algunos sectores han despertado de ese cautiverio mental que pululó a mediados de los años 90, y que viene desde mucho tiempo atrás, cuando aún no había redes sociales y solo era la habilidad del orador que te cautivaba con su diatriba.

Son tiempos oscuros. Imprecisos. Desencantados. La pandemia es la nueva trova del caos sistemático; la oligarquía del pendejo; el espíritu de lo imperecedero y del comodín. No hay mejor menú que el que nos preparan los corruptos de siempre y sientan las bases para seguir promoviendo el descontrol, generando anticuerpos y traduciendo el malestar generalizado en oportunismo. Si de veras quieres un nuevo país, es mejor dejar caer la bomba. Pero sería mucho mejor apuntar bien, no nos vayamos a quemar con los demás.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Capítulo 2: Crónicas intempestivas (La incertidumbre de la siguiente fase)

De manera errónea cuando miramos las probables alternativas que harán cambiar el desarrollo de la historia, parece increíble cómo despertamos nuestro yo dormido hacia una eventualidad sacada de una novela de ciencia ficción o antelación. Los precursores del género no sospecharon que sus ideas serían el caldo de cultivo para transformar el mundo en una granja orwelliana, escondida del ojo público y endiosada hacia límites nada halagadores. Predecir el futuro o sospechar de los cambios significativos que engendraron poluciones proselitistas, no es más que la confirmación de que estamos frente al final de lo que hoy se conoce como conciencia humana.

El ser y la nada son evidentes. Es aterrador pensar que el mundo terminará este 31 de diciembre de 2020 y a nadie parece importarle qué pasará en la siguiente temporada de The Mandalorian. ¿Llegaré a comprarme ese De Lorean a escala del que tanto he soñado? Ni siquiera sé qué voy a hacer con mi colección de la saga del infinito. Si ya no estaremos, no puedo imaginar que sobreviva al tiempo, entre polvo y humedad. Las calles quedarán vacías y la vacuna será otro experimento fallido que generará guerras entre las potencias que desean presumir de su poderío tecnológico en lugar de pensar en el bien común.

Joy Cei Lin era una destacada bailarina del Teatro Nacional de Taipéi. Sin embargo, un día se fracturó el dedo pequeño del pie izquierdo y perdió la oportunidad de viajar a Suecia para una presentación nada menos que con la realeza de dicho país. Le diagnosticaron estrés post traumático y dejó la danza; ahora, solo vive de sus recuerdos y del dinero que le genera su propia cafetería, cuyo principal producto de bandera es a base de caca de murciélago. Todo empezó ahí, dicen los expertos. La verdad de las cosas es que es el mismo ser humano quien crea toda esa paranoia bacteriológica de querer culpar a los que nada tienen que ver en el asunto. No es un misterio que todo empezó en un laboratorio en respuesta a un supuesto espionaje industrial por descubrir qué causaba la enfermedad de la que nadie quiere nombrar, pero sabe que estará gravitando en nuestro sistema… al menos, en los próximos cinco años.

Si Franz Kafka viviera diría que La metamorfosis no es más que la confirmación de nuestros propios temores. Pero una cosa sí es cierta, esta purga ha sido útil y necesaria para mantener el equilibrio de la especie. La sobrepoblación es un asunto delicado y qué más importa si se van unos cuantos millones que alivie el porcentaje de habitantes por metro cuadrado. “Los murciélagos son los que deberían desaparecer”, diría un especialista en virología. ¿Y qué pasa con Batman? ¿Gotham podría sobrevivir sin él?

Ahora todo se concentra en los miles de millones de dólares que las grandes corporaciones de laboratorios van a recibir a cambio de mostrar su mayor logro, después del ébola, del VIH, el ántrax y la píldora del día siguiente (según el Opus Dei). El chip de Bill Gates no debería descartarse en lo absoluto, porque será de uso corriente en los próximos años, si es que ya no se ha implementado de manera remota gracias a Tik Tok, cada vez más embrutecedor de la conciencia mundial en cómo hacer un vídeo sin que en este no haya un fantasma o un fenómeno inexplicable.

Todos tenemos miedo. No es para menos. No basta que nos desangremos en luchas fratricidas, solo fue necesario abrir la caja de Pandora y dejar escapar a todos los males que nos han aquejado en este año que finaliza, junto con las tres cuartas partes del planeta, incluyendo al que escribe estas líneas más por desahogo mental que por analizar el panorama luego de una incesante batalla espiritual por conseguir un poco de leche fresca.

De nada sirve pregonar la verdad cuando ya nadie hace caso al sentido común. Ni se puede discutir con una mujer no sin antes acusarte de agresión psicológica enviándote a prisión solo porque elogiaste su belleza. Mejor ponte un burka y todos felices. Nadie saldría lastimado, solo un servidor porque los musulmanes fundamentalistas me sentenciarían a muerte por mencionar su traje sagrado. Pero ese no es el punto. El punto es el signo que se pone al final de la oración. Como esta.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Capítulo 1: Crónicas intempestivas (Si las apariencias fueran lo contrario)

Luego de los hechos que enlutaron al país, agrupaciones del colectivo civil tomaron por asalto las instalaciones del Palacio Legislativo y destituyeron al pleno de inmediato. En el asedio, muchos congresistas fueron heridos y desterrados de sus curules como ratas exterminadas. "No hay nada mejor que sentir la sangre de estas basuras en nuestras manos”, dijo un orondo y orgulloso joven con la cabeza de un parlamentario, como si de un trofeo se tratara.

Otros tantos fueron en busca del Premier hasta su domicilio. Lo encontraron en el baño, agazapado entre las cortinas de la ducha. Lo único que pudo decir fue que no entendía por qué tanto ensañamiento, mientras era conducido a rastras hacia uno de los patrulleros decomisados por una turba simpatizante de Arthur Fleck.

Cuatro horas después, la ciudad ardía en llamas. La policía no podía hacer nada. Miles de hogares, pese a la barbarie imperante, blandía sus cacerolas al compás del Contigo Perú. Una mujer, con lágrimas en los ojos, atinó a decir que ya nada sería igual, porque “un nuevo amanecer acogería a todos con la bendición del Señor”. Mientras tanto, varias unidades del Metropolitano eran consumidas por el fuego y la Plaza San Martín estaba cubierta de un mar humano que festejaba la victoria recién conquistada. En algún lugar de la capital, el nuevo presidente, en un momento desesperado, dio un emotivo discurso de paz y tolerancia por querer poner fin a los enfrentamientos de las últimas horas, para luego dejar los destinos del país en manos de un comité constitucional que asegurara la transición a un nuevo gobierno que fuera elegido democráticamente en las urnas. El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas obligaron a sus tropas mantener el estado de sitio en salvaguarda del orden sin hacer un solo disparo. Su función, entonces, era la de proteger a la mancha humana que seguía interactuando tanto en las calles de la capital como en las del resto del país.

Como en la escena final del Regreso del Jedi, el júbilo en cada una de las ciudades más importantes de nuestra nación duraría semanas, y los responsables serían llevados a corte marcial y sentenciados a una pena similar al derramamiento de sangre de aquellos dos jóvenes que, lamentablemente, estuvieron en el lugar y momento equivocados. “Todes estames indignadísimes”, vociferó una enérgica feminista que enarbolaba una bandera multicolor, mientras un sacerdote se quitaba la sotana para danzar junto a unos adolescentes sin sentirse tentado por los demonios de la carne.

Las cosas pasadas son las cosas del presente, dijo el poeta en su lecho de muerte. La realidad implora justicia, dijo un exdictador.

Mientras marcamos la diferencia de ciertas nociones de conducta sobre los acontecimientos antes descritos, es menester tener en cuenta que el derecho de la Constitución nos ampara por mostrarnos una conducta justa y soberana cuando se trata de reclamar justicia por momentos así, repletos de inmundicia moral. El poder corrompe y no hacemos nada por evitarlo porque es una cuestión de costumbre y se vería mal que no lo hubiera.

Aquellos que hablan de corrupción, que se jactan de luchar contra ella, son los mismos que ocultan sus verdaderas intenciones, preocupados más en el voto del electorado que de sus necesidades inmediatas, sin importarles que son ellos los que los llevaron a ocupar ese lugar, y son a ellos a los que deben responder; de lo contrario, también tienen la potestad de sacarlos. La falta de representatividad se hace evidente cuando cometen actos impropios de un funcionario público y en general, todo lo que conlleva responsabilidad.

El sepelio de estos dos jóvenes contrasta con el frío amanecer de un país acéfalo, sin gobernante, sin nadie que pueda velar por los millones de compatriotas que esperan con ansias el tan soñado equilibrio de poderes, trabajando en conjunto por ellos, para ellos y con ayuda de todos nosotros en pro de un país más unido, más inclusivo, más educado y económicamente potenciado para expandir sus horizontes ad portas del bicentenario. ¿Ese es el futuro que nos espera? ¿Es la herencia que dejaremos a nuestras hijas e hijos? Un tema que aún no acaba, que está en discusión y que está abierto al debate. De nosotros también depende sintonizar con los menos favorecidos. Si no hacemos nada para modificar esta sociedad, estaremos condenados por siempre. Es momento de cambiar, es momento de combatir, de alzar la voz por la reivindicación del ciudadano contra la tiranía. Es momento de despertar.

sábado, 28 de noviembre de 2020

La culpa es de Claudia

Si bien es cierto Cupido es un estúpido por tomar decisiones arbitrarias, es menester saber que cuando caemos en las lides del amor casi nadie sale bien librado. Una sola probadita ya es sinónimo de problemas y no podemos darnos el lujo de subestimar sus consecuencias, a no ser que te tomes una Red Bull con cuatro líneas de la blanquita y hacerte de la vista gorda, como aquel tipo que fue al cine -en plena pandemia- y no le importó hacer el ridículo, no por el hecho de encontrar el local cerrado, sino que olvidó salir con mascarilla.

Probar del fruto prohibido

Un caso curioso sucedió en una reconocida empresa de embutidos. Dos de sus empleados tuvieron un altercado por querer conquistar a la nueva secretaria. La manzana de la discordia, en este caso, llevaba una relación de cuatro años con su actual prometido, pero eso no era impedimento para coquetear descaradamente con ambos idiotas, que, en su afán por considerarse el macho alfa de la manada, hicieron lo imposible por ganarse su corazón. Finalmente, terminaron enfrentándose a sable limpio empuñando un hot dog de esencia de pollo. Cuando las cosas se pusieron turbias, y viendo que el stock de dicho embutido disminuía considerablemente, la joven tuvo que pedirles que desistieran de su absurda pelea y confesarles de su situación sentimental. Ambos comprendieron muy tarde que las cosas no son como la pintan las telenovelas turcas, mucho menos confiar en una chica bonita que les sonríe en su primer día de trabajo. En conclusión, no solo dieron por finalizada su amistad, sino que debieron pagar las existencias de su propio sueldo.

Vivir en pareja

Lejos estaban los días cuando decidías convivir con tu pareja sin que la familia de la joven se opusiera tajantemente. “Si sales de esta casa tiene que ser con vestido de novia”, decía una madre abnegada y fiel representante de las buenas costumbres de una sociedad ya extinta. Ahora, es la propia mamá quien le pide a la hija que se vaya de una vez: “No importa que sea feo, hijita, con tal que tenga plata no hay problema”. Muchas caen en ese dilema que no les queda más remedio que hacer de tripas corazón, apagar la luz y cerrar los ojos en la intimidad, ya que no pueden soportar verle la verruga en la punta de la nariz del susodicho sin sentir un escalofrío casi latente debajo de la nuca. Y si tiene mal aliento, habría que pensarlo seis veces antes de quitarse la ropa. Sin embargo, son pocas las veces que llegan a complementarse como una torta selva negra, teniendo descendencia y un perrito de compañía; otras, no siempre termina bien para el hombre. Ni para la mujer, seamos justos.

La muchacha de nuestra historia se cansó del tipo que tenía como pareja. No soportaba sus celos ni que cuestionara su selecto grupo de amistades masculinas. La chica era bonita, podía estar con cualquiera, pero tuvo que ceder ante la presión de sus padres que le exhortaron buscar pareja a los treinta años. “A esa edad ya te tenía a ti y a tu hermana”, decía un adusto padre, preocupado por el futuro de la menor de sus hijas. Conoció a este tipo en una feria de bebidas exóticas y, entre pisco y nasca, terminó con él en un hotelito de por ahí y, ni modo, dijo que este era el indicado, solo porque la hacía disfrutar como ningún otro y creyó que era suficiente para empezar una vida en comunión. Craso error. Se dio cuenta muy tarde que las cosas no eran como se las imaginaba y maldijo la hora en que bebió ese Tumbatruza, que la dejaría en ascuas los siguientes cuatro meses de su vida.

Un día, tuvo la “suerte” de conocer a un buen hombre, muy distinto del otro, que tuvo consideraciones para con ella como hubiera preferido tenerlas al lado de su hombre; porque era su hombre, a pesar de todo. No podía vivir alejada de ese semental que le hacía poner los ojos en blanco y la piel de gallina con solo tocarla con la punta de la lengua. ¿Qué podía hacer? Lo irónico del caso es que, cuando finalmente dio por terminada la relación (porque lo encontró con otra), fue en busca de su amigo. Lamentablemente, las cosas habían cambiado y perdió el interés por sus constantes negativas. Así que, cumplidos los treinta y un años, estaba sola y sin más remedio que regresar a casa de sus padres.

Fuiste un trozo de hielo en la escarcha

Las palabras pesan más que una acción. Eso lo tenía claro cuando emprendió el viaje de regreso a casa en el Metropolitano. Era uno de los cuatro pasajeros que viajaban en aquel frío bus a través de corredor vial que se perdía en el horizonte, tras dejar sus recuerdos en aquella oficina de Jesús María. Sus paredes plomas y carcomidas por el tiempo no era más que la confirmación de su propia decadencia como ser humano. Había encontrado la horma de su zapato tras tastabillar con aquel joven que hizo caso omiso a sus sentimientos. No podía ser de otra manera, no tenía nada en contra de los gais, pero prefería tenerlo como amigo que como pareja o amante o lo que fuera que gravitara en su confundida cabeza. Desde aquel momento sintió que las penas inundaban su vida y ponían obstáculos a su desempeño laboral. De sonrisa pícara y semblante animoso, se volvió huraño y esquivo con sus amistades, que no perdieron la oportunidad de solidarizarse por lo que estaba viviendo.

Cada vez que se cruzaba en su camino, el joven no podía ni siquiera mirarlo a los ojos. La vergüenza se proyectaba en su rostro pálido que era imposible no incomodarse al verlo con otras compañeras, a las que sí les rendía pleitesía casi a punto de provocarles un orgasmo onírico con su desopilante sentido del humor. Los celos fueron un factor preponderante para terminar sus responsabilidades ante la empresa y dejar en el aire la decena de proyectos que tenía entre sus manos y que, por una pequeña gota de insatisfacción personal, rescindió todo compromiso futuro.

“Todos tienen derecho a amar”, dijo antes de abordar el bus, sin que la vergüenza lo aplacara al dejar caer una lágrima frente a los pocos usuarios en la estación central, y que prefirió finalizar y olvidar aquel capítulo de su vida ya pasada. Pero de una cosa sí estaba seguro, los gatos caen de pie, como repetía cada mañana al mirarse frente al espejo. Se puso los audífonos, sintonizó una radio desde su celular y escuchó Don’t Look Back In Anger. Antes de que el bus se pusiera en marcha pensó en Scarlett O'Hara. Tenía razón, se dijo, “mañana será otro día”.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Ser masoquista

Hace unos días tuve la mala noticia de que mi ex había contraído matrimonio con el mismo imbécil que la había engañado. Era cuestión de tiempo que llegarían a ese desenlace pese a mis deseos. Cuando terminamos, pensé, que pude haber hecho algo que la alejara de mí, sin darme cuenta que fue por el motivo anteriormente descrito, que dio paso a una serie de desopilantes aventuras que ni me hicieron gracia en su momento.

Siempre he dicho que la vida no es más que una tira cómica de periódico barato, en espera del remate en las siguientes ediciones para redondear el chiste. Esta vez, la broma estaba dirigida a mí, y comprendo que mucha gente me haya advertido de no tomar en serio dicha relación, por la poca confianza que despertaba ante ellos. Había mucha razón, ahora lo entiendo. Sin embargo, uno piensa que son ellos los que están equivocados. Aunque traté de ajustar mis prioridades en beneficio de la relación, no fue suficiente convencerla de que yo era una alternativa segura.

Estaba ciego. Supuse que eso era lo que llamamos “amor”. Participé en marchas, en colectivos en contra de la dictadura, solo para complacerla. Hasta me rapé el cabello y me tatué una tarántula en el muslo izquierdo como símbolo de mi amor. Le compré todo lo que me pedía. No puedo evitar pensar que reventé la tarjeta de crédito solo para verla satisfecha, a pesar de la deuda que se me venía. Cuando se acabó el dinero, las cosas cambiaron y empezó a salir, dizque, en busca de paz y tranquilidad. Claro, yo le creía. Cuando caía la noche, me llamaba diciendo que estaba en casa de su prima y que se quedaría con ella por seguridad. Y yo le creía. Pero esas noches se hicieron eternas. Ni siquiera se tomó la molestia de volver ni llamar para decir que estaba bien. Y lo dejé pasar, porque confiaba en ella.

Luego de un par de semanas, puso fin a la relación. "Te dejo". Fue directa y sobria, antes de coger sus cosas y marcharse, sin siquiera mirar atrás. No podía creerlo. No tuve fuerzas ni para sostenerla de los brazos y evitar que se fuera. Me quedé ahí, en medio de la habitación, esperando aclarar mi mente y contener el llanto por lo que había pasado. Fue una semana difícil. Traté de convencerla. La llamaba cada hora, cada día, que llegó un momento que tenía el celular apagado; hasta que, como era de esperarse, eliminó el número. No había nada que hacer.

Y, de repente, mientras caminaba cabizbajo en busca de un sol de pan, me encontré con su prima. Fue una sorpresa aterradora descubrir la verdad, una verdad que me negué en todo momento validar. Resultó que, hacía meses, no sabía nada de ella. “¡Pero ella dijo que estaba viviendo contigo!”, le dije, casi perdiendo el aliento. Días después, nos encontramos y supe entonces, de sus propios labios, que había vuelto con su ex. ¿Cómo lo supo? Un amigo en común, la encontró con el susodicho, muy acaramelada, saliendo de un hostal. Luego, ella misma fue a encararla. No tuvo más remedio que confesarle lo evidente: estaba viviendo en casa de su "suegra", quien le había suplicado volver con su hijo, que todo había sido un error de su parte por pensar con el pene y no con el cerebro y estaba convencida de que lo perdonaría, porque muy en el fondo aún había amor en ese corazón desengañado, diciendo solemne que nunca quiso que terminaran y que jamás aceptó que su hijo la dejara ir porque sabía que ella era la indicada, y demás blablablá. Escuchar todo eso me dio risa. ¡Cómo una madre puede ser tan alcahueta! ¡Ni la mía!

Tiempo después perdí el auto, la casa y algunas chucherías sin importancia, como parte de pago de mi tarjeta de crédito. Ahora me pregunto, ¿valió la pena? Endeudarme, sí, porque dejé de ser un huevón y ahora vivo según mis preceptos. Lamenté por un instante que mis sentimientos nublaran mi cordura. Soy un hombre nuevo y solo tengo ojos para leer una buena novela. Afortunadamente, los viernes me encuentro con mis viejos amigos y nos tomamos unas chelas; jugamos PlayStation y salimos a pasear en la camioneta de uno de ellos. Lo que sí reconozco es que, cada vez que regreso a mi departamento, lo encuentro demasiado grande y vacío. ¡Qué mierda! Ya no tengo que soportar sus ronquidos.

jueves, 29 de octubre de 2020

Cobra Kai y lo efímero de la nostalgia

Karate Kid
 (John G. Avildsen, 1984) fue una de esas películas ochenteras que marcaron al colectivo adolescente, que vio en esta franquicia al Rocky con acné y hormonas revueltas. Aunque nadie predijo que se convertiría en una película de culto casi comparada con Volver al futuro, Cazafantasmas o Duro de matar, no cabe duda que a muchos de mis contemporáneos atrajo en masa a las salas de cine, escapándonos del colegio y tratando de que el salto de la grulla no fuera más que una simple pose.

Más de treinta años después, nos reencontramos con Daniel LaRusso y Johnny Lawrence, dos hombres dispares en su respectiva madurez, con triunfos y derrotas en una ciudad que parece haber olvidado aquella mítica lucha entre aquellos dos chicos que intentaron encajar, a su manera, en un mundo sin valores. El primero, convertido en un exitoso hombre de negocios; el segundo, venido a menos, ganándose la vida como pueda.

Pero, ¿de qué trata en realidad?

La redención de Johnny es uno de los puntos más altos y sólidos de la serie. Es convincente, sentimos su dolor y frustración; su empatía con el espectador es tal que asumimos como nuestro el trauma que significó perder el campeonato de karate y el respeto de su despreciable sensei John Kreese, interpretado por el rudo Martin Kove. Su motivación trasciende y busca purificar su alma de ese estigma de treinta años frente a su exitoso oponente, que decide reabrir el dojo Cobra Kai pese a las negativas de LaRusso, que sucumbe también por las viejas heridas y rencores.

El punto flaco y poco aprovechado: Ralph Macchio. Se interpreta a sí mismo y no aporta nada nuevo, conservando su rostro de niño bueno que trata de ser simpático frente a su familia y clientes; pero es todo lo contrario. Los roles se intercambian y nuestro héroe es ahora aquel que alguna vez fue su oponente más acérrimo. Lamentablemente no hay un Sr. Miyagi que pueda darle contrapeso al antagonista, el que pudo haber sido abordado con mayor resolución e interés, convirtiéndose en una simple caricatura disforzada e insufrible.

Disculpen si soy duro con esta serie, que busca poner en pantalla a dos actores que no supieron despercudirse de una efímera fama que les supuso Karate Kid. Como en otros casos, fueron víctimas del encasillamiento sin que nadie más pudiera verlos en otros roles que no fueran los ahora comentados. Y qué mejor que reavivar la nostalgia para regresar e intentar convencer que no son solo un producto descartable, aportando más a sus ya dilatadas y malogradas carreras.

Cobra Kai pudo haber funcionado si los productores dejaran de lado el peso de la historia original. Exprimir, a veces, a la gallina de los huevos de oro, no necesariamente alcanza los mismos resultados. Esta vez, el fan service puede estar agradecido por devolvernos a un desilusionado Johnny Lawrence, el único y verdadero motivo para ver esta continuación de 1984.

viernes, 23 de octubre de 2020

Momento que no fue tomado en cuenta

Daphne necesitaba promover sus productos a toda la comunidad vegana, la que había conocido en una feria virtual, y era el momento indicado para cambiar de rubro gracias a esta pandemia que nos cogió a todos con los pantalones en el suelo. Ella lo sabía, al igual que todas esas personas que buscaban recuperar el tiempo perdido y su economía. Nunca había trabajado de esa manera. Estaba tan cómoda detrás de un escritorio escribiendo facturas y sacando cálculos de los próximos movimientos financieros en la empresa donde laboraba hasta hace unos meses, cuando le dijeron en un tono solemne "hasta aquí nomás". Y tuvo que reinventarse.

Por curiosidad encontró la página web de un experto en comida saludable, que a su vez recomendaba abrir el negocio propio con la venta de maní y jugo de alcachofa, y que, por una módica suma de dinero, podría invertir en otros productos de moda. No lo pensó dos veces e hizo lo mismo que a este influencer le había cambiado la vida.

En menos de dos meses las llamadas y pedidos no se hicieron esperar. Le faltaba manos para envolver y embolsar sus snacks finamente seleccionados, que tuvo que conseguir a otros inversores, más que todo amigas suyas que estaban en las mismas condiciones laborales; incluyendo menús, se abrió paso en otro rubro que le trajo beneficios astronómicos. Con el dinero recaudado pudo administrar una página web y un canal en YouTube donde cada día preparaba un plato distinto para los amantes de la comida sin carne ni pesticidas.

Daphne estaba feliz. ¡Qué duda cabe! De los doscientos soles que tenía en su cuenta bancaria, ahora podría decir que los quince mil ochocientos que había recaudado, valieron la pena. Alquiló una moto y puso a trabajar a un venezolano caído en desgracia por las políticas de Maduro y lo convirtió en su repartidor estrella. Nunca entendió cómo podía desplazarse de un extremo a otro de la ciudad en menos de veinte minutos sin romper las reglas de tránsito. Lo que nunca supo es que este pendejo tenía a otros compatriotas a su disposición y, bajo el sistema de postas, iban distribuyéndose el pedido hasta despacharlos en tan poco tiempo. Sea como fuera, los clientes estaban contentos.

Un día, Daphne se despertó con una idea genial. Ahora que las cosas estaban volviendo poco a poco a su cauce, que el distanciamiento social y los sectores económicos estaban siendo normados, creyó conveniente alquilar una gastroneta o camión de comida y desplazarse por calles y plazas de la ciudad, preparando sándwiches y comida al paso. Al principio, a la gente común le parecía extraño que alguien vendiera un sándwich de champiñones con pimientos fritos a la oliva, cuando estaba acostumbrada a un grasoso choripán o salchipapa de cuatro mil calorías. Pero, gracias a su perseverancia, pudo convencer al paladar poco entrenado.

De la noche a la mañana, Daphne encontró otra veta y sus ganancias de triplicaron, consiguió una flota de gastronetas que distribuyó hacia otros distritos de gustos exigentes, además de sus pedidos vía web de snacks y brebajes de pura pulpa de apio y berenjena.

Aunque fue un problema mantener a sus repartidores, muchos de ellos no contaban con permiso de trabajo o, al menos, un salvoconducto que pudieran usar en caso la policía interviniera sus vehículos, las cosas no tardaron en solucionarse a medias. Tuvo que despedir a muchos de ellos por las condiciones migratorias y la falta de documentos que avalaran su continuidad en el negocio y en el país, claro está. Daphne tuvo que prescindir de ellos y contratar a gente del país, entre choferes y cocineros.

Seis meses después, podemos ver el nombre de Daphe’s Vegan Food recorrer la ciudad, promoviendo la comida saludable y concientizando a las masas que matar a un ave, a un pez o a una vaca, es tan cruel como ver al pleno del Congreso por televisión. Pese a las dificultades, el peruano siempre tiene un as bajo la manga para transformar sus angustias en contagiosa prosperidad. Claro, si vamos a repartir un Cordon Bleu de gluten o un milkshake de betarraga con leche de soya a un asentamiento humano, en el más recóndito punto de la nada, mejor nos dedicamos a criticar al Gobierno.

martes, 11 de febrero de 2020

El inesperado almuerzo de la Sra. B.

La Sra. B. era una dama de sociedad vinculada al mundo de la moda y de las artes. No escatimaba gastos a la hora de organizar eventos. Solo la cena benéfica a favor de la túnica del arzobispo de Commodo costó 170 mil dólares, sin contar el pago al personal de servicio, que sumaron alrededor de los 320 mil. El precio por cubierto oscilaba entre 300 a 400 dólares, si se incluía en el menú una ensalada o una copa de vino. ¡Y todo por una túnica! O cuando organizó la recepción de la boda de la hija del duque De Vásquez-Flamenco. Esta vez el precio era mucho menor, unos irrisorios 120 mil dólares. ¡Tan ahorrativa la vieja! Ni qué decir de la inauguración de la muestra pictórica del afamado artista plástico Leonardo Gonzalez Graña de la Vendimia. Una cifra similar que hablaba por sí sola de las bondades artificiosas que manejaba tan distinguida dama.

Sus almuerzos y recepciones eran legendarios y muy concurridos. Nadie podía negarse si estaba dispuesto a desembolsar la suma que fuera por pertenecer a uno de sus cócteles, pues, valgan verdades, era la plataforma ideal para salir en las páginas de sociedad de alguna revista de moda, aunque algunos se conformaban con aparecer en la sección de espectáculos del más popular de los diarios de "a china". A la Sra. B. nada la hacía más feliz que ver la sala abarrotada de angurrientos comensales prestos a degustar sus más variados potajes, sus extenuantes vinos de cosecha francesa de dos siglos de antigüedad, sus canapés con frutilla importada o sus postres traídos exclusivamente desde el otro lado del Atlántico. Para ella era el triunfo de la supremacía adinerada que aún se mantenía erguida frente a una sociedad chusca y cumbiambilizada -si vale el término- sin el menor sentido de la estética y de la moda.

La Sra. B. vomitaba bilis cada vez que una provinciana pedía trabajar para ella, ya que jamás permitiría que una cobriza desfilara frente a personas acostumbradas a los ojos claros y cabellos dorados. Imposible, mamita. Era claro que su exigencia en la imagen que debían llevar sus empleados matizaba con su propia manera de ver al mundo: sobre sus hombros y con la nariz fruncida. Si bien es cierto que había excepciones a la regla, no era frecuente encontrar a simpáticas jovencitas de cabello y piel oscuros, siempre y cuando supieran hablar inglés y francés; y si a esto le sumamos una buena disposición de atributos físicos, era un plus que beneficiaba a ambas partes. A nadie parecía molestarle tal discriminación. ¡No, qué va, si era la Sra. B.! Estaba en todo su derecho.

Una noche, inesperadamente, recibió la llamada del edecán del casi nada carismático presidente de la República. ¡Oh, là là, mon chéri! Brincó la Sra. B. desde su cama. Estaba esperando esa llamada desde hacía muchísimo tiempo, antes de que disolviera el congreso, antes de que le voltearan la torta al anterior mandatario, antes de que se supiera que Joaquín Phoenix se llevaría el Oscar y así sucesivamente hasta llegar al Big Bang. La voz adusta pero oscilante al otro lado del hilo telefónico, le pedía por intermedio del excelentísimo primer empleado del Estado su magnánima presencia para organizar un evento que solo ella era capaz de hacer. La mujer aceptó de inmediato sin darle tiempo a su interlocutor explicar en qué consistía y en dónde se haría lugar.

Fue a primera hora a Palacio. El presidente ni siquiera se había quitado las pantuflas, pero la recibió con una taza de café.

─¿Tiene kopi luwak? ─preguntó la dama.

El presidente, con inquietud disimulada, la miró con los ojos entrecerrados y luego a su edecán. 

─No, pero puedo decirle a Milco que se trague unos cuantos granos ─respondió.

─Aceptaré un té, si fuera tan amable.

─Solo tengo Sabú. ¿Está bien? ─demandó el presidente.

─Con eso me basta.

Pasaron a la sala de conferencias y ahí el presidente le pidió aplicar toda su sabiduría en el megaproyecto que estaba destinado a levantar su popularidad tras los últimos acontecimientos vividos con aquel nefasto camión cisterna. “No se preocupe, estoy aquí para servirle”, dijo la Sra. B. Gustoso, el mandatario le estrechó la mano no sin antes entregarle un cheque en blanco por los servicios prestados. Sin escatimar costos, estaba convencido que haría un buen papel por el futuro del país.

─¿Y qué ambiente de Palacio voy a utilizar? preguntó la invitada.

─¿Palacio? ─dijo con tono jocoso el presidente─. No, no, señora mía. Vamos a ir a Villa El Salvador.

A la mujer casi le da diarrea por tamaña noticia, que esta vez sí quiso probar el café digerido ya no solo por Milco, sino por todos sus empleados.

La Sra. B. estaba en una disyuntiva. Había mucho dinero en juego, pero no quería ensuciar su reputación de dama distinguida solo por dar de comer a gente que no estaba a su nivel. Negocios son negocios, reflexionó. Y puso en marcha la misión por la que fue convocada.

Dos días después, en medio de un caluroso fin de semana, el presidente y su comitiva hacían acto de presencia frente a lo que antes fuera una humilde casa, hoy convertida en un calcinado monumento a la irresponsabilidad y la torpeza. El atrio estaba majestuosamente decorado con telas de seda multicolor, flores y otros accesorios dignos de lucirse ante un público entusiasta, que recibió al ilustre invitado con vivas y aplausos en agradecimiento por acordarse de ellos después de un mes. Lo que llamó más la atención fue la presencia de cuatro camiones sin distintivos visibles que ayudasen a adivinar su contenido. Uno de ellos se mofó en voz alta para que fuera escuchado por las autoridades, aduciendo que se trataba de camiones con gas. Nadie se rio, obviamente, y fue “disuelto” por el propio mandatario. Esta vez sí concitó la carcajada de la mayoría. “Bien, señor presidente, ya se los metió al bolsillo”, le susurró el edecán.

Quien sí estaba desubicada y ajena al jolgorio de las masas, era la Sra. B. Ella, quien se rodeaba de la crema y nata de la sociedad limeña, que era solicitada en cuanto salón oval requería de sus servicios, estaba ahora en medio de la zona cero, que ni siquiera la presencia del presidente la animaba a seguir observando aquellas caras desencajadas y ansiosas por descubrir qué había en esos camiones. A la señal del mandatario, estos fueron abiertos y de su interior iban apareciendo bandeja tras bandeja de deliciosos y sofisticados manjares, que fueron distribuidos de inmediato. No había más expresión de júbilo y ansiedad en esos rostros que llevaban a sus bocas comida jamás degustada, que las mejillas pálidas de la mujer recobraron color. El presidente estaba satisfecho y agradeció a la Sra. B. por sus servicios a nombre de la Nación.

La Sra. B. no podía soporta dicha humillación. No por ella. En ese momento consideró su trabajo una herramienta nada altruista a expensas de la fe de estas personas. Algo movió sus entrañas. Aún no lo sabía. Y, repentinamente, lo supo. Una niña de aspecto humilde se acercó a ella y le sacudió los pliegues de la falda. La dama de sociedad bajó la vista e intercambió miradas con su visitante. La niña le sonrió. Era lo único que necesitaba para entender. Una lágrima recorrió su mejilla y vio las cosas de otra manera. Como debía ser. De improviso, del interior de su bolso, sacó el cheque entregado por el presidente, y lo rompió.

viernes, 7 de febrero de 2020

El último de los tipos duros

El pasado 5 de febrero se nos fue el último de los tipos duros: Kirk Douglas, actor y productor de varios clásicos que formarán parte de la historia del cine. Su muerte ha significado el fin de la Era Dorada de Hollywood, siendo Olivia de Havilland su única sobreviviente. Nacido hace 103 años, en Ámsterdam, Nueva York, hijo de inmigrantes judíos de Chavusy, actual Bielorrusia, supo impregnar en cada actuación estados de ánimo y nervio que le valieron el reconocimiento internacional. Uno de sus papeles más memorables y por el cual se le asocia siempre es Espartaco (1960), de Stanley Kubrick; pero fue mucho más que un iracundo esclavo convertido en gladiador.

Tal vez Issur Danielovitch Demsky no hubiera triunfado en la meca del cine; pero como Kirk Douglas, tenía todos los elementos necesarios para hacerlo. Tras sus Inicios en Broadway y su participación en la Segunda Guerra Mundial en la Armada de Estados Unidos, tuvo la oportunidad de debutar en la pantalla grande con El extraño amor de Martha Ivers (L. Milestone, 1946), al lado de Barbara Stanwyck y Val Heflin. Desde entonces, su imagen fue acaparando la atención de productores y directores, además de un público cada vez más encantado por aquel actor del hoyuelo en la barbilla.

Tres veces nominado al Oscar como Mejor Actor, tuvo que esperar varias décadas para ser reconocido por la comunidad cinematográfica de Hollywood con un Oscar Honorario por su dilatada trayectoria fílmica, en la que se incluyen Campeón* (M. Robson, 1949); Brigada 21 (1951, W. Wyler); Cautivos del mal* (1952) y El loco del pelo rojo* (1957), ambas de Vincente Minnelli; Senderos de gloria (S. Kubrick, 1957); Los vikingos (R. Fleischer, 1958) o Siete días de mayo (1964, J. Frankenheimer). Al lado de su amigo, el también iconoclasta Burt Lancaster, tuvo memorables papeles, como Duelo de titanes (1957, J. Sturges), El discípulo del diablo (1959, G, Hamilton), la mencionada Siete días... o la nostálgica Dos tipos duros (1986, J. Kanew).

Participó en casi todos los géneros, pasando por el drama, el film noir, la comedia o el western, dándole a cada personaje una cuota de cinismo, valor, encanto y temperamento; pero con cierta vulnerabilidad que lo hacían único e irrepetible. Un actor completo, un hombre de familia y poseedor de un espíritu solidario. Su respeto al trabajo de Dalton Trumbo, reconocido guionista perseguido por el macartismo en aquel entonces, lo convencieron de contratarlo para la adaptación de Espartaco, libro escrito por Howard Fast. A pesar del veto impuesto contra el escritor, su nombre fue incluido en los créditos de la película. Así como estas, el filme tuvo una serie de problemas y contratiempos que podría hablarse de él en otro artículo más extenso.

Padre del también actor y productor Michael Douglas, será recordado no solo por ofrecernos brillantes personajes, sino por su labor social y filantrópica a favor de las minorías, por el que obtuvo sendos reconocimientos, como la Medalla Presidencial de la Libertad, en 1981, de manos del presidente Jimmy Carter, o el Premio Jefferson, en 1983, por sus servicios a la comunidad, entre otras distinciones.

Hasta siempre, Espartaco.

(*) Nominado al premio Oscar como Mejor Actor.

jueves, 6 de febrero de 2020

Desidia

Luego de cuatro polvos con mi amiga cariñosa no podía faltar una porción de helado en la cama, mientras recupero las energías para un quinto round. La semana pasada fueron ocho, y creo que ese récord no lo puedo superar; me hace pensar que estoy disminuyendo mi potencia a medida que la edad cumple su cometido en mi organismo. Aunque la lujuria me acompaña durante las veinticuatro horas del día, sé que mi amiga ya no es la misma desde que encontró pareja estable. No le provoca hacerlo conmigo sino cuando pelean; a mí no me preocupa mientras no tenga que pagarle a una puta. Mis finanzas están acercándose a números rojos y eso ya es grave cuando llega fin de mes. Mi amiga dice que el helado está bueno y quiere probar un poquito del mío, pero untado en mi cuerpo. Lo que hace la fresa con el chocolate.

Llegada la noche, mi amiga regresa con su pareja. A pesar de todo, se quieren y eso me hace sentir indiferente. No puedo tener celos por alguien a quien no quiero. Ella llora y se va, tal vez, para no regresar por un largo tiempo. Mejor. No me gusta cambiar de sábanas a cada rato. Enciendo la televisión y lamentablemente me cortaron el cable. Internet, ni hablar. Enciendo la radio y no dejo de pensar en Stevie Nicks. Duermo y en mis sueños veo a un gato negro saltar la piscina de mi condominio en busca de comida. Lame las parrillas recién usadas y pierde una uña. Despierto y ya son las tres de la mañana. La hora muerta, según dicen. No logro conciliar el sueño y empiezo a jugar monopolio conmigo mismo. Gano y pierdo al mismo tiempo. Una gran lección.

A la mañana siguiente bebo café cargado y pretendo ser el mismo de siempre, risueño, alegre, bromista y tolerante con mis superiores, que no pierden el tiempo en destilar todo su cinismo e ironía sobre mí. Las chicas solo hablan de hombres y de los últimos zapatos que llegaron al mercado. Solo me limito a cumplir con mi horario y salir rápidamente de ahí, sin intercambiar saludos ni besitos con ellas. La secretaria de la otra oficina me cierra el paso a unos metros de la salida y me pregunta si tengo algo que hacer más tarde. Le digo que tengo que regar las flores de mi maceta. Ríe, pero no provoco el efecto esperado; más bien, ofrece su ayuda, y como estaba para comerla con zapatos y todo, no dudé en aceptar su invitación y ya estábamos intercambiando saliva en el asiento posterior del taxi.

Ya en mi departamento, lo hicimos cinco veces y una más para confirmar si esto no era más que un sueño. Gracias a Dios que no lo fue, y no tuve la necesidad de regar mi maceta (era cierto lo de la maceta). Descansamos un rato, mientras comíamos helado. Agradeció mi buena disposición y quiso saber si podía mudarse conmigo. Le dije que no, que aún no estaba preparado para compartir mi vida con otra persona. Tal vez fue mi vehemencia o el olor de mis calcetines porque, como era de esperar, me dejó con las ganas de un séptimo round. Lo que me hubiera gustado por romper mi récord.

Esa misma noche, mientras cavilo sobre los momentos divertidos de mi vida, llaman a mi puerta y no puedo creer quien está al otro lado: mi vecina del 1109. Entró, se sentó en el sillón y cruzó las piernas a lo Sharon Stone sin darme tiempo de arrepentirme. Estaba a punto de separarse de su marido y quiso que le explique qué significaba desfeliz. Habrá querido decir “infeliz”. No, dijo, se separaba porque con ella era desfeliz. Lo único que pude decirle es que su marido era un completo imbécil. La mujer empezó a llorar, no sé si por el insulto o por el dolor que le ocasionaba la separación. La abracé, la consolé y terminamos en la cama porque era más cómodo que el sillón.

Sus repetitivos orgasmos no hicieron más que confirmar que el sexo es una buena terapia para casos de índole sentimental. Luego comimos helado y le conté un par de chistes que le devolvieron el color en sus mejillas; y se fue, agradecida por entender que la vida tiene sus cochinadas sin comprometer la dignidad de las personas. Me di una ducha fría y revisé si ya me habían repuesto el cable. Desgraciadamente, no. Leí a Vargas Llosa y me quedé dormido.

Una vez más me encuentro con la secretaria a escasos metros de la salida y no tuve oportunidad de negarme a su invitación de dar una vuelta por el malecón. Me cogió de un brazo y me llevó casi a rastras, sin siquiera preguntarle si no era mejor tomarnos un café en el Berisso. No, quería ver el mar, hacía mucho tiempo que no lo hacía y qué mejor oportunidad que hacerlo conmigo. Vimos a unos tipos volar ala delta y eso la excitó. No sé por qué. Me cogió la entrepierna y me susurró al oído que le gustaría hacerlo ahí, colgada en el aire. Hay cosas que me sorprenden del género femenino, pero esto ya escapaba de mi lógica. Alquilamos uno y se sentó sobre mí. Mientras sobrevolábamos el circuito de playas, ya llevaba como dos orgasmos seguidos. El tipo de abajo pensó que lo había cagado una paloma. De regreso a tierra, las cosas se pusieron más extrañas que estar en un concierto de Tony Rosado. Fuimos a mi departamento y no tuve más remedio que aceptarla como compañera de habitación.

Una semana después, le pedí que se marchara porque no soportaba sus ronquidos, me dejaba la ducha, la habitación y el jabón llenos de cabello. Ni qué decir de sus tampones y ropa usada, desperdigada hasta en la cocina. El orden y la limpieza era lo que más me caracterizaba, por eso decidí vivir solo.

Y como si fuera la cereza en el pastel, esa misma noche, mi vecina del 1109 pidió dormir conmigo porque se sentía sola. Su marido ya se había mudado y extrañaba su presencia. Cómprate una almohada en forma de brazo, pensé. Insistió, no tenía que hacerle nada, solo acompañarla y ayudarla a reconciliarse con Morfeo. Lo gracioso fue que, aunque estaba ya cantado, ninguno de los dos pudimos dormir y, afortunadamente, el helado se había terminado.

Valores inherentes

Recuerdo la primera vez que mi madre me dijo que el respeto era la esencia del entendimiento. Pocas son las veces que un enunciado de ese tipo tuviera un profundo efecto en mí durante mi formación como individuo, como ciudadano. No hay nada mejor que la reciprocidad hacia fines comunes, cuando nos unimos por una causa justa. Pero son muchas las veces que he tenido que anteponer mis principios contra aquellos que solo miran su propio interés, sacrificando oportunidades que me hacían ver como un imbécil al desaprovechar cuantiosos emolumentos sin importar a quien pisara. Tal vez, si esos ideales se cultivaran hoy nos acercarían más como país, como sociedad, y la historia sería diferente. Si los incas hubieran tenido más conocimiento de lo que había más allá de sus fronteras, no hubieran sido diezmados por un puñado de oportunistas, ayudados al mismo tiempo por otros que buscaban desligarse de ese totalitarismo que, valgan verdades, era la única manera de dirigir un país dividido. Si nuestras autoridades no hubieran pensado solo en la riqueza que generaba la mierda de un ave, ni centrado su poder en la capital, la guerra del pacífico como la conocemos sería distinta, otros hubieran sido los triunfadores. Si las reformas agraria y educativa que se vendieron como estandartes del desarrollo y la igualdad hubieran tenido sustento y organización, el país tendría el estatus que se merece internacionalmente. Pero eso, naturalmente, solo son meras utopías comparadas con los cuentos de H. C. Andersen.

Si aprendiéramos a respetar las ideas ajenas, si buscáramos la forma de llegar a un consenso de cómo revertir la podredumbre que azota a nuestro país, lejos de intereses particulares, no tendríamos que vivir bajo la sombra de la desigualdad, del caos y del clientelismo. No hay nada peor que convertir al Perú en un supermercado y coger sus riquezas como si estuvieran expuestas en un estante o surtidor. Si confiáramos en nosotros mismos, no venderíamos Wong ni Entel Perú a consorcios extranjeros que solo logran alejarnos de nuestra identidad. Los vende patrias están a la orden de las circunstancias, ese es el ejemplo que dejamos como legado a nuestras futuras generaciones, sin valores, sin dignidad, sin herramientas que solidifiquen el camino que necesitamos para prosperar como Nación. El comercio exterior está hecho para vender nuestros productos, no para bajar la cabeza y dejar que otro país los asuma como propios. Reaccionamos cuando ya es demasiado tarde.

Lejos están los días en que se hacían cumplir y respetar las leyes, cuando cedíamos el paso, cuando el bus esperaba a que tomaras asiento y recién iniciaba su recorrido; cuando la competencia era productiva para ambas partes sin convertirla en una guerra sucia; cuando los debates políticos se sustentaban con ideas y no con insultos; cuando la decencia y la honradez eran los pilares de las buenas prácticas; cuando se podía caminar de noche sin necesidad de convertir la ciudad en una jaula. Hoy solo son lecturas del pasado, de una época que tal vez existió en un colectivo que ya murió o sus sobrevivientes están a punto de morir. Ahora todo es fácil. Es fácil robar, es fácil engañar, es fácil que otros trabajen por ti sin recibir el reconocimiento que se merecen y luego expectorarlos sin ninguna justificación solo porque ya no son “útiles ni rentables para la empresa”. Es fácil ser político, alcalde, congresista, presidente; solo es cuestión de manipular y ofrecer el oro y el moro a los más ignorantes que creen en ellos.

Mi madre tal vez se equivocó. El entendimiento es difícil de alcanzar si no hay respeto por uno mismo y por los demás. Quizá mi padre era más realista al decir que a la vida hay que verla como un saco de boxeo: si sabes golpear, no te “romperá la mano”.

martes, 4 de febrero de 2020

Vientos del este


Pasé la valla de los doscientos artículos. No me había percatado de la cantidad de material que he compartido desde que abrí este blog, pensado como una mera distracción y ejercicio de escritura para algo más sólido en el futuro. Sin embargo, a medida que uno adquiere destreza y mayor conocimiento, puedo decir que este blog ha sido, es y será una alternativa ante la imposibilidad de publicar un libro o escribir un artículo en medios masivos. Y este es un medio masivo, debo aclarar; es una ventana a tantas dudas, sentimientos, ideas y proyecciones de la vida cotidiana, que es innegable su importancia en las redes sociales, pues, generalmente enlazo esta página con otras como Facebook o Twitter. Asimismo, intercalo la palabra con la imagen, ya que también tengo un canal en YouTube y en él me dedico a realizar cortos, programas de tinte político y social y alguna que otra bagatela que me nace de una interacción con los medios audiovisuales, y que quisiera perfeccionar. Ahora sí cuento con las herramientas, solo es cuestión de tener el tiempo y la disposición.

Doscientos artículos no es poca cosa. He abarcado cine, literatura, hechos ficticios con trasfondo histórico, teorías conspirativas, anécdotas propias o basadas en otras personas que, con humor e imaginación, muchos se han preguntado si soy yo el personaje-narrador o si la historia es real o no. Forma parte del folclor y la idiosincrasia del citadino promedio; es mejor dejar al público con esa idea y mantener siempre el misterio y el interés por seguir leyendo.

Alguien me dijo una vez si tenía intenciones de editar estos artículos en un solo volumen y publicarlo como libro. Quizá algún día lo haga, hay harto material y tendría que seleccionarlos por temas y crear "una antología de aburridos dilemas existenciales", como suelo llamar a mi propio material. Soy consciente que a muchos lo les interesa; y son pocos los que sí, incluyendo comentarios alentadores y de congratulación. Pero debo admitir que, pese a ello, cuento con casi treinta mil visitas distribuidas en cada uno de esos doscientos monólogos. No sabría decir si han sido leídos en su integridad, tal vez han ingresado a la página solo por curiosidad y han seguido de largo. Pero creo que tengo un público cautivo y eso ya es meritorio para un blog que nació con la idea de describir el día a día de un individuo anónimo, camuflado en un personaje de tira cómica, y que hoy se ha convertido en una vitrina a las más variadas manifestaciones del pensamiento humano.

Agradezco infinitamente a cada uno de mis lectores, no solo dentro del país, sino de otras latitudes. ¡Qué me hubiera imaginado ver en mis estadísticos gente de Ucrania, Inglaterra, Australia, entre otros, interesarse por temas tan dispares como Ese Oscar es un maldito, El padrino: 40 aniversario, Kubrick, el legado del centinela, Bar Cannabis, ¿Qué es el orgasmo?, o Mamá, estoy calvo! A ellos dedico estos doscientos números, y espero que siga en aumento y compartir con ellos más historias de una ciudad que puede ser la de cualquiera.

martes, 28 de enero de 2020

Los 50


Hoy cumplo cincuenta. Los años no pasan en vano y siempre es bueno hacer un recuento de lo que me jodió los últimos cinco, cuando escribí sobre lo que sentía al cumplir los 45. No es muy diferente la sensación, creo que te llenas de experiencias gratificantes y también desastrosas con las cuales poder combatir con un poco de gin tónic. Mis hijas ya están grandes, independientes y muy dedicadas a sus propios problemas existenciales que todo adolescente experimenta. Su madre, sigue en Miami con su excéntrico novio, que ya la está haciendo larga con el casamiento. A veces hablamos, pero yo no tengo nada más que decir de su dichosa vida acomodada. Ese ya es un capítulo que he cerrado definitivamente. Lo que me importa son mis hijas, aunque ellas no se percaten que las necesito como un bálsamo contra el sufrimiento. Y creo que, a estas alturas, me doy cuenta que son dichosos, libres, alegres, con metas definidas; es más, nunca me han preguntado cómo me siento yo, qué es lo que estoy haciendo o qué necesito. Siempre he sido para ellos la columna inamovible, que todo lo soporta, y confiere a mi temple el valor por el cual me ha caracterizado: autosuficiencia. Es extraño. Soy un accesorio para ellas, soy el padre divertido que les regala un chiste o una frase irónica e ingeniosa, que aún desea leerles un cuento antes de dormir -ellas prefieren subir fotos a sus redes sociales-. Con la mayor, al menos, no hemos tenido una conversación profunda de las verdaderas cosas que le preocupan. Para eso tiene a su madre, dice. Es práctica, lo entiendo; no quiere comprometer sus sentimientos estando lejos.

¿Eres feliz, papi?, me preguntó hace un par de años la menor. Una pregunta que lo esperaría de su madre o de su hermana. Realmente no supe qué responder. Creo que todos somos felices a nuestra manera. Soy feliz cuando me va bien en el trabajo y soy reconocido por mis superiores; soy feliz en el cine o cuando veo The Crown por enésima vez en Netflix; soy feliz cuando escribo estas elucubraciones de hombre maduro sin perspectiva social.  Pero soy más feliz cuando estoy con ellas; tan solo escucharlas unos minutos por teléfono ya es un regalo bendito. Pero nadie sabe qué es lo que siento en realidad. Ni siquiera yo. Cumplir cincuenta es la mitad de una carrera que quiere seguir pujando hasta la meta. Tal vez sea uno de esos afortunados que sobrevivirá al cometa Halley una vez más cuando pase por aquí. O tal vez no. Tal vez me muera mañana. Nadie sabe. La vida es relativa y hay que disfrutarla como se pueda.

Hubiera deseado cambiar muchas cosas en estos últimos cinco años. Ya es tarde. Las cosas se dieron y punto, ya no es tiempo de lamentos ni de falsas esperanzas con el si yo hubiera… No basta, se necesita sentido práctico de enmendar las acciones con más acciones, no con ideas, pensamientos ni lamentos. Nos ponemos autocríticos cuando en realidad ya fue tu tiempo y no necesitas prorrogar más el tan mentado “me arrepiento”. Por supuesto que no me arrepiento. Ya no. Finito. Kaput. La única vez que me he arrepentido ha sido el haber dejado que mi mujer se alejara de mí. Lo reconozco, fui muy egoísta y no le di el valor que se merecía a mi lado; pero pudo soportarlo, pudo rehacer su vida porque ella se lo exigió a sí misma, porque se dio una nueva oportunidad. ¿Por qué no lo pude hacer yo? He rechazado infinidad de veces volver a estar con alguien, no porque no me sienta seguro ni preparado, sino que me he encerrado en una burbuja de la cual no dejo que nadie entre. Saben que estoy ahí, que me pueden necesitar; pero ya no me dan ese plus que tiene un padre o un esposo. He caído en la idea de ser solo el “amigo de la casa”. Y bien ganado lo tengo.

Quizá la pregunta de mi pequeña hija sea la clave. ¿Soy feliz? ¿En serio lo soy? A pesar de los accesorios ya mencionados, debe haber algo más, y no solo lo espiritual -que está descartado de plano-, es más que eso y lo he de llevar a otro nivel para entenderlo. No soy hombre religioso, mucho menos creo en vidas alienígenas ni cosas que caigan en lo paranormal. Mi fe se resume a hechos humanos, fortuitos y de naturaleza explícita. No hay nada más. El miedo a estar solos en el universo y crear dioses para explicar nuestra procedencia, se lo dejo a los teólogos y a los fanáticos. Si un libro está bien escrito, es suficiente para mí. Eso es creación. Y siempre hemos creado mitos y leyendas. Somos buenos en eso. ¿Por qué no aceptarlo?

Los cincuenta son bonitos. Te hacen ver como el viejo sabio de la tribu, al que todos buscan para que le soluciones sus más intrincados problemas. Y volviendo al principio, nadie se preocupa por saber en qué piensa ese viejo sabio. Tal vez porque no dejo que lo hagan. Soy un enigma dentro de una caja fuerte cuya combinación está en el fondo del mar sin posibilidades de recuperarla. Ese soy yo, una capa tras capa de incógnitas, paradojas y arcanos subterfugios que se mantendrán ahí como he querido que sea. Y no es una queja. Es un hecho. Soy feliz, aunque mi cara de pocos amigos demuestre lo contrario. Tengo la dicha de formar parte de esta comunidad ajetreada por las deudas, la escasez de empleo y de los corruptos de siempre. La vida no es perfecta, pero tiene su gracia, su encanto. Hay que ver el lado divertido, la luz del día -aunque el Sol no nos acompañe- y pensar que el día siguiente será mejor. Eso sí, comer mucha fruta y tomar mucha agua.

Los cincuenta es el inicio de algo nuevo. Es el segundo tiempo. Y si hay que jugar suplementarios, desde ya voy a prepararme, no quiero romperme un hueso en el camino. Tal vez les haga caso a mis hijas, después de todo: buscar una buena mujer que me aguante. No quisiera decepcionarlas, pero últimamente no hay mucho de dónde escoger. Por lo pronto, he de publicar un libro, hacer una película y volver a releer a Hemingway. ¿Para qué más?

jueves, 23 de enero de 2020

Noticias que valen la pena


En lugar de preocuparnos si Julio Guzmán merece la excomunión y pasar una temporada en el infierno por serle infiel a su esposa, deberíamos preguntarnos qué intereses hay detrás de la difusión de una noticia que ocurrió hace casi dos años, haciéndola parecer como actual. La prensa, lamentablemente, juega un rol no tan imparcial, porque sabemos que, tanto Panamericana televisión y otros medios de comunicación, aún siguen beneficiándose del poder corrupto al prestar sus servicios “destapando” temas de interés nacional como el del último fin de semana. ¿Quién o quiénes son las desinteresadas y generosas fuentes que Panorama utilizó de base para tan dichoso reportaje? Obviamente, alguien con poderosas razones para tumbarse una vez más la imagen del partido y de su presidente, candidato indiscutible de las próximas elecciones presidenciales. Quieran o no, es un personaje joven que puede dar la talla tras haber conseguido un importante número de simpatizantes, que ven en él una renovada alternativa en la política peruana y que podría desestabilizar a ese establishment que quiere enquistarse en el poder.

Pero también hay que ser honestos. A Guzmán le falta mucho empaparse de política. Tiene que aprender a jugar en la cancha del adversario. Como personaje público y como político, debe tomar decisiones inmediatas y salir airoso de la contienda. Con rasguños, sí; pero de pie. A mí, particularmente, no me quita el sueño ni comparto sus ideales de gobierno. Es más de lo mismo, pero con otra camisa: neoliberalismo para unos pocos privilegiados, con la ventaja de que aún no se ha corrompido. Sin embargo, podría mejorar su interacción con la mass media utilizando mecanismos más accesibles. No digo que lo que está haciendo es malo, el uso de las redes sociales es ya habitual en estos tiempos modernos y representa un porcentaje significativo en aquellos que dominan la tecnología y tienen acceso a ella, especialmente los jóvenes. Debería bajar al llano, embarrarse los zapatos y hablar cara a cara con la gente de bajos recursos esperanzada en un gobierno que atienda sus necesidades básicas y superar las brechas de desigualdad. Quizá lo esté haciendo, y, como es costumbre con los medios sometidos al Nuevo Orden, no sea tan abiertamente publicitado como sí hacen con otros posibles candidatos y candidatas. Ahí es donde genera suspicacia tanto alboroto. Muy sencillo: temor de enfrentar a un poderoso adversario difícil de vencer en las urnas, y lo mejor que se les puede ocurrir -al mejor estilo del fujimontesinismo- es convertir un asunto personal en una cuestión moral, cueste lo que haya costado ese vídeo donde se le ve salir de un edificio de departamentos.

Quizá la entrevista que le hicieron en otro canal lo haya agarrado de sorpresa y no haya tenido el tiempo suficiente en dar una explicación más coherente a la batahola de interrogantes del que fue objeto. No lo justifico, ni tengo por qué hacerlo. Su gran error fue no tener maña para eventualidades de este tipo, por más descabelladas que fueran. Tal vez, si se le hubiera ocurrido que la reunión con esta señorita no era lo que esperaba, que ella le hubiera preparado una trampa quién sabe con qué propósitos, que en plena discusión se le cayó la vela, causó el incendio sin que él lo supiera, porque abandonó el departamento raudamente... hasta podríamos darle el beneficio de la duda. Pero, las cosas ya están hechas. Repito, un hecho que ocurrió hace casi dos años puede hasta olvidarse sin ser consciente de que podría afectar su futuro proselitista. Y sí que le ha afectado. Infiel o no, cumplieron con el objetivo de demolerlo y desprestigiarlo frente a millones de televidentes y posibles votantes.

Así juega la política. Una enorme pieza de ajedrez -o Juego de Tronos, como prefieran- que alguien, en las sombras del poder, mueve a su antojo para fines no santos. ¿Queremos un presidente que mienta o engaña? ¿Por una infidelidad? Eso vende, y no nos ocupamos de los verdaderos problemas que aquejan al país a pocas horas de elegir un congreso minimizado por las sorpresas mediáticas. Como dijo Tatiana Astengo: “Somos infieles, somos humanos”. Razones no le faltan. Tiramos la primera piedra cuando ocultamos una roca en nuestras conciencias. Somos hipócritas. A Alan García le perdonaron el pecado por traer al mundo a un hijo fuera del matrimonio, que luego reconoció en conferencia de prensa ante una dolida y desencajada Pilar Nores. A Diez Canseco lo sepultaron políticamente por haberse enamorado de la pareja de su hijo, los cuales ya estaban separados cuando ocurrió. Pero nadie habla de eso. A Toledo, sin ser santo de mi devoción, lo golpearon hasta dejarlo KO con el tema de su escolta, la no tan impopular Lady Bardales. Bueno, teniendo como mujer a la tristemente célebre Ilian, qué mejor que esta “chola potable” para pasar un rato lejos de tanta carga laboral… y matrimonial. Y si seguimos hablando de escándalos que rodearon al exmandatario, no podemos olvidar el episodio de Zaraí. Claro, el huevas no la reconoció en su momento tras varias disputas con Laura Bozzo, pero todos sabíamos que estaba dirigida por Montesinos con el único afán de quemarle la tortilla. Pero su fracaso como líder y presidente fueron por otras razones archiconocidas.

No hay que dejarnos engañar con informaciones que solo buscan distraer la atención de temas más profundos y que nos ayuden a salir de este atraso intelectual que nos caracteriza a los peruanos, acostumbrados a los realities, a los sillones rojos o a destapar escandaletes de la farándula. ¡Cuánta falta nos haces Marco Aurelio! Seguiremos hablando de estas noticias mientras existan medios que lo permitan, olvidándonos de su principal función: estar al servicio de todos y no de unos cuantos.

¿Hasta cuándo?


I
Me indigna que muchos hombres abusen de su condición para agredir y hasta matar a una mujer. Ya he tocado este tema en un artículo anterior (Demasiados errores para un solo caso 14/6/18), pero me doy cuenta que no ha cambiado nada desde entonces. No hay día donde tengamos que escuchar lo mismo, como si se hubiera hecho una costumbre entre nosotros, que ya ni sorprende. Lo llamativo sería que no pasara. Pero sucede. Y mucho. Tipos que se masturban al lado de una joven dentro de un bus lleno de pasajeros, individuos que golpean salvajemente a una mujer saliendo de un hostal, sujetos que insultan y ofenden a sus cónyuges delante de sus hijos… en fin, una larga lista que me faltaría espacio para enumerar. Y lo peor de todo es que somos tan indiferentes, no actuamos en su momento y solo lo hacemos cuando ya es demasiado tarde. Acuérdense de la chica que encaraba al viejo pajero mientras lo grababa desde su celular, y la gente a su alrededor y el mismo chofer se hacían de la vista gorda (al día siguiente el sátiro fugó del país); o esos policías que no reaccionaron al llamado de auxilio de una mujer que estaba siendo atacada por su pareja, que luego moriría junto con sus tres pequeños hijos. ¡Y la comisaría estaba a una cuadra de su vivienda!

¿Qué ocurre en la cabeza de un hombre? ¿Qué lo lleva a menospreciar la vida de otro ser humano? Es una señal de que el tiempo de la tribulación ha llegado y, por selección natural -como diría Darwin-, ¿estamos predispuestos a aniquilarnos por mantener en equilibrio la especie sobre la tierra? Creo que un diluvio o la caída de un meteoro sería la solución. No hay nada peor que el maltrato a una mujer, a un niño o a un animal.  Los niños son los que corren la peor suerte, porque pierden a una madre y a un padre, porque este tiene que ir preso. No estamos seguros. Ahora matan por un sol, por un celular o la llave de tu camioneta si te pones sabroso y no quieres entregarla. Y lo que llama poderosamente la atención es que el gobierno y las autoridades no parecen hacer nada por remediar la situación. Tal vez esperan que un Charles Bronson o un Frank Castle ande por ahí haciendo el trabajo que los otros no pueden. Sería genial, pero nos convertiríamos en Silverado o Tumbstone, y aquí ya no hay sheriff que haga valer su placa para impartir justicia como el viejo oeste.

Las leyes están hechas para cumplirlas y hacerlas cumplir. Ante una inoperancia de las autoridades que benefician más al victimario que a la víctima, la cosa no va a funcionar como queremos. Si el congreso y el poder judicial hicieran su trabajo, no tendríamos que soportar más violencia dentro y fuera de nuestras casas, viviríamos civilizadamente y no convertiríamos Lima en una enorme jaula que cada vez nos está aislando de nosotros mismos.

II
La muerte es un hecho inevitable dentro del ciclo de la vida. Hay que tomarlo con naturalidad, porque de todas maneras vamos a pasar al limbo del sueño eterno y no hay tiempo ni para pensar qué terno o vestido nos pondremos cuando me metan al cajón. Lo que sí escapa de nuestras manos es morir fortuitamente, tal vez un accidente de tránsito, una explosión o un desastre natural, ya son cosas mayores que vienen de un momento a otro y que nadie está libre de sufrir. Pero si es adrede, con alevosía, con premeditación, estamos hablando de un crimen que debería pagarse con penas más justas y feroces. Sabemos que eso no hará disminuir los índices de criminalidad; seguirán existiendo las malas semillas que quieren vivir y quitarle los bienes a los demás fácilmente. Como no pueden trabajar en un empleo normal, prefieren delinquir sin importarle la vida de los demás; solo les interesa lucrar y convertirse en los Tony Montana de su generación. Como dice el refrán, “Si a hierro matas, a hierro mueres”, es la consigna que estos imbéciles toman al pie de la letra, porque han creado una mística a su alrededor que tienen que irse de este mundo bajo su propia ley.

Una vez más, las autoridades no parecen hacer su trabajo; es más, creo que hasta se benefician de estas lacras porque pueden cobrar cupos a su antojo y dejarlos que sigan distribuyendo su franquicia alrededor de la ciudad. Negocio redondo. Todas esas redadas quedan para la foto, para los noticieros, para que el público diga que se está atacando al crimen organizado sin sospechar que a las pocas horas son puestos en libertad “por falta de pruebas”. Que me desmientan si no reciben coimas o amenazas de muerte para su mujer e hijos si no son liberados de inmediato.

Los sicarios han abundado a lo largo de la historia. El término proviene del nombre en latín de la daga o espada corta, la sica, utilizada por los asesinos a sueldo porque era fácil de ocultar bajo los pliegues de la túnica. Cuando encontraban a su víctima les cortaban el cuello o los apuñalaban sin levantar mucho la atención, solo hasta que el público veía al desafortunado desangrarse frente a sus narices. Como dije, al mismo estilo del viejo oeste, ya no son pistoleros a caballo, ahora disparan a quemarropa subidos en una moto, sin dudar ni importarles cuántos daños colaterales se llevan en el camino. Es un cáncer difícil de extirpar, mas se puede controlar dando con los asesinos y declararles la guerra, sin miedo, sin política, sin leyes que frenen dicha iniciativa, siempre y cuando haya la suficiente convicción para hacerlo. Sin duda que, aquella frase líneas arriba: "Si a hierro matas, a hierro mueres", es la única manera de sacarlos de las calles.

III
Estoy siendo demasiado contestatario sobre el tema. No hay otra forma de frenar la delincuencia y la violencia de nuestra sociedad. Mucha gente pide a gritos que se haga algo al respecto, pero a nadie parece interesarle, solo debatir el alza de popularidad de Salvador del Solar o si Alianza Lima va a contratar a tal o cual jugador. Necesitamos una reforma que beneficie tanto a la gente como a las instituciones, que solidifique la tan mentada y manoseada democracia, que solo existe en el diccionario de aquellos que quieren hacer política y que tildan de comunistas a los adversarios sin sustento ni ideas sólidas que los justifique como la mejor opción. Los incas hacían cumplir la ley así hayas robado un kilo de quinua o un simple choclo. Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella no son términos gratuitos ni tampoco una definición de lo que queremos para nuestras futuras generaciones; pero si de algo tenemos que cogernos para aplacar ese cáncer, volvamos los ojos al pasado y saquemos algo en limpio, que para eso nos ayuda la historia.