jueves, 3 de diciembre de 2020

Capítulo 1: Crónicas intempestivas (Si las apariencias fueran lo contrario)

Luego de los hechos que enlutaron al país, agrupaciones del colectivo civil tomaron por asalto las instalaciones del Palacio Legislativo y destituyeron al pleno de inmediato. En el asedio, muchos congresistas fueron heridos y desterrados de sus curules como ratas exterminadas. "No hay nada mejor que sentir la sangre de estas basuras en nuestras manos”, dijo un orondo y orgulloso joven con la cabeza de un parlamentario, como si de un trofeo se tratara.

Otros tantos fueron en busca del Premier hasta su domicilio. Lo encontraron en el baño, agazapado entre las cortinas de la ducha. Lo único que pudo decir fue que no entendía por qué tanto ensañamiento, mientras era conducido a rastras hacia uno de los patrulleros decomisados por una turba simpatizante de Arthur Fleck.

Cuatro horas después, la ciudad ardía en llamas. La policía no podía hacer nada. Miles de hogares, pese a la barbarie imperante, blandía sus cacerolas al compás del Contigo Perú. Una mujer, con lágrimas en los ojos, atinó a decir que ya nada sería igual, porque “un nuevo amanecer acogería a todos con la bendición del Señor”. Mientras tanto, varias unidades del Metropolitano eran consumidas por el fuego y la Plaza San Martín estaba cubierta de un mar humano que festejaba la victoria recién conquistada. En algún lugar de la capital, el nuevo presidente, en un momento desesperado, dio un emotivo discurso de paz y tolerancia por querer poner fin a los enfrentamientos de las últimas horas, para luego dejar los destinos del país en manos de un comité constitucional que asegurara la transición a un nuevo gobierno que fuera elegido democráticamente en las urnas. El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas obligaron a sus tropas mantener el estado de sitio en salvaguarda del orden sin hacer un solo disparo. Su función, entonces, era la de proteger a la mancha humana que seguía interactuando tanto en las calles de la capital como en las del resto del país.

Como en la escena final del Regreso del Jedi, el júbilo en cada una de las ciudades más importantes de nuestra nación duraría semanas, y los responsables serían llevados a corte marcial y sentenciados a una pena similar al derramamiento de sangre de aquellos dos jóvenes que, lamentablemente, estuvieron en el lugar y momento equivocados. “Todes estames indignadísimes”, vociferó una enérgica feminista que enarbolaba una bandera multicolor, mientras un sacerdote se quitaba la sotana para danzar junto a unos adolescentes sin sentirse tentado por los demonios de la carne.

Las cosas pasadas son las cosas del presente, dijo el poeta en su lecho de muerte. La realidad implora justicia, dijo un exdictador.

Mientras marcamos la diferencia de ciertas nociones de conducta sobre los acontecimientos antes descritos, es menester tener en cuenta que el derecho de la Constitución nos ampara por mostrarnos una conducta justa y soberana cuando se trata de reclamar justicia por momentos así, repletos de inmundicia moral. El poder corrompe y no hacemos nada por evitarlo porque es una cuestión de costumbre y se vería mal que no lo hubiera.

Aquellos que hablan de corrupción, que se jactan de luchar contra ella, son los mismos que ocultan sus verdaderas intenciones, preocupados más en el voto del electorado que de sus necesidades inmediatas, sin importarles que son ellos los que los llevaron a ocupar ese lugar, y son a ellos a los que deben responder; de lo contrario, también tienen la potestad de sacarlos. La falta de representatividad se hace evidente cuando cometen actos impropios de un funcionario público y en general, todo lo que conlleva responsabilidad.

El sepelio de estos dos jóvenes contrasta con el frío amanecer de un país acéfalo, sin gobernante, sin nadie que pueda velar por los millones de compatriotas que esperan con ansias el tan soñado equilibrio de poderes, trabajando en conjunto por ellos, para ellos y con ayuda de todos nosotros en pro de un país más unido, más inclusivo, más educado y económicamente potenciado para expandir sus horizontes ad portas del bicentenario. ¿Ese es el futuro que nos espera? ¿Es la herencia que dejaremos a nuestras hijas e hijos? Un tema que aún no acaba, que está en discusión y que está abierto al debate. De nosotros también depende sintonizar con los menos favorecidos. Si no hacemos nada para modificar esta sociedad, estaremos condenados por siempre. Es momento de cambiar, es momento de combatir, de alzar la voz por la reivindicación del ciudadano contra la tiranía. Es momento de despertar.

No hay comentarios: