lunes, 27 de agosto de 2018

Entender la nada

Fuente: Google
Una noche, Juan tuvo un sueño. No era agradable. Parecía más una pesadilla que una simple sucesión de imágenes recurrentes acerca de la vida y el desamor. ¿Desamor? Sí. Había roto hacía poco con su pareja. Pero ese no era el punto. Ni siquiera le interesaba repasar por qué se jodieron las cosas con ella. Simplemente, sus sentimientos eran nulos al respecto. Un vacío inexplicable pero consistente con su forma de ser: frío, distante, introspectivo. No tenía muchos amigos, y a los pocos que conservaba ni siquiera les devolvía la llamada. Lo querían, eso sí, pese a todo. Despierto ya, tras reaccionar desfavorablemente sobre su sueño, quiso entender, sin conseguirlo.

No fue, sin duda, el mejor estímulo para sus deseos reprimidos. Venía detrás de una batahola indeterminada de situaciones cómicas y dramáticas al mismo tiempo. Sus ansias por descubrir ese mensaje oculto nada significaría para sus dilemas existenciales. Pudo suponer, entonces, que era improbable que ocurriera algo mejor después de las cinco de la mañana.

Su perro revoloteaba entre sus piernas, buscando ser querido y alimentado. La segunda opción fue mejor recompensada que la primera. Juan dejó caer la leche sobre el plato seguida del buen puñado de galleta que tanto le gustaba comer al animalito. Lo devoró como quien no hubiera comido en semanas. Su pequeña cola se meneaba con el fin de recibir más de aquella sabrosa porción. Y le siguieron dos más.

Luego de alimentar a su mascota, Juan pudo al fin probar el desayuno que con tanto esmero preparó. No tenía prisa. Cada bocado era una delicia, y de vez en cuando le regalaba al perro un trozo de tostada untada con yema de huevo. Después, se sentaría en el sillón a revisar el periódico del día. Su ineptitud para comprender acerca de las nuevas tendencias tecnológicas, lo apartaban de las tablets o celulares. No soportaba ver a las personas colgadas en la pantalla de su teléfono móvil como si esa fuera la única razón de su existencia. Al menos, él vivía. A su modo, pero era consciente que la vida no solo era Facebook o WhatsApp. Nada mejor que palpar u hojear página tras página de un producto hecho con el sudor de los que formaban parte de una casa editora o medio de información escrita. Y eso le gustaba. Leer, escribir, entender y opinar sobre los problemas de la humanidad. Nada se escapaba de su visión, aunque lo tecnológico -como se dijo anteriormente- era la excepción a la regla.

Recibió la visita de una de sus vecinas. Una mujer atractiva y dispuesta a romper con su esquematizada forma de vida. Se echó a sus brazos y dejó que las caricias en sus cuerpos, labios y glúteos hicieran el resto. Tuvo el mejor sexo de su vida. Estaba agradecida. Él, en cambio, aún seguía pensando si aquel sueño era preludio a sus más desastrosas encarnaciones del tedio y la dejadez. La mujer no quiso darse por vencida y nuevamente entró en acción. Juan seguía recordando. Ella, empeñosa, estaba a punto de tirar la toalla. Desistió de huir porque recordó a qué había venido. Juan, por consiguiente, tuvo una reacción de último momento y entendió que no todos los días se come un buen lomo. Y sí que estuvo en su mejor desempeño. Cocinar se había hecho habitual y su paladar era tan sofisticado como su dedicación por el juego de mesa.

Llegado el momento, Juan despertó. Fue un sueño, felizmente.