domingo, 6 de diciembre de 2020

Capítulo 3: Crónicas intempestivas (Además de pavita)

A cambio de unas cuantas dádivas, nuestros representantes parlamentarios juegan al intercambio de regalos con nuestras necesidades y las convierten en oportunistas acotaciones a pie de página de su “contrato social”, en beneficio de sus financistas más acérrimos que al común denominador. Los favores se pagan con favores, dice el dicho. Damos por sentado que estos representantes solo velan por los intereses de unos pocos, llámese dueños de universidades, empresas madereras o de construcción. Ni qué decir de los medios de comunicación. La puerta giratoria en su máxima expresión.

Cuando Godofredo Chulca, natural de Conchasuma, postuló al Congreso como invitado de una conocida agrupación política, le pidieron 50 mil dólares como tributo para la campaña del partido, a cambio de concederle el N.° 3 en la lista. Imagínense cuánto sería para el que ocupara el primer lugar. Sin pensarlo dos veces, declinó la oferta y volvió a su modesto negocio de alquiler de taxis. Además, pensó, de qué le serviría presentarse a las grandes ligas si todo lo que decía el partido, tenía que acatarlo sin cuestionar al líder que todo lo sabe.

Así como Godofredo, existen miles de aspirantes que tienen un sueño, un ideal, que se traduce en el trabajo desinteresado de servicio, de honestidad y clara visión de país. Sin embargo, todos esos ideales se desvanecen cuando se toma juramento, “por dios y por la plata”, y forman parte de una mafia, de un compadrazgo que solo se preocupa de cuánto va a recibir y se olvidan de sus raíces y se convierten en vasallos del sistema. “No te preocupes, hermanito; este pechito te garantiza total impunidad. Pero, ya sabes, cuánto me toca”.

Doscientos años no bastaron para salir de un régimen opresor, en teoría, pero la verdad de la milonga fue que a esos criollitos no los dejaban comercializar sus propios productos y debían someterse a todo lo que venía directamente de la madre patria. Nada de lo que ahora vemos se compara por el gusto a lo extranjero. Las importaciones priman más porque ahí está el negocio, mientras que las grandes corporaciones -dizque, de bandera- venden nuestra tierra al mejor postor, el mismo que nos revende lo que producimos a precios que no pueden competir nuestros pequeños productores, perjudicando su estabilidad. Así juega Perú. Nos arrodillamos ante quienes nos dan un cheque con ocho ceros y nos hacemos de la vista gorda mientras nos caiga alguito para paliar la sed en el Cordano. Y son los mismos que critican al gobierno cuando pone en licitación la construcción de un nuevo aeropuerto o quiere reformar la política nacional con nuevas reglas de juego. Pero es imposible. Prefieren vacarlo con cuestionables interpretaciones constitucionales sobre lo que significa “incapacidad moral permanente”, que reestructurar la clase política que se erigió después del primer grito de libertad y que perdura hasta nuestros días.

Los cambios son peligrosos. Es mejor dominar a la manada con programas de farándula o realities que desnudan la miseria humana con sentido del ridículo. La ignorancia es sinónimo de poder y es mejor tener a la población manipulada a una que sepa lo que está pasando en el país. Pero algunos sectores han despertado de ese cautiverio mental que pululó a mediados de los años 90, y que viene desde mucho tiempo atrás, cuando aún no había redes sociales y solo era la habilidad del orador que te cautivaba con su diatriba.

Son tiempos oscuros. Imprecisos. Desencantados. La pandemia es la nueva trova del caos sistemático; la oligarquía del pendejo; el espíritu de lo imperecedero y del comodín. No hay mejor menú que el que nos preparan los corruptos de siempre y sientan las bases para seguir promoviendo el descontrol, generando anticuerpos y traduciendo el malestar generalizado en oportunismo. Si de veras quieres un nuevo país, es mejor dejar caer la bomba. Pero sería mucho mejor apuntar bien, no nos vayamos a quemar con los demás.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Capítulo 2: Crónicas intempestivas (La incertidumbre de la siguiente fase)

De manera errónea cuando miramos las probables alternativas que harán cambiar el desarrollo de la historia, parece increíble cómo despertamos nuestro yo dormido hacia una eventualidad sacada de una novela de ciencia ficción o antelación. Los precursores del género no sospecharon que sus ideas serían el caldo de cultivo para transformar el mundo en una granja orwelliana, escondida del ojo público y endiosada hacia límites nada halagadores. Predecir el futuro o sospechar de los cambios significativos que engendraron poluciones proselitistas, no es más que la confirmación de que estamos frente al final de lo que hoy se conoce como conciencia humana.

El ser y la nada son evidentes. Es aterrador pensar que el mundo terminará este 31 de diciembre de 2020 y a nadie parece importarle qué pasará en la siguiente temporada de The Mandalorian. ¿Llegaré a comprarme ese De Lorean a escala del que tanto he soñado? Ni siquiera sé qué voy a hacer con mi colección de la saga del infinito. Si ya no estaremos, no puedo imaginar que sobreviva al tiempo, entre polvo y humedad. Las calles quedarán vacías y la vacuna será otro experimento fallido que generará guerras entre las potencias que desean presumir de su poderío tecnológico en lugar de pensar en el bien común.

Joy Cei Lin era una destacada bailarina del Teatro Nacional de Taipéi. Sin embargo, un día se fracturó el dedo pequeño del pie izquierdo y perdió la oportunidad de viajar a Suecia para una presentación nada menos que con la realeza de dicho país. Le diagnosticaron estrés post traumático y dejó la danza; ahora, solo vive de sus recuerdos y del dinero que le genera su propia cafetería, cuyo principal producto de bandera es a base de caca de murciélago. Todo empezó ahí, dicen los expertos. La verdad de las cosas es que es el mismo ser humano quien crea toda esa paranoia bacteriológica de querer culpar a los que nada tienen que ver en el asunto. No es un misterio que todo empezó en un laboratorio en respuesta a un supuesto espionaje industrial por descubrir qué causaba la enfermedad de la que nadie quiere nombrar, pero sabe que estará gravitando en nuestro sistema… al menos, en los próximos cinco años.

Si Franz Kafka viviera diría que La metamorfosis no es más que la confirmación de nuestros propios temores. Pero una cosa sí es cierta, esta purga ha sido útil y necesaria para mantener el equilibrio de la especie. La sobrepoblación es un asunto delicado y qué más importa si se van unos cuantos millones que alivie el porcentaje de habitantes por metro cuadrado. “Los murciélagos son los que deberían desaparecer”, diría un especialista en virología. ¿Y qué pasa con Batman? ¿Gotham podría sobrevivir sin él?

Ahora todo se concentra en los miles de millones de dólares que las grandes corporaciones de laboratorios van a recibir a cambio de mostrar su mayor logro, después del ébola, del VIH, el ántrax y la píldora del día siguiente (según el Opus Dei). El chip de Bill Gates no debería descartarse en lo absoluto, porque será de uso corriente en los próximos años, si es que ya no se ha implementado de manera remota gracias a Tik Tok, cada vez más embrutecedor de la conciencia mundial en cómo hacer un vídeo sin que en este no haya un fantasma o un fenómeno inexplicable.

Todos tenemos miedo. No es para menos. No basta que nos desangremos en luchas fratricidas, solo fue necesario abrir la caja de Pandora y dejar escapar a todos los males que nos han aquejado en este año que finaliza, junto con las tres cuartas partes del planeta, incluyendo al que escribe estas líneas más por desahogo mental que por analizar el panorama luego de una incesante batalla espiritual por conseguir un poco de leche fresca.

De nada sirve pregonar la verdad cuando ya nadie hace caso al sentido común. Ni se puede discutir con una mujer no sin antes acusarte de agresión psicológica enviándote a prisión solo porque elogiaste su belleza. Mejor ponte un burka y todos felices. Nadie saldría lastimado, solo un servidor porque los musulmanes fundamentalistas me sentenciarían a muerte por mencionar su traje sagrado. Pero ese no es el punto. El punto es el signo que se pone al final de la oración. Como esta.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Capítulo 1: Crónicas intempestivas (Si las apariencias fueran lo contrario)

Luego de los hechos que enlutaron al país, agrupaciones del colectivo civil tomaron por asalto las instalaciones del Palacio Legislativo y destituyeron al pleno de inmediato. En el asedio, muchos congresistas fueron heridos y desterrados de sus curules como ratas exterminadas. "No hay nada mejor que sentir la sangre de estas basuras en nuestras manos”, dijo un orondo y orgulloso joven con la cabeza de un parlamentario, como si de un trofeo se tratara.

Otros tantos fueron en busca del Premier hasta su domicilio. Lo encontraron en el baño, agazapado entre las cortinas de la ducha. Lo único que pudo decir fue que no entendía por qué tanto ensañamiento, mientras era conducido a rastras hacia uno de los patrulleros decomisados por una turba simpatizante de Arthur Fleck.

Cuatro horas después, la ciudad ardía en llamas. La policía no podía hacer nada. Miles de hogares, pese a la barbarie imperante, blandía sus cacerolas al compás del Contigo Perú. Una mujer, con lágrimas en los ojos, atinó a decir que ya nada sería igual, porque “un nuevo amanecer acogería a todos con la bendición del Señor”. Mientras tanto, varias unidades del Metropolitano eran consumidas por el fuego y la Plaza San Martín estaba cubierta de un mar humano que festejaba la victoria recién conquistada. En algún lugar de la capital, el nuevo presidente, en un momento desesperado, dio un emotivo discurso de paz y tolerancia por querer poner fin a los enfrentamientos de las últimas horas, para luego dejar los destinos del país en manos de un comité constitucional que asegurara la transición a un nuevo gobierno que fuera elegido democráticamente en las urnas. El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas obligaron a sus tropas mantener el estado de sitio en salvaguarda del orden sin hacer un solo disparo. Su función, entonces, era la de proteger a la mancha humana que seguía interactuando tanto en las calles de la capital como en las del resto del país.

Como en la escena final del Regreso del Jedi, el júbilo en cada una de las ciudades más importantes de nuestra nación duraría semanas, y los responsables serían llevados a corte marcial y sentenciados a una pena similar al derramamiento de sangre de aquellos dos jóvenes que, lamentablemente, estuvieron en el lugar y momento equivocados. “Todes estames indignadísimes”, vociferó una enérgica feminista que enarbolaba una bandera multicolor, mientras un sacerdote se quitaba la sotana para danzar junto a unos adolescentes sin sentirse tentado por los demonios de la carne.

Las cosas pasadas son las cosas del presente, dijo el poeta en su lecho de muerte. La realidad implora justicia, dijo un exdictador.

Mientras marcamos la diferencia de ciertas nociones de conducta sobre los acontecimientos antes descritos, es menester tener en cuenta que el derecho de la Constitución nos ampara por mostrarnos una conducta justa y soberana cuando se trata de reclamar justicia por momentos así, repletos de inmundicia moral. El poder corrompe y no hacemos nada por evitarlo porque es una cuestión de costumbre y se vería mal que no lo hubiera.

Aquellos que hablan de corrupción, que se jactan de luchar contra ella, son los mismos que ocultan sus verdaderas intenciones, preocupados más en el voto del electorado que de sus necesidades inmediatas, sin importarles que son ellos los que los llevaron a ocupar ese lugar, y son a ellos a los que deben responder; de lo contrario, también tienen la potestad de sacarlos. La falta de representatividad se hace evidente cuando cometen actos impropios de un funcionario público y en general, todo lo que conlleva responsabilidad.

El sepelio de estos dos jóvenes contrasta con el frío amanecer de un país acéfalo, sin gobernante, sin nadie que pueda velar por los millones de compatriotas que esperan con ansias el tan soñado equilibrio de poderes, trabajando en conjunto por ellos, para ellos y con ayuda de todos nosotros en pro de un país más unido, más inclusivo, más educado y económicamente potenciado para expandir sus horizontes ad portas del bicentenario. ¿Ese es el futuro que nos espera? ¿Es la herencia que dejaremos a nuestras hijas e hijos? Un tema que aún no acaba, que está en discusión y que está abierto al debate. De nosotros también depende sintonizar con los menos favorecidos. Si no hacemos nada para modificar esta sociedad, estaremos condenados por siempre. Es momento de cambiar, es momento de combatir, de alzar la voz por la reivindicación del ciudadano contra la tiranía. Es momento de despertar.