viernes, 4 de diciembre de 2020

Capítulo 2: Crónicas intempestivas (La incertidumbre de la siguiente fase)

De manera errónea cuando miramos las probables alternativas que harán cambiar el desarrollo de la historia, parece increíble cómo despertamos nuestro yo dormido hacia una eventualidad sacada de una novela de ciencia ficción o antelación. Los precursores del género no sospecharon que sus ideas serían el caldo de cultivo para transformar el mundo en una granja orwelliana, escondida del ojo público y endiosada hacia límites nada halagadores. Predecir el futuro o sospechar de los cambios significativos que engendraron poluciones proselitistas, no es más que la confirmación de que estamos frente al final de lo que hoy se conoce como conciencia humana.

El ser y la nada son evidentes. Es aterrador pensar que el mundo terminará este 31 de diciembre de 2020 y a nadie parece importarle qué pasará en la siguiente temporada de The Mandalorian. ¿Llegaré a comprarme ese De Lorean a escala del que tanto he soñado? Ni siquiera sé qué voy a hacer con mi colección de la saga del infinito. Si ya no estaremos, no puedo imaginar que sobreviva al tiempo, entre polvo y humedad. Las calles quedarán vacías y la vacuna será otro experimento fallido que generará guerras entre las potencias que desean presumir de su poderío tecnológico en lugar de pensar en el bien común.

Joy Cei Lin era una destacada bailarina del Teatro Nacional de Taipéi. Sin embargo, un día se fracturó el dedo pequeño del pie izquierdo y perdió la oportunidad de viajar a Suecia para una presentación nada menos que con la realeza de dicho país. Le diagnosticaron estrés post traumático y dejó la danza; ahora, solo vive de sus recuerdos y del dinero que le genera su propia cafetería, cuyo principal producto de bandera es a base de caca de murciélago. Todo empezó ahí, dicen los expertos. La verdad de las cosas es que es el mismo ser humano quien crea toda esa paranoia bacteriológica de querer culpar a los que nada tienen que ver en el asunto. No es un misterio que todo empezó en un laboratorio en respuesta a un supuesto espionaje industrial por descubrir qué causaba la enfermedad de la que nadie quiere nombrar, pero sabe que estará gravitando en nuestro sistema… al menos, en los próximos cinco años.

Si Franz Kafka viviera diría que La metamorfosis no es más que la confirmación de nuestros propios temores. Pero una cosa sí es cierta, esta purga ha sido útil y necesaria para mantener el equilibrio de la especie. La sobrepoblación es un asunto delicado y qué más importa si se van unos cuantos millones que alivie el porcentaje de habitantes por metro cuadrado. “Los murciélagos son los que deberían desaparecer”, diría un especialista en virología. ¿Y qué pasa con Batman? ¿Gotham podría sobrevivir sin él?

Ahora todo se concentra en los miles de millones de dólares que las grandes corporaciones de laboratorios van a recibir a cambio de mostrar su mayor logro, después del ébola, del VIH, el ántrax y la píldora del día siguiente (según el Opus Dei). El chip de Bill Gates no debería descartarse en lo absoluto, porque será de uso corriente en los próximos años, si es que ya no se ha implementado de manera remota gracias a Tik Tok, cada vez más embrutecedor de la conciencia mundial en cómo hacer un vídeo sin que en este no haya un fantasma o un fenómeno inexplicable.

Todos tenemos miedo. No es para menos. No basta que nos desangremos en luchas fratricidas, solo fue necesario abrir la caja de Pandora y dejar escapar a todos los males que nos han aquejado en este año que finaliza, junto con las tres cuartas partes del planeta, incluyendo al que escribe estas líneas más por desahogo mental que por analizar el panorama luego de una incesante batalla espiritual por conseguir un poco de leche fresca.

De nada sirve pregonar la verdad cuando ya nadie hace caso al sentido común. Ni se puede discutir con una mujer no sin antes acusarte de agresión psicológica enviándote a prisión solo porque elogiaste su belleza. Mejor ponte un burka y todos felices. Nadie saldría lastimado, solo un servidor porque los musulmanes fundamentalistas me sentenciarían a muerte por mencionar su traje sagrado. Pero ese no es el punto. El punto es el signo que se pone al final de la oración. Como esta.

No hay comentarios: