martes, 25 de junio de 2019

La tesis de la mala leche

Es fácil criticar las acciones de los demás con recetas que ningún otro puede concebirlas, ni siquiera los propios protagonistas. Hoy nuevamente siento que esa figura se repite luego del resultado Perú-Brasil en esta Copa América 2019. No soy aficionado al fútbol, ni creo tener pasta para el juego. Como dicen, tengo dos pies izquierdos. Sin embargo, cuando se trata de la Selección, me aúno a los demás en esta fiesta del balompie, que de por sí me resulta angustiante, porque está la idea de que mi país no va a salir bien parado aunque hayan puesto alma corazón y vida en el campo de juego. Lo que aquí nos lleva a reflexionar no sobre el desempeño de los jugadores, sino de aquellos que dicen ser "comentaristas deportivos" (que de deportivos no tienen nada porque solo hablan de fútbol, y el fútbol es una de las tantas disciplinas deportivas que se conocen, así que el término comentarista deportivo o "bloque deportivo" de algún noticiario, no tiene cabida; más bien, debería de llamarse bloque futbolístico) que se desviven en cada partido siempre y cuando Perú da la talla con anotaciones de Guerrero, Farfán o Flores. ¿Y qué pasa cuando ocurre lo del último sábado? Cinco goles tampoco es poca cosa, y eso lo saben muy bien nuestro equipo. La mayoría (además de los seudohinchas) coincidió en afirmar que la selección ya fue, que no debería seguir en la Copa, que su clasificación a cuartos de final fue pura chiripa, entre otro puñado más de etcs. ¿Se les apagó el amor por la bicolor?

Cuando Perú demuestra ser un equipo competitivo, todos nos abrazamos, cantamos el Himno Nacional con lágrimas en los ojos y nos reconocen como la mejor hinchada del campeonato. Y cuando no, miramos al costado, sentimos vergüenza y empezamos a dar las recetas que mencioné líneas arriba. Ahora todos se ponen la camiseta de DT y ofrecen una serie de soluciones que debieron ejecutarse en el momento del partido: "Fulano debió haber hecho esto", "Mengano estaba mal parado", "Zutano tenía haberla cabeceado en el ángulo", "Yo cambiaría a Perengano por este otro" y más etcs. Vamos, después de todo, es un juego. Se gana o se pierde. Nadie dice nada cuando chicas karatecas ganan torneos o nadadores se fajan por conseguir un cupo en las Olimpiadas o Panamericanos. El fútbol parece ser una droga difícil de expectorar del torrente sanguíneo. El mundo se acaba cuando Brasil nos echa cinco pepas en un solo partido. ¿Y?

Y esto no es de ahora. Viene de atrás, de décadas de oscuridad para este deporte, que dicho sea de paso mueve miles de millones de dólares alrededor del mundo y del cual se benefician instituciones y medios de comunicación, los mismos que dicen apoyar a la selección (cuando le va bien). Ahora todos piden la cabeza de Gareca, ahora todos quieren ser DT y cuestionan a los jugadores y directivos y hablan de posibles problemas internos. Si tuviera que parafrasear un título sería Por un puñado de goles. Un título que nos devuelve a la realidad de hace más de treinta años. Bastaron cinco goles para darnos cuenta de que esta selección no sirve y debe pasar al retiro inmediato. Qué fácil, ¿verdad?

Tal vez el problema no sea que la selección haya tenido su peor tarde, sinos cuán oportunista es nuestra hinchada y los medios de comunicación, quienes deberían ser los primeros en apoyarlos en las buenas y en las malas. Si el resultado hubiera sido al revés, la historia sería diferente. Obvio. No pasaba nada, el status quo seguiría primando en nuestro corazones. Y no es así. Perder no hace la diferencia, perder nos enseña a ser mejores en la próxima.

Lejos de analizar los problemas de juego y de estrategia del DT, me resulta imposible no dejar de pensar en una teoría que me anda revoloteando las entrañas: ¿Será, acaso, que esta derrota ha sido adrede? La selección no estaba en su mejor performance con Venezuela y Bolivia, pero hizo la lucha. En cambio, con Brasil parecían aficionados y desarticulados completamente. Es como si les hubieran pedido por lo bajo que se dejaran ganar o alguien de la FIFA activó el MK Ultra a Gallese para dejarlo como un zombie en todo el partido. NO soy conspiranoico, pero si lo ves fríamente, todo ocurrió después de los primeros quince minutos de juego, cuando los brasileños empezaron a poner presión con reiterativos fouls que culminaron con los sueños de miles de niños que comen fideos Lavaggi. Desde ese momento Perú desapareció de la cancha, no era más ese equipo que nos entusiasmó en las eliminatorias y en el Mundial. A mí me resulta extraño (y anecdótico).

Finalmente, más allá de las teorías de conspiración de las que tanto les gusta hablar a Dross o a Hypnosmorfeo, la selección merece todo nuestro apoyo. Seamos verdaderos hinchas, no para la foto ni para el gol momentáneo. Llevemos la camiseta con orgullo y sentir la peruanidad en la sangre. Es el tópico del peruano: sacar cuerpo rápido cuando las papas queman. Hay que hacernos respetar, respetando a los jugadores dentro y fuera del campo de juego. Entonces, no volveremos a sentir vergüenza por un resultado como este.