lunes, 25 de marzo de 2013

Una noche de copas

Hacía tiempo que no compartía la mesa con unos amigos a los que no había visto juntos desde que decidieron separarse y cada uno tomar su propio sendero. Su relación fue una de esas tormentosas experiencias que jugaba a doble cachete, soportando la infidelidad de uno y la neurosis de la otra. ¡Quién hubiera imaginado que llegarían a convertirse en la versión local de La guerra de los Roses!, aunque alcanzando niveles fuera de esta galaxia. Y como en toda relación, al principio era una constelación de besos y caricias y juramentos eternos, que terminaron en una serie de conflictos sado-masoquistas con consecuencias funestas que derivaron en arrastrar a sus respectivas familias. El peor error que pudieron hacer fue vivir en casa de la madre del novio, una mujer que no tenía pelos en la lengua y que jamás aceptó la relación de su hijo con esa "mujer de bajo nivel", no por lo pequeña sino por el carácter arrabalero como se manejaba entre los círculos sociales que ostentaba concurrir.

Un miércoles por la noche tuve el agrado de recibir la llamada de Sandra. Se había reencontrado con Johnny en buenos términos. Él deseaba que le devolviera la cafetera y un par de calzoncillos sin usar que dejó en la cómoda del dormitorio. Dijo que una cosa llevó a la otra. El clic hizo posible que las mariposas volaran a su alrededor y una serie de fuegos artificiales sucumbieran en el cielo del ensueño, dejando claro que aún había posibilidades de reconciliación. No podían esperar el momento de anunciarlo a sus amistades más cercanas que se volvió el acontecimiento del mes. El sábado prepararían una reunión íntima en casa de la madre. Creí que cometían un error sabiendo los antecedentes que llevaron a la fragmentación de su relación. Por ese entonces, no había un día que la madre se entrometiera en las decisiones que ellos tomaban como pareja. La mujer era una enciclopedia de consejos y recetas milenarias que llegaron a hartar a la muchacha, y a Johnny naturalmente, cuyas peleas frecuentes y desquiciantes, lo sumergían en una vorágine de alcohol y sexo lejos del escrutinio público, que hacían más intolerante la convivencia entre esos tres seres que vivían dentro de una telenovela de la vida real.

Como bien dijo Sandra, al parecer las rencillas entre ambas mujeres había pasado y tomaron una actitud más razonable que las llevó a convivir como gente civilizada, aceptando con agrado que la reunión se hiciera en su casa. Y por si fuera poco, sería ella misma quien prepararía una cena especial de buena voluntad. Con tal que no tuviera cianuro, la cosa podría no ir tan mal esa noche. Asimismo, Sandra aprovechó la oportunidad de presentarme a una amiga suya, sabiendo que yo permanecía soltero luego de una larga separación, que acepté entre la duda y el temor, ya que no tenía referencias de su persona ni me sentía listo retomar una relación de este tipo.

El sábado llegamos temprano. La casa no había cambiado mucho a como la dejé la última vez que estuve ahí, luego de los bochornosos incidentes que protagonizaron los susodichos tortolitos. La madre era una mujer menuda de mediana edad, que llevaba dibujados en el rostro los golpes de la vida. La mirada de comadreja detrás de esas gafas de latón, era intimidante; y aún conservaba esa voz chillona y exaltada, que repelía de tan solo escucharla reír. Imaginaba que con esa misma voz increpaba todos los días a Sandra sobre su mal comportamiento como mujer de su hijo; aquellas peleas de las que tanto recordaba gracias al valor que le otorgaba el licor en una noche de copas, acompañada de su amiga, la que escuchaba solemnemente y trataba de aconsejar en tomar buenas decisiones.

Mientras esperábamos a que llegara, preparamos unos piqueos antes del almuerzo y empezamos la ronda cervecera. Johnny ya estaba bajo los estragos de la bebida y empezó con sus alegatos al sistema y cómo El caballero de la noche asciende marcó un antes y un después en la concepción que tenía de la sociedad. Como bien dijo: "No necesito de una máscara para sentirme solo", que poco a poco Sandra iba perdiendo la paciencia, pateándolo por debajo de la mesa. La madre, como siempre, no dejó de lado sus épocas de oro frente a su ex nuera que no le faltaron motivos para hincarle con indirectas muy directas. El ambiente cambió un poco con la llegada de Leslie, quien parecía conocerme de toda la vida. Supuse que su amiga había hecho su trabajo de relacionista pública y contarle mi vida antes de llevarse una decepción abrumadora. Mis temores no tenían fundamento y le caí bien desde el primer momento que intercambiamos saludos.

Admito que me sentí intimidado al principio, que con el paso de las horas ya habíamos roto el hielo y congeniamos a la perfección. Hice gala de mis proezas culinarias con el preparado de unos tequeños de pollo que fueron devorados enseguida. Preparé pisco sour y un cóctel con jarabe de granadina que pusieron la nota festiva a la noche. Mientras tanto, Johnny no tenía motivos seguir viviendo dentro de esta realidad. Las latas de cerveza desfilaban frente a sus ojos cada vez más deprisa, que se agotaron pasada la medianoche. Una vez más hizo gala de su verborrea y no dejó de encontrar la oportunidad de improvisar su mejor repertorio de "hombre interesante". Afortunadamente, Leslie lo conocía muy bien y sabía de qué pie cojeaba, que sus alusiones sexuales se las tomaba muy a la ligera. Cuando la madre abrió la boca, pensé que la reunión había llegado a su fin. No había un momento donde sus comentarios fuera de lugar inundaban mi mente de interrogantes, que me ponían en la disyuntiva de irme o quedarme. La mujer trataba de ser divertida, es un mérito viniendo de alguien que vive dentro de una constante amargura de tiempos pasados, que no desea olvidar. Tampoco éramos unos conversadores ilustres que iluminábamos la ignorancia con nuestro saber, pero la madre era un caso vergonzoso de querer calzar con otros temas ajenos a su dominio. De no haber sido por Leslie, quien trataba de que mantuviera la calma, creo que la historia sería otra.

Pero una cosa curiosa ocurrió. Con Leslie, la señora optó por un trato más sostenido, pertinente, amistoso, que sorprendió a propios y a extraños. Cuando se hizo muy tarde, porque no pensaban quedarse tanto tiempo, la madre de Johnny le dijo que podía quedarse. ¡Hasta ella misma le preparó la cama! A Sandra, por supuesto, eso le golpeó en el orgullo. Desde que frecuentaba la casa, nunca recibió un trato similar; al contrario, era expectorada de inmediato y podía escucharla desde el otro lado de la habitación decirle a su hijo que no deseaba que pasara la noche aquí. Bueno, no hay una fórmula que explique el comportamiento que pueda tener una madre con su nuera, mucho menos tener afecto por una persona ajena al círculo habitual. Leslie, naturalmente, tenía encanto y sabía ganarse la confianza de cualquiera. No estaba en sus planes recibir tantas atenciones, sabiendo cómo era el carácter de la madre, que sintió vergüenza al no impedir que fuera de esa manera cómo estaban transcurriendo los hechos.

Ya Sandra había perdido el conocimiento de tanto beber ese cóctel, solo para acallar la indignación que sacudía su rechoncha figura. Al principio, Johnny trataba de que guardara las formas, hasta que comprendió que no debía aumentar más el fuego con los disfuersos de una mujer alcoholizada que al despertar podría perder los papeles. Leslie y yo solo nos mirábamos sin saber qué hacer. "Somos los únicos cuerdos aquí", dijo. ¡Qué no hubiera dado por que la madre se fuera a dormir! Quería conocer más a esta muchacha, hablar con ella y pasarla bien. No se me dio esa oportunidad. La madre acaparaba la conversación que llegué a convertirme en un convidado de piedra. Leslie me preguntó: "¿Estás bien?" No supe qué responder.

De una cosa estaba seguro. La madre no se movería de ahí hasta que todos nos fuéramos a dormir. Quizá no quería que termináramos en una orgía sobre la mesa del comedor o le rompiéramos las patas al sillón. Esas cosas eran típicas de una madre chapada a la antigua, que veía con desagrado los afectos carnales que se prodigaban los demás. Me resultaba jocoso, así que lo pasé por alto. Ya todo estaba distribuido según sus parámetros: Leslie y Sandra dormirían en el dormitorio de Johnny, mientras que éste y yo nos acomodaríamos en la sala; pero cuando vi que sacaba otro pack de cerveza, supe que deseaba continuar la jarana conmigo. Lo único que me quedó por hacer era irme de aquella casa, no sin antes recibir las críticas respectivas. Fue suficiente información en una sola noche. Lástima por Leslie, empezaba a gustarme. Pensé que conseguiría su número telefónico más adelante, cosa que me tranquilizó enormemente. Esa historia tendría un capítulo aparte. Creo que me lo merecía.

viernes, 15 de marzo de 2013

La revocatoria va al cine

Anticipándonos al estreno mundial del 17 de marzo, la cartelera local nos trae una variada programación cinematográfica de obras excepcionales, aclamadas por la crítica; algunas de ellas galardonadas en los más prestigiosos certámenes internacionales, que deleitarán al público por su calidad interpretativa y visual. El tema de la revocatoria ha sido expuesto de manera brillante, tiene los elementos necesarios que atraparán al espectador de principio a fin. Los protagonistas, cotizados astros que durante las últimas semanas han promocionado sus respectivos filmes, han utilizado las redes sociales como medio de difusión que hacen de esta una experiencia inolvidable. Algunos de ellos han sido nominados en sus respectivas categorías, como Patricia Juárez, a Mejor Actriz de Reparto, y Luis Tudela, a Mejor Guión Original.

A continuación, las películas que deberías ver esta semana:

No. La historia de un país polarizado al decidir en las ánforas el destino de una ciudad.

Mañana te cuento. Comedia de enredos que nos narra los acontecimientos que suceden al día siguiente de la consulta popular.

Bastardos sin gloria. Un grupo de comandos encabezado por el sargento Marcoturbio Raine, empecinado en derrocar a una alcaldesa incapaz de gobernar una ciudad al borde del caos.

Los miserables. Versión musical de Bastardos sin gloria, con el mismo reparto.

La amante del teniente francés. Drama épico inspirado en las cartas que la duquesa de Villareis escribió al teniente Guterraix durante la guerra franco rusa. La dama de sociedad vive una difícil decisión, que cuando dice NO es porque al final dice que SÍ.

D'Lucho desencadenado. Como dice el personaje: "La D es muda", tiene la tarea de encontrar el amor que le fue arrebatado: su sillón municipal.

Los hermanos caradura. Estos tipos son de lo peor. Vidal y Gutiérrez se juntan en esta trepidante aventura contra reloj y ponen de vuelta y media a toda una ciudad, mientras las encuestas los favorezcan; de lo contrario, armarán una serie de leguleyadas con el fin de desprestigiar a sus adversarios.

La palabra del mudo. Versión cinematográfica de la aclamada obra de Julio Ramón Ribeyro. Luna Gálvez, su director, afirma que se trata de una pre-cuela que explica el origen de la pérdida de voz del protagonista.

La gran estafa. Danny "Marcoturbio" Ocean vuelve a la carga junto a su variopinta banda de estafadores, quienes esta vez tratan de desfalcar al Casino Metropolitano. Con el cuento de la revocatoria, pretenden que se les pague por los servicios prestados como indemnización al tiempo empleado en huevear al electorado.

El mago del No. Susanita llega al mundo maravilloso del No, donde deberá encontrar al mago del título a que la ayude a defender su casa de las garras de unos siniestros seres de la oscuridad. Ayudada con un fiel Hombre de lata Zegarra, Espantapájaros Secada y el león cobarde García Guerra, atraviesan el camino amarillo de Circunvalación, sorteando una serie de imprevistos.

Los 39 escalones. Remake de Los 39 escalones, de Alfred Hitchcock. Los escalones a los que se hace referencia son un grupo de regidores que luchan desesperadamente por conservar sus puestos en la alcaldía de Lima, demostrando una buena gestión hasta el momento.

¿Y dónde están los revocadores? Delirante comedia de humor negro escenificada en un debate televisado, que pretende sustentar la permanencia o no de la actual gestión municipal. El chiste consiste en que los revocadores brillan por su ausencia. Miguel Saldaña, quien personifica al hombre invisible, es elogiado por su magistral interpretación.

Blanca Nieves y el revocador. Marisa Glave, la bella del cuento, se enfrenta a la reina bruja de Juárez, la que envía con engaños al bosque y solicita a un revocador que le entregue su corazón como prueba de su despiadada misión. Sin embargo, el tipo se apiada de la muchacha, que en lugar de decir No, quiso decir SI, y la dejó huir.

Todos los hombres del exalcalde. Thriller político sobre los negociados bajo la sombra de un hombre que quiere volver al poder, ayudado por un grupo de aduladores que también quiere su tajada. La mejor escena de la película es aquella en que se escucha un audio explicando cómo mueve los hilos de la revocatoria.  

domingo, 10 de marzo de 2013

Disculpa, ¿te conozco de algún lado?

Pepe era un picaflor empedernido. Enamoraba a cuanta mujer se le cruzaba en el camino, cayendo rendida a sus pies de inmediato. Su verborrea, su facilidad de encandilar, le proporcionaba degustar de las más exquisitas vertientes de la feminidad actual. Y nunca perdía la costumbre de verse rodeado de chicas guapas y que muchos de nosotros nos sentíamos tan abrumados de contar todos los días una pareja diferente, mejor dotada que la anterior. Y no descartaba a nadie: altas, bajas, delgadas, gordas, negras, blancas, chinas, cholas. Estas últimas le volvían loco. Sus preferidas eran las cholas power, aquellas de cuerpo espectacular pero con rostro matado, que sin importar su apariencia las domesticaba con las luces apagadas o con una almohada encima. Era la envidia del barrio y el terror de las amas de casa. Cierto día, en medio de un refrescante intercambio de cervezas en el bar de la esquina, le preguntamos cuál era su secreto. Pepe, como era obvio, no quiso discutir el asunto y se limitó a beber tranquilamente de su vaso. Ante la insistencia de quienes le hacíamos el coro, no tuvo más remedio que divulgar su método, uno que nunca falla y que ha hecho de él todo un personaje.

Una de las cosas que deberíamos tomar en cuenta -nos dijo- es tener fe en uno mismo si queremos ganar la confianza de la fémina. Por ejemplo, cuenta cómo le fue con una impulsadora de supermercado. La chica tenía lo suyo: alta, bien proporcionada, de hermoso cabello castaño y un rostro digno de ser enmarcado en un póster de cosméticos. Llevaba un uniforme amarillo, muy ceñido al cuerpo, en representación de una conocida marca de cerveza. Apenas la vio se dijo que ella sería su próxima conquista. Empezó a pasear entre los estantes, como quien busca algo que comprar. Y cada vez que se la cruzaba, la miraba con interés; pero seguía de largo hasta volver a ella y preguntar: "Disculpa, ¿nos conocemos de algún lado?". La muchacha, por supuesto, sorprendida, solo atinaba a decir que no, dudando si realmente era un conocido o no. Así empezaba la cosa, y poco a poco le sonsacaba más información de lo que ella podía dar. Claro que, no funcionaba con cualquiera. Pepe sabía a quién hacerle ese mismo juego. Esta vez, la muchacha se convenció de que quizá lo haya visto en otro supermercado, porque regularmente iban rotando de local en local. Ese era el quid del asunto del porqué le costaba tanto recordar su cara. Terminaron saliendo y la historia sería recordada como una más de las tantas aventurillas pecaminosas de nuestro gran amigo Pepe. Esa noche, decidimos poner en funcionamiento esa táctica y una semana después volver a exponer los resultados.

Pasada la semana, el pacto se hizo realidad. Nos encontrábamos alrededor de una mesa en el mismo bar de la esquina. Pepe encabezaba la escolta y cada uno dio su versión de los hechos. Los dos primeros que se animaron a revelar cómo les había ido, salieron mal parados, porque la táctica no les resultó como quisieron. El error fue que se encontraban demasiado ansiosos y eso, amigos míos, era tan evidente para una mujer que las obliga apartarse de inmediato. El tercero de los involucrados no le fue tan mal, pero perdió la posibilidad de pedirle el número telefónico porque el novio vino a aguarles la fiesta. Parecía que la muchacha estaba dispuesta a convencerse que se habían conocido en alguna discoteca. Mala suerte, dijo Pepe.

"¿Y tú?", me preguntó. Hice lo más adecuado en estos casos. Fui a un supermercado y le eché el ojo a una impulsadora de galletas. Llevaba una bandeja con una variedad de productos a escoger. Empecé a comer pedacitos de cada una mientras iba soltando algunas frases ingeniosas sobre el sabor y la tradición que las galletas tenían en mi vida. A la chica le caí bien enseguida porque dejó de lado sus responsabilidades y desatender a los demás clientes que querían probar un bocadito. Y suelto de huesos revelé lo que todos estaban esperando: "No sé porqué, pero me pareces conocida. ¿No te conozco de algún lado?". ¡Eureka! Salí ganando porque vive a cuatro calles de mi casa y, barajándola -porque nunca la he visto en mi vida-, habremos tropezado un domingo en el mercado. Quedamos en vernos el martes y ver qué estaba a nuestra disposición.

Entre aplausos de los presentes, les interrumpí porque la cosa no terminaba allí. Llegó el martes a las 7.30 pm., hora del encuentro, y nunca apareció. Desilusionado, llamé a su celular y dijo avergonzada que se había olvidado. Temprano debía ir a su empresa y reportar las ventas que logró durante el fin de semana. Estaba tan cansada cuando regresó, que se metió a la cama de inmediato. Entonces, haciéndome el ofendido, traté de que se sintiera un poco mal por el desaire. Fue ella quien sugirió compensar la falta saliendo al día siguiente y encontrarnos a la misma hora. Acepté, dudando si esta vez sería factible concretar la tan ansiada cita. Me prometió que estaría ahí en punto.

A la noche siguiente, mi preocupación se hizo evidente pasada las 7.30 pm. Mi nueva amiga no aparecía. Otra vez me la hizo, pensé. Quince minutos después, la veo llegar, apuradita e incómoda por el retraso. Nos dimos un beso en los labios, cosa que me sorprendió e intenté disimular. Vaya, pensé, esta quiere ir más allá de una buena vez. Pidió disculpas por el atraso y me explicó que su hermano quería acompañarla aprovechando que también iba a encontrarse con unos amigos. Su negación le costó la serie de interrogantes que el resto de la familia trató de desentrañar. Esta vez ganó la pelea y salió a mi encuentro.

Caminamos, hablamos de nuestros respectivos oficios y proyecciones a futuro. Sin previo aviso, como si alguna fuerza del destino nos lo hubiera puesto al frente, estábamos en un bar bebiendo cerveza. La cosa fue tan espontánea que las jarras aumentaban sobre la mesa sin ningún atisbo de protesta por parte suya. Al menos, yo sé mantener mi nivel de alcohol, pero a ella pareciera que tomaba agua porque estaba tan lúcida y tan desenfrenada en su elocución, que pedí la cuenta de inmediato. Sin embargo, al salir le dio aire y toda la ebriedad que no se había evidenciado anteriormente, se volcó sobre ella como un chorro de agua, que tuve que cogerla para que no se cayera. La cogí de la mano y así anduvimos un largo trecho y buscar la manera de que se le pasara la borrachera. En una esquina, me abrazó, agradecida por cuidar de ella; me miró a los ojos de una manera tan extraña que me sentí intimidado y dijo: "¿Qué hacemos? ¿A dónde vamos?". Eso significaba una sola cosa. Creí que se molestaría o me mandaría al diablo. Todo lo contrario. Entramos al hostal más cercano como si ya lo hubiéramos hecho muchas veces. Y lo hicimos.

Pepe estaba más sorprendido que el resto. Le había ganado, porque a él no le pasaba lo del hostal sino a la tercera cita. Una de dos, dijo otro, o eres un suertudo o la chica es  recorrida. Puede ser, dije, pero el problema es que me gustó tanto que le pedí otra cita, esta vez más elaborada y ella, obviamente, estaba tan encantada que aceptó sin dudar. "¿Por qué problema?", preguntó Pepe. Empezaba a gustarme. Teníamos muchas cosas en común y vivíamos tan cerca, que si podía hacerlo conmigo, podía hacerlo con cualquiera. "Simplemente no te enamores", dijo. Y le hice caso.

El día de nuestro nuevo encuentro, no se apareció. Llamé a su celular, pero estaba apagado. Como nunca dijo exactamente donde vivía, nunca pude ubicar su casa ni me tomé la molestia de pasear por el mercado el domingo. El fin de semana fui al supermercado y no la encontré. Ese día, según una de sus compañeras, no vino a trabajar. Debía haber estado ahí, porque no tenían orden de cambio de local. Extraño, muy extraño. No volví a verla y, aunque sonara extraño, su amiga también pasó el control de calidad la vez que regresé por si acaso viera de nuevo a mi amiga fugitiva. Me reconoció en seguida y dijo: "Disculpa, ¿te conozco de algún lado?".

jueves, 7 de marzo de 2013

Noches de insomnio

Sé que las cosas no marchan bien dentro de mi cabeza. La fuerza de voluntad y de vivir las he ido perdiendo a medida que el desencanto me ha convertido en un ser sin horizonte ni rumbo. Fumo compulsivamente. No sé cuántas cajetillas habré consumido a lo largo de la semana, que mi ropa huele a discoteca y mi garganta pide a gritos pastillitas Vick. Una amenaza que ronda mi cotidianidad es empezar a beber. No soy muy aficionado a la bebida, pero el vino acabó por convencerme que nada es imposible. Al menos, el tequila lo uso cuando me siento peor que cualquier noche de insomnio. No duermo lo necesario. ¿Cuál es el tiempo reglamentario para alcanzar el sueño perfecto? ¿Ocho, diez horas? A medida que las cosas se pusieron grises, hasta alcanzar tonos oscuros, yo diría que mi sueño fue bajando progresivamente de seis a cuatro horas y terminar con escalas de diez minutos. Trato de escribir, pero las ideas ya no funcionan como antes. Ni Beatles ni Doors ni Cash ni Dylan pueden ayudarme. ¿Hemingway, Joyce, Dos Passos, Kundera? Nada me conmueve, nada me llena. He perdido la batalla.

He entrado en un período de abstinencia y apatía sexual. Las mujeres no me atraen. Sería más fácil admitir que soy gay, pero reconozco que los hombres no son de mi gusto; así que, aliviado, he redescubierto que soy heterosexual. Sin embargo, rechazo el compromiso, doy la espalda al sentimiento, a la interacción social. El sexo nada tiene que ver. Es otra cosa. Ya ni deseos de masturbarme me obligan a quererme a mí mismo ni pagarle a una puta a que me haga el favor. ¿Qué favor? El favor se lo estoy dando yo al pagarle unos míseros cien soles por una hora y malgastar mi tiempo tratando de satisfacer mis deseos reprimidos.

He descubierto también que el vacío del alma no puede aliviarse artificialmente, menos aún aferrarse a una fe que no tiene sentido, que ha sido prostituida por gente hipócrita y oportunista. Cristo no quiso que lo que sucede con su doctrina se convierta en un botín. ¿Vender mi alma al diablo? ¡Es una estupidez! Si Dios no existe, mucho menos existirá Satanás. El bien y el mal son conceptos abstractos que la misma sociedad ha convertido en un alegato a la impunidad. Marco Tulio es un granuja, un homosexual reprimido que desea a toda costa que su marido Castañeda lo mantenga, lo avale, lo ponga en cuatro hasta llevarse muy campante el dinero de la comuna. Porque la verdad es irrefutable. La revocatoria es un mal chiste con redoble de tambores y bufidos estrepitosos; la muerte de Hugo Chávez es un misterio, como la leyenda urbana que dice haber recibido la maldición de Bolívar, solo por exhumar sus restos. La CIA le puso algo en la sopa, eso es evidente. ¿Que practicaba la santería? Yo practico la indiferencia ciudadana, y eso no es delito.

Seis noches consecutivas sin cerrar los ojos. Ni siquiera Freddy Kruger hace el honor de visitarme ni espantarme un rato. Ni los mostritos de Monster Inc. se atreven a pasarme la voz. ¿Es que ya nadie me quiere? ¿Por qué tendrían que quererme? ¿He hecho algo para que lo hagan? Soy un cero a la izquierda, un fracasado con zapatos bamba y corbata roja desgastada por el uso. Deambulo por las calles de Lima, solo y acongojado, muerto en vida que se enamora de la primera cojuda que se le atraviesa en el camino. Pero ya no me enamoro, una lección aprendida hace mucho tiempo, y un lamento que no tiene camino de retorno. Lo siento por mis ex... pero, sinceramente, nunca estuve enamorado de ellas. Era deseo, deseo de estar con alguien, de sentirme protegido por un alma caritativa, incondicional, complaciente. Sí, pues, fui un canalla. Toda esa mierda que alguna vez despotriqué y ridiculicé en mis escritos. En eso me convertí. En un manipulador, egoísta y egocéntrico hijo de puta -con el perdón de mi madre- sin respeto ni consideraciones por ninguna de ellas ni por mis conocidos. Hice creer a muchos que era una víctima, un niño incomprendido por su padre, al que le gustaba maltratar y subestimar mi talento y mi razón de ser en esta vida. ¡Hubieras hecho abortar a mi madre si no querías tenerme! Hasta ahora se lamenta no haberse ido a Estados Unidos a seguir el sueño americano. ¿Quién te detuvo? ¿Tu falsa idea de padre responsable? ¡Ni siquiera sabes pronunciar "How are you" ni "What's the metter"!

Sí, fui una víctima, una víctima de mi propia visión, de ser diferente a mis hermanos, a las esperanzas que mis padres buscaban en mí y lo que podría llegar a ser. Disculpen si los defraudé. Tomé mi propio camino y les di la espalda. Alguna vez habré pensado si realmente soy adoptado. Porque no me parezco a ninguno de ellos; no en lo físico, sino en carácter, en afinidad. Desde que tengo memoria me he caracterizado por ser el chico solitario, que vivía en su mundo sin estorbos. Suena irónico, pero he querido destacar y ser reconocido, por esa misma razón de pertenecer a una sociedad, a un todo. Cuanto más me acercaba, más se alejaban. Decidí alejarme, y son ellos ahora los que se acercan. Esta vez, ya nadie se acerca. Me han abandonado. Tal como siempre quise.

¿Será por eso que mi mujer decidió separarse? Al menos, mis hijas son la respuesta a mis lamentos. Alegran un poco mi agria existencia. Desearía tenerlas más tiempo conmigo, pero es imposible. Ya tienen otro papá que les puede dar lo que yo no puedo en estos momentos. Perdí a un par de diamantes de infinito valor, que ni siquiera luché ni me esforcé por mantenerlas a mi lado. Es la única vez que he querido a alguien de verdad. Pero no es suficiente. Agradezco que sea un buen tipo, que las quiere, que las cuida. Esta vez, mi ex mujer no se equivocó. Muchas veces me han invitado a pasar el domingo con ellos, pero la vergüenza es muy fuerte y no me atrevo a ponerlos en ridículo. Cuando una de mis hijas me llama y pregunta si voy a ir, lo único que digo es "ahí estaré". Y nunca llego.

Amanece. El sol se abre paso entre las nubes y la neblina que viene del mar. Al otro lado, alguien escucha La Inolvidable. José José es tan patético como mi rostro reflejado en el espejo. Quizá vuelva al psiquiatra. Necesito hablar con alguien, al menos, que me escuche. Ya nadie escucha; se dedica a lo suyo y le importa un pepino el resto. La soledad, en estos casos, es necesaria; pero también es una desventaja, pierdes contactos y posibles nuevos trabajos. Sí, pues. Lo único que me queda es jalar del gatillo o hacerle compañía a esos pollos del mercado. Al menos, tendría una buena erección.

Últimas palabras... fuera.

Foto original: fdzeta