lunes, 25 de marzo de 2013

Una noche de copas

Hacía tiempo que no compartía la mesa con unos amigos a los que no había visto juntos desde que decidieron separarse y cada uno tomar su propio sendero. Su relación fue una de esas tormentosas experiencias que jugaba a doble cachete, soportando la infidelidad de uno y la neurosis de la otra. ¡Quién hubiera imaginado que llegarían a convertirse en la versión local de La guerra de los Roses!, aunque alcanzando niveles fuera de esta galaxia. Y como en toda relación, al principio era una constelación de besos y caricias y juramentos eternos, que terminaron en una serie de conflictos sado-masoquistas con consecuencias funestas que derivaron en arrastrar a sus respectivas familias. El peor error que pudieron hacer fue vivir en casa de la madre del novio, una mujer que no tenía pelos en la lengua y que jamás aceptó la relación de su hijo con esa "mujer de bajo nivel", no por lo pequeña sino por el carácter arrabalero como se manejaba entre los círculos sociales que ostentaba concurrir.

Un miércoles por la noche tuve el agrado de recibir la llamada de Sandra. Se había reencontrado con Johnny en buenos términos. Él deseaba que le devolviera la cafetera y un par de calzoncillos sin usar que dejó en la cómoda del dormitorio. Dijo que una cosa llevó a la otra. El clic hizo posible que las mariposas volaran a su alrededor y una serie de fuegos artificiales sucumbieran en el cielo del ensueño, dejando claro que aún había posibilidades de reconciliación. No podían esperar el momento de anunciarlo a sus amistades más cercanas que se volvió el acontecimiento del mes. El sábado prepararían una reunión íntima en casa de la madre. Creí que cometían un error sabiendo los antecedentes que llevaron a la fragmentación de su relación. Por ese entonces, no había un día que la madre se entrometiera en las decisiones que ellos tomaban como pareja. La mujer era una enciclopedia de consejos y recetas milenarias que llegaron a hartar a la muchacha, y a Johnny naturalmente, cuyas peleas frecuentes y desquiciantes, lo sumergían en una vorágine de alcohol y sexo lejos del escrutinio público, que hacían más intolerante la convivencia entre esos tres seres que vivían dentro de una telenovela de la vida real.

Como bien dijo Sandra, al parecer las rencillas entre ambas mujeres había pasado y tomaron una actitud más razonable que las llevó a convivir como gente civilizada, aceptando con agrado que la reunión se hiciera en su casa. Y por si fuera poco, sería ella misma quien prepararía una cena especial de buena voluntad. Con tal que no tuviera cianuro, la cosa podría no ir tan mal esa noche. Asimismo, Sandra aprovechó la oportunidad de presentarme a una amiga suya, sabiendo que yo permanecía soltero luego de una larga separación, que acepté entre la duda y el temor, ya que no tenía referencias de su persona ni me sentía listo retomar una relación de este tipo.

El sábado llegamos temprano. La casa no había cambiado mucho a como la dejé la última vez que estuve ahí, luego de los bochornosos incidentes que protagonizaron los susodichos tortolitos. La madre era una mujer menuda de mediana edad, que llevaba dibujados en el rostro los golpes de la vida. La mirada de comadreja detrás de esas gafas de latón, era intimidante; y aún conservaba esa voz chillona y exaltada, que repelía de tan solo escucharla reír. Imaginaba que con esa misma voz increpaba todos los días a Sandra sobre su mal comportamiento como mujer de su hijo; aquellas peleas de las que tanto recordaba gracias al valor que le otorgaba el licor en una noche de copas, acompañada de su amiga, la que escuchaba solemnemente y trataba de aconsejar en tomar buenas decisiones.

Mientras esperábamos a que llegara, preparamos unos piqueos antes del almuerzo y empezamos la ronda cervecera. Johnny ya estaba bajo los estragos de la bebida y empezó con sus alegatos al sistema y cómo El caballero de la noche asciende marcó un antes y un después en la concepción que tenía de la sociedad. Como bien dijo: "No necesito de una máscara para sentirme solo", que poco a poco Sandra iba perdiendo la paciencia, pateándolo por debajo de la mesa. La madre, como siempre, no dejó de lado sus épocas de oro frente a su ex nuera que no le faltaron motivos para hincarle con indirectas muy directas. El ambiente cambió un poco con la llegada de Leslie, quien parecía conocerme de toda la vida. Supuse que su amiga había hecho su trabajo de relacionista pública y contarle mi vida antes de llevarse una decepción abrumadora. Mis temores no tenían fundamento y le caí bien desde el primer momento que intercambiamos saludos.

Admito que me sentí intimidado al principio, que con el paso de las horas ya habíamos roto el hielo y congeniamos a la perfección. Hice gala de mis proezas culinarias con el preparado de unos tequeños de pollo que fueron devorados enseguida. Preparé pisco sour y un cóctel con jarabe de granadina que pusieron la nota festiva a la noche. Mientras tanto, Johnny no tenía motivos seguir viviendo dentro de esta realidad. Las latas de cerveza desfilaban frente a sus ojos cada vez más deprisa, que se agotaron pasada la medianoche. Una vez más hizo gala de su verborrea y no dejó de encontrar la oportunidad de improvisar su mejor repertorio de "hombre interesante". Afortunadamente, Leslie lo conocía muy bien y sabía de qué pie cojeaba, que sus alusiones sexuales se las tomaba muy a la ligera. Cuando la madre abrió la boca, pensé que la reunión había llegado a su fin. No había un momento donde sus comentarios fuera de lugar inundaban mi mente de interrogantes, que me ponían en la disyuntiva de irme o quedarme. La mujer trataba de ser divertida, es un mérito viniendo de alguien que vive dentro de una constante amargura de tiempos pasados, que no desea olvidar. Tampoco éramos unos conversadores ilustres que iluminábamos la ignorancia con nuestro saber, pero la madre era un caso vergonzoso de querer calzar con otros temas ajenos a su dominio. De no haber sido por Leslie, quien trataba de que mantuviera la calma, creo que la historia sería otra.

Pero una cosa curiosa ocurrió. Con Leslie, la señora optó por un trato más sostenido, pertinente, amistoso, que sorprendió a propios y a extraños. Cuando se hizo muy tarde, porque no pensaban quedarse tanto tiempo, la madre de Johnny le dijo que podía quedarse. ¡Hasta ella misma le preparó la cama! A Sandra, por supuesto, eso le golpeó en el orgullo. Desde que frecuentaba la casa, nunca recibió un trato similar; al contrario, era expectorada de inmediato y podía escucharla desde el otro lado de la habitación decirle a su hijo que no deseaba que pasara la noche aquí. Bueno, no hay una fórmula que explique el comportamiento que pueda tener una madre con su nuera, mucho menos tener afecto por una persona ajena al círculo habitual. Leslie, naturalmente, tenía encanto y sabía ganarse la confianza de cualquiera. No estaba en sus planes recibir tantas atenciones, sabiendo cómo era el carácter de la madre, que sintió vergüenza al no impedir que fuera de esa manera cómo estaban transcurriendo los hechos.

Ya Sandra había perdido el conocimiento de tanto beber ese cóctel, solo para acallar la indignación que sacudía su rechoncha figura. Al principio, Johnny trataba de que guardara las formas, hasta que comprendió que no debía aumentar más el fuego con los disfuersos de una mujer alcoholizada que al despertar podría perder los papeles. Leslie y yo solo nos mirábamos sin saber qué hacer. "Somos los únicos cuerdos aquí", dijo. ¡Qué no hubiera dado por que la madre se fuera a dormir! Quería conocer más a esta muchacha, hablar con ella y pasarla bien. No se me dio esa oportunidad. La madre acaparaba la conversación que llegué a convertirme en un convidado de piedra. Leslie me preguntó: "¿Estás bien?" No supe qué responder.

De una cosa estaba seguro. La madre no se movería de ahí hasta que todos nos fuéramos a dormir. Quizá no quería que termináramos en una orgía sobre la mesa del comedor o le rompiéramos las patas al sillón. Esas cosas eran típicas de una madre chapada a la antigua, que veía con desagrado los afectos carnales que se prodigaban los demás. Me resultaba jocoso, así que lo pasé por alto. Ya todo estaba distribuido según sus parámetros: Leslie y Sandra dormirían en el dormitorio de Johnny, mientras que éste y yo nos acomodaríamos en la sala; pero cuando vi que sacaba otro pack de cerveza, supe que deseaba continuar la jarana conmigo. Lo único que me quedó por hacer era irme de aquella casa, no sin antes recibir las críticas respectivas. Fue suficiente información en una sola noche. Lástima por Leslie, empezaba a gustarme. Pensé que conseguiría su número telefónico más adelante, cosa que me tranquilizó enormemente. Esa historia tendría un capítulo aparte. Creo que me lo merecía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto ...Aplausos!!!!