sábado, 21 de diciembre de 2019

El gran Chaplasky


De repente, la silueta del viejo Chaplasky se alzó entre los escombros de lo que antes fuera un edificio de ladrillos rojos, sumergido ahora en un terreno baldío que en poco tiempo formaría parte de otro de esos conglomerados comerciales que pululan hoy como moscas sobre un pastel. Sus ojos miraban fijamente aquel desolado paisaje, como recordando sus años en que todo estaba en armonía con la ciudad, más equitativo, más ordenado, menos frío y congestionado por el boom inmobiliario. Se pensaría que la modernidad es sinónimo de desarrollo y prosperidad, pero son pocos los que se benefician de dicha expansión, sin pensar en las consecuencias de sus actos: tugurizar una ciudad ya tugurizada por la informalidad, el desempleo, la delincuencia y los políticos oportunistas que buscan llenarse los bolsillos y no de leyes para con los más necesitados.

Chaplasky era un hombre fornido, a pesar de los años transcurridos. Aún mantenía el vigor que lo catapultó a la fama en los prostíbulos de Lima y Callao, demostrando rudeza, pero a la vez pasión y desconsuelo. Fueron aquellos años de polaco recién emigrado en que encontró la libertad creativa que tanto buscaba para sus cuadros y fotografías descarnadas del holocausto y de la realidad oculta en una cajetilla de cigarrillos. Fumaba copiosamente y nunca se enfermó de nada. Practicaba deporte desde pequeño y se había hecho una disciplina casi religiosa, corriendo desde Chorrillos hasta La Punta por el circuito de playas que aún no estaba terminado; pero se las ingeniaba para llegar sin un ápice de esfuerzo y contemplar el horizonte de ese vasto mar que amó como ninguno. Sus aguas heladas eran un elixir que brillaba con luz propia cuando se trataba de apaciguar esos ánimos carnales que lo perseguirían siempre, porque el dinero escaseaba y debía sobrevivir e invertir en algo productivo que lo llenara de orgullo, en paralelo con sus sueños artísticos, que no fueron pocos.

Fue entonces que el destino quiso darle una oportunidad salvadora. Conoció a una familia de cusqueños que recién empezaba en el negocio panificador. Los Chauca abrieron una panadería cuya especialidad eran las chaplas, unos panecillos tradicionales de la sierra peruana que los había hecho conocidos en su tierra natal y que ahora deseaban conquistar la capital. Lo bueno de Chaplasky era su verborrea y poder de convencimiento que les serviría para abrirse paso y expandir el negocio, logrando posicionarse en mercaditos y ferias artesanales, hasta entrar a supermercados; pero con el auge de estos autoservicios, muchos implementaron sus propias panaderías y los Chauca no tuvieron más remedio que dar un paso al costado y continuar con su público cautivo.

Como ya era conocido y su popularidad había alcanzado la estratosfera, se ganó el apelativo por el que todos llegamos a conocerlo: Chaplasky. Además de que su apellido era difícil de pronunciar, no había mejor apodo para este gringo generoso de trato fácil pero implacable para los negocios. Con el dinero ganado, abrió su estudio fotográfico y se dedicó al negocio de las fotos tamaño carné y pasaporte, incluyendo las artísticas y de sociedad, los cuales fueron muy bien cotizados. Una vez tuvo la penosa tarea de retratar a una recién fallecida. Los hijos de la anciana deseaban retratarla en su lecho de muerte pero ningún otro fotógrafo se animaba a hacerlo. Chaplasky era el indicado. Su técnica era única. Puso parte de su experiencia en Auschwitz para mostrar el dolor de un cuerpo inerte, pero a la vez compuso una imagen solemne y respetuosa de una mujer que descansaba en paz. Uno de sus hijos, tras mirar la fotografía, dijo entre lágrimas que era como si estuviera dormida. “Nadie pensaría lo contrario”, dijo agradecido.

Chaplasky estaba convencido de que el camino que se había propuesto era el correcto. Por primera vez se sentía seguro y realizado, aunque faltaba algo más que le permitiría la felicidad plena: difusión. En el campo de la pintura, sus primeros bocetos no eran una delicia, pero festejaban la frescura y la inquietud por buscar un estilo propio. El mismo Humareda reconoció en ellos una pizca de originalidad, y en varias oportunidades lo invitaría a su estudio tanto para compartir un trago como para intercambiar ideas de cómo pintar con las tripas cuando el hambre apretaba. Cuando el mítico artista cruzó el umbral del Valhalla, Chaplasky sintió que su aprendizaje había quedado inconcluso.

Aunque siguió retratando niños, madres embarazadas, familias enteras y matrimonios, no perdió la ilusión de seguir con sus ideales, manteniendo la dignidad sin recurrir al alcohol ni a la vida licenciosa. Lo había aprendido de su viejo maestro. Pese a seguir vendiendo chaplas, encontraba espacio para dar rienda suelta a su imaginación. Vendió uno y que otro cuadrito para algún cafetín o bar de Barranco, que lo hizo conocido en ese reducido grupo de bohemios sin tanta pompa; vivió treinta años más en aquel edificio de ladrillos rojos, que ahora yacía en el recuerdo de los escombros, otrora factoría de sus elucubraciones más prolíficas, dejando más de cuarenta bocetos, diez cuadros inconclusos y un puñado de obras maestras que prefirió archivar. Solo gracias a las gestiones de Teodoro Chauca, su viejo socio y albacea, que hoy pueden ser apreciados por el gran público.

Chaplasky, que había sufrido los horrores de la guerra y el desprecio de su musa sin amilanarse ni perder las esperanzas de que algún día su nombre sería recordado en cada museo o galería, no pudo evitar derramar lágrimas de amargura, de desolación, de pérdida y ausencia, al ver aquel viejo edificio hacerse añicos ante sus ojos. Si hubiera sabido que sería cede de un centro comercial, se habría sepultado vivo junto con su obra. De no ser por la generosa ayuda de los Chauca, que le brindaron un espacio para vivir decentemente, la historia hubiera sido distinta. Cuando murió hace poco más de un mes, no esperé ver tan multitudinaria muestra de afecto y respeto por este hombre: amigos y familias enteras daban el último adiós a quien fuera el retratista de la vida hogareña y urbana por excelencia: el gran Chaplasky, un artista adelantado a su época, incomprendido por algunos, subestimado por otros, pero sin renunciar a sus principios. De no ser por sus cuadros, hoy seria solo reconocido como un fotógrafo excepcional, a la altura de Martín Chambi o Berenice Abbott. Lástima que no haya escrito algún tratado de sus más variados trucajes, ya que nunca sabremos cómo es que lograba acabados absolutos en el arte de la imagen.

El gran Chaplasky se nos fue, pero perdurará en el tiempo. De haber vivido unos cuantos años más, vería los frutos de su indesmayable perseverancia por alcanzar la inmortalidad. Y vaya que lo consiguió.

viernes, 20 de diciembre de 2019

El grinch que llevamos dentro


Como todos los años, la navidad se ha convertido en la celebración más amoral y perversa del que se tenga registro. No hay nada más apócrifo que gastar cientos de soles por un mísero par de medias o una camisa XL cuando en realidad eres M. Al menos, si fuera de tu gusto, color o modelo, la cosa quedaría como una simple anécdota de cafetín europeo; pero vuelves a la realidad cuando aceptas lo que te dan, apretando los dientes mientras los demás gritan al mismo tiempo: “¡Que se lo ponga!, ¡que se lo ponga!” y no tienes más remedio que complacer a tus “amigos”. Ni que decir de los saludos y deseos que intercambias, si tienes la mala suerte de trabajar con gente que gasta saliva en hablar mal de ti o si tu familia, a la que no vez los once meses previos, decide viajar sin avisarte y tocas la puerta como un huevón sin tener respuesta y luego regresas a casa diez minutos antes de las doce en medio de un tráfico atroz por la Javier Prado.

No hay nada peor que una fiesta contaminada por el mercantilismo. El espíritu navideño se ha convertido en un mero bazar, donde vales más por el tamaño y la cantidad de obsequios que entregas y no tu presencia con los brazos abiertos destilando paz y amor. Pero no todo es malo, los niños son los más entusiastas y los más ingenuos. Le piden a Papá Noel dos meses de anticipación el regalo soñado, o la última consola de vídeo juegos o el celular de última generación recién lanzado al mercado. Lo que importa es que tengas algo esa noche, además de un trozo de panetón con su humeante chocolate caliente, en pleno verano y después de comer harto pavo. No se puede pedir mucho a quien no tiene tanto. Y esos son los que más cumplen, así sea con un juguete del mercado de barrio, con altos índices de toxicidad, o su chancay de panadero ambulante, ese que solo tiene una fruta confitada, exceso de bromato y lo que crees que es una pasa resulta ser una mosca que se coló en la masa.

Regalar es todo un dolor de cabeza. No se puede estar satisfecho con lo que das o con lo que recibes, mucho menos si viene de la persona que más odias en la oficina y te ha tocado como amigo secreto. Con algunas excepciones, he recibido regalos que daban pena, tal vez para salir del apuro por la premura del tiempo o porque les importaba un carajo quién era yo. En cambio, mis regalos eran pomposos, caros y con el que todos hablarían durante el almuerzo: “¿Viste? Todos saben que babea por la Olinda; pero lo que él no sabe es que el jefe se la come”.

Así era yo a principios del nuevo milenio... Ahora no regalo ni mierda y me reporto enfermo cuando quieren armar sus fiestitas de fin de año.

Hay que admitirlo, es un negocio, ya dejamos atrás los años en que veíamos a Chewbacca celebrar el Día de la vida en aquel horroroso programa no oficial de Star Wars, ahora todo se resume en bombardearnos día y noche con sus comerciales navideños, que la felicidad toca tu puerta si le llevas a tu mamá el perfume de tal o cual marca, de recibir amor si abres una cuenta de ahorros o de salvar al mundo si utilizas bolsas biodegradables siempre y cuando compres en tu supermercado favorito por un pequeño costo adicional. Te someten. Secuestran tu mente. Mientras la familia Redondo engulle un mega combo KFC, cientos de niños reclaman un pan y un techo dónde vivir dignamente.

Por eso, prefiero ver por enésima vez Cuento de Navidad en Fox Classics, con una botella de vino, papas fritas y una caja de Durex por si acaso. Uno nunca sabe si la fantasma de la navidad pasado te ha de visitar. Pero como ya es costumbre, ¡ni las polillas, compadre!

lunes, 2 de diciembre de 2019

Lo que debe hacer un gobernante si...

Ante las próximas elecciones congresales de 2020, es oportuno mencionar las razones por las cuales un líder o gobernante tiene que estar dispuesto a cumplir durante su mandato. Ahora sabemos que el poder económico alquila conciencias gracias a una nada despreciable dádiva “voluntaria”, lo que advierte la enorme brecha existente entre ricos y pobres, lo que se traduce asimismo como los derechos adquiridos de los dueños del Perú contra los de sus vasallos. ¿Es posible no caer en ese embudo que absorbe la integridad del ser humano? ¿Somos débiles ante la codicia? Si te ponen un fajo de dinero sobre la mesa, no hay lugar para misioneros franciscanos.

La historia nos ha mostrado los errores de nuestros antecesores, una lección que creímos saldada en 2001; pero, ante las evidencias, es imposible no sentirse miserable por el atraso que ha significado mantener las mismas costumbres, que nos ha llevado a orillarnos en uno de los momentos más impertérritos del que se tenga memoria. Nuestra clase política ha dado la última estocada contra la democracia. Se luchó contra una línea de ensamblaje en serie, cuyo principal artífice está terminando sus días en la cárcel, al igual que sus secuaces. Pero no ha sido suficiente. Otro, prefirió destaparse los sesos y cumplir con su promesa: no ir a prisión. Y otro más, en espera de su extradición, fingiendo demencia porque ya no puede darse la gran vida al lado de su amigo Juanito Caminante. Las evidencias demuestran que también se salió con la suya durante su administración. Ni qué decir de quien fuera su colaborador, ahora enclaustrado en su domicilio en espera de una sentencia justa. Los demás, siguen en proceso o se les reabrirá el expediente… ¿Qué más se puede pedir?

El Tribunal Constitucional falló a favor de la excarcelación de KF, a pesar de las evidencias que la sindican como “aliada” de las grandes corporaciones comerciales que vieron en ella su mejor opción para erradicar el chavismo a ultranza. ¡Era imposible no apoyarla! Es más, deberían condecorarla por asumir una posición contraria a esa ideología comunista latinoamericana representada por los países del Alba. Y, sin embargo, nada de eso ocurrió. Un pretexto tendencioso, traidor e hipócrita de quienes dicen trabajar por el Perú. Y sus defensores alegan que, como no ha sido funcionaria pública ni presidente o lo que fuere, la cárcel preventiva fue un exceso del juez y los fiscales que vieron su caso y que defendieron hasta el final. ¿Qué favores estará cobrando la Señora K? Lo aprendió muy bien de su padre mientras gozaba de poder e inmunidad, mientras le descargaban una batería Etna a la mamá, mientras el tío Vladi depositaba la mesada que necesitaba para sus estudios en el extranjero. ¿Y cómo lo hacía, si don Fuji ganaba cinco mil soles como presidente? Herencia de su familia, dice, gracias a la venta de un tractor y un terreno. ¿Un tractor o un terreno puede costar tanto para pagarle los estudios, al igual que a sus hermanos? ¡Ni que hubieran estudiado en Alas Peruanas! ¡Lo hicieron en universidades prestigiosas del extranjero, donde la matrícula anual no baja de los 20 mil dólares! Hay que ser bien huevón para creerle. Pero hay que ser justos, la Sra. K no ha trabajado nunca, todo lo que ha recibido ha sido por obra y gracia de su papito, de sus congresistas chupamedias, de sus licencias pre y posembarazo y de los negocios nada desdeñables de su amadísimo remedo de mafiosi, del que tampoco se sabe de qué vive, sino para hacer el ridículo con huelgas de hambre trucadas. ¡En lugar de cuidar de sus hijas, hace papelones en plena vía pública!

Un preámbulo extenso hacia el tema que nos convoca hoy.

Un gobernante, sea presidencial, regional o local, debe ser consecuente con las tareas encomendadas para dicho cargo, respetando su plan de gobierno como bien promete a sus votantes durante su campaña electoral. La gran mayoría solo quiere plata, inmunidad y todo tipo de gollerías que ensombrece su principal función: servir al Estado y a la Sociedad. Por eso tenemos a tanto impresentable, como los García, los Toledo, los Burga, los Álvarez, los PPK, los Mamani, los Imbecerril, las Ponce, y una lista interminable que no hace más que confirmar lo que ya se hace costumbre al momento de elegirlos: falta de criterio… y de educación. Y como en todo gobierno, es lo último en que se piensa. Mientras más ignorante eres, más fácil resulta manipularte.

Educación
Un país educado, socialmente hablando, sabe cuáles son sus derechos y deberes, sabe dialogar e intercambiar ideas que resulten beneficiosas para todos, sin distinción de raza, credo, condición social ni sexual. Somos una sociedad dividida por las diferencias, por el odio y la intolerancia. Somos un país que solo ve los errores de los demás en lugar de las virtudes, que trata de aplastar al otro y tomar su lugar a como dé lugar. El dicho el peor enemigo de un peruano es otro peruano, es tan actual como el ampay de Gallese en el Wimbledon o los chismes faranduleros de la silla roja. La ley del más vivo y del pendejo es una consigna que se ha venido barajando desde que un grupito de criollos quiso desligarse de la Corona española porque el rey no los dejaba prosperar en sus respectivos negocios. ¿Que Túpac Amaru se levantó en armas? Solo defendía sus intereses, no porque quisiera liberar a sus paisanos. La idea que nos vendieron acerca de la gran revolución no era otra cosa que la defensa de sus propiedades y el derecho adquirido como descendiente inca. Está de más decir que toda revuelta en contra de la opresión colonialista fue hecha pensando en el Nuevo Orden Mundial. ¿No les suena familiar? Ahí empezó todo.

Honestidad
La honestidad es un principio fundamental que necesitamos imponer, no solo en las altas esferas, sino desde casa. Si el padre roba, el hijo lo verá como algo normal y hará lo mismo, sucesivamente, de una generación a otra, infectando a los demás como un cáncer que carcome los cimientos de la institucionalidad como la conocemos. El orden, el respeto, el equilibrio de poderes, son cosas del pasado. Ser pendejo es la tendencia del momento.

Ser honesto ya resulta una rareza, una atracción de circo de P. T. Barnum o del mismísimo Robert Ripley. Cualquiera, con todas las herramientas a su disposición, puede alcanzar una curul o regentar una región por la simpleza de cómo conseguirlo. Si te juntas con la persona correcta, en un año recuperas tu inversión devolviéndole el “favor” a través de licitaciones truchas o un cargo de “confianza”. No hay nada nuevo. Desde Ramón Castilla hasta Juan Velasco Alvarado, desde Castañeda Lossio hasta el alcalde del pueblito más alejado de la Cordillera. Así es como se construyó el Perú y nadie parece estar dispuesto a cambiar ese statu quo.

No confíes en la Confiep
Si los grandes capitales desean invertir en tu campaña, primero deberías conocer cuáles son sus verdaderas intenciones. ¿En qué los beneficia y cuál sería tu papel dentro de sus planes empresariales? Cuando la Confiep tocó las puertas a Alan García, especialmente las empresas lácteas, le dieron a éste un suculento porcentaje de sus acciones con el fin de expandir su mercado, adquiriendo a precio irrisorio las tierras de pequeños campesinos y ganaderos que no podían competir con la multinacional, tomando control de la producción de leche a nivel nacional. ¿Recuerdan esa frase Nosotros, los de la Confiep?

Dicho club ha trabajado con los gobiernos que se adecúan a sus intereses. Toledo fue otro que se benefició con las letras pequeñas del contrato que le dieron tras erigirse como presidente. ¿De qué sirvió salir a las calles y pregonar NO a la dictadura y a la corrupción en la Marcha de los Cuatro Suyos, cuando finalmente sucumbió a lo mismo? Habría que preguntarle a su amigo Juanito Caminante, el mismo que despertaba a su lado antes de asistir a reuniones protocolares o de gabinete. La hora Cabana, ¿recuerdan? En cambio, Humala fue secuestrado, tuvieron que “domesticarlo” al extremo de obligarlo a que abdique de su modelo económico inicial y evitar la fuga de capital privado. Sin Keiko en el poder, podemos bajarnos a este cachaquito ignorante ─tal vez con un accidente doméstico─ si no hace lo que queremos. Pero nadie quería un mártir. No era para tanto. Desde ese momento se supo quién gobernaba el Perú. No fue Nadine, como muchos dicen; fueron ellos, los Peruvian Boys.

En la última CADE, la presidenta de ese gremio empresarial dijo tener más de tres millones de razones para que todos esos aportantes a la campaña de Keiko den un paso al costado. ¿Será cierto? Esperemos que no quede solo en palabras. El país merece que se extirpe a esos malos elementos de una vez por todas.

Gobernar un país, no un latifundio
Quien decide servir a su país, región o localidad, debe estar preparado para hacerlo, tiene que tener convicción, desinterés hacia sí mismo y lograr armonizar con el sentir de las masas. No hace falta ser socialista o comunista para entender las carencias que agobian a un Estado multisocial. Una de las pocas virtudes que tuvo Fernando Belaunde Terry fue que recorrió el país de Norte a Sur, de Este a Oeste y conocer de primera mano lo que se necesitaba para poner en práctica su plan de gobierno. Eran otros tiempos. Los cambios que se suscitaron a mediados de los 60, no se compararon con los 80. Tuvo que enfrentar un golpe de Estado en su primer gobierno y en el segundo el inicio de un período de incertidumbre por el avance del terrorismo perpetrado por Abimael Guzmán (A. K. A), el presidente Gonzalo, el conflicto con Ecuador en la Cordillera del Cóndor y el fenómeno de El Niño. Además, tuvo como colaboradores a una recua de serviles pro yanquis, como Silva Ruete o el mismísimo PPK, lo que determinó que sus ideas quedaran en el papel y cumplir en ese momento con lo que calificaríamos como lo políticamente correcto.

No necesariamente escogemos al mal menor, sino que escogemos mal. No hay un debate más allá del que vemos en televisión, no hay una percepción de imagen de cada uno de ellos y solo nos dejamos llevar por las palabras bonitas o quien regala más víveres, táperes con dinero camuflado o cajas de cerveza. En eso radica el éxito de un candidato, porque al final no importan las mejores propuestas, sino quien alcanza el liderazgo en las preferencias gracias a la manipulación de los medios y de los grandes empresarios.

¡Qué diferencia en los países europeos! A pesar de todo, su sistema político es uno de los más avanzados y puede llegar a cubrir las expectativas hasta del más ignorante; aquí aún estamos pensando como virreinato, como colonia, sin un ápice de madurez social independiente. Se habla de democracia, cuando en realidad vivimos en un eterno domo de paternalismo subsidiario, hacemos lo que nos dicen y si protestamos nos sindican de terroristas o izquierdistas. Y la culpa también es de aquellos que vieron en el comunismo una oportunidad de gobernar sin inversión. Todo para todos en igualdad de condiciones. Un legado mal aplicado y nada democrático ─si seguimos en esa línea de tesis─, porque le quitas a unos para satisfacer a otros, sin un desarrollo sostenido a corto y largo plazo.

Gobernar un país no es igual que gobernar una región o un distrito. Van de la mano, eso sí, porque un sector repercute en otro, como una cadena consecutiva y ascendente y no en un espiral que gira en torno a uno de ellos, desarticulando los logros que podrían beneficiar en igualdad de condiciones a toda la nación. Pero como sabemos, es imposible. Se tendría que refundar el país, no bajo una idea anacrónica, no quemando llantas ni motivar el caos, el odio o la desigualdad, sino con ideas mejor estructuradas, un socialismo real a nuestros tiempos, con inversión y deseos de acercar más a la población al Estado y viceversa; que las ideas no se empantanen por el servilismo de unos cuantos codiciosos, necesitamos gente preparada, gente que merezca ocupar un puesto importante gracias a sus logros y no al compadrazgo ni a las puertas giratorias, que hoy se han vuelto moneda corriente en el manejo de las grandes decisiones.

Pensemos como Nación, como país, no esperemos que el gobierno nos dé todo; juntos, como sociedad civil, aliados con las regiones y municipalidades, seamos capaces de proponer alternativas que mejoren la calidad de vida mediante el diálogo y el entendimiento. Protestar es lícito, es un derecho, pero si solo se trata de exigir sin ofrecer soluciones, no será más que un círculo vicioso sin fin. Ya los economistas hablan de reactivar la inversión privada y estatal y te ofrecen una serie de recetas para paliar la crisis, pero lo que no mencionan es cómo hacerlo dentro de este sistema. ¿De qué sirve aumentar el IGV si mucha gente no tiene para comer? ¿De qué sirve ser austeros en el gasto público si no hay una distribución igualitaria y equitativa de los recursos? Algunas regiones alzan su voz de protesta contra la inversión minera, alegando contaminación ambiental y que solo la agricultura salvará al Perú. No necesariamente. Gracias a ese canon minero se puede invertir en la industrialización de la agricultura, pero estos anacrónicos aún piensan en la reforma agraria de Velasco: “La tierra es para quien la trabaja”. Lo que no dicen es que ciertos personajes pretenden aprovecharse de esa situación para negociar con las grandes corporaciones agroindustriales y vender esas extensas hectáreas de terreno que, irónicamente, se verían afectadas por el relave minero, y los pobres campesinos pegan el grito al cielo sin saber que son utilizados para este fin.

Colofón
El Perú es una extensa alacena. Todos quieren recibir su pedazo, vendiendo aquí, vendiendo allá. Somos un país hipotecado por ciertos empresarios que nada más les interesa obtener ganancias, que mueven sus influencias para promover leyes a su favor, que despiden y contratan a su antojo a cientos de trabajadores sin ningún beneficio, acrecentado el déficit de empleo. Luego se quejan cuando invaden las calles como choferes de mototaxis, de colectivos, como ambulantes y otros tantos que crean su mafia de cobro de cupos para que estos puedan “trabajar” libremente. La informalidad está ganando terrero. Las medianas y pequeñas empresas llegan a quebrar por la alta competitividad que en algunos casos genera la importación de bienes y servicios, más baratos y libre de aranceles. Es lo que se busca, destruir la industria y solo ser un enorme súper mercado.

¿Cuándo acabará todo esto? Cuando tengamos gobernantes comprometidos con el desarrollo del país, que no le tiemble la mano cuando de decisiones se trate, sin concesiones, sin presión de ningún gremio ni de ninguna otra entidad que perjudique nuestros intereses, que defienda en los fueros internacionales nuestros productos de bandera y no bajar la cabeza ante los demás. Seamos un país libre, autónomo, orgulloso de nuestra historia y tradiciones, y del legado que estas representan a las futuras generaciones.