martes, 14 de octubre de 2014

Primavera gris

A estas alturas, el ébola se ha convertido en una de esas epidemias que nos pone a pensar en lo diminutos que somos en el universo. No existe vacuna, sino algunos esbozos de prevención que no hace más que alargar la agonía. Quizá mañana más tarde, en algún lugar del planeta, tengamos por fin noticias de haber encontrado la cura contra este mal. Claro, los únicos beneficiados serán las grandes corporaciones médicas que lucran con el dolor ajeno, mientras miles de desahuciados yacen bajo la sombra de una fría mortaja en espera de su última morada. Son ellos a los que siempre se les paga mal, los que viven de manera precaria sin una vivienda digna, sin las más mínimas condiciones sanitarias y sin tener qué comer. He visto fotos alucinantes de africanos que comen murciélagos o monos sin un adecuado control de higiene, sin saber que estos son portadores del virus. O es eso o se mueren de hambre.

En lugar de malgastar millones de dólares en toneladas de armamento para aniquilar a un grupo extremista musulmán -que dicho sea de paso se lo merece-, primero deberían combatir el hambre de aquellos que verdaderamente desean ser libres de la esclavitud de la pobreza e indiferencia del resto de "civilizaciones". Y somos nosotros mismos, los que vociferamos a voz en cuello las injusticias de este mundo trivial y capitalista, que perdemos la objetividad frente a la última versión de iPad. Es muy fácil gritar a los cuatro vientos, pero es muy difícil que pongamos las manos a la obra y predicar con el ejemplo.

Castañeda y los siete pecados capitales

No hay duda que Lima votó en contra de Susana Villarán, por los errores cometidos durante su gestión. No podemos culparla por hacer lo necesario y equilibrar la balanza; pero se le escapó de las manos. Primero tuvo que ordenar la casa, ver cuánto dejó Castañeda, cuánto le tomaría investigar los arreglos que hizo bajo la mesa en eso de Comunicore, del cual supo salir victorioso del cargamontón mediático, limpio como una mariposa recién salida del capullo, sin mencionar la revocatoria, la que terminó por sepultar al tristemente célebre Marco Turbio. Pero, seamos sinceros, aquí el único ganador fue justamente él, porque el triunfo de Castañeda ha reivindicado su tarea de sacar a la Villarán del camino. No me extrañaría que el 2 de enero de 2015 lo veamos en la puerta del Palacio Municipal pidiendo chamba, con camisa amarilla, inclusive, si es que ya lo ha hecho durante la campaña.

Sin pecar de pusilánime, hubiera preferido que Cornejo se llevara la elección, porque demostró a paso de hormiga que las cosas se hacen pensando en los votos y no en las consecuencias de sus actos. Al menos, de todos los candidatos, fue el que mejor estuvo, más ecuánime, más preparado. El debate así lo demostró. Pero así son las cosas en nuestra querida Lima, quieren probar del mismo pastel; porque Castañeda hace obras, eso es indudable, sin importar que las licitaciones las gane uno de sus compadres o que sobrevalore la ejecución de la obra que le permitirá sacar alguito y preparar la próxima revocatoria si llegara a perder la reelección. La cosa es que trabaje, y no hay más.

El único perdedor de la contienda fue Salvador Heresi. A pesar que hizo un buen papel en San Miguel, no pudo cuajar del todo para los electores limeños. No convenció, así de sencillo. Quizá por la falta de experiencia en medio de una ciudad convulsionada o porque pecó de triunfalista. Las cosas no son tan simples. Para ganar en Lima se debe tener convicción, y Heresi no la tuvo, desde que empezó a jugar el mismo juego de la politiquería barata: desprestigiar al oponente con investigaciones de cuánto invierte en su campaña o de la mala administración que viene desempeñando, con huainito incluido. Eso supo aprovechar Cornejo. Y quedó bien parado. A Heresi le faltó brújula, una propuesta sólida, fresca, más ejecutiva y menos discursiva. Ya cuando dijo "prefiero perder la elección que venderme al sistema", demostró que estaba lejos de alcanzar el sillón municipal. La estrategia, quedarse calladito y ganarse las simpatías de las amas de casa que quieren comer pollo barato o que les devuelvan la avenida Arequipa tal como se las dejó Castañeda en 2010. Eso era todo.

Con cajón y turrón de doña pepa

Se acerca el Día de la Canción Criolla. Que más criolla que la sopa a la minuta que quiero preparar para calmar el frío que no nos quiere dejar. Por falta de tiempo, me compro un sobre de Aji-no-men y trato de pensar en lo que haré el 31 de octubre. Tal vez salir con una amiga o quedarme en mi dormitorio escuchando un valsecito de Chabuca Granda o de Augusto Polo Campos. No, quizá esté en la esquina de mi casa comiendo unos anticuchos mientras me divierto contando mis ya conocidas anécdotas amatorias, de las que tanto hacen reír a mi compañera de trabajo.

Casi nunca he celebrado ese día, como otros que sí tienen la costumbre de hacerlo cada año. Ni siquiera me gusta Halloween solo para decir que prefiero disfrazarme de algún cucurucho que ponga los pelos de punta a mi abuela. De las poquísimas veces que lo he hecho, he estado con algunos amigos en el Queirolo o en el Superba bebiendo un chilcano o una cerveza. Lo importante es pasarla bien y sentir el rugir de los cajones, las cuerdas de la guitarra y esa voz inconfundible de un trovador pregonando odas a la vida en una Lima que ya no veremos más. Y, sin embargo, esas imágenes en blanco y negro se van perdiendo en la memoria, solo queda esperar el technicolor de una nueva oportunidad y un nuevo comienzo que dirá hacia dónde queremos ir.

La vida es muy rica para seguir lamentándonos. No me siento capaz de volver la vista hacia cosas que ya no valen la pena recordar. Lo importante es mantenerse seguro de lo que se quiere, de permanecer equilibrado en las decisiones que tomemos. De no ser por nuestras acostumbradas debilidades que nos convierte en seres humanos imperfectos y sobrevalorados, es posible que no sobrevivamos a otro virus o terminemos nuestros días bajo la opresión de los fundamentalistas árabes si no queremos que nos decapiten ante cámaras.

domingo, 31 de agosto de 2014

Colofón de invierno

Luego de algunos meses de ausencia vuelvo a sentarme frente a la computadora. No es que haya tenido una de esas crisis del bloqueo de escritor o el complejo de Kafka, sino que hubo una serie de eventos desconcertantes y otros altamente productivos que hicieron despreocuparme de esta página. Siguiendo mi instinto de lobo estepario he procurado nutrirme de gente maravillosa y lecturas motivadoras que me permitieron olvidar y avanzar en la vida. Existió el temor de quedarme solo y ver las cosas de otro color, pero es un refrito que vengo cargando año tras año que sinceramente es una pérdida de tiempo contemplar suposiciones y melancolías. Creo que ya he sopesado infinidad de traumas, rencores y humillaciones para sentirme un cero a la izquierda o un paria que solo busca comer de plato ajeno. Eso se acabó, afortunadamente. Ya tengo mi propio plato.

Marcha marcial

No me interesa hacer un recuento de los episodios vividos en el país ni mucho menos aburrirlos con lo que pasa en la televisión. Ya estoy harto de los Gutys, Milenas, Shirleys y toda esa sarta de cojudones que viven del chisme y la ley del menor esfuerzo. Por suerte existe el cable y disfruto más de Ray Donovan o Master of Sex, que he vuelto a tener fe en Dios por crear HBO. He vuelto a leer a Hemingway, cosa curiosa viniendo de un escritor que toma muy en serio lo que dijo Nietzsche de no leer nada que pueda influir en tu creatividad. Pero valgan verdades, no es un secreto mi admiración por Hemingway; he tratado de imitarlo infinidad de veces sin conseguirlo, y no es que me sienta limitado ni tenga la suficiente cordura de crear mi propio estilo, sino que es mi intención mantenerlo en vigencia porque necesitamos de él ante tanto vacío y decadencia que vive la literatura -con clarísimas y pequeñas excepciones-. Muchos creen que publicar un libro es el epítome del éxito. Yo jamás publicaré un libro que valga la pena, mucho menos una novela que sea verdaderamente valiosa para ser reseñada en el dominical de El Comercio. Creo que la sociedad no está preparada para soportarme. No me siento frustrado ni menoscabado como escritor; al contrario, este blog es una respuesta a toda esa indiferencia y tropiezo.

He comprendido que mi verdadera vocación es la de ser un simple observador de la naturaleza humana, que trato de recrear en pequeños folletines cargados de acidez y sentido del humor. Ni siquiera puedo clasificar mis escritos como cuentos, porque no sé realmente qué es lo que escribo. Quizá podría llamarlos simples crónicas o anecdotarios comunes y subjetivos, como alguien dijo por ahí. Algún día tendré la respuesta.

Mi querida ausente

Extraño a mis hijas. Se fueron con su madre a Miami. Allá vive la nueva pareja de mi ex, un tipo agradable pero de poco sentido del humor. Es una de las cosas que ella extraña de mí, sobre todo cuando busco el abrelatas y empiezo a desentrañar los misterios de la vida y del inventor de tan dichoso artilugio. Ella es práctica, no cabe duda. Compra siempre envases con pestañas de retiro fácil. Me gustan las cosas que tengan un poco de dificultad para demostrarme a mí mismo que el esfuerzo vale la pena. Lástima que ella piense lo contrario y termine por comerse los duraznos ella sola mientras yo sigo filosofando sobre el porqué de las cosas.

Sé que mis hijas tendrán una vida cómoda. Mi ex dice que ya aprendieron el inglés y lo hablan muy bien y sin muletillas. Gracias ICPNA. Prometieron invitarme a la boda. Ojalá que así sea, necesito un buen bronceado. Ahora entiendo lo difícil que ha sido vivir separado mucho tiempo de ellas. No tenía trabajo y estaba como loco tratando de conseguir algo acorde a mis exigencias. A Dios gracias que pueden tener las comodidades que no pude darles en su momento. Mientras tanto, otras personas demostraron realmente lo que son y se apartaron rápidamente ante mi falta de dinero y la depresión que me embargaba. Uno conoce a los verdaderos amigos en estas circunstancias. Felizmente, aún tengo unos pocos que supieron apoyarme en mi desgracia. Gracias Facebook.

Uno siempre encuentra la oportunidad de hacer química con otra persona en el momento menos pensado. Fue una tarde en que me disponía a ser entrevistado para un trabajo. Como otras personas, ella también esperaba ser atendida. Ambos estábamos nerviosos y poco a poco empezaron las primeras impresiones de las cosas que podrían preguntarnos. Hacía muchos años que no me entrevistaban, y había perdido el toque que tanto me caracterizaba en estos casos. Su interés por mí fue meramente de observación, pero a medida que íbamos profundizando en el tema, salió a relucir mi tristeza por las niñas. Creí que eso la espantaría, con la frase "oh, tienes hijos"; pero no, al contrario, fue muy comprensiva y alentadora. Después de eso, la cosa cambió de rumbo y ya estábamos fuera comiendo un helado y pensando qué hacer el fin de semana.

Creo que fue una relación de lo más predecible. Ella dijo "te amo" luego de nuestra primera cita sexual, que tuve miedo de que todo eso no fuera más que una frase suelta que dicen en un momento como este. Alguna vez prometí jamás decirlo, pero ella fue la encarnación de esos destellos que me acosaron desde que tuve acné, que simplemente no tomé en serio y solo le di un beso en la frente para luego meterme a la ducha y limpiarme de toda esa sensación de desilusión e indigestión emocional. Sí, pues, dicho y hecho, a los pocos días me di con la sorpresa de que viajaba por cuestiones de estudio o trabajo -no fue muy clara al respecto-. Lo irónico fue que me lo dijo por teléfono y a pocos minutos de abordar el avión rumbo a Chile. "Espero que me compres un Huáscar para armar", dije, con ese tufillo que quiere aligerar la tensión. Solo rió y dijo que ya debía marcharse.

No tuve noticias de ella hasta hace poco. Creo que viene a fin de año. No me dijo si sola o acompañada, pero que traía una sorpresa para compartir. Espero que sea el modelo a escala de El Huáscar que le pedí. Todo puede pasar.

Shit to shit

Existen dos tipos de mujeres: la incondicional y la aventurera. La primera es aquella que está a tu lado en las buenas y en las malas, que se preocupa de tus penas y te acompaña a salir del atolladero así le cueste sufrir de dolores musculares. La segunda, es la que te deja apenas ve que hay problemas y siente la necesidad de volver con su ex. Por cierto, es la que te dice por teléfono que siempre estará ahí para escucharte, que no dudes en llamarla o escribirle y mantener la comunicación intacta. Y cuando lo haces, te envía un mensaje de texto simplón: "Por favor, ya no me sigas mandando mensajes". Y como remate de un mal chiste (con tarola y platillos), te llama el ex a hijoputearte y decirte encarecidamente que no vuelva a decirle bebé a su mujer. Quizá yo sea un hijo de puta -a mucha honra-, pero jamás seré un cachudo como él. Y doble.

Pero vamos, esa clase de mujercitas solo sirven para una cosa. No es necesario que lo diga. Luego se llenan la boca con aires de superioridad solo porque tienen cartones, diplomas, estudios, buen sueldo y trabajo fijo, cuando no son más que auténticas cagadas al creerse "la pendeja del barrio", esas que dicen hacer bien las cosas para que el otro no la descubra. La pregunta de cajón es: ¿A quién creía engañar? ¿A uno o al otro? Ella sola se engaña, así de simple, porque siempre será la "amante", "la otra", "la trampa", "la trinchera norte", "la quita marido", y no "la mujer de". Suena feo, ¿no? Pero así es su naturaleza. Y, bueno, conociendo sus antecedentes, se merece lo que tiene. Y que no se ande quejando, porque no le queda el papel de víctima.

Colofón

Por mi parte, estoy muy bien, tengo trabajo, amigos de verdad, una mujer que me quiere, mis hijas que me llaman todos los domingos, un hámster y mi colección de muñecos Star Wars. ¿Puedo pedir más? Quizá un Smartphone o una lap top. Pero, no nada mejor que se compare con la risa de esas dos niñas a través de la línea telefónica, que me ayuda a creer que aún existe decencia en este mundo. Aún sigo esperando. ¡Y vaya que tengo paciencia!

viernes, 4 de abril de 2014

La música favorita de mamá

Ya no era lo mismo como en sus años juveniles. La música había cambiado, los estilos y géneros se reinventaban y el sonido cada día era tan precario como los estribillos de una antojadiza estrofa, sin contenido ni nada que pudiera uno sentirse identificado. Mi madre era una mujer de avanzada, aceptaba todo tipo de formas de expresión y se deleitaba con un buen disco de vinilo del recuerdo, de los tantos que guardaba como un preciado tesoro. Ahora, pensaba, que la tecnología había desplazado al LP, debía ponerse al día con eso del CD y las descargas gratuitas en Internet. Todo estaba bien, porque de alguna forma sus viejas melodías podía escucharlas remasterizadas y con buen audio digital, lo que sí no le convencía del todo eran esas nuevas manifestaciones musicales de una sola letra que era repetida hasta la saciedad, sobre un contagioso ritmo de sintetizadores y raspado de disco. "A lo que ha terminado el vinilo", decía. Pero ya no se usaba el vinilo como materia prima de ritmos technos ni nada parecido; ahora existían consolas que simulaban ese típico rasgado del disco, popularizado en los años 80 con el auge del Breakdance y todas sus secuelas.

A los jóvenes puede que les guste, decía mi madre en el desayuno, mientras buscaba en el dial del equipo estereofónico los grandes boleros de su juventud. Nada. Chicha, chicha y nada más que chicha. Y no le disgustaba, al contrario, era un boom que la conquistó por su sencillez y cálidas letras de amor y desesperanza, cosa contraria con el hip hop o el reggaeton, porque según su criterio eran letras sosas con doble sentido, que hablaban solo de "atorarle el tapón" a las muchachas. No podía evitar soltar una carcajada con cada tema que inundaban las emisoras. Cada loco con su tema, era su frase.

Un domingo desempolvó sus viejos vinilos. Lo más extraordinario fue que aún mantenía en funcionamiento su tocadiscos, bien conservado y lustroso. Zenith era una maravilla, decía, orgullosa de su colección y del equipo que aún hacía vibrar sus nervios melódicos. Mientras seleccionaba los discos que deseaba escuchar, encontré un 45 rpm de Bill Haley y otro de Elvis Presley. ¡Guau!, pensé, creí que ya habían pasado a mejor vida. De niño yo también los escuchaba, Y sin pensarlo dos veces, las pusimos. Mi madre era toda una bailarina, así que no perdí la ocasión de demostrarle mis habilidades al son de aquella música de sus recuerdos. Pasada la euforia, Pedro Infante y Javier Solis expresaban ese romanticismo que a mi madre le hacía evocar sus años en casa de sus tías o de su abuela, paseando a orillas del río Rímac en Acho -cuando aún habían camarones- o correteando alegremente por las chacras de su abuelo, allá en Huánuco. Mi madre era una mujer hermosa, alegre, despierta y muy ocurrente. Las pocas veces que he estado a su lado, he tratado de disfrutarlo al máximo. Y cuando se trata de música, ambos nos comprometemos a seguir manteniendo la tradición de mantener vivos los recuerdos de una vida distinta a la actual.

Son épocas, son momentos, como los que vivimos hoy. Siempre digo que la historia se repite una y otra vez, lo único que cambia es el espacio, la edad y las circunstancias. Pero mi madre nunca cambia. Habrá vivido todo lo que ha podido vivir, entre buenas y malas experiencias, pero ella sigue conservando su integridad y sus ganas de seguir compartiendo con nosotros sus hijos los valores que le fueron enseñados. Y para ella, la música significa un ingrediente necesario para la caótica transición que experimentamos y que de alguna manera evitamos el contagio de nuestros sentidos. Una buena melodía, decía, es una puerta abierta a la tranquilidad y a la esperanza. Y no le falta razón.

jueves, 13 de marzo de 2014

¡¡¡¡Te odio con$%x?&re!!!!

Tengo odio. Mucho odio. Aborrezco mi propia vida y la de quienes han hecho posible que sienta estos impulsos nocivos contra la humanidad. Tengo una doble cara, una máscara que oculta mi verdadera naturaleza, la que me provoca un estado alterado del cual el miedo me induce a acorralarme sin saber cómo canalizar estos sentimientos. El miedo, por otro lado, no es más que el ancla que impide realizar los actos más despiadados posibles. Tengo miedo de mí mismo, porque no sé a qué nivel de energía pueda llegar. Si manifestara mi verdadero yo, sería imparable. Y peligroso. Tal vez muchos creen que soy débil, un imbécil acomplejado; lo cierto es que mi otro yo me dice qué debo hacer, como una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

La locura me invade y no tengo el más mínimo sentido de lo moral. Soy nocivo, negativo, manipulador y oportunista. A pesar que todos tenemos un lado oscuro, el mío es la quintaesencia de un alma torturada que no se explica cuándo sucedió todo esto. De niño no me diferenciaba del resto, pero era algo así como una energía que repelía a los demás. Era rechazado. Muy pocos se acercaban a tenderme una mano amistosa. Pero, lugar a donde iba, era objeto de indiferencia o era tratado de manera distinta. Admito no ser guapo ni convencional. He creado mi propio estilo y he tenido que fingir para ser aceptado en el medio. He callado muchas veces compartir mis ideas, porque lo aprendí de El Padrino: "No dejes que nadie sepa lo que estás pensando". He sido cauto y desconfiado. Vivía para ser aceptado y reconocido. Pero me dieron la espalda. Mis anhelos se truncaban por disposiciones del azar o estaba realmente maldito desde mi concepción. No he tenido suerte en nada. Me siento frustrado, apagado y desengañado, sin fuerzas ya de luchar por mis ideales. Pero, ¿cuáles son en realidad?

No sé por qué he venido a este mundo. No sé qué quiero. No sé a dónde voy. Soy un desterrado. Lo único que sé  es que no siento amor por los demás. Creí estar enamorado, ilusionado, o como quieran llamarlo. Mi primer amor fue Paola Viacava, una alumnita del colegio donde empecé la primaria. Cuatro años verla desde el otro extremo del aula, que no supe explicar ni decidirme por acercarme a ella, hasta emigrar a otro centro educativo, y a otro y a otro, repleto de chicos bravos y curtidos por lo azaroso del tiempo que nos tocó vivir. Tenía seis años cuando descubrí esta sensación de atontamiento, de agradar al sexo opuesto, de caer simpático y dispuesto a socializar con ellas. Pero era tímido. Era el miedo que me impedía ser yo, desenfadado y resuelto. También por la represión que ejercía mi padre a todo lo que hacía. Me subestimaba, rechazaba, me rebajaba a la mínima expresión de humanidad. Y mi odio ha ido creciendo con el paso de los años.

Por lo que he leído, todos los artistas -sea cual sea su género- han sentido una animadversión hacia su progenitor. No soy la excepción. Habría que preguntarse si realmente es mi padre, por eso tanto abuso. Si hubiera nacido en otra familia, con otros genes, con otra visión, quizá hubiera logrado muchas cosas. Mi rechazo a la sociedad también me trajo problemas, porque mi padre era de esos que no dejaba que me involucrara con mis vecinos, algunos de ellos amigos entrañables, lo que me indujo a salir a escondidas e irme lejos a beber un poco de ron con cola. También porque me impidió desarrollarme en lo profesional. Para conseguir un trabajo hay que tener conocidos. 

Redescubrí a las mujeres a los 17 años cuando me interesó la pornografía y la masturbación. Soñaba con poseer a todas las modelos que aparecían en las revistas para adultos o fisgoneaba a la vecina de al lado, cuando colgaba su ropa recién lavada en el tendedero. Sin embargo, nunca tuve la suerte de tenerla como una amiga especial para satisfacer mis ansias corporales. Obviamente, nadie se atrevió y me dejaron de lado porque mi apariencia no llamaba la atención si no era para contar chistes. Si, pues, era el gracioso del grupo, al que todos querían como un hermanito menor. No habiendo nada para mí, me dediqué a visitar burdeles y engañarme por un momento de ser el amante más grande del mundo después de Car'e Papa.

Era un deseo sin involucrarme emocionalmente. Necesitaba estar con alguien que verdaderamente tuviera la misma inquietud. Si alguna vez estuve con Gianina, Luz Elena, Ana la anfitriona o la otra, fue porque de alguna manera me permitieron experimentar ese submundo. Nada más. Algunas me quisieron con más o menos honestidad; otras me utilizaron como una válvula de escape o un cajero automático, luego de sufrir una decepción amorosa, y yo estaba allí tal cual conejillo de indias soportando sus experimentos sociales. Y no las culpo. Mi carencia de afecto se hacía evidente y me odiaron por eso. Al menos, son sinceras y hasta el final de este artículo me aborrecen e inventan una historia distinta a la original, que me pone como una reverendísima mierda ante los demás. ¡Por supuesto que era una mierda! Pero no como ellas hacían creer a sus amistades. Así perdí amigos, porque se hicieron las víctimas y ellos, en solidaridad, tenían que estar de su parte. Y no me importó. He sido cachudo toda mi vida y lo seguiré siendo porque ellas son mujeres y no las putas que convirtieron mi vida en una auténtica caja vacía. Será por eso que me gustan las putas, porque no se hacen problemas, no hay sentimientos ni compromisos, solo una mera transacción económica.

Hoy no tengo nada. No tengo familia. No tengo trabajo. No tengo amigos ni tengo novia. Solo vivo aquí, en un pequeño cuarto de madera apolillada y a punto de desplomarse, viendo mi vida apagarse día tras día, envuelto en rencores y odios asesinos hacia los que me convirtieron en lo que soy ahora. Y prefiero vivir como un ermitaño sin tener que fingir ante nadie. Estoy libre de ataduras y de sentimentalismos, de oportunistas como yo que les gusta ser otras personas. Y he aquí que hago pertinente recordar la célebre frase de Groucho Marx: No deseo pertenecer a ningún club donde tengan como socios a gente como yo¡Qué mejor que una vida dedicada a la reflexión y a la completa consecuencia de mi mediocridad sin gastar burbujas de aire sin sufrir ni hacer sufrir a los demás. Amén.

miércoles, 26 de febrero de 2014

La balada de Chico Fortuna

Hallábase en medio de la pista. Su cuerpo estaba cubierto con papel periódico. Nadie pensó que acabaría de esa forma. Quienes lo conocieron dijeron que se trataba de un buen chico, que ayudaba a los demás. Eso, sin contar con la larga lista de asaltos a mano armada que lo convirtió en un habitual sospechoso, inmortalizado por la gracia divina de la prensa amarilla. Sí, era Chico Fortuna, el Robin Hood de las céntricas calles limeñas, el hacedor de milagros, el perfecto amigo, el vecino ejemplar. Chico Fortuna. Empezó sus días robando manzanas a la señora gorda del mercado, que luego se las regalaba a sus hermanitos hambrientos. Bueno, eso es lo que dicen. A los diez años ya cumplía una célebre distinción: "delincuente juvenil". Dicen que mató en defensa propia a su padrastro, cansado de tanto abuso que le provocaba a su querida madre tuerta, quien no veía venir los golpes. De un escopetazo le voló el cráneo. Eso dicen. Habría que preguntarse de dónde sacó la escopeta. Lo cierto es que a partir de ese momento, la vida de Chico Fortuna cambió drásticamente y la comisaría de su barrio pasó a ser su segundo hogar, donde solo le llamaban a atención y un par de patadas en el culo por ser tan atrevido.

Chico Fortuna creció en medio de la pobreza. Era un muchacho introvertido y generoso. Su padre biológico abandonó la casa con el pretexto de comprar el pan. Nunca volvió. Esa mañana se quedaron sin desayunar. Al poco tiempo la madre conoció a su nueva pareja y empezó el calvario del pobre muchacho. Los golpes e insultos diarios cambiaron esa dulce mirada por la de un renegado en busca de justicia. Ya sabemos qué pasó después. Complacido por la reputación de rudo que había ganado luego de su hazaña, se convirtió en un personaje popular y hasta quiso participar en Yo Soy emulando a su ídolo Tego Calderón. No contento con robar fruta en los mercados, se asoció con un variopinto ramillete de desperdicios sociales y empezó su camino delictivo robando desde celulares a peatones distraídos hasta carteras y bolsos trepando a los autos y buses de transporte público.

Su fama creció notoriamente al compartir el botín con su barrio, su mancha, su gente. Un barrio que supo ganarse su lealtad y el respeto por mejorar el ornato público. Todos callaban, todos protegían a su héroe mientras recibían los beneficios de su trabajo. Así que Chico (por lo chato) Fortuna (por el botín que conseguía de sus robos) pasó a ser el hombre más buscado por la justicia y por la prensa amarilla. No había titular que no se prodigaba en elocuentes afirmaciones sobre su quehaceres y estilo de vida. Las autoridades estaban de manos atadas porque el tipo se escabullía tal cual saeta desbocada. Las farmacias pronto se convirtieron en fuente inagotable de sus fechorías. Las bandas rivales se rendían a sus pies y no había más remedio que seguirlo como un líder nato.

Se ofreció recompensa por su captura. Y la suma seguía subiendo; pero bajaba la popularidad del presidente ante tanta inercia y desconcierto por el avance de la delincuencia. Hasta Venezuela clamaba justicia por sus caídos, mientras Maduro pasaba piola con sus elocuentes sandeces producto de la sangre que él mismo derramaba. Mientras tanto, la prensa amarilla se regocijaba por la venta indiscriminada de sus panfletos subversivos pro-Chico Fortuna. Adoraban al muchacho. Era una mina de oro. A sus cortos 16 años, era un personaje digno de miniseries y figuritas Navarrete. Hasta los programas cómicos parodiaban sus hazañas y era festejado como un personaje pintoresco que fácilmente podría pertenecer a estos programas concursos de destreza física. Pero ya no eran farmacias sus puntos de acopio, eran bancos e instituciones financieras, cuya justificación radicaba en robarle a los ricos para ayudar a los pobres, el trending topic de las redes sociales. El mismo Chico Fortuna abrió su cuenta Twitter enumerando sus proezas minuto a minuto, recibiendo hasta diez mil visitas diarias. En su página oficial de Facebook publicaba fotos suyas mientras le robaba a un banquero o a un médico en huelga, con pistola en mano y cigarrillo entre los labios. Pero nadie hacía nada para encerrarlo.

Hasta que un día, todo ese auge a lo Tony Montana, cayó por fin. Su cuerpo acribillado en medio de la calle constató que el crimen no se casaba con nadie. Muchas hipótesis acerca de su muerte pasaban de boca en boca, de titular en titular, de twitter en twitter. La policía estaba descorazonada. Quien haya sido, jamás reclamó la recompensa ni se molestó en adjudicarse el hecho. Un caso sin resolver que alivió la incompetencia policial y la impopularidad de las autoridades.

"Ajuste de cuentas", "Descontento entre los miembros de su pandilla", "Stress", eran los comentarios que la opinión pública repetía a diario con tal de mantener viva la imagen de aquel infeliz. En la pared de una de las casas de su barrio había un dibujo de su persona. Junto a él, un poema que decía: Chico Fortuna, ni a una mosca le hacías daño; te fuiste sin despedirte y dejaste un vacío en la gente que te quiere. Ahora, quién nos proveerá de esa luz que necesitamos; quién pagará nuestras cuentas y quién le hará el amor a nuestras mujeres. Lo cierto es que su carisma ganó muchos adeptos en todas las esferas sociales, que a partir de ese verso compusieron un reggaetón que lleva su nombre.

Como bien escribió un día "Jamás me encerrarán", profetizó muy bien el destino que lo llevó a ser querido por una juventud que recurre a héroes de barro inconformistas y necesitados de atención mediática. No basta con desmayarse ante cámaras y acomodarse la falda para que no le vean el calzón, o ventilar sus excesos frente a un polígrafo. No. Es más que eso, solo que nadie quiere decirlo, porque formamos parte del mismo círculo vicioso que se queja pero que no hace nada por remediarlo.

martes, 25 de febrero de 2014

Políticamente incorrecto II

Si vas a separarte de tu mujer, hazlo después de que termines el desayuno, así podrás llevarte la cafetera.

La fidelidad solo se encuentra en los equipos de sonido.

¿Cuál es el animal que después de muerto da muchas vueltas?... El pollo a la brasa.

El padre de mi ex vendió su farmacia porque no tuvo más remedio.

Arreglar los problemas económicos es fácil, lo único que se necesita es dinero.

  • La amistad es como la mayonesa: cuesta un huevo y hay que tratar de que no se corte.
  • Memorias de un feo: Mi madre nunca me dio el pecho porque decía que solo me quería como amigo. Así que en lugar de darme el pecho, me daba la espalda. Es por eso que debo haber quedado petiso, tan petiso, que en lugar de ser enano, soy profundo. Y para colmo era muy flaco. Un día metí los dedos en el enchufe y la electricidad erró la descarga. Y para hacer sombra debía pasar dos veces por el mismo lugar. Pero mi problema no era ser flaco, sino feo. Mis padres tenían que atarme un trozo de carne al cuello para que el perro jugara conmigo.
  • La devoción de una mujer es tan similar como el calzado que usa.
  • Dos hombres se encuentran y uno de ellos golpea al otro. El agredido pide explicaciones y su atacante responde: "Porque soy malo".
  • La concepción no es difícil; el parto lo es mucho menos. Lo difícil es cuando el niño ya crece y debes de criarlo. En ese caso, usa condón.
  • Otra de Paul McCartney: Cansado de los rumores de su muerte, un día le dijo a John Lennon: "Ojalá no te pase a ti".
  • La explicación: Si tu mujer decide abandonarte, solo porque te despidieron del trabajo y no consigues otro empleo, déjala ir, porque cuando lo encuentres y decida regresar, ya habrás cambiado la cerradura de la puerta.

miércoles, 8 de enero de 2014

El día de la marmota

Ezequiel tomó el primer bus que cruzó la calle. Estaba atónito y demasiado acelerado como para no pasar desapercibido el alto grado de confianza que había sucumbido sus entrañas, cuando el día anterior su jefe le pidió leer el proyecto que estaba cocinando desde hacía varias semanas. Se había sentido subestimado la mayor parte del tiempo, que era imposible creer que las cosas estaban a punto de cambiar a partir de entonces. Tampoco quería ser triunfalista y tomó las cosas con calma mientras el bus lo aproximaba a su paradero final. Creyó ver una nube gris en lo alto del edificio donde trabajaba. ¿Una señal de mal agüero? Sacudió los hombros como quien se quita arena de encima y bajó seguro del bus y caminó hacia el vestíbulo del edificio. Se percató que un camión de la mudanza estaba aparcado al frente y varias cajas de cartón se apilaban a un lado. El tipo gordo de los recados interceptó a Ezequiel con una mirada sombría. "¿No lo sabes?", dijo, "acaban de despedir a toda una sección". Ezequiel confirmó sus pesares con el estruendo de un relámpago que apareció solo en su cabeza.

La noticia remeció los cimientos de la empresa. La sección a la que se aludió era la encargada de suministros. Uno de los empleados tuvo la gran idea de recortar la entrega de papel bond y eso puso furioso a más de uno. No se podía hacer nada con poco papel, ya que debían imprimir sendos informes que mantenían el normal desarrollo de las operaciones, y no estaban dispuestos a soportar mezquindades de ningún tipo. Ezequiel tragó saliva porque comprendió que él formaba parte de esa oficina, aunque en un nivel más bajo. Pero pensó, tal vez las cosas sucedieron mucho después de recibir la notificación de su jefe y no tendría problema con entregarle el proyecto esta mañana. 

Subió a la oficina y se presentó con la secretaria. "Lo están esperando", dijo, "pase, por favor". Ezequiel estaba más que asombrado. Alrededor de una gran mesa, estaban los ejecutivos esperando al joven prodigio que les había alegrado la mañana luego del bendito incidente con el papel bond. Se sentó a un extremo de la mesa, en una silla especialmente acondicionada para él y entregó el material para que sea observado por el resto de los presente.

"La secretaria se encargará de sacarle copia", dijo el jefe. "Con esto del papel ya te imaginarás que no se puede tenerlas todas". Y se echaron a reír. Ezequiel empezó su disertación con un poco de temor pero poco a poco fue entrando en calor y el menudo rollo parecía interminable. Al parecer, su desenvolvimiento peculiar fue del agrado de la concurrencia y festejaban sus comentarios con gratas sonrisas y algunas risitas entrecortadas, que le animaban a  seguir explicando de qué trataba su proyecto, mientras la secretaria llegaba con las copias. Y como demoraba lo suficiente para solicitar a la policía que fueran a buscarla, la paciencia del jefe fue perdiendo la jovialidad de hace unos minutos y le pidió a uno de sus subalternos que fuera a buscarla. Ezequiel, sin embargo, no parecía estar incómodo y trató de seguir con su explicación, pero el humor del jefe impidió que prosiguiera. Fue entonces que se dio cuenta que su suerte estaba echada.

Al regresar el subalterno, le dijo al jefe algo al oído que lo puso furioso. De un manotazo sobre la mesa puso fin a la reunión, y más de uno transpiró enseguida porque eso daba a entender que también estarían condenados al despido. "Pero, por qué", dijo Ezequiel a uno de los convocados, el que le respondió que cuando el viejo se ofuscaba, otros la pagaban. "¿Y qué pasará conmigo?", agregó Ezequiel, "Yo trabajaba en Suministros". El ejecutivo movió la cabeza como si le estuviera dando el pésame. No supo qué hacer en ese momento. Su otrora oficina estaba vacía. Al otro lado, la secretaria era consolada por unas colegas suyas, que le alcanzaban trocitos de papel higiénico para que se limpiara los ojos sin dañar el delineador. Ezequiel no se atrevió a acercarse y preguntarle qué había pasado. Luego, una joven secretaria le dijo que la fotocopiadora la habían embalado con todas las pertenencias de la sección y no pudo cumplir con su trabajo. Y era la única fotocopiadora en toda la empresa. La mujer quiso que se la devolvieran, pero el encargado de la oficina la mandó donde su madre a hornear brownies.

La cosa se puso fea, entonces, pensó. Sin nada que hacer, se sentó en recepción y esperó a que la tranquilidad volviera a su vida. Pasado el mediodía, el resto de ejecutivos que salían a almorzar vieron a Ezequiel y no pudieron evitar reírse de él. Comprendió enseguida que había sido objeto de una emboscada para quitarle su proyecto. Esa nube gris que flotaba sobre el edificio lo había confirmado desde el principio. Más tarde, dos agentes de seguridad solicitaron su identificación y lo invitaron a abandonar el edificio. Pero primero tendrían que devolverle su proyecto, aclaró. Parecían no escuchar. Uno de los agentes le dijo que no volviera más, mientras le cerraban la puerta en su cara, sin derecho a reclamos ni a indemnizaciones. "La cosa está fea", dijo. No le quedó más remedio que regresar a su casa, con pies cansados y la derrota que brotaba de sus poros sudorosos.

Antes de subir al bus que lo llevaría a su hogar, cuatro sujetos le cerraron el paso y lo arrastraron hacia una calle aledaña. Parecía ser víctima de un atraco. Puso resistencia y quiso propinarles uno de esos mortíferos golpes que veía en las películas; pero eran demasiados y no quería soltar el maletín. Lo llevaron nuevamente al edificio y en recepción lo esperaban todos los empleados de la empresa, encabezados por el jefe, quienes le gritaron "¡Sorpresa!". El muy tarado había olvidado que hoy era su cumpleaños, y fue víctima de una broma perpetrada con la precisión de un profesional. Todo había sido maquinado de tal forma que pareciera real. ¡Y vaya que lo consiguieron!

Ezequiel recibió una promoción. Su proyecto fue atendido y se puso en ejecución de inmediato. Fue un salto cualitativo que lo envió de Suministros a Proyectos Específicos, con todos los beneficios de ley. Diez años en el mismo puesto era un castigo que debía ser recompensado de inmediato. Se preguntó cómo habían hecho para que apareciera la nube gris sobre el tejado. Fácil, dijeron, como ya querían cambiar el mobiliario, no tuvieron mejor idea que quemar algunas sillas viejas. ¡Qué ingeniosos!, pensó. Sí, pues. El invierno había terminado. El verano empezaba con cosas mucho mejores, y en Technicolor.

martes, 7 de enero de 2014

Soy dueño de mi propio destino

Filosofías mañaneras
Despierto luego de un largo sueño. Veo la luz del sol entrar por la ventana y mis ojos se adaptan al brillo que golpea mi rostro. Las melodías mentales de mis propios pensamientos me acompañan en la travesía que estoy dispuesto a tomar, sin mirar atrás, sin creer que alguna vez fui parte de un todo y eso todo me abandonó un día después de lo que vivimos. Nada es lo que parece, vivir es lo esencial. Ese sueño que nos mantuvo en criogenia ya no será más un obstáculo. La vida ya no es incierta. Sabes qué hacer. La desesperación inicial se convierte en un mal chiste que te provoca invocar a Talía, la musa de la comedia, a perfeccionar tu número. ¿Qué hablo? ¿Qué pienso? Nada. Es solo un relajo. Mientras tenga las fuerzas suficientes puedo darme ese gusto. Enciendo un cigarrillo. He retomado el hábito y me sienta de maravilla. Beber café y fumar mientras se escribe es una de las cosas más placenteras que existen dentro de un estudio o una oficina. Si por mí fuera viviría encerrado en estas cuatro paredes sin importarme lo que ocurra allá afuera. No pertenezco a ellos y ellos no me pertenecen. Soy libre. Por primera vez, después de treinta años, soy libre.

Primero yo, después yo
Cerrar capítulos no es nada difícil. Es cuestión de hacerlo y dejar que las cosas sigan la corriente del río sin importar el destino que tome. Destino. Sí, es el final del trayecto. Bueno o malo. No importa. Lo que venga, como dicen. Tampoco es dejar las cosas al azar y esperar sentado. Para que el destino alcance su cenit hay que moverse, hay que desplazarse, hay que luchar. Luchar. Muchas veces he tratado de luchar sin conseguir victorias. Pero eran causas superficiales que no valían la pena al fin y al cabo. He desperdiciado mi tiempo en contestar una serie preguntas sin hallar la respuesta correcta. No existe la respuesta correcta que satisfaga tu curiosidad. La única realidad es vivir el presente y ser uno mismo sin importar lo demás, soportando la crítica y las miradas escrutadoras de quienes quieren hacerte sombra. ¿Por qué? Tienen miedo, tienen miedo a tu talento y lo que puedes hacer con él. ¿Y qué? Sabes lo que vales, sabes de qué estás hecho. Y si te sientes desplazado... ¡a la mierda con todos!

Redención
He comprendido que la vida se vive un instante. No debo desperdiciar burbujas de aire por nada ni por nadie. No soy el único, afortunadamente. He bajado y ascendido de los infiernos como héroe de mi propia causa y eso me satisface, me nutre, me perpetúa en este universo plagado de hipocresía. Ya no sufro. Ya no pienso en el mañana ni en cómo pagar mis deudas. Pienso en una estrella a miles de años luz de nuestro sistema solar. Esa estrella es la que guía mis noches solitarias al verla a través de mi ventana, mientra echo una bocanada a mi cigarrillo y culmino esta disertación con la posibilidad de volver a ser el mismo que alguna vez dudó y que ahora está seguro de sus pasos. Tengo casi 44 años y he vuelto a nacer. Y como todo ser vivo que nace, está predispuesto a aprehender de las cosas palpables de la naturaleza. También se aprende observando, siempre y cuando luego podamos ponerlo en práctica. La práctica te hace sabio, y la sabiduría es un don que no puede ser subestimado. Y he sido subestimado. ¿Y qué? Vivo para mí, de mis errores he hecho una filosofía de vida que no harán que caiga por segunda vez. Y si caemos, estamos dispuesto a levantarnos con la frente en alto.

Hay mucho por hacer, como dijo el poeta. El tiempo es corto, naturalmente, pero ese instante hay que utilizarlo con placer y sabiduría, sin contemplaciones, sin dudas, sin temores. De que habrán obstáculos, no me cabe la menor duda. Pero ya estás advertido y las precauciones serán necesarias de antemano. Es la primera vez, después de mucho tiempo, que sonrío satisfecho de hacer verdaderamente lo correcto. Es solo el principio.