jueves, 29 de marzo de 2012

Touch

Generalmente no soy de comentar series de televisión. No veo mucha televisión, a decir verdad, y si lo hago es para seguir Discovery Channel o History Channel y alguna que otra película que no haya visto en cartelera. En contadas ocasiones he sido fiel con Dr. House y Two and a half men, cuando vivía Charlie Harper -el idiota de Kutcher trata de parecer gracioso- y en un principio The Big Bang Theory. Una excepción a la regla es Boardwalk Empire, de HBO, que ya va por su tercera temporada de próximo estreno. Ni qué decir de Gray's Anatomy, que dejó de interesarme en su sexta temporada porque se convirtió en un simple culebrón de batas azules. Debo reconocer que no formo parte de ese círculo de televidentes que hacen de un programa una serie de culto, como Lost, Fringe, Supernatural o la clásica Star Trek. Recién estoy actualizándome con algunos refritos de CSI: NY, Bonanza, X Files o Californication; pero nada más.

Sin embargo, hace poco estrenaron Touch, con el recordado Jack Bauer de 24, Kiefer Sutherland. Creo que es una de esas series que van a a convertirse en esas joyitas de la pantalla chica, por la historia, los personajes y el buen guión escrito por Tim Kring, el artífice de Heroes y Crossing Jordan. Ahora que todo parece acabar a fin de año, siempre es bueno tener de referencia temas esotéricos y premoniciones sobre posibles catástrofes que puedan cambiar el curso de la humanidad, salvo que pueda alguien detenerlo. Es el caso de Jake Bohm, un niño autista de 11 años, incapaz de comunicarse con el exterior pero con una extraordinaria capacidad de descifrar códigos numéricos, que canaliza en muchas ocasiones con complicadas ecuaciones que desarrolla a través de celulares, horarios y fechas. Interpretado por Mazouz David, un papel difícil y muy emotivo, que con solo gestos puede decir lo que siente o piensa, resulta enigmático y grandioso al mismo tiempo. Es el hijo de Martin Bohm (Sutherlando), un ex periodista del Herald, que perdió a su esposa en el atentado del 11-S y vive tratando de conectarse emocionalmente con él.


Desconcertado por lo que puede hacer, Martin busca ayuda del especialista Arthur Teller, papel que recae en el veterano Danny Glover, quien le revelará que su hijo tiene el don de leer los patrones de comportamiento de las personas y los capta en otro tipo de fuente para predecir el futuro. "Lo ve todo", como le explica. Y Martin es el canal que necesita el niño para detener los desafortunados eventos antes que sucedan. Escéptico al principio, entiende que es la única manera en que Jake puede entablar contacto con él, que puede ayudar a las personas. Es su destino, su misión en esta vida, y hará todo lo posible por cambiar, como hombre, como padre, como ser humano.

Lo interesante de la trama es la conexión que existe con los varios personajes que aparecen en los subtemas, que a simple vista nada tiene que ver con el argumento principal, pero a medida que avanza, todo tiene lógica y forman parte de ese patrón que ha descubierto Jake. Todo tiene un propósito, nada es circunstancial. No se trata tampoco de una historia de superhéroes, como he leído por ahí, haciendo referencia a Héroes; se trata de la visión de un niño, con cualidades excepcionales, que ve el mundo de otra manera, que intenta cambiarlo.

Tampoco veremos a Martin Bohm deteniendo a terroristas o salvando al mundo del aniquilamiento nuclear, como su predecesor personaje de 24. Su interpretación es emotiva, seria, que demuestra lo buen actor que es y que puede dar mucho más en futuras producciones.

Touch, una serie que vale la pena ver. Todos los Lunes a las 10:00 pm. Por FOX.

martes, 20 de marzo de 2012

El Padrino: 40 aniversario

Hace cuarenta años, un joven director llamado Francis Ford Coppola llevó a la pantalla grande la historia que se convertiría en una obra maestra, en una de las mejores películas de la historia: El padrino. Basada en la novela de Mario Puzo -publicada en 1969- sus derechos cinematográficos fueron adquiridos por el productor Robert Evans, cabeza de la Paramount Picture, quien anteriormente había llevado Love Story al cine, consiguiendo un éxito rotundo en recaudación y crítica. Sin embargo, lo que parecería una producción de serie B y contextualizada a los tiempos modernos -1972-, pasó a ser una de las más celebradas radiografías del mundo del crimen organizado, de la mafia y sus implicancias políticas, trastocando el sueño americano en el concepto de la familia y el control del poder.

La historia de Vito Corleone y su familia, su ascenso y caída, es retratada como una tragedia shakespeareana, con reminiscencias al Rey Lear, donde se entretejen lealtades, traiciones e intrigas; una parábola de ambiciones que importa proteger la integridad de los suyos, sacrificar los propios y enfrentar su destino en pos de la redención y el perdón.

No sería fácil lidiar con los problemas inherentes de la realización. Al principio se barajaron nombres como Elia Kazan o Arthur Penn para asumir la dirección, pero éstos declinaron la oferta porque pensaban que la historia glorificaba a la mafia. Evans se inclinó por el joven Coppola, luego de que ganara un Oscar por el guión de Patton y porque era italoamericano, así le daría una visión más cercana a las implicancias sociales y demográficas que se requería. Pero el estudio no confiaba en un novato y no quería que se repitiera el fracaso de The Brotherhood (1968), de Martin Ritt e interpretada por Kirk Douglas. Pero Coppola se impuso. El problema mayor fue en el reparto. Coppola y Puzo querían a Marlon Brando en el papel de Vito Corleone, pero nadie quería trabajar con él por sus actitudes beligerantes y poses de divo; preferían tener a Laurence Olivier, y hasta se pensó en Burt Lancaster. Para convencerlos, los productores pusieron condiciones que sabían Brando no aceptaría: ganar un sueldo menor, pasar un casting -lo que más odiaba hacer- y si el presupuesto se excedía por sus extravagancias, sería descontado de su  sueldo. Brando aceptó y ante cámaras se transformó, se colocó papel higiénico en la boca y se pintó bigotes. El efecto que causó impresionó a los productores y lo contrataron de inmediato.

Como Michael, se pensó en Robert Redford, porque en la novela se describe al personaje como un joven rubio y bien parecido; pero nuevamente Coppola estaba convencido de su instinto y demandó la contratación de Al Pacino, quien se iniciaba como actor y había tenido un auspicioso debut en Broadway; además, era italoamericano, lo que le daría una mejor credibilidad a los caracteres. El reparto lo completaron Robert Duvall, James Caan, Richard Castellanos, Diane Keaton, John Cazale, entre otros.


La adaptación del libro fue también un dolor de cabeza. Coppola quería respetar la esencia de la novela y ser fiel a ella, ambientada en los años 40 y en Nueva York, y no como pensaban los productores en el look de los 70's, aprovechándose solo del éxito del libro. Las exigencias del director aumentaron el presupuesto y las tensiones con sus empleadores, que no tolerarían más si las cosas se salían de control. Hasta amenazaron reiterativas veces con despedirlo. Mientras tanto, la producción soportó una serie de críticas por la Liga de los Derechos Civiles de los Italoamericanos, de políticos y de los propios vecinos donde se recreaban las locaciones, hasta los mismos capos ofrecían sus servicios como "consultores". El caos reinaba, y las primeras tomas no eran del agrado de los inversores. Pensaban también que Pacino no merecía estar en la película y estaba a punto de ser despedido.

El azar jugó un papel preponderante en su permanencia en la película, gracias a la escena donde debía asesinar a Sollozzo y al oficial de policía MacCluskey. Su sola ambivalencia entre la lealtad y el pánico de involucrarse en los asuntos de la familia, en el castigo que debían recibir por osar atentar contra su padre y perder la libertad que significaba su vida rutinaria al lado de su novia, fue sustentada con convicción y entrega.


La reputación de Coppola como director dio sus frutos y lo reflejó en los Premios de la Academia, cuando El padrino se alzó como Mejor Película, Mejor Guión Adaptado y Mejor Actor, para Marlon Brando. Pero sería en la secuela, de 1974, que Coppola recibiría su Oscar como Mejor Director y carta blanca para realizar sus trabajos más emblemáticos, como, como La conversación (1974) y Apocalisis Ahora (1979). Ahora es uno de los realizadores más importantes e influyentes, con un puñado de obras maestras, y otras de encargo, que le supusieron estar al límite de la bancarrota y mantener en actividad su productora, American Zoetrope. A lo largo de su carrera ha recibido sendos reconocimientos por su trabajo y labor de restauración de filmes, junto con Martin Scorsese, y es uno de los pilares de nuevas generaciones de cineastas que ven en él un modelo a seguir.

El padrino, en sí, es una de esas películas que al verla repetidas veces, uno descubre nuevos detalles, nuevas interpretaciones y revalora su importancia en la cinematografía de las últimas décadas, como pocos filmes han podido ejercer. Sus referencias en otras producciones son un ejemplo de ello, se ha convertido en un fenómeno cultural que ha la llevado a ser inmortal: "Le haré una oferta que no podrá rehusar", "Creo en América", "No te olvides de los cannolli", "Un abogado con su maleta puede robar más que cien hombres armados"; "Nunca dejes que los demás sepan en qué piensas". Son frases que, sin haber visto la película, sabemos de dónde proviene, y eso genera el mito, la devoción. No importa que se trate de un mafioso, de un hombre que ha empleado todo su poder para matar y hacerse de un nombre, todos lloramos en su muerte, cuando juega con su nieto en el huerto y cae fulminado por un ataque. La gente se identifica por esa imagen paterna, devota, que actúa según las circunstancias como un acto de supervivencia ante un mundo cruel del cual no puede desligarse, porque el mundo externo es mucho más nocivo que el propio. Y eso, es genial.       

miércoles, 14 de marzo de 2012

No es personal... solo negocios

El día que me contrataron para matar a Manuel Burga, no lo pensé dos veces. Ya era hora de que recibiera lo que se merece, por las trampas y sabotajes emprendidos al frente de la Federación. Su culpabilidad era reconocida por el menos e improbable fanático al fútbol, y no había nada que hacer cuando se trataba de un trabajo como el que me habían encomendado. Y no es fácil contactarme, tengo que protegerme las espaldas, porque lo que hago requiere de mucha discreción y profesionalismo. No soy de esos que se citan en un chifa ni en una cafetería a plena luz del día. Ni siquiera por Internet. Digamos, que soy un servidor clásico, con apartado postal y buzón de correo tradicional. Las cartas me llegan como a Mónica Zevallos en Vale la pena soñar, solo que esto no era un sueño, eran cosas concretas que debía ejecutarlas en el acto.

El mensaje era elocuente: Mátalo. Pon el precio, que gustosos te pagamos. Creí que se trataba de un chiste, pero noté que las firmas decían todo lo contrario. Varios clubes estaban dispuestos a "negociar" la salida inminente de quien ha hecho y desecho a su antojo el desarrollo de las actividades futbolísticas del país, incluyendo las actuaciones deplorables de la selección en miras al mundial, por las argollas y beneficios de sus, dizque, estrellas del balompié. Mientras este individuo se llenaba los bolsillos inescrupulosamente, la situación de los clubes era un caos y muchos estaban en condiciones de declararse en bancarrota por la falta de voluntad de solventar los problemas financieros de sus representados. Vamos, pensé, por qué gastar el tiempo en un infeliz que no se merece siquiera el interés de la gente. Voy a convertirlo en un mártir. Pero luego pensé. ¿No sería mejor desaparecerlo, como Jimmy Hoffa? Nadie encontraría el cuerpo y sería un misterio sin resolver que duraría años y años, a no ser que realmente sucumbamos el 21 de diciembre y no habría vuelta que darle.

¿Por qué un tipo de sus características era tan odiado? Siendo el máximo dirigente de la FPF, debía tener al menos un poco de credibilidad, pero a nadie parecía hacerle gracia que sea el único candidato que se presentaba a las elecciones de la Federación, ni que sea él mismo el que se eligiera y se hiciera juramentar a sí mismo. Era muy cómico, ya lo creo. Pero debía tener alguna debilidad, algo que pudiera serme útil para esclarecer la forma en que actuaba a espaldas de todos los gremios futbolísticos existentes. Todo indicaba que era un tipo normal, que no llevaba una vida secreta ni mucho menos tenga pasatiempos de dudosa moral. NI siquiera su nombre figuraba en Wikipedia, habían borrado su perfil y eso ya era suficiente como para sospechar de él. Indudablemente, era un tipo corrupto que ganaba millones gracias a sus ingeniosas maniobras al frente de la organización del Descentralizado y apoyar a sus amigos argolleros, como medios de comunicación, auspiciadores y estrellas internacionales que cuando vienen a jugar aquí no hacen otra cosa que hacer turismo sexual y parrandas hoteleras -de ahí su desinterés a la hora de jugar, sin que se pueda ganar al menos un partido importante y clasificar-, y entrenadores pusilánimes y complacientes. Sí, era culpable.

Paseaba de vez en cuando por la VIDENA, ataviado como un simple atleta que daba vueltas por la pista de carreras, observando cada movimiento del susodicho y marcar las horas de entrada y salida de las oficinas de la FPF que funcionan ahí. Algunas veces lograba localizarlo, siempre escoltado por sus matones y con esa sonrisa estúpida que lo hacían ver sin lugar a dudas como un sinvergüenza. Montado en una bicicleta, como cualquier aficionado a las ruedas, seguía prudentemente el auto que lo llevaba a los grandes banquetes y comilonas que organizaba, rodeado siempre de guapas anfitrionas de una conocida marca de cerveza y dando conferencias de prensa sobre las posibilidades de clasificar al mundial. ¿Cuál? ¿El de 2074? Seguía su recorrido e ingresaba a un exclusivo hotel, siempre acompañado por sus matones. Dos horas después, volvía a su auto a seguir su paseo por medio Lima. Según el botones del hotel, luego de recibir una suculenta propina de mi parte, casi todos los días visitaba a una señorita que se hospedaba en una de las habitaciones del octavo piso. No quiso darme detalles, pero sospeché de inmediato por dónde iba la cosa.

Me hice pasar como taxista y me estacioné al frente del hotel, todos los días, esperando a que mi víctima diera la cara. ¿O el botones había dado el parte al tipo o no le apetecía revolcarse con su amiguita? Seguí esperando. Me comí dos Twisters para mitigar el hambre y una refrescante gaseosa para aplacar la sed de este torrente calor veraniego. Sin embargo, no tenía noticias de Burga. Al caer la tarde, un Daewoo negro se aparcó en la entrada del hotel y pude ver que se trataba del caradura ese. La cosa estaba empezando a funcionar. El coche se retiró, pues, era habitual que lo esperara hasta la hora de concluir con sus devaneos corporales. Quizá, pensé, tenía para rato, ya que no había regresado al lugar casi una semana, y debía ponerse al día.

Muy de noche, el sueño estaba venciéndome. No había comido desde el mediodía y mi vejiga estaba repleta de líquido. Usé la botellita de la gaseosa para exprimir la última gota que me quedaba de orina en mi interior y me lancé un sonoro pedo que me hizo reír y aclarar la mente luego de una siesta momentánea. Sin embargo, la puerta de atrás del auto me sobresaltó: "Mueve el culo, cuñao". Al verle la cara al imprudente éste, mi espera no estuvo mejor recompensada. Era nada menos que el propio Burga que pedía mis servicios de taxista para llevarlo de regreso a su casa. Arranqué presto el auto, no sin antes deshacerme de la botella con orina y poner los sentidos al servicio de mis intenciones.

El viaje no estuvo nada mal. El tipo era reservado, no como aquel personaje que veía en televisión, ostentando una enciclopedia mental a la hora de explicar su estrategia para aplacar el desencanto de los aficionados. Parecía reflexivo. Otra persona. Así que metí mi cuchara. Le pregunté si era quien creía que era. "Así es", dijo. Hablamos sobre los problemas con los clubes de fútbol y si había solución al final del túnel.

-La gente no sabe la presión que uno lleva encima, viejo -dijo Burga-. Creen que es fácil dirigir toda una federación. Me siento impotente de tratar de solucionar todo en tan poco tiempo, que difícilmente pueda tener una vida tranquila. Tú, por ejemplo, vives de lo que te da el taxi. Con lo poco que llevas a tu casa, tu mujer puede atenderte y darle seguridad a tus hijos. ¿Cuántos tienes? ¿Dos? Bueno, la cosa es que yo llego a casa, y lo que veo son solo cerros de documentación que no termino de revisar. No puedo. Es terrible. ¿Me entiendes, verdad? Creo que contigo puedo sentirme a gusto de decir estas cosas que la mayoría no podría entender. Tú sí me entiendes. Lo veo en tus ojos.

-Estoy manejando, no puedo apartar la vista del camino -dije.

-Quiero hacer una buena gestión. Y no puedo trabajar bien si es que sé que el tiempo de mi presidencia se termina. Debo de reelegirme para seguir trabajando, para seguir solucionando los problemas del fútbol peruano... Espera... Este no es el camino a mi casa... ¿A dónde me llevas?

A la mañana siguiente, un vuelo con destino a Aruba me llevaría a pasar unas merecidas vacaciones. Mi cuenta tenía una cifra de siete ceros que me devolvieron la fe y la tranquilidad de hacer mi trabajo sin pasiones ni titubeos, sin juzgar a la personas por lo que son ni lo que hacen. Y, bueno, ya nadie se preocuparía en buscar a Burga. Luego supe que la misma Federación acusó al hombre de abandonar su puesto y fugar del país, en medio de una serie de cuestionamientos sobre su cargo y por la falta de moral de desatender el futuro del deporte rey. Sí, pues, soy un profesional. ¡Qué distinta sería la vida sin tipos como Burga!

lunes, 12 de marzo de 2012

Como en los tiempos del Reichstag

Es curioso cómo la historia nos enseña a comprender el significado de la palabra "basura", envuelta siempre en ese halo de misterio e intimidación que nos hace perder la perspectiva de los acontecimientos fundamentales de una nación que quiere prosperar y resurgir sin desechos nocivos. Ser perfecto es imposible, pero las intenciones y los buenos deseos van de la mano con ese afán de vislumbrar un camino solidario y presto a cumplir las principales actividades de la agenda gubernamental. Como en todo gobierno, plagado de diásporas y parásitos infecundos, algunos ácaros se han mantenido empotrados en sus cargos obedeciendo directivas bajo las sombras y sembrando escozor entre aquellos que verdaderamente quieren servir a su país. No es de extrañar que toda esa mafia reciclada se esté beneficiando de dichas tretas fascistas y dictatoriales, que solo puede engendrar más zozobra y desconfianza entre la población, para mañana más tarde aparecer como los abanderados de la verdad y ser solo los únicos que podrán salvar al Perú de su crisis.

Sinceramente, todo tiene un sentido. Nada es por accidente. Estamos volviendo a los regímenes de antaño, que con la represión e intimidación, podían manipular a su antojo a las masas, empleando medios de comunicación como ente propagandístico a sus intereses, los mismos que luchan por la libertad de expresión y la democracia. ¿Solo cuando los atacan a ellos? ¿Y las libertades de la mayoría cuando son pisoteadas, de aquellos que ven la pus antes de que la llaga se pudra? Claro, esos no, son individuos antisistema y peligrosos a los que se les debe tachar y calumniar y dejar como el villano ante los defensores de la verdad y la justicia.

Alan García y José Antonio Chang tienen mucho que decir respecto a las acusaciones que se les imputan durante su pasada gestión, como presidente y ministro de Educación, respectivamente, sobre las irregularidades de reconstrucción de los colegios emblemáticos. La Megacomisión estaba lista para empezar con las indagaciones de rigor cuando, oh, qué casualidad, el almacén del MED empezó a arder, destruyendo por completo el resto de evidencias que podrían dar más detalles sobre el tema. Mientras tanto, la titular del despacho, Patricia Salas, aseguró que las pruebas están en buen recaudo. Todo parece indicar que hay alguien detrás de este incidente tanto para desprestigiar al gobierno y sus funcionarios como para cubrirse las espaldas sobre ciertos indicios de malversación de fondos a la hora de darle "nueva cara" a las viejas instituciones educativas, que hoy parecen estarse cayendo a pedazos por la mala praxis de los involucrados.


Las pesquisas indican que el fuego se produjo intencionalmente, asimismo, la empresa de seguridad que cuidaba el recinto también está involucrada en el asunto y hay mucho pan por rebañar en este nuevo capítulo de Los Aprano, porque no hay duda de que ellos estén metidos hasta el cuello en este incidente y tratan de dilatar las investigaciones correspondientes. Tan burdo y tan absurdo, tan obvio que no pueden siquiera pensar en una estrategia mejor para defenderse de la mala imagen que ellos mismos han creado. Ahora la prensa se dedica a despotricar a la ministra Salas, de su inacción acerca de los libros que no fueron entregados a tiempo y que ahora yacen bajo escombros. Como puede verse, todos juegan un rol importante en este tinglado de intrigas. Los libros que se quemaron era libros viejos, rezagos de la anterior gestión. Pero hacen creer que eran los textos que debieron enviarse a provincias y que, a causa de las lluvias, se retrasó el embarque. Bueno, es esa prensa que funciona cuando se le extiende un fajo de billetes, los mismos que se sienten ofendidos de tener a un presidente cobrizo y no a un aristócrata de derecha, que tanto añoran volver a ver en Palacio.


Las imágenes se tornan en blanco y negro, viendo el parlamento alemán -Reichstag- sufrir los estragos del fuego, en 1933, cuando las hordas nazis empezaban a adueñarse del país y las mentes de los débiles de espíritu que buscaban un líder que los levantase de las cenizas. Es lo que está pasando ahora. La derecha quiere un líder, un führer, un Alan García que les llene los bolsillos con transacciones libres de impuestos, que destruyan la poca soberanía que nos queda y venderla a las multinacionales, que defiendan a las empresas foráneas en lugar de las nacionales -¿recuerdan Aerocontinente?-. Las Valenzuelas, los Althaus, las Palacios, esperan con morbo alguna "metida de pata" de Ollanta o de sus funcionarios para decapitarlos y minimizar las acciones que están tomando por el pueblo. Falta mucho, lo sé, está próximo a su segundo año, y las cosas parecen estar cambiando poco a poco. En lugar de poner piedras en el camino, habría que colocar esas mismas piedras como base para una vía de reconciliación, dejar de "cholear" a la gente y respetarnos como nación, como un conjunto de personas que trabajan para un mismo fin: sacar al Perú adelante. 

martes, 6 de marzo de 2012

Fue un error haberte conocido

Siempre he sido una persona que no le asaltaban los remordimientos. No he tenido necesidad de experimentar emociones ni sentimientos que pudieran ensombrecer mi camino. Las leyes de la naturaleza eran ajenas a lo que pudiera sentir. Mi madre siempre decía que para caerle bien a alguien, debía sonreír. Nunca lo hacía. Y no tenía porqué. La vida me ha enseñado a mantenerme ecuánime y presto a lo que se presentara. ¿Alguna vez tuve sentimientos? Cuando nací -sigo recordando las palabras de mi madre-, dijo que no lloré ni expresé dolor al salir de su vientre. Era un niño silencioso, hasta el extremo que mis hermanas debían pellizcarme para saber si aún vivía. Una de ellas me cubría la cara con una almohada, para ahogarme y ver mi reacción frente a la muerte. Sin embargo, no reaccionaba. Ni siquiera pestañeaba, solo miraba al techo como si me hubieran hechizado o convertido en un zombie. En esa época provoqué diversas reacciones, más de rechazo que de otra cosa. No tenía amigos. En el colegio me marginaban. Pero era buen estudiante. Mis calificaciones así lo demostraba; pero mi conducta daba mucho de qué hablar. Una vez me eligieron como el "mejor alumno" por mi destacada participación académica; claro, sin mucho bombo porque mis demás compañeros me tenían en una suerte de tiro al blanco para mofarse de mi extraño comportamiento. Era como aquella escena en La profecía II, cuando el profesor de historia pregunta a Damien sobre hechos y fechas significativas. Así era yo, rápido en respuestas y elucubraciones filosóficas a tan corta edad. Sin embargo, durante el recreo me convertía en un saco de arena, que recibía  todo tipo de golpes e insultos. Pero nunca denuncié a nadie. Mi silencio era estremecedor. Cambié de colegio tantas veces que no me preocupaba el mañana. Para mí todo seguía siendo igual. El ambiente, a pesar de encontrar gente decente y amigable, no me permitía conferir respuestas a tan dichosas interrogantes sobre mi origen y divertimentos fuera de clase.

Los años me sirvieron para enterrar mis emociones. Esta vez, pude hablar frente a un público diverso y ávido por incluirme en su menú social; quizá, por cuestiones de trabajo y otras responsabilidades que me llevaron a formar parte de su universo, pese a mis desacuerdos iniciales. Gané aliados, gente incondicional. Aprendí a sonreír y divertirme con lo banal de este mundo. Hasta puedo decir que por primera vez sentí la necesidad de encontrar pareja. Aunque no soy nada agraciado físicamente, algunas mujeres me encontraban interesante. Tal vez mi intelecto, tal vez mi ortodoxa conducta frente a ellas, sin malicia, con mucho respeto. A comparación de mis compinches, todos ellos más zalameros que cualquier otro que haya conocido.

Fue en aquella época en que la conocí. Su sonrisa me cautivó, pese a que usaba brackets. Eso despertaba en mí una curiosidad demasiado excesiva, casi adictiva. Mis primeros coqueteos no eran dignos de mención. Pero a medida que fui ganando confianza, ella estuvo dispuesta a entregarme su cariño, más que en otras oportunidades y aceptar mis primeros besos, cálidos y tiernos, sobrecogedores y complacientes. Mi lengua acariciaba esos postizos de alambre y reprimía mi lujuria de tanto en tanto para que no se sintiera indispuesta. El día que se los quitó, porque su odontólogo le dijo que ya no era necesario tenerlos más, mis ansias desaparecieron. Ya no deseaba verla ni tratar con ella en lo más mínimo. Desaparecí y lejos quedaron esos momentos fértiles hacia un mundo distinto al que conocía.

Poco tiempo después me deslumbró una jovencita con quien me di una segunda oportunidad. Tenía unos pies hermosos, como de muñeca. Su simetría me enturbiaba y acomplejaba. Estaban tan bien cuidados, que hasta le pregunté si se hacía pedicure; sin embargo, era categórica en decir que no, que ella misma hacía todo ese delicado trabajo de tenerlos bellos y relucientes. No podía dejar de contemplarlos y le exigía que se pusiera zapatos abiertos o sandalias para que sus deditos asumieran un rol protagónico en esta aventura. Mi fijación fue más allá de todo pronóstico y cada vez que teníamos relaciones le lamía los dedos. Mientras la penetraba, ponía sus tobillos sobre mis hombros y mi lengua se convertía en un apéndice de caricias frente a sus falanges. Al principio, a ella le excitaba, era un juego del que nunca nadie le había hecho partícipe; pero luego comprendió que mis manías eran de cuidado. Fue entonces que ya no quería quitarse las medias mientras lo hacíamos. Y cuando intentaba sacárselas, se negaba. Por un instante creí que era porque tenía frío, pero cuando ya era reiterativo, entendí que las cosas estaban cambiando y volví a ser el mismo de siempre, aislando y conteniendo emociones. La dejé porque mi infelicidad era contagiosa.

Varios meses después, un compañero de trabajo me invitó a un spá para hombres. Obviamente, aquel lugar era una tapadera para el oficio más viejo del mundo. Ahí conocería mujeres voluptuosas que complacerían mis más bajos instintos. Y fuimos. El ambiente era acogedor. Las muchachas, ni qué decir. Una en particular me llamó la atención. Era menuda, cuerpo bien formado y unos pechos endemoniadamente perfectos. Cuando se desnudó pude comprobar lo firmes, redondos y suaves que eran. Sus pezones rosados eran una delicia. La muchacha sabía bien su trabajo. Sus manos podían remover toda esa tensión contenida en mi espalda y articulaciones. Cuando empezó a acariciar mis genitales, supe entonces que la hora de la verdad había llegado. Mi erección la sorprendió como a mí me sorprendió que no quitara sus manos de ahí. Empezó a manipularme de tal modo que no pude contener las ganas de tocar su culo, pero me advirtió que estaba prohibido meter los dedos a sus orificios. Ya desnuda, dejaba que mi lengua jugara con sus pezones erectos. El aroma a jabón Johnson´s era la locura. Me puso el preservativo y acto seguido me regaló un felatio irrepetible. El sexo con ella fue estimulante. Desde aquella vez fui su asiduo cliente que mi familiaridad la sorprendió gratamente.

Cierta noche, le dije que quería invitarla a salir. Al principio se negó, porque estaba prohibido que las chicas intimaran con los clientes. Pero por tratarse de mí, haría una excepción. Naturalmente, le dije, que pagaría por sus servicios. Aunque no lo vio con agradado, aceptó mi dinero. Nos citamos en un hotel cercano y pasamos la noche juntos. Aunque debo reconocer que el sexo con ella fue muy mecánico y predecible, para mí fue estimular aún más mi morbo hacia sus senos. No dejaba de chupárselos y acariciárselos, mientras me montaba. Pero cuando me pidió cambiar de pose -siempre lo habíamos hecho de esa manera-, las cosas cambiaron. Se lo hice de perrito. Y le encantó. Al principio quise ser delicado, que sintiera el vaivén de mi pene dentro de su vagina, pero cuando cogió mis manos y las puso en sus pechos, comprendí que algo estaba funcionando bien. Con voz excitada, me pidió que la penetrara con fuerza, hasta el fondo. Sin dudarlo, lo hice. Fue uno de esos momentos que quisieras nunca terminen. El sonido que provocaba chocar nuestras carnes, nos excitaba cada vez más. "¡Me voy a correr!", gritaba. Le dije que lo hiciera, que podía correrse las veces que quisiera, porque no iba a parar. Sus gritos de dolor se mezclaban con el placer que le provocaba mis atracos compulsivos y hasta sádicos. No sé cuántas veces se habrá corrido. Lo que sí sé es que yo me hice tres al hilo. Fue extenuante, revelador, sacrílego. Desde esa noche, fuimos inseparables.

Pero todo tenía su fin. La última vez que la llamé a su celular, su número ya no existía. Fui a verla al spá, pero dijeron que ya no trabajaba desde hacía una semana. Fue extraño sentir nuevamente aquel vacío emocional de mi infancia. Me sentía perdido. Quise volver a experimentar esa sensación con otra de las muchachas que atendían ahí. Pero no fue igual. Ninguna se le compararía. Dejé de ir y dejé de sentir. En casa me preguntaban qué me estaba pasando. Naturalmente, no había respuesta. Me encerraba en mi habitación y no salía de ahí hasta la hora en que tenía que ir al trabajo. Y cosa curiosa, una de mis compañeras se atrevió a invitarme a almorzar. Al principio lo tomé con indiferencia y solo lo hice por cumplir. Apenas intercambiábamos unas cuantas palabras para no hacer la cosa tan monótona y austera. Desde entonces, íbamos juntos a la cafetería.

Fue entonces que la empresa donde trabajaba obligó al 30% de los empleados recoger sus cachivaches y renunciar voluntariamente frente a la situación económica que atravesaba el mundo corporativo. La reducción de personal era una de las trampas más significativas que dicha compañía tenía como peculiaridad, que ni siquiera tenías derecho a una indemnización ni podías ponerle un pleito ante el Ministerio de Trabajo, porque eras un empleado fantasma. Será por eso que nos pagaban al contado cada quincena y no eran nada generosos reconocer tu contribución para con la empresa. Ni siquiera te expedían una constancia por los servicios prestados. Buena táctica. Buena maniobra para evadir responsabilidades laborales.

Sin trabajo, lo único que podía hacer era contemplar la vida desde mi dormitorio. Dejé que mi familia se preocupara por el dinero y yo me dediqué a garabatear papeles con el fin de poner en orden mi mente sin volverme loco ni pesimista ante el infortunio. Pero mi compañera no pensaba igual. Me siguió contactando y seguimos frecuentándonos hasta terminar en la cama de un hotel. Tenía las caderas anchas, buenas piernas y un culo perfecto, cosa que le fastidiaba y avergonzaba. Por qué, le preguntaba, deberías exhibir lo que tienes. Será por eso que no quería usar falda ni jeans apretados. Llevaba una talla más de lo usual, que la hacían ver desgarbada. Como era de esperarse, su culo me obsesionó y eran repetidas las veces que nos sumergíamos en el sexo para contentar nuestra pesadumbre laboral. A ella le gustaba lo que le hacía, pero llegó un momento en que quería más y no había forma de detenerla. Las sesiones sexuales se salían de control y hasta faltó armarnos de artilugios sadomasoquistas para sentir intensamente este deseo que nos carcomía las entrañas.

Experimentamos con dolor corporal. Ella quería que se lo haga de perrito mientras le echaba por la espalda cera de vela derretida. A mí me apretaba los huevos con tal aplomo que me excitaba en demasía. Con el vibrador que compramos, se lo metía por el culo y a la vez introducía una mano por la boca hasta provocarle arcadas; cuando me montaba, me mordía los pezones o pedía que yo se los mordiera. Era una lujuria extrema. No podíamos parar. Lo hacíamos en la ducha, sobre la mesa, en el piso, en el ropero, colgados de la percha o contra la pared, hasta terminar sudorosos y extenuados. Debía tomar viagra para mantener la erección por horas, de lo contrario, ella hacía todo un escándalo porque quería ser complacida en sus requerimientos erógenos. Hasta que me cansé y la dejé. Aunque ella seguía buscándome, traté de mantenerme al margen y deseé cortar por lo sano todo ese tropel de ansiedades ilimitadas. Pero era imposible. Para que se desencantara aún más, le propuse participar de una orgía para ver si eso la frenaba. Todo lo contrario. No sé qué pasó en mi mente. Había contratado a cuatro prostitutos para que la ultrajaran sin misericordia. Todos a la vez, la sometieron a las prácticas más inimaginables que haya soportado cualquier mujer. Pero ella, dedicada a lo suyo, aceptó con beneplácito todos esos penes que entraban y salían de sus cavidades como quien estuviera acostumbrado hacerlo todos los días. Me perturbó verla de esa manera, desfallecer de placer, gimotear con desesperación cada orgasmo que sus poros exudaban sin control. Para algunos podría excitarle aquel cuadro; a mí me asqueaba. Gasté una fortuna, pero valió la pena. Mi amiga cambió de rutina y cada vez que puede, es ella quien contrata a esos chicos y alivia su ninfomanía como si tomara aspirina para el dolor de cabeza.

Necesitaba ayuda inmediatamente. Mi compulsivo deseo sexual se agrandó cuando frecuentemente contrataba los servicios de una prostituta. Y no era una sola, eran varias con las que me veía y trataba de apaciguar mi falta de sentimientos por una mujer. Y no es que las tratara como un mero objeto. No. Era simplemente sexo, sin responsabilidades, sin compromisos, sin pensar en el mañana te llamo o el te veo luego. Pisé fondo y busqué a un terapeuta que me diera lo necesario para huir de aquella maldición en que me había convertido. Y casi lo logro. Me recetó Prozac para mantenerme dopado y alejado de las tentaciones. Tampoco era necesario meterme a un tratamiento sobre adicciones porque era un sistema que muchas veces no lograba buenos resultados. Viví casi dos años sumergido en drogas prescritas y mi dependencia a los inhibidores se hizo más evidente cuando consumía el doble de la dosis recomendada. Una cura de sueño autoinfligida que casi me cuesta la vida, me ayudó a recapacitar sobre la demencia que me estaba arrastrando sin querer. Al menos, pensé, me ayudó a reconsiderar mi desorden emocional.

Creo que estoy viendo las cosas desde otra óptica. He vuelto a trabajar y me va bien. Simplemente, soy quien soy, ajeno a las vicisitudes ordinarias que me convirtieron en aquella masa inerme que causó daño y repulsión a mi alrededor. Afortunadamente, no tengo compañeros y el sótano es un buen lugar para enmendar mi vida sin tener la sensación de que me vigilan o tratan de imponerme una forma de vida de la que no tengo la menor intención de inmiscuirme.

sábado, 3 de marzo de 2012

Bukowski, el maldito

Henry Chinaski era una de esas especies raras que azotan el ambiente con su impertinencia y sentido práctico de demoler el establishment. Era un perdedor, pero también un héroe de sus propias obsesiones y decadencias que trazó un paralelo entre lo auténtico y lo incierto. Le debe mucho a su autor, su alter ego, su máscara: Charles Bukowski. No se sabe quién era quién en realidad. Tal vez, ambos formaban parte del mismo engranaje, que difícilmente podrían haber vivido alejados el uno del otro. Hay que reconocer, sin embargo, la fuerte carga emotiva que nos adentra a ese mundo decadente y proscrito, de submundos entrecruzados que mantienen en vilo a los más obcecados individuos, perdidos en laberintos fantasmales en busca de redención. Bukowski nació y vivió con ese único propósito, con esa amoralidad típica de alguien inconforme, sediento de placer onírico y juegos descabellados que se convirtieron en obras más profundas y perdurables.

Heinrich Karl Bukowski nació en la localidad alemana de Andernach, el 16 de agosto de 1920. Su madre, alemana de origen; su padre, estadounidense, de ascendencia polaca, contrajeron matrimonio un mes antes de que el futuro escritor naciera. Luego del debacle económico del país sufrido con la culminación de la Primera Guerra Mundial, la familia se mudó a Baltimore en 1923. Según cuentan sus biógrafos, empezaron a llamarle "Henry" para que sonara más estadounidense. Más tarde, vivirían en los suburbios de Los Ángeles, donde el joven Henry pasaría las de Caín, sufriendo los abusos del padre -quien andaba desempleado la mayor parte del tiempo- y el rechazo de sus compañeros de escuela, que lo volvieron retraído y marginado. Luego de graduarse de la secundaria, durante dos años se dedicó a estudiar arte, periodismo y literatura en la Universidad de Los Ángeles.

La vida de Bukowski es tan digna como sus novelas, todas ellas autobiográficas. Apareció en el momento oportuno, un icono del sentir nihilista y de la decadencia estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sus excesos, su destructiva y corrosiva mirada al sueño americano, lo erigieron como símbolo del realismo sucio y ha trascendido hasta nuestros días como maestro indiscutible de este estilo. Aunque no hay duda que tiene sus detractores, aquellos puristas del lenguaje y de lo políticamente correcto, no en vano ha permanecido en la palestra como medio de estudio y fuente inagotable de inspiración para futuros y consagrados escritores que solo quieren explicar qué es la vida, con sus ascensos y caídas, con sus victorias y derrotas, con sus amores y desamores. Es como un corcho a punto de saltar de la botella, reteniendo todo ese coraje guardado hasta explotar en su verdadera dimensión como ser humano, con defectos y virtudes, que lo transforman en la esencia misma del hombre subyugado y recompensado por su valor ante el infortunio y el desasosiego.

Entre sus novelas, podemos citar: Cartero (1971), Factótum (1975), La senda del perdedor (1982) y Hollywood (1989), la que narra, de manera ácida y sarcástica, sus vivencias durante el rodaje de la película El borracho (Barfly, Barbet Schroeder, 1987), cuyo guión escribió y que sería interpretado por Mickey Rourke. Entre sus cuentos, cabe destacar Escritos de un viejo indecente (1969), Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972), La máquina de follar (1972) e Hijo de Satanás (1990). Ha escrito innumerables ensayos y poesía.

Bukowski al lado de Mickey Rourke, durante el rodaje de Barfly,
de Barbet Schroeder (1987). Gracias a esta experiencia, pudo
publicar Hollywood, sobre el difícil mundo del cine y sus
repercusiones en la creatividad de un escritor.

Bukowski murió de leucemia el 9 de marzo de 1994 en San Pedro, California, a la edad de 73 años, poco después de terminar su última novela, Pulp, en ella, le rinde un homenaje de manera irónica a la escritura pobre y a todos los elementos que se asocian a ésta. Luego de casi 20 años de desaparecido, su obra sigue siendo material de referencia y lectura obligatoria para deleitarnos de su prolífica creatividad, que nos acerca a un mundo del cual no estamos ajenos.

Agradezco infinitamente a mi amigo y poeta, Rodolfo Ybarra, quien me dio a conocer de su existencia. Nunca había oído hablar de él hasta que pude descubrir la esencia misma del sinsabor y la contracultura. Un visionario, un gurú. En perspectiva... un genio.