sábado, 3 de marzo de 2012

Bukowski, el maldito

Henry Chinaski era una de esas especies raras que azotan el ambiente con su impertinencia y sentido práctico de demoler el establishment. Era un perdedor, pero también un héroe de sus propias obsesiones y decadencias que trazó un paralelo entre lo auténtico y lo incierto. Le debe mucho a su autor, su alter ego, su máscara: Charles Bukowski. No se sabe quién era quién en realidad. Tal vez, ambos formaban parte del mismo engranaje, que difícilmente podrían haber vivido alejados el uno del otro. Hay que reconocer, sin embargo, la fuerte carga emotiva que nos adentra a ese mundo decadente y proscrito, de submundos entrecruzados que mantienen en vilo a los más obcecados individuos, perdidos en laberintos fantasmales en busca de redención. Bukowski nació y vivió con ese único propósito, con esa amoralidad típica de alguien inconforme, sediento de placer onírico y juegos descabellados que se convirtieron en obras más profundas y perdurables.

Heinrich Karl Bukowski nació en la localidad alemana de Andernach, el 16 de agosto de 1920. Su madre, alemana de origen; su padre, estadounidense, de ascendencia polaca, contrajeron matrimonio un mes antes de que el futuro escritor naciera. Luego del debacle económico del país sufrido con la culminación de la Primera Guerra Mundial, la familia se mudó a Baltimore en 1923. Según cuentan sus biógrafos, empezaron a llamarle "Henry" para que sonara más estadounidense. Más tarde, vivirían en los suburbios de Los Ángeles, donde el joven Henry pasaría las de Caín, sufriendo los abusos del padre -quien andaba desempleado la mayor parte del tiempo- y el rechazo de sus compañeros de escuela, que lo volvieron retraído y marginado. Luego de graduarse de la secundaria, durante dos años se dedicó a estudiar arte, periodismo y literatura en la Universidad de Los Ángeles.

La vida de Bukowski es tan digna como sus novelas, todas ellas autobiográficas. Apareció en el momento oportuno, un icono del sentir nihilista y de la decadencia estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sus excesos, su destructiva y corrosiva mirada al sueño americano, lo erigieron como símbolo del realismo sucio y ha trascendido hasta nuestros días como maestro indiscutible de este estilo. Aunque no hay duda que tiene sus detractores, aquellos puristas del lenguaje y de lo políticamente correcto, no en vano ha permanecido en la palestra como medio de estudio y fuente inagotable de inspiración para futuros y consagrados escritores que solo quieren explicar qué es la vida, con sus ascensos y caídas, con sus victorias y derrotas, con sus amores y desamores. Es como un corcho a punto de saltar de la botella, reteniendo todo ese coraje guardado hasta explotar en su verdadera dimensión como ser humano, con defectos y virtudes, que lo transforman en la esencia misma del hombre subyugado y recompensado por su valor ante el infortunio y el desasosiego.

Entre sus novelas, podemos citar: Cartero (1971), Factótum (1975), La senda del perdedor (1982) y Hollywood (1989), la que narra, de manera ácida y sarcástica, sus vivencias durante el rodaje de la película El borracho (Barfly, Barbet Schroeder, 1987), cuyo guión escribió y que sería interpretado por Mickey Rourke. Entre sus cuentos, cabe destacar Escritos de un viejo indecente (1969), Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972), La máquina de follar (1972) e Hijo de Satanás (1990). Ha escrito innumerables ensayos y poesía.

Bukowski al lado de Mickey Rourke, durante el rodaje de Barfly,
de Barbet Schroeder (1987). Gracias a esta experiencia, pudo
publicar Hollywood, sobre el difícil mundo del cine y sus
repercusiones en la creatividad de un escritor.

Bukowski murió de leucemia el 9 de marzo de 1994 en San Pedro, California, a la edad de 73 años, poco después de terminar su última novela, Pulp, en ella, le rinde un homenaje de manera irónica a la escritura pobre y a todos los elementos que se asocian a ésta. Luego de casi 20 años de desaparecido, su obra sigue siendo material de referencia y lectura obligatoria para deleitarnos de su prolífica creatividad, que nos acerca a un mundo del cual no estamos ajenos.

Agradezco infinitamente a mi amigo y poeta, Rodolfo Ybarra, quien me dio a conocer de su existencia. Nunca había oído hablar de él hasta que pude descubrir la esencia misma del sinsabor y la contracultura. Un visionario, un gurú. En perspectiva... un genio. 

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