miércoles, 5 de septiembre de 2018

El río de la vida

Fuente: Google
Acabo de recibir una extraña noticia. Una de mis hijas acaba de tener su primer beso con un chico de su clase y no puedo evitar sentirme presa del pánico. Hace solo unos años que la veía correr hacia mis brazos y jugar junto con su hermana todas las mañanas, antes de irme a trabajar. Ella, que le decía "guácala" a mis muestras de afecto con su madre, ahora entiende qué es esa cosa que le hace ver corazoncitos flotando alrededor suyo. Sí. Debíamos aceptarlo. Había crecido. Se había convertido en una señorita. Su madre no parece afectarle tanto como a mí, tal vez porque soy hombre y como tal debo sentir lo mismo que otros papás ante estas eventualidades. No me preocupa en lo más mínimo, lo admito. Hemos criado a nuestras hijas de la mejor manera posible, sin prejuicios y dentro del contexto establecido en una sociedad caótica pero con esperanzas de resurgir de su debacle moral. No les hemos negado nada, siempre y cuando sepan los pros y los contras a lo que están expuestas. Y lo saben perfectamente.

Me hace sentir como Spencer Tracy o Steve Martin, sea cual sea la versión que hayan visto de El padre de la novia. Claro, la situación es diametralmente opuesta de lo que significa un tierno beso de adolescentes. No se van a casar. No. Es el principio de un discurrir por la vida que les aguarda más adelante. Hemos pasado por lo mismo y no hay secretos en ese aspecto, simplemente guiarlos hacia una buena educación sentimental que no les proporcione dudas ni se vean envueltos en los típicos mitos que se cosechan en otras latitudes. Al menos, hemos hecho un buen trabajo con ellas.

Lo que me preocupa es haber llegado a mi techo como padre. Siento que ya no me necesitan, ya no como el hombre que está detrás de ellas, obligándolas a comer todas sus verduras, sino como aquel ser omnipresente que todo lo sabe y a quien deben escuchar. Y no es que me sienta relegado como una vieja muñeca dentro de una caja de cartón. No, lo tengo bien claro. Las cosas cambian. Lo sé. Tienen otros intereses al lado de otras personas. Su madre también siente que ha llegado a ese nivel con ellas. Y lo bueno del asunto es que están en una etapa complicada pero hermosa, están aprendiendo a vivir según su criterio. Tendrán un camino interesante, sólido y autocrítico. Eso me gusta. Me devuelve las esperanzas de que pocas personas asuman su personalidad y sexualidad de la manera más coherente y consecuente con los principios aprendidos desde pequeñas. La mayor, obviamente, tiene el camino trazado. La menor, sin duda, seguirá sus pasos.

Nos sentamos a la mesa los cuatro y comentamos lo que está pasando. La comunicación es importante. Al menos, no me puedo quejar. Mis hijas me quieren, como yo a ellas. Es suficiente para mí, al igual que para su madre. Dos nuevas vidas empiezan a demostrar de qué están hechas.