lunes, 5 de agosto de 2019

La insistencia del salmón

Correr contra la corriente es un esfuerzo casi sobrehumano de blandir las dificultades que pesan sobre nuestros hombros. Nos acercamos a un momento álgido y desequilibrado que nos pone en tela de juicio como personas, como sociedad, como país. No quiero sonar a predicador barato ni dar sermones de medianoche, ni vender emoliente en el desierto ni vender el nuevo Smartphone con GPS hacia Marte. Solo soy un individuo que busca entender qué está pasando en nuestro querido Perú. Y es tan surrealista y contradictorio ser testigo de estos matices y ensaladas, que me pongo a pensar si realmente este país nos merece. Por un lado, festejamos los logros obtenidos por nuestros deportistas en los Panamericanos, nos sentimos orgullosos y tenemos afinidades que nos conectan como nación; y por el otro, tenemos a estos impresentables que creen tener corona solo porque "fueron elegidos por el voto popular". Pues, esa misma gente que votó por ti, Imbecerril, pide que te vayas, porque los has decepcionado. Y, claro, dirás que tus votantes están contigo y más bla, bla, bla. ¿Y quiénes son tus votantes? ¿Laboratorios farmacéuticos? ¿Cadenas de farmacias? ¿Bufones de medio pelo? ¿Lacras como tú, que te apañan, que ocultan tus felonías? Hablas de incapacidad moral contra el presidente y no ves las arrugas que tienes tú y tu familia. ¡Qué caradura! Ahora, si quieres que me haga una prueba toxicológica, recomiéndame el laboratorio al que tú vas.

Fuerza Popular es, como dicen que son, una fuerza; pero una fuerza destructiva, improductiva, desestabilizadora, como lo han demostrado desde 1992. La izquierda del curita arrepentido vive añorando los años de la guerrilla, del Che y de todos los conchés que solo buscan progresar a paso de carreta y no en un Bugatti, y al mismo tiempo chapotean como rémoras a expensas de los verdaderos pensadores y reformistas de esta sociedad hoy putrefacta, convirtiendo esos ideales en una simple caricatura. La derecha solo mueve sus piezas como si de acciones de Bolsa se tratara, buscando el rédito "democrático", dando fórmulas de constitucionalidad y de cómo gobernar, pidiendo hasta la vacancia presidencial, cuando en su momento -cuando eran gobierno o formaban parte de este- no hicieron nada ni se preocuparon por los más necesitados, que siguen igual, esperanzados de un mejor porvenir y soñando con las comodidades que le prometieron hace doscientos años.

¿Qué han hecho por su país? ¿Alguien puede decírmelo? No he visto una sola ley que beneficie a las masas, a los que no tienen hogar, servicios hospitalarios ni los más básicos para suplir sus carencias. Para ellos lo más importante es una ley que conmemora el "Día de la caja china", el "Día del manicurista" o el "Día del beso negro". Discuten temas irrelevantes, dilatantes, cumplen su horario como si de un libreto se tratara y el resto de las sesiones no son más que insultos y dimes y diretes; pero, claro, eso es solo para las cámaras, porque después, esos mismos que juran ser enemigos acérrimos, están tomando cafecito en el Cordano o en la cafetería del Congreso. Dios los cría y el diablo los junta.

El Parlamento es justamente eso, expresa la acción de hablar, de dialogar, de buscar entendimiento y consensos en ideas por el bien común, donde las leyes son el eje fundamental de las necesidades de un país. En las últimas décadas solo se ha convertido en un reality show donde ventilan sus frivolidades sin poner atención al pueblo que, insisten, votaron por ellos. Deberían volver los ojos a los legisladores griegos, como ejemplo de cómo se constituyen las bases de una democracia sólida y no en un botín. Ahora cualquiera puede ser congresista, sin ninguna preparación académica y ni una pizca de función pública. Claro, si los requisitos que pide la Constitución son solo los de ser peruano, haber cumplido los veinticinco, tener estudios secundarios y/o superiores, estar inscritos en el RENIEC y etc., fácil que se puede aspirar a una curul. Y, por supuesto, para cumplir con ellos algunos fraguan sus documentos para decir que estudiaron en tal o cual universidad, que son eruditos, académicos, intelectuales, cuando en realidad culminaron a duras penas la primaria. Esos son, de acuerdo a su nivel reptiliano de coeficiente intelectual, los pendejos de la cuadra, los que engañan a los más ignorantes de ser la solución a sus problemas y que traerán prosperidad a la región o a la comunidad más allá de las montañas. ¿En serio? Muchos de ellos huyen de la justicia y se amparan de la inmunidad parlamentaria o solo buscan un mejor estatus, aunque por su estilo de vida no les alcanza el sueldo por su sacrificada labor frente a las grandes decisiones que su cargo requiere. Las únicas decisiones que logran hacer es pensar cuánto van a recibir a fin de mes y a quién hundir.

Todos tienen derecho, podrán decir; me acusarán de intolerante, hater, trol y otras cosas más. Lo sé. Soy consciente de ello. Pero hay una distancia de ciento ochenta grados entre una persona preparada y con serias convicciones de servir, a otra que solo quiere lucrar y vivir cinco años a expensas de los demás. Los robacable, los comepollo, los espías bamba, los tránsfugas, los homófobos, los licenciados fantasma y los que juran por Dios y por la plata, han abundado y seguirán decorando ese edificio de la plaza Bolívar si no existe una verdadera reforma que revierta la mala imagen que ellos mismos han creado. Y lo más irónico, por no decir "lo más indignante", es que ellos creen estar en su derecho, no tienen un sentido de autocrítica, defienden a capa y espada su "autonomía", y es justamente por eso que pueden hacer lo que estamos viendo: se aumentan el sueldo sin rendirle cuentas a nadie, se blindan, archivan leyes, vacan presidentes, censuran ministros, lloran por líderes detenidos y pregonan a los cuatro vientos que existe una campaña de desprestigio y de persecución política. ¿Por qué? Porque crean las leyes de su conveniencia y todo lo que atente contra sus intereses es antidemocrático. ¿Y lo que están haciendo? ¿Darle la espalda a sus electores no lo es?  Para ellos no, son congresista, son nuestros padres de la patria. Prefiero ser un hijo de puta que ser un hijo de congresista. Aunque es la misma cosa.

El Congreso ha hecho méritos suficientes para crear un hilo muy débil que separa la realidad de la ficción. Oliver Stone tendría harto material de sobra. Hasta el mismo George R. R. Martin se vería tentado de recrear ese mundo tridimensional que es el Salón de los pasos perdidos. Emilia Clarke sería una buena Rosa Bartra -claro, con maquillaje- o, si aún viviera, Robin Williams interpretaría magistralmente a Héctor Becerril. Pero, dejando de lado las bromas, ser congresista es un buen negocio. ¿Quién no quisiera estar tentado por el poder? Es un cheque en blanco, es la oportunidad casi comparada con sacarse el premio gordo de la Tinka. Puedo trabajar dos veces a la semana, confabulo contra la minoría, puedo robar, acosar y manipular información sin ser sometido a la justicia, hago negocios devolviendo favores a mis contribuyentes -y como son anónimos nadie sabrá de donde proviene mi financiamiento electoral-. Ese es el ejemplo que dan. Ahora cuando a un niño se le pregunta qué quiere ser de grande, la respuesta lógica es "quiero ser congresista, papá". Para qué estudiar si puedo falsificar registros de notas, títulos, inventar profesores y compañeros de aula y otro puñado más de etcéteras.

Aún hay falencias en este gobierno, hay que ser justos y conscientes. Pero hay una avance significativo. No hay nada perfecto y esto ha sido un baldazo de agua fría para todos, para bien o para mal. Hay que mejorar los mecanismos, es correcto. Hay que mejorar en la comunicación Estado-Pueblo, también es correcto. Hay que cerrar el Congreso, es un clamor que pide un 75% de la población; pero hay maneras de hacerlo y no busquemos un nuevo 5 de abril, porque las circunstancias son distintas. Hay que cambiar de mentalidad, de perspectiva, de qué es lo que quiero para mi país y no sentarme a aplaudir a un deportista por sus méritos individuales, hay que aplaudir a todo un país que quiere cambios, que está empezando a despertar, que está tomando conciencia de las implicancias que genera este divorcio del Ejecutivo contra el Legislativo, promovido obviamente por este último. El camino es largo, y si hay que nadar contra la corriente, por un mejor PERÚ, por una buena sintonía por lo que necesitamos y merecemos, es el momento de hacerlo.