miércoles, 14 de marzo de 2012

No es personal... solo negocios

El día que me contrataron para matar a Manuel Burga, no lo pensé dos veces. Ya era hora de que recibiera lo que se merece, por las trampas y sabotajes emprendidos al frente de la Federación. Su culpabilidad era reconocida por el menos e improbable fanático al fútbol, y no había nada que hacer cuando se trataba de un trabajo como el que me habían encomendado. Y no es fácil contactarme, tengo que protegerme las espaldas, porque lo que hago requiere de mucha discreción y profesionalismo. No soy de esos que se citan en un chifa ni en una cafetería a plena luz del día. Ni siquiera por Internet. Digamos, que soy un servidor clásico, con apartado postal y buzón de correo tradicional. Las cartas me llegan como a Mónica Zevallos en Vale la pena soñar, solo que esto no era un sueño, eran cosas concretas que debía ejecutarlas en el acto.

El mensaje era elocuente: Mátalo. Pon el precio, que gustosos te pagamos. Creí que se trataba de un chiste, pero noté que las firmas decían todo lo contrario. Varios clubes estaban dispuestos a "negociar" la salida inminente de quien ha hecho y desecho a su antojo el desarrollo de las actividades futbolísticas del país, incluyendo las actuaciones deplorables de la selección en miras al mundial, por las argollas y beneficios de sus, dizque, estrellas del balompié. Mientras este individuo se llenaba los bolsillos inescrupulosamente, la situación de los clubes era un caos y muchos estaban en condiciones de declararse en bancarrota por la falta de voluntad de solventar los problemas financieros de sus representados. Vamos, pensé, por qué gastar el tiempo en un infeliz que no se merece siquiera el interés de la gente. Voy a convertirlo en un mártir. Pero luego pensé. ¿No sería mejor desaparecerlo, como Jimmy Hoffa? Nadie encontraría el cuerpo y sería un misterio sin resolver que duraría años y años, a no ser que realmente sucumbamos el 21 de diciembre y no habría vuelta que darle.

¿Por qué un tipo de sus características era tan odiado? Siendo el máximo dirigente de la FPF, debía tener al menos un poco de credibilidad, pero a nadie parecía hacerle gracia que sea el único candidato que se presentaba a las elecciones de la Federación, ni que sea él mismo el que se eligiera y se hiciera juramentar a sí mismo. Era muy cómico, ya lo creo. Pero debía tener alguna debilidad, algo que pudiera serme útil para esclarecer la forma en que actuaba a espaldas de todos los gremios futbolísticos existentes. Todo indicaba que era un tipo normal, que no llevaba una vida secreta ni mucho menos tenga pasatiempos de dudosa moral. NI siquiera su nombre figuraba en Wikipedia, habían borrado su perfil y eso ya era suficiente como para sospechar de él. Indudablemente, era un tipo corrupto que ganaba millones gracias a sus ingeniosas maniobras al frente de la organización del Descentralizado y apoyar a sus amigos argolleros, como medios de comunicación, auspiciadores y estrellas internacionales que cuando vienen a jugar aquí no hacen otra cosa que hacer turismo sexual y parrandas hoteleras -de ahí su desinterés a la hora de jugar, sin que se pueda ganar al menos un partido importante y clasificar-, y entrenadores pusilánimes y complacientes. Sí, era culpable.

Paseaba de vez en cuando por la VIDENA, ataviado como un simple atleta que daba vueltas por la pista de carreras, observando cada movimiento del susodicho y marcar las horas de entrada y salida de las oficinas de la FPF que funcionan ahí. Algunas veces lograba localizarlo, siempre escoltado por sus matones y con esa sonrisa estúpida que lo hacían ver sin lugar a dudas como un sinvergüenza. Montado en una bicicleta, como cualquier aficionado a las ruedas, seguía prudentemente el auto que lo llevaba a los grandes banquetes y comilonas que organizaba, rodeado siempre de guapas anfitrionas de una conocida marca de cerveza y dando conferencias de prensa sobre las posibilidades de clasificar al mundial. ¿Cuál? ¿El de 2074? Seguía su recorrido e ingresaba a un exclusivo hotel, siempre acompañado por sus matones. Dos horas después, volvía a su auto a seguir su paseo por medio Lima. Según el botones del hotel, luego de recibir una suculenta propina de mi parte, casi todos los días visitaba a una señorita que se hospedaba en una de las habitaciones del octavo piso. No quiso darme detalles, pero sospeché de inmediato por dónde iba la cosa.

Me hice pasar como taxista y me estacioné al frente del hotel, todos los días, esperando a que mi víctima diera la cara. ¿O el botones había dado el parte al tipo o no le apetecía revolcarse con su amiguita? Seguí esperando. Me comí dos Twisters para mitigar el hambre y una refrescante gaseosa para aplacar la sed de este torrente calor veraniego. Sin embargo, no tenía noticias de Burga. Al caer la tarde, un Daewoo negro se aparcó en la entrada del hotel y pude ver que se trataba del caradura ese. La cosa estaba empezando a funcionar. El coche se retiró, pues, era habitual que lo esperara hasta la hora de concluir con sus devaneos corporales. Quizá, pensé, tenía para rato, ya que no había regresado al lugar casi una semana, y debía ponerse al día.

Muy de noche, el sueño estaba venciéndome. No había comido desde el mediodía y mi vejiga estaba repleta de líquido. Usé la botellita de la gaseosa para exprimir la última gota que me quedaba de orina en mi interior y me lancé un sonoro pedo que me hizo reír y aclarar la mente luego de una siesta momentánea. Sin embargo, la puerta de atrás del auto me sobresaltó: "Mueve el culo, cuñao". Al verle la cara al imprudente éste, mi espera no estuvo mejor recompensada. Era nada menos que el propio Burga que pedía mis servicios de taxista para llevarlo de regreso a su casa. Arranqué presto el auto, no sin antes deshacerme de la botella con orina y poner los sentidos al servicio de mis intenciones.

El viaje no estuvo nada mal. El tipo era reservado, no como aquel personaje que veía en televisión, ostentando una enciclopedia mental a la hora de explicar su estrategia para aplacar el desencanto de los aficionados. Parecía reflexivo. Otra persona. Así que metí mi cuchara. Le pregunté si era quien creía que era. "Así es", dijo. Hablamos sobre los problemas con los clubes de fútbol y si había solución al final del túnel.

-La gente no sabe la presión que uno lleva encima, viejo -dijo Burga-. Creen que es fácil dirigir toda una federación. Me siento impotente de tratar de solucionar todo en tan poco tiempo, que difícilmente pueda tener una vida tranquila. Tú, por ejemplo, vives de lo que te da el taxi. Con lo poco que llevas a tu casa, tu mujer puede atenderte y darle seguridad a tus hijos. ¿Cuántos tienes? ¿Dos? Bueno, la cosa es que yo llego a casa, y lo que veo son solo cerros de documentación que no termino de revisar. No puedo. Es terrible. ¿Me entiendes, verdad? Creo que contigo puedo sentirme a gusto de decir estas cosas que la mayoría no podría entender. Tú sí me entiendes. Lo veo en tus ojos.

-Estoy manejando, no puedo apartar la vista del camino -dije.

-Quiero hacer una buena gestión. Y no puedo trabajar bien si es que sé que el tiempo de mi presidencia se termina. Debo de reelegirme para seguir trabajando, para seguir solucionando los problemas del fútbol peruano... Espera... Este no es el camino a mi casa... ¿A dónde me llevas?

A la mañana siguiente, un vuelo con destino a Aruba me llevaría a pasar unas merecidas vacaciones. Mi cuenta tenía una cifra de siete ceros que me devolvieron la fe y la tranquilidad de hacer mi trabajo sin pasiones ni titubeos, sin juzgar a la personas por lo que son ni lo que hacen. Y, bueno, ya nadie se preocuparía en buscar a Burga. Luego supe que la misma Federación acusó al hombre de abandonar su puesto y fugar del país, en medio de una serie de cuestionamientos sobre su cargo y por la falta de moral de desatender el futuro del deporte rey. Sí, pues, soy un profesional. ¡Qué distinta sería la vida sin tipos como Burga!

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