miércoles, 8 de enero de 2014

El día de la marmota

Ezequiel tomó el primer bus que cruzó la calle. Estaba atónito y demasiado acelerado como para no pasar desapercibido el alto grado de confianza que había sucumbido sus entrañas, cuando el día anterior su jefe le pidió leer el proyecto que estaba cocinando desde hacía varias semanas. Se había sentido subestimado la mayor parte del tiempo, que era imposible creer que las cosas estaban a punto de cambiar a partir de entonces. Tampoco quería ser triunfalista y tomó las cosas con calma mientras el bus lo aproximaba a su paradero final. Creyó ver una nube gris en lo alto del edificio donde trabajaba. ¿Una señal de mal agüero? Sacudió los hombros como quien se quita arena de encima y bajó seguro del bus y caminó hacia el vestíbulo del edificio. Se percató que un camión de la mudanza estaba aparcado al frente y varias cajas de cartón se apilaban a un lado. El tipo gordo de los recados interceptó a Ezequiel con una mirada sombría. "¿No lo sabes?", dijo, "acaban de despedir a toda una sección". Ezequiel confirmó sus pesares con el estruendo de un relámpago que apareció solo en su cabeza.

La noticia remeció los cimientos de la empresa. La sección a la que se aludió era la encargada de suministros. Uno de los empleados tuvo la gran idea de recortar la entrega de papel bond y eso puso furioso a más de uno. No se podía hacer nada con poco papel, ya que debían imprimir sendos informes que mantenían el normal desarrollo de las operaciones, y no estaban dispuestos a soportar mezquindades de ningún tipo. Ezequiel tragó saliva porque comprendió que él formaba parte de esa oficina, aunque en un nivel más bajo. Pero pensó, tal vez las cosas sucedieron mucho después de recibir la notificación de su jefe y no tendría problema con entregarle el proyecto esta mañana. 

Subió a la oficina y se presentó con la secretaria. "Lo están esperando", dijo, "pase, por favor". Ezequiel estaba más que asombrado. Alrededor de una gran mesa, estaban los ejecutivos esperando al joven prodigio que les había alegrado la mañana luego del bendito incidente con el papel bond. Se sentó a un extremo de la mesa, en una silla especialmente acondicionada para él y entregó el material para que sea observado por el resto de los presente.

"La secretaria se encargará de sacarle copia", dijo el jefe. "Con esto del papel ya te imaginarás que no se puede tenerlas todas". Y se echaron a reír. Ezequiel empezó su disertación con un poco de temor pero poco a poco fue entrando en calor y el menudo rollo parecía interminable. Al parecer, su desenvolvimiento peculiar fue del agrado de la concurrencia y festejaban sus comentarios con gratas sonrisas y algunas risitas entrecortadas, que le animaban a  seguir explicando de qué trataba su proyecto, mientras la secretaria llegaba con las copias. Y como demoraba lo suficiente para solicitar a la policía que fueran a buscarla, la paciencia del jefe fue perdiendo la jovialidad de hace unos minutos y le pidió a uno de sus subalternos que fuera a buscarla. Ezequiel, sin embargo, no parecía estar incómodo y trató de seguir con su explicación, pero el humor del jefe impidió que prosiguiera. Fue entonces que se dio cuenta que su suerte estaba echada.

Al regresar el subalterno, le dijo al jefe algo al oído que lo puso furioso. De un manotazo sobre la mesa puso fin a la reunión, y más de uno transpiró enseguida porque eso daba a entender que también estarían condenados al despido. "Pero, por qué", dijo Ezequiel a uno de los convocados, el que le respondió que cuando el viejo se ofuscaba, otros la pagaban. "¿Y qué pasará conmigo?", agregó Ezequiel, "Yo trabajaba en Suministros". El ejecutivo movió la cabeza como si le estuviera dando el pésame. No supo qué hacer en ese momento. Su otrora oficina estaba vacía. Al otro lado, la secretaria era consolada por unas colegas suyas, que le alcanzaban trocitos de papel higiénico para que se limpiara los ojos sin dañar el delineador. Ezequiel no se atrevió a acercarse y preguntarle qué había pasado. Luego, una joven secretaria le dijo que la fotocopiadora la habían embalado con todas las pertenencias de la sección y no pudo cumplir con su trabajo. Y era la única fotocopiadora en toda la empresa. La mujer quiso que se la devolvieran, pero el encargado de la oficina la mandó donde su madre a hornear brownies.

La cosa se puso fea, entonces, pensó. Sin nada que hacer, se sentó en recepción y esperó a que la tranquilidad volviera a su vida. Pasado el mediodía, el resto de ejecutivos que salían a almorzar vieron a Ezequiel y no pudieron evitar reírse de él. Comprendió enseguida que había sido objeto de una emboscada para quitarle su proyecto. Esa nube gris que flotaba sobre el edificio lo había confirmado desde el principio. Más tarde, dos agentes de seguridad solicitaron su identificación y lo invitaron a abandonar el edificio. Pero primero tendrían que devolverle su proyecto, aclaró. Parecían no escuchar. Uno de los agentes le dijo que no volviera más, mientras le cerraban la puerta en su cara, sin derecho a reclamos ni a indemnizaciones. "La cosa está fea", dijo. No le quedó más remedio que regresar a su casa, con pies cansados y la derrota que brotaba de sus poros sudorosos.

Antes de subir al bus que lo llevaría a su hogar, cuatro sujetos le cerraron el paso y lo arrastraron hacia una calle aledaña. Parecía ser víctima de un atraco. Puso resistencia y quiso propinarles uno de esos mortíferos golpes que veía en las películas; pero eran demasiados y no quería soltar el maletín. Lo llevaron nuevamente al edificio y en recepción lo esperaban todos los empleados de la empresa, encabezados por el jefe, quienes le gritaron "¡Sorpresa!". El muy tarado había olvidado que hoy era su cumpleaños, y fue víctima de una broma perpetrada con la precisión de un profesional. Todo había sido maquinado de tal forma que pareciera real. ¡Y vaya que lo consiguieron!

Ezequiel recibió una promoción. Su proyecto fue atendido y se puso en ejecución de inmediato. Fue un salto cualitativo que lo envió de Suministros a Proyectos Específicos, con todos los beneficios de ley. Diez años en el mismo puesto era un castigo que debía ser recompensado de inmediato. Se preguntó cómo habían hecho para que apareciera la nube gris sobre el tejado. Fácil, dijeron, como ya querían cambiar el mobiliario, no tuvieron mejor idea que quemar algunas sillas viejas. ¡Qué ingeniosos!, pensó. Sí, pues. El invierno había terminado. El verano empezaba con cosas mucho mejores, y en Technicolor.

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