Daphne necesitaba promover sus productos a toda la comunidad vegana, la que había conocido en una feria virtual, y era el momento indicado para cambiar de rubro gracias a esta pandemia que nos cogió a todos con los pantalones en el suelo. Ella lo sabía, al igual que todas esas personas que buscaban recuperar el tiempo perdido y su economía. Nunca había trabajado de esa manera. Estaba tan cómoda detrás de un escritorio escribiendo facturas y sacando cálculos de los próximos movimientos financieros en la empresa donde laboraba hasta hace unos meses, cuando le dijeron en un tono solemne "hasta aquí nomás". Y tuvo que reinventarse.
Por
curiosidad encontró la página web de un experto en comida saludable, que a su
vez recomendaba abrir el negocio propio con la venta de maní y jugo de alcachofa, y
que, por una módica suma de dinero, podría invertir en otros productos de moda.
No lo pensó dos veces e hizo lo mismo que a este influencer le había cambiado
la vida.
En
menos de dos meses las llamadas y pedidos no se hicieron esperar. Le faltaba
manos para envolver y embolsar sus snacks finamente seleccionados, que tuvo que
conseguir a otros inversores, más que todo amigas suyas que estaban en las
mismas condiciones laborales; incluyendo menús, se abrió paso en otro rubro que
le trajo beneficios astronómicos. Con el dinero recaudado pudo administrar una
página web y un canal en YouTube donde cada día preparaba un plato distinto
para los amantes de la comida sin carne ni pesticidas.
Daphne
estaba feliz. ¡Qué duda cabe! De los doscientos soles que tenía en su cuenta
bancaria, ahora podría decir que los quince mil ochocientos que había
recaudado, valieron la pena. Alquiló una moto y puso a trabajar a un venezolano
caído en desgracia por las políticas de Maduro y lo convirtió en su repartidor
estrella. Nunca entendió cómo podía desplazarse de un extremo a otro de la
ciudad en menos de veinte minutos sin romper las reglas de tránsito. Lo que
nunca supo es que este pendejo tenía a otros compatriotas a su disposición y,
bajo el sistema de postas, iban distribuyéndose el pedido hasta despacharlos
en tan poco tiempo. Sea como fuera, los clientes estaban contentos.
Un
día, Daphne se despertó con una idea genial. Ahora que las cosas estaban
volviendo poco a poco a su cauce, que el distanciamiento social y los sectores
económicos estaban siendo normados, creyó conveniente alquilar una gastroneta o
camión de comida y desplazarse por calles y plazas de la ciudad, preparando sándwiches
y comida al paso. Al principio, a la gente común le parecía extraño que alguien
vendiera un sándwich de champiñones con pimientos fritos a la oliva, cuando
estaba acostumbrada a un grasoso choripán o salchipapa de cuatro mil calorías.
Pero, gracias a su perseverancia, pudo convencer al paladar poco entrenado.
De
la noche a la mañana, Daphne encontró otra veta y sus ganancias de triplicaron, consiguió una flota de gastronetas que distribuyó hacia otros
distritos de gustos exigentes, además de sus pedidos vía web de snacks y
brebajes de pura pulpa de apio y berenjena.
Aunque
fue un problema mantener a sus repartidores, muchos de ellos no contaban con permiso
de trabajo o, al menos, un salvoconducto que pudieran usar en caso la policía
interviniera sus vehículos, las cosas no tardaron en solucionarse a medias. Tuvo
que despedir a muchos de ellos por las condiciones migratorias y la falta de
documentos que avalaran su continuidad en el negocio y en el país, claro está. Daphne
tuvo que prescindir de ellos y contratar a gente del país, entre choferes y cocineros.
Seis
meses después, podemos ver el nombre de Daphe’s Vegan Food recorrer la
ciudad, promoviendo la comida saludable y concientizando a las masas que matar
a un ave, a un pez o a una vaca, es tan cruel como ver al pleno del Congreso
por televisión. Pese a las dificultades, el peruano siempre tiene un as bajo la
manga para transformar sus angustias en contagiosa prosperidad. Claro, si vamos
a repartir un Cordon Bleu de gluten o un milkshake de betarraga con leche de
soya a un asentamiento humano, en el más recóndito punto de la nada, mejor nos
dedicamos a criticar al Gobierno.
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