lunes, 14 de marzo de 2016

Nena, no hay quien te haga llorar como yo

Fue demasiado pronto para exigir una sincera explicación. Fátima esperaba que Tomás abriera su caparazón y enfrentara abiertamente las consecuencias de sus actos. Había perdido cinco años al lado de este hombre que, de no ser por el amor que aún sentía, hubiera preferido irse del país como lo tenía planificado desde un principio. Pero ahora, sin más preámbulos, necesitaba escuchar la verdad. Aunque doliera.

Tomás no estaba contento. Con el paso de los años, había perdido el gusto por la vida. Vivía dentro de su propio laberinto, que ningún estímulo le procuraba darle sentido a su voluble e inexplicable paso por este mundo. Fátima, en cambio, era una mujer arrogante, decidida y llena de ideales; su ambición era no estar en un país resquebrajado moralmente, sino formar parte de una sociedad y cultura progresistas, lejos de parámetros conservadores y convencionales. Y en su propio país no lo iba encontrar. Estaba dispuesta dejar lo ya antes construido, pero quería hacerlo con el hombre que había elegido como su complemento. ¿Era pedir demasiado?

Era una pareja atípica. Muchos lo decían. Ella era gorda; él, flaco, más de lo que aparentaba bajo esas ropas anchas. Ella era narcisista, agresiva e impetuosa, a diferencia de Tomás que podía ganarse el afecto de cualquiera y sentirse protegido de una irascible Fátima, que chasqueaba los dedos las veces que veía en él al pusilánime que tanto detestaba. Tomás tenía que tragarse toda esa humillación pública en silencio y a regañadientes. Sin embargo, pasado el mal momento y los arrepentimientos, hacían el amor como locos y clamaban su afecto bajo las sábanas de una cálida cama de hotel… para luego volver al mismo punto de partida.

Hasta que Tomás, harto de vivir bajo su sombra, decidió cortar la enfermedad desde la raíz y evitar seguir engañándola y engañándose a sí mismo de que esta relación aún podía salvarse. Desde luego, los comentarios que surgieron posteriormente fue previsible. Por el lado de Fátima, sus dos mejores amigas estuvieron apoyándola en todo momento, revelando su verdadera naturaleza en contra de Tomás, a quien consideraban un vago y la peor decisión que ella hubiera tomado, echando por los suelos la supuesta amistad que habían cosechado hasta el momento. No era más que apariencias. Hipócritas, fue lo único que dijo Fátima en su silencio angustioso.

Y aunque pudo haber sido todo lo contrario, la familia de Fátima estuvo a favor de Tomás, pues sabían cómo era ella. La madre, al menos, aún conservaba las esperanzas de que volverían a estar juntos pasada la tormenta; sus hermanos, más que una sugerencia, conminaron a que se separasen por un tiempo y ver qué le convenía a cada uno. Pero Tomás ya estaba decidido. Era el fin.

Mucho después, cuando las cosas se calmaron, ambos se reencontraron para aclarar los sinsabores que vivieron en aquella oportunidad. Así fue que Fátima se enteró de las verdaderas razones del distanciamiento y consiguiente rompimiento de Tomás: quería estar con otras mujeres, porque su gordura le había quitado el interés de acostarse con ella. La dejadez que había experimentado Fátima con su peso y apariencia, hacían volver los ojos hacia otras féminas de mejor apariencia y sensualidad innatas. Eso, obviamente, no quitaba el cariño que sentía por ella, porque lo espiritual no tenía nada ver con lo carnal. Y era mejor concluir la relación en lugar de engañarla descaradamente y vivir sometido por los remordimientos. Porque pudo haberlo hecho, oportunidades no le faltaron, pudo acostarse con cualquiera que se le cruzara en el camino y le diera pie para hacerlo; pero no lo hizo, por respeto. Mientras existiera esa posibilidad, no era factible seguir atormentándose con dichas tentaciones. Sin duda, era el hombre más honesto que jamás conocería en su vida. Por supuesto que la sincera confesión de Tomás no quitó en ella sentirse traicionada y humillada, que, hecha un mar de lágrimas, descargó todo su coraje ante su imperturbable interlocutor.

Desde aquel momento, Fátima no descansó hasta no verlo hundido y humillado ante la opinión pública. Su victimización cosechó frutos ante sus amigos y los amigos de éste, al exagerar y tergiversar sus confesiones, convirtiéndolas en ciertas e iniciando una campaña de desprestigio en las redes sociales. Y no todo quedó ahí, Fátima le atribuyó una supuesta relación con una empleada del hogar, noticia que llegó a sus oídos gracias a los chismes de otra empleada que la escuchó decir: “El joven Tomás está para la olla. Le tengo ganas”. Cuando una mujer es vengativa, hace todo lo que esté a su alcance para cumplir con ese objetivo, pensó Tomás.

Finalmente, el huracán Fátima se salió con la suya. Le quitó su reputación, su honorabilidad y sus amigos. Tomás tuvo que rehacer su vida desde cero, mientras ella se regodeaba con aquellos que iban a darle su apoyo incondicional contra aquel tarado, que lo único que hizo fue vivir bajo sus preceptos antes de cometer una falta grave. De haber sabido que terminaría siendo una basura ante los ojos de los demás, hubiera hecho todo aquello por lo que fue condenado.

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