Fuente: Google |
Me hace sentir como Spencer Tracy o Steve Martin, sea cual sea la versión que hayan visto de El padre de la novia. Claro, la situación es diametralmente opuesta de lo que significa un tierno beso de adolescentes. No se van a casar. No. Es el principio de un discurrir por la vida que les aguarda más adelante. Hemos pasado por lo mismo y no hay secretos en ese aspecto, simplemente guiarlos hacia una buena educación sentimental que no les proporcione dudas ni se vean envueltos en los típicos mitos que se cosechan en otras latitudes. Al menos, hemos hecho un buen trabajo con ellas.
Lo que me preocupa es haber llegado a mi techo como padre. Siento que ya no me necesitan, ya no como el hombre que está detrás de ellas, obligándolas a comer todas sus verduras, sino como aquel ser omnipresente que todo lo sabe y a quien deben escuchar. Y no es que me sienta relegado como una vieja muñeca dentro de una caja de cartón. No, lo tengo bien claro. Las cosas cambian. Lo sé. Tienen otros intereses al lado de otras personas. Su madre también siente que ha llegado a ese nivel con ellas. Y lo bueno del asunto es que están en una etapa complicada pero hermosa, están aprendiendo a vivir según su criterio. Tendrán un camino interesante, sólido y autocrítico. Eso me gusta. Me devuelve las esperanzas de que pocas personas asuman su personalidad y sexualidad de la manera más coherente y consecuente con los principios aprendidos desde pequeñas. La mayor, obviamente, tiene el camino trazado. La menor, sin duda, seguirá sus pasos.
Nos sentamos a la mesa los cuatro y comentamos lo que está pasando. La comunicación es importante. Al menos, no me puedo quejar. Mis hijas me quieren, como yo a ellas. Es suficiente para mí, al igual que para su madre. Dos nuevas vidas empiezan a demostrar de qué están hechas.
Lo que me preocupa es haber llegado a mi techo como padre. Siento que ya no me necesitan, ya no como el hombre que está detrás de ellas, obligándolas a comer todas sus verduras, sino como aquel ser omnipresente que todo lo sabe y a quien deben escuchar. Y no es que me sienta relegado como una vieja muñeca dentro de una caja de cartón. No, lo tengo bien claro. Las cosas cambian. Lo sé. Tienen otros intereses al lado de otras personas. Su madre también siente que ha llegado a ese nivel con ellas. Y lo bueno del asunto es que están en una etapa complicada pero hermosa, están aprendiendo a vivir según su criterio. Tendrán un camino interesante, sólido y autocrítico. Eso me gusta. Me devuelve las esperanzas de que pocas personas asuman su personalidad y sexualidad de la manera más coherente y consecuente con los principios aprendidos desde pequeñas. La mayor, obviamente, tiene el camino trazado. La menor, sin duda, seguirá sus pasos.
Nos sentamos a la mesa los cuatro y comentamos lo que está pasando. La comunicación es importante. Al menos, no me puedo quejar. Mis hijas me quieren, como yo a ellas. Es suficiente para mí, al igual que para su madre. Dos nuevas vidas empiezan a demostrar de qué están hechas.