domingo, 27 de noviembre de 2022

Una inquietud desprovista de vergüenza

A vista y paciencia de su marido, Leonor tomó la decisión de fornicar con su mejor amigo luego de que lo hiriera gravemente Butch, su chihuahua bizco. Sus partes nobles sufrieron la mayor parte de los daños, dejándolo impotente durante el proceso de rehabilitación. Tuvo que tragarse el orgullo, además de perdonarle la vida a su mascota, y aceptar los requerimientos de su mujer.

Era sabido que Leonor tenía un apetito voraz por las carnes sazonadas con testosterona. En su juventud hubo experimentado más de mil formas distintas de placer carnal, que en una noche llegó a mantener relaciones con dieciocho personas a la vez, sin contar a su vecino, un compañero de estudios y dos de sus primos en el transcurso de las horas. Seriamente, se le ocurrió pedir ayuda médica, cosa que descartó de inmediato porque terminaría tirándose a todo el consultorio. Se conocía muy bien.

Por su parte, Edmundo era un tipo encantador, comprensivo, sensato. Complacía a su mujer en todos sus caprichos, sean o no de tipo sexual. Ambos congeniaron a la perfección casi imposible de creer para una mujer como Leonor, que se contentó con un solo hombre; pero después de diez años juntos y con el percance del perro, terminó por aceptar su realidad, aunque sin perder el tiempo en gimoteos ni señalando culpables; utilizó ese tiempo para darse un festín como ya lo venía haciendo antes de su noche de bodas.

No tuvo mejor idea que convocar a su mejor amigo, a quien le había perdido el rastro dos décadas atrás, y el único con el que podría tener la suficiente confianza para que se sirviera a sus anchas del delicatesen en que se había convertido esta mujer. La había conocido tan flaca como un pabilo sin sospechar que años después exhibiría unos portentosos pechos y glúteos cincelados por la providencia y las hormonas desatadas.

Ni bien retomó su relación con Leonor, tuvo que pedirle permiso al marido por las cosas que estaba a punto de cometer en nombre de las buenas costumbres. Edmundo no le dio importancia al asunto y dejó que subiera al dormitorio no sin antes advertir que su esposa era una dama, después de todo, por donde se la mirase. Sí, claro, dijo, y pensó: “Este pobre diablo debe estar chiflado”.

Dos días después, el chihuahua murió de rabia, porque sufrió de bullying por los perros del vecindario. Edmundo lo enterró en el jardín mientras escuchaba a Leonor dar alaridos desde la ventana del dormitorio. Algún que otro vecino miraba extrañado la procedencia de dichos ruidos, que Edmundo tuvo que explicar fríamente que su mujer estaba tomando lecciones de canto, pero que estaba muy lejos de ser comparada con María Callas. Todos se echaron a reír y compartieron una jarra de limonada recién preparada.

El amigo de Leonor no podía más. Estaba extenuado. Pero ella no se rendía tan fácilmente, así que pidió una ronda doble de Red Bull y se puso en acción, en contra de los deseos del invitado, que protestó enfáticamente que deberían tomarse un descanso. Molesta, cogió sus cosas y se largó en busca de otros hombres. El amigo le dijo a Edmundo de lo que estaba pasando y él, tan sereno como siempre, le dijo: “Sí, sí. Así es ella. No te preocupes. Ya volverá”. El amigo cogió sus cosas y se largó, no sin antes parafrasear a un congresista desempleado: “¡A la mierda con este país!”.

Leonor se metió a un bar y les propuso a cuatro amigos que compartían una jarra de cerveza que si querían cogerla entre todos. No lo pensaron dos veces y se la llevaron en el auto de uno de ellos a casa de otro de ellos. Leonor no tenía intención de volver a casa hasta que estuviera completamente satisfecha. Al igual que el amigo, estos cuatro gamberros pidieron tiempo para recuperar el aliento. La mujer no toleraba insubordinación y le dio una patada a cada uno en sus genitales. Obedecieron y reanudaron el trabajo. Hasta el último orgasmo emitido por esta fémina, las cosas se tranquilizaron. Pudo vestirse y regresar a casa, junto a su marido, que la esperaba con un vaso de limonada bien helada. Luego de un reparador baño, se metió a la cama, le dio un beso de buenas noches y empezó a programar sus actividades del siguiente día. Edmundo le dijo por sobre el hombro: “Te lavaste los dientes, ¿verdad?”


Imagen: gpointstudio en Freepik

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