lunes, 14 de marzo de 2011

Quo Vadis, Perú?

A escasas semanas de las elecciones generales, veo con mucha preocupación la cantidad de exposición mediática de alguno de ellos por alcanzar la simpatía del elector, especialmente de los jóvenes, que no conocen su pasado y del desastre que ocasionaron y siguen ocasionando al país. Si hacemos un balance de dichos personajes, me doy con la sorpresa de que repiten el mismo argumento de cada cinco años, sin novedad, sin prescindir del autobombo y la necesidad de hacer lo que fuera por conseguir sus propósitos. Sinceramente, no son conscientes de la verdadera importancia de ser un jefe de Estado, aquel que llevará las riendas de una nación en busca de consenso y de los mecanismos que harán de ella un país grande.

El primer obstáculo es que hay muchos candidatos. Once, a decir verdad. Es cierto que en una democracia, amparada por la Constitución, toda persona tiene derecho a postular a un cargo público de tamaña envergadura, seguida de una larga lista de razones. Bueno, puede ser. Pero también existe el sentido común; y ahí es donde debería partir todo proceso antes de elegir a un candidato. Lamentablemente, nuestro sistema electoral es muy primitivo, muy "de vieja escuela", que deja que cada ciudadano opte por su preferencia y tengamos que soportar toda esa avalancha propagandística que lo único que hace es confundir más a la población.

Pero, ¿por qué quiere uno ser presidente? ¿Qué les impulsa a ser recordado en láminas escolares Navarrete o en los últimos volúmenes de la Historia del Perú? ¿Amor al país? ¿Servir a la población? Mentira. Todos quieren una tajada de la torta, y no hay manera más fácil de conseguirla que siendo presidente o funcionario público. "La plata viene sola", dice un proverbio. Y es verdad. Siento vergüenza por aquellos congresistas que en los últimos años han hecho de su cargo una oda a la conchudez y al desparpajo: ahí tenemos a los comepollo, los robaluz, los mataperro, que viven a expensas de los demás, que se regocijan con faenones sin recibir el castigo que se merecen, cagándose sobre la justicia y postulando nuevamente como "padres de la patria", con honradez, trabajo y cumplimiento de las leyes que, dicho sea de paso, los beneficia así de simple. Hay que ser imbécil para seguir creyéndoles, y más triste aún, hay gente que sigue votando por ellos. Es lo que me desconcierta de todo este circo.

Hay candidatos pintorescos, que sirven para desestabilizar a los cabeza de serie, con la intención de distraer a la opinión pública. Son aquellos que ni siquiera alcanzan el 1 % de los votos y se hacen populares en programas cómicos o en estos debates que provocan más risa aún, cada vez que explican su plan de gobierno. Gritan como si estuvieran en un mitin, chupan caramelos en plena exposición o miran el cronómetro para que no se les vaya el tiempo sin decir nada productivo. ¿Por qué gastar dinero en campañas cuando sabes perfectamente que no vas a conseguir ni siquiera el 0,01 % en el conteo final? ¿También quieren su tajada?

No niego que algunos tienen buenas intenciones y creen que el país va a cambiar porque están convencidos de que es la mejor opción. A veces no se puede vivir de buenas intenciones. No se puede prometer sin conocer la realidad. No creo que a estas alturas nadie sepa que el Perú es propiedad de unos cuantos empresarios, que son ellos los que van a elegir a su próximo vasallo; es esa gente que, luego de la "independencia", se repartieron las tierras e hicieron lo que les vino en gana, respaldados por un gobernante complaciente y cómplice de toda esta explotación sistematizada y que ahora estamos pagando. Hablan de bonanza económica, de educación, de salud, de inclusión e igualdad para los menos afortunados. Es fácil salir y regalar un kilo de arroz o cien soles cuando en realidad se deben ejecutar programas de bienestar duraderos, que la gente sea útil y forme parte de ese engranaje que el país necesita para caminar. Pero no quieren, porque no les conviene. Cuanto más inculto es un pueblo, más fácil es manipularlo. Somos un país con una rica tradición cultural, con tantos elementos a nuestro favor, y lo desperdiciamos por el capricho de unos cuantos angurrientos. Cuando Velasco se levantó en armas fue justamente para cambiar dicho panorama. No lo consiguió, porque no tuvo las herramientas apropiadas para hacerlo. Y, como digo, se quedó en buenas intenciones. Que muchas de sus reformas se aplicaron y dieron un viento de esperanza, sí; pero no hubo continuidad. Y ese es otro problema que explicaré en su momento.

Así que, sea quien sea el próximo presidente, debe saber en qué pantano se está metiendo. Tengo fe en que mi país cambie, no solo como una potencia económica y gracias a un "mesías", sino que cambie desde adentro, desde nuestros corazones, desde nuestra perspectiva de apreciar el entorno y ser capaces de dilucidar lo bueno de lo malo, transformar nuestra realidad en puntos de encuentro constructivos, que nos ayuden a crecer como ciudadanos, que nos comprometamos a servir y enriquecernos gracias a nuestro talento y no por nuestra ambición. Sentirnos orgullosos de ser peruanos, que nos reconozcan como tales, que no nos avergüence ser cobrizos, negros o mulatos. Demostremos de qué somos capaces. Descartemos ese dicho: "el peor enemigo de un peruano es el propio peruano".

Amo a mi país, amo a su gente, a quienes hacen posible que despertemos con la frente en alto y nos motiva a ser iguales o mejores cada día. Trabajemos porque nuestros sueños se hagan realidad. Y eso se consigue con creer en uno mismo, en reconocer las fortalezas de unos y corregir las debilidades de otros.

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