viernes, 26 de julio de 2013

Caprichos de estación

Ahora que el frío arrecia en estas semanas, salir a dar un paseo por Lima es como abrir el refrigerador en paños menores. No había sentido tanto frío desde hacía mucho tiempo, que abrigarse es la única solución para mitigar la baja temperatura. No hay nada mejor que un reconfortante emoliente o chocolate caliente, café o una buena mazamorra morada. El pisco también es bueno y sacudir el esqueleto y ponerse en forma todavía más. Para una persona sedentaria como yo, que disfruto escribiendo frente al computador o leer una novela recién adquirida, no es fácil soportar el invierno si no tienes quién te haga compañía. Ese nunca ha sido un problema para mí, el problema es de ellas que no soportan mi presencia y traman todo tipo de pretextos con el fin de mantenerme a raya desde una distancia tan marcada como tiene la Luna de la Tierra. Sin embargo, no todo es romance ni pérdidas de tiempo innecesarios, simplemente me dedico a trabajar y a elucubrar nuevas historias que estoy llevando al papel mientras se reinician las clases en la universidad donde laboro como asesor de tesis.

Por las noches, asisto a un curso de diseño gráfico y tengo miles de proyectos en camino, así que mi mente está tan ocupada en eso que, por el momento, la parte afectiva se ha enfriado tanto como el clima que hoy soportamos. ¿Soy frío? Creo que cuando siento que las cosas no andan como deberían, tiendo a distanciarme y me convierten en un cubo de hielo, sin que por ello mis sentimientos no hayan cambiado. Me controlo, pero nada más. Si, lo que sí estoy de acuerdo es que ahora me he desapegado de las emociones, tal vez como un modo de evitar el sufrimiento. Al fin y al cabo, son meras transiciones que podrán ser solucionadas en la medida de lo posible.

Me gusta eso de caminar por las calles húmedas de llovizna recién caída. El vaho que se desprende de la boca se ve tan fascinante como la insípida neblina que se pierde en el horizonte. Los viejos poemas de Vallejo saltan en mi mente y las imágenes de aquellas viejas películas expresionistas de Wiener o Lang son representadas al trote de mis pasos perdidos por una calle nocturna. Ni qué decir de las melodías de la Ópera de los tres centavos, que siempre quise ver en escena, acompañando mi deambular sinuoso y despreocupado.

No hay nada mejor que unas yuquitas recién fritas de la carretilla del parque, del arroz zambito o de leche, del champús o del ponche; o, si se quiere, entrar al Queirolo y pedir una res o un chilcano bien sazonado, acompañado de la musa de turno a la que escuchas quejarse de sus fallidas aventuras virtuales, que ni te molestas en contradecirla y aceptas con buen ánimo su diatriba de que todos los hombres somos "unas reverendísimas mierdas". No importa, porque después de beberse seis de esos brebajes espirituosos, te llenan de besos y aprecian tu compañía en momentos donde más necesitan de un buen amigo. Sí, pues, un amigo. Solo un amigo que se muere por besar esos labios gruesos y deslizar una mano sobre aquellas bien cinceladas piernas, que tu mirada atina a decir "vaya, al menos está conmigo y no con su ex", como si esa simple reflexión fuera un consuelo más que una tortura.

Volver a la calle y saber que estás solo, ayuda a cimentar el carácter. No soy una persona triste, creo que ya lo he dicho en más de una oportunidad, simplemente vivo el día a día y espero que las cosas mejoren a partir de las primeras señales del alba, porque los lamentos se quedan en la cama, viendo la almohada vacía que alguna vez cobijó esa cabellera castaña mientras que al despertar pegaba un grito al verme o, como una vez ocurrió, que mientras le hacía el amor, murmuró el nombre de su ex, bajándome toda la autoestima que había conseguido luego de superar una mala relación del pasado. Esas cosas pasan constantemente por estas fechas ¿Es un ciclo que se repite reiteradas veces o son simples casualidades? Caprichos de estación, como diría mi finado abuelo. ¡Qué hombre tan sabio! Él, que tuvo cuatro mujeres y a todas ellas las engañó como ninguno, que soportó los cuernos de una y la temprana despedida de otra. Pero se mantuvo consecuente con sus ideas, que lo convirtieron en un maestro de la transmutación de fluidos.

Y, bueno, el frío nos envuelve como ya estamos acostumbrados. Un día más donde hay que poner todas las energías por que se realicen los proyectos que tanto quieres y deseas que se hagan realidad. No es tarde para empezar un nuevo ciclo, para bien o para mal, que demuestra de qué estamos hechos y cómo queremos enfrentar al destino y al desprecio de unos y la admiración de otros. El único inconveniente, como toda moraleja, es levantarse de la cama.

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