miércoles, 17 de julio de 2013

La naturaleza de las cosas

Polvo en el viento

Cuando los muchachos y yo decidimos dedicarnos a las malas artes de componer estrofas para el himno del colegio, allá por los lejanos años 80, nunca supimos a ciencia cierta si eso sería el inicio de una actividad que aun ahora no nos reporta nada de beneficios sino de las burlas escatológicas de los más afamados y sensibles críticos musicales. Debíamos admitir que no éramos nada virtuosos y las letras eran un compendio de estornudos y guiños momentáneos de efusiva manifestación hormonal. Yo, naturalmente, no sabía tocar ningún instrumento, apenas tarareaba o silbaba, y que me mantuvieron detrás de la grabadora y de la difícil tarea de escribir las letras que los demás daban a conocer. De alguna manera, me sentía orgulloso de que pudieran cantarlas en cada festival o kermesse escolar a la que asistíamos con entusiasmo. Sin embargo, nunca ganábamos o no se nos permitía participar en ellas. Éramos incomprendidos o simplemente apestábamos en talento.

Muchos años después, cada quién tomó su rumbo por la vida. Algunos de ellos se dedicaron a la producción musical o a la enseñanza de guitarra en el Museo de Arte. Yo me aboqué al periodismo y de vez en cuando pateo lata porque me robaron la pelota y debo pagársela al club. Cada seis meses -y esto no logro precisar porqué- nos reunimos a recordar todas esas cosas que hicimos cuando fuimos adolescentes. Ya somos cuarentones, pero nos alegra mucho saber que no hemos perdido el sentido del humor pese a nuestras respectivas responsabilidades familiares. Al menos, ellos tienen una familia a la cual mantener; yo solo cuido a mi abuela y al gato de la vecina, la misma que me visita todas las noches por un poquito de maizena. Luego, nos ponemos a cantar todas esas viejas canciones de Los Prisioneros o de los Enanitos Verdes, para luego animarnos con Billy Idol o el Heroes de David Bowie. Pasada la medianoche, más de un iracundo vecino nos arroja zapatos viejos para de una vez cerrar el pico. A pesar de los años, seguimos siendo incomprendidos.

A media voz

Cruzaba una congestionada calle en busca de unos artículos de escritorio que mi hermana solicitó recoger del almacén. A veces tengo la mente en blanco o imagino estar dentro de un universo paralelo donde todo parece salido de una tira cómica, que no escucho a nadie pasarme la voz. Es grata la sorpresa cuando se piensa que ya todos se olvidaron de uno y aparece la persona con la que menos imaginamos encontrar, y el fuerte abrazo que se prodigan es señal de que aún hay cariño en esas dos almas solitarias. Ya Vanessa se había convertido en toda una diseñadora gráfica con vasta experiencia, que sus actividades no pueden estar mejor condimentadas con la cartera de clientes que solicitan sus servicios. Fuimos a tomar un café y a recordar los viejos tiempos, cuando aún éramos amantes ocasionales y nos gustaba ver televisión sobre la cama mientras comíamos helado. Aún conservaba esa sinuosa silueta que me tomó tiempo explorar y sus enormes ojos almendrados eran una delicia dignas de un catálogo de belleza. No nos importó volver a intercambiar fluidos en una habitación de hotel y fuimos presa de la más variadas sensaciones orgásmicas que no creí volverlas a experimentar. La muchacha tenía lo suyo. Era una buena deportista y necesitaba beber Gatorade para seguir montándome.

No había perdido la costumbre de perfumar el dormitorio con sus flatulencias, que las carcajadas eran buen síntoma de que mi tolerancia no había cambiado ni un ápice. Vanessa sabía complacer a su hombre, se desvivía por considerarse la mejor amante del mundo. Y me extrañó que a estas alturas de su vida no haya podido encontrar a una pareja estable con quien compartir sus excentricidades. Dijo no estar preparada. No se consideraba puta, pero su libertad le proporcionaba todo lo que deseaba de la vida, sin complicaciones ni limitaciones que la asfixiaran. Defendía su independencia de cada oportunista que le quería vender el tema de la fidelidad y de la entrega total, que su intuición le permitía alejarse cuanto antes de dichos especímenes. De alguna manera nos parecíamos, por eso nos hicimos amigos, porque compartíamos el instante sin exclusividades ni empalagosas llamadas al día siguiente.

Más tarde, nos despedimos como quien se despide uno con la seguridad de que mañana se volverá a encontrar con el otro, cosa que sabíamos nunca iba a suceder, y que solo el destino se encargaría de juntarnos de la manera más insospechada posible. Cuando la vi alejarse por una calle, envuelta en ese halo de misterio y sensualidad desbordantes, me di cuenta que no había recogido el encargo de mi hermana y me esperaba una reprimenda de padre y señor mío en casa.

La carcajada de Lupita

Mi prima Lupita era una de esas adolescentes pícaras y desatadas que no le importaba hacer el ridículo en cada quinceañero al que asistía. Sabía de sobra que su única consigna era chapar con el primer idiota que se le cruzaba en el camino o quitarle el novio a la antipática de turno. A sus catorce años tenía una colección de "novios" más por hobby que por necesidad emocional. Hasta quiso agarrar conmigo, pero con la familia no se juega. Éramos bien unidos y me contaba todas sus actividades en orden cronológico sin perder ningún detalle. Esta vez creo que se pasó de la raya, porque el último fin de semana hizo de las suyas con la mejor amiga de su amiga. Fue invitada al quinceañero de ésta y todo parecía ir normal hasta que se apareció un jovencito que se jactaba de haber sido el ex de la agazajada, y que ella misma lo había invitado, pese a que ya tenía otro compromiso y se podía decir que eran la pareja perfecta. Mi prima escuchó toda la historia y no tuvo reparo en contarle a su amiga lo que había pasado. La joven le pidió que no dijera nada, era un secreto a voces que ambos aún se veían a escondidas y no quería que hubiera problemas con su actual pareja.

Sí, pues, cuando mi prima le pica algo no lo suelta. La juerga estaba en pleno apogeo y las bebidas espirituosas encubiertas en litros de refresco, hicieron estragos en la mayoría de los mocosos. Lupita no era la excepción. En un apartado de la fiesta, fue y le contó al enamorado de la quinceañera todo lo que debió callar. Esa misma noche, fue partícipe del rompimiento de una de las parejas más queridas del vecindario. Pero no quedó todo ahí. Lupita terminó por emparejarse con el otro muchacho, el ex, y hasta podría jurar que tiraron en el baño, cosa que ella no recuerda exactamente por lo borracha que estaba. El escándalo se desató en aquella casa y la amiga de la quinceañera, su amiga, dejó de llamarse como tal.

Después de todo, dijo, soy una adolescente. "Las personas no toleran nada, son susceptibles de entender que la vida es tan corta, tan pequeña, que no podemos permanecer quietos por un segundo". Sí, por supuesto, le refuté, solo que no hay que perjudicar a terceros ni hacernos los vivos, porque todo da vueltas y te regresa con el doble de fuerza hasta quedar aplastado en el pavimento. La carcajada de mi prima fue una de esas extrañas sensaciones que tocó nervio en mi sensible cuerpo de zancudo, que siento escalofríos al recordarla. Eso conlleva a entender mejor que si no actuamos pronto, si no enderezamos la rama torcida, puede que nunca lo haga y se siga torciendo día tras día, año tras año, hasta perder su belleza y su razón de ser.

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