miércoles, 25 de febrero de 2015

La irremediable complejidad de lo absurdo (o cinco maneras de describir la estupidez)

Como por arte de magia, Mabel abrió los ojos luego de un reconfortante sueño. Los primero que vio fue la nuca del tipo que la acompañaba en su cama, quien aún permanecía inconsciente y respirando con serenidad. Observaba ese cabello rizado, desgreñado y perfumado con flujos corpóreos, que sintió asco de inmediato. Se levantó, fue al baño, se sentó en el escusado y pensó en las horas previas antes del amanecer, que la condujeron -junto con este joven- a desatar sus pasiones más inusuales y desestresantes de fin de semana. "Me siento una puta", pensó mientras tiraba del tapón y veía discurrir el agua por el inodoro. Se bañó, se vistió y salió a comprar café. Deseaba que, al regresar, el tipo se hubiera marchado sin despedidas cursis ni promesas de futuras llamadas o mensajitos vía Whatsapp. Se entretuvo leyendo los titulares de los periódicos que colgaban de un cordel alrededor de un quiosco maltrecho por el tiempo, tratando de recordar detalles con este amante ocasional. Pero no tuvo los resultados esperados. Era como si nunca hubiera ocurrido. Un alivio, afortunadamente.

Regresó al departamento y el joven ya no estaba. Suspiró aliviada; pero a la vez sintió un profundo pesar de saber que los recuerdos se habían esfumado gracias al alcohol y al desinterés que sentía por los hombres. Para ella, todos eran unos imbéciles arrogantes, niños grandes con delirios de sobreprotección y homosexualidad reprimida. Se puso a ver las última noticias de la mañana desde la comodidad de su sillón de cuero, saboreando el café recién pasado y terminando de digerir su cruda realidad: "Veintiocho años, y aún sigo estando sola".

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-He hecho lo mejor que pude durante estos cinco años -dijo Alemann, recuperando el aliento luego de saber que fue despedido.
-No se trata de lo que pudiste hacer, sino de lo que has hecho -dijo el gerente-. Y vemos que no nos has generado productividad en el último año.
-Pero es injusto. Usted sabe que hago sobretiempos sin cobrar horas extras.
-Si hicieras bien tu trabajo, no tendrías porqué hacerlo.
-Estoy pagando la hipoteca del departamento, el seguro de mi auto... las clases de mis hijos... ¡Dios! ¿Qué voy a hacer?
-No creo que te sea difícil encontrar otro empleo con tu perfil -aseguró el gerente, esbozando una sonrisa tétrica y sarcástica al mismo tiempo.

Alemann estaba destrozado. Si le hubiera hecho caso a su padre, sería un respetado cirujano, y no un contable con ínfulas trasnochadas a lo Gordon Gekko. Antes del mediodía, guardó sus pertenencias dentro de un par de cajas de impresora, obsequiadas gentilmente por sus compañeros como acto de respeto. Las apiló junto a la puerta, abrió la ventana y saltó veinte pisos hacia la acera. Al menos, pensó, antes de que su cuerpo se pulverizada sobre el pavimento, su mujer y sus hijos recibirían el dinero del seguro. Sin embargo, su contrato estipulaba que quedaría sin efecto en caso de suicidio.

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La diferencia de amar y ser amado tiene sus misterios, según lo expresa el Dr. Augusto Valdemar, connotado filósofo presbiteriano, en su libro El poder del negocio carnal, presentado en un evento sin fines de lucro conmemorando el Día Internacional de la Melancolía. Dividido en ocho episodios, nos lleva a caminos insospechados acerca de la verdad del coito sin amor y la fidelidad después de los cuarenta. El Dr. Valdemar es consciente que una ilusión pasajera no puede tallar en la etiqueta de romance, mucho menos en un "amor primaveral", porque lo único que experimenta el hombre y la mujer es solo un encuentro sexual espontáneo y sin compromisos. "El verdadero amor se cultiva", recalca. "No se puede decir que es amor a algo completamente hormonal; claro que se puede amar y complementar con el sexo, pero es muy raro que ambos aspectos se concatenen en la primera cita".

Para muchos, prosigue el erudito, es difícil encontrar a una persona que tenga los mismos sentimientos para con la otra; para unos, lo que es solo una aventura del momento, es para otros llegar al matrimonio con dicha hasta el fin de su existencia. Hay que saber diferenciar ambos conceptos y no cometer burradas que lo único que lleva es envidiar la felicidad de los demás.

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Cuatro segundos bastaron para entender que la vida se le iría de las manos. El golpe posterior en la Station Wagon provocó un aparatoso choque cuyo epicentro fue en la intersección de dos de las avenidas más transitadas de la ciudad. Afortunadamente, no pasó de un mero susto y una cuantiosa fortuna que debía desembolsar por los daños causados en el vehículo. Mientras las investigaciones se realizaban, el conductor del auto siniestrado era atendido por dos paramédicos que comprobaban si sus funciones físicas y psíquicas se encontraban en buenas condiciones. No ocurría lo mismo con el causante del accidente, que aún permanecía entre los fierros retorcidos  de lo que hasta hace poco era una camioneta Land Rover.

Los bomberos hacían esfuerzos denodados por sacarlo de esa maraña metálica, que tuvieron que destruir lo poco que quedaba de la camioneta. Pero tuvo un final feliz, después de todo; el seguro cubriría los gastos de la reparación, y su tío, el almirante X de la Marina de Guerra del Perú, intercedió para que el incidente no tuviera mayor repercusión, lejos del escrutinio público. Sin embargo, la endeble Station Wagon tuvo que ser llevada al depósito y su piloto, encarcelado. ¡Él, que había sufrido el golpe de la Land Rover! Encontraron en el asiento posterior un six pack de cervezas y dos botellas de pisco que, por efecto del impacto, se quebraron e inundaron de alcohol el interior del coche. Las autoridades que veían el caso, no entendían razones de que no había bebido y que justamente se disponía a ir a un reunión llevando su aporte a las celebraciones por el día de la marmota. Concluyeron en solicitarle un pequeño "donativo" por las causas de los más necesitados en su institución, si quería dormir esta noche en su cama y no en una fría y sucia celda.

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Para un peluquero, lo irónico de su trabajo es la calvicie. Venía de una de las cadenas de barber shop más importantes del momento y decidió independizarse y formar su propia empresa de corte de cabello. Su socio, algo apático y riguroso con la imagen ajena, criticaba sin misericordia el look de su compañero. "Al menos, ponte una peluca o una gorra", decía. Pero hacía caso omiso a sus palabras. Su reluciente calva no pasaba desapercibida a los ojos de la clientela, que iba en aumento semana tras semana. Y es que su arte no tenía nada de discutible, podía hacer cualquier corte de moda o trabajar estéticamente sobre los mostachos y las patillas de los más velludos como un orfebre que tuviera entre sus manos una piedra preciosa.

Vivía el momento que le ofrecía el oficio, pese a los malos comentarios de los que era objeto por parte de su compañero, un tipo obeso y de cutis grasiento, que solo le interesaba hablar de fútbol y fijarse en las robustas piernas de las mujeres que cruzaban la vereda, frente al negocio.

-En lugar de ver mis defectos -decía-, límpiate la cara. Pareces una bola de billar o un buda recién pulido.

La sociedad terminó con la intolerancia que se respiraba en el ambiente. Nuestro héroe contrató a dos muchachas y amplió el negocio al sector femenino, mientras él mantenía su estilo inigualable, que lo convirtieron en una celebridad en el mundo del peine y las tijeras.

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