jueves, 1 de junio de 2017

Historia de un desamor

La tía Julia era una reconocida mami de Lince. Su imperio lo había forjado desde sus inicios en el mundo de la coquetería nocturna, allá por los años ochenta, cuando hacía suspirar a todo aquel que caía rendido bajo sus voluptuosas atenciones. Era una profesional, entregada de lleno al juego del amor fácil, cínico, complaciente y egoísta. Aprendió del viejo oficio tan rápido, que causó admiración de inmediato en el exclusivo mundo del lenocinio limeño. Su precocidad era tan avasalladora como conmovedora, que se ganó el cariño de los parroquianos, hombres dispuestos a saciar sus bajos instintos con esta hermosa chiquilla de diecisiete años, en una casona ya extinta de Jesús María. La mami de aquel entonces estaba tan complacida, que no dudó en traspasarle el negocio. Había nacido una nueva ama y señora. Un antes y un después. La nueva ola del puterío. Y un largo etcétera.

Su retiro fue necesario. Su instinto para los negocios la llevó más allá de un abrepiernas cotidiano, soportando hedores, abusos y hasta atropellos por parte de las autoridades. Una lección aprendida por su maestra. "Debes ganarte la simpatía de los de arriba", le confesó alguna vez. Y así lo hizo. Se metió al bolsillo al comisario y a toda su cuadriga de ineptos custodios del orden, que no hacían otra cosa que "cobrar" por los servicios prestados. En lugar de pagar cupo con dinero en efectivo, sus chicas estaban dispuestas a salvaguardar el honor de la Casa. Sin embargo, el comisario solo podía ser atendido por Julia, ya que su reputación eran tan sonada como las primeras seis letras de esa palabra*.

El tiempo le dio la razón. Pero también las ansias de querer más. De aquella vieja casona de Jesús María pasó a un departamento discreto en Lince. Tuvo que hacer tratos con el comisario. Eso lo sabía, mucho antes de que le entregaran las llaves de su nueva Casa. La Casa, como todos la conocían, era un lugar acogedor, tres dormitorios, una cocina, una sala de estar y un comedor. Tenía una pequeña lavandería, donde las chicas colgaban sus prendas luego de lavarlas, ya que el trajín las hacía cambiarse cinco o seis veces durante su horario de trabajo. Traían su comida en táper, diciéndoles a sus papás que la chamba estaba bien, pero que ni tiempo les daba salir a comer. El departamento estaba en el tercer piso de un edificio de la Petit Thouars, y se hacía pasar como una agencia de viajes. Irónico.

Al principio, Julia había reclutado a un buen ramillete de féminas dispuestas a vender su honra por algo de dinero rápido. Las más jovencitas solo lo hacían por una temporada, mientras que las más experimentadas sabían que de ese mundo no se podía salir, de no ser que encontraran otra fuente de sustento. Solo un 1% lo disfrutaba. Y fue en este grupo que Javier encontró a la que sería su "camote", su motivación y escape de la realidad. Giselle. Dijo que se llamaba Giselle**. Era alta, cabellos negros rizados, piel blanca, caderas anchas; sus hermosos glúteos se movían al compás de su andar parsimonioso y su mirada expresaba esa complicidad que encuentras en alguien que piensa y siente como tú. Y ambos se entendieron al instante.

Cada fin de semana o cada quince días, Javier visitaba a tía Julia con el mismo entusiasmo que la primera vez. Había visto su anuncio en los clasificados y no dudó en visitarla. Creyó que ella era la que atendía, por lo que se sintió un poco renuente. Pero al hacerlo ingresar a unos de los dormitorios, la cosa cambió. Fueron doce jovencitas, una más voluptuosa que la otra, que desfilaban ante sus ojos con coquetería y desenfado, tal como Julia les había enseñado. De todas, Giselle era perfecta para él.

La primera relación que tuvieron fue crucial. Ella se entregó por completo. Cerró los ojos y dejó que el muchacho hiciera de su cuerpo un poema silencioso. Sus caricias, sus besos, su delicadeza, complacieron a la joven. A Javier le sorprendió que estuviera húmeda. En sus años de potro semental, nunca encontró a una puta que se mojara completamente. Las había encontrado frígidas o indiferentes, jamás sublimes. Nunca la obligó hacer cosas que no quisiera. Y nunca la dejaría.

Sus visitas eran más seguidas. Giselle lo esperaba tan emocionada, como si previamente hubieran quedado como en una cita. Y se entregaban al sexo, el más puro de los momentos. Pero ambos sabían que no solo se trataba de dos cuerpos entrelazados, había algo más. Y cuando ella le dijo al oído, mientras era penetrada, que no sabía porqué se sentía así, él le contestó, que era un cliente especial. Sí, al fin y al cabo era un cliente, pero qué significaba especial. Cuando descansaban, antes de que tía Julia tocara la puerta en señal de que el tiempo había finalizado, ella le preguntó cuántas veces podía hacerlo en una noche. Javier, sin necesidad de alardear, le dijo que su récord fue de ocho veces. Giselle se sorprendió y admitió que el tiempo que tomaba para atenderlo era muy corto. "¿Quieres pasar la noche conmigo?", preguntó Javier. Sí, fue su respuesta.

Se reunirían el sábado por la noche, luego de que ella dejara su trabajo en la Casa. Le daría el alcance en Risso y se hospedarían en un hotel de las inmediaciones. Compraron cosas para comer y beber y, naturalmente, provisiones de preservativos. Sin embargo, algo inusual sucedió. Ella misma le pidió hacerlo sin protección. Quería y ansiaba sentir su pene dentro, al natural, sentir sus venas y carnosidad deslizarse por su húmeda vagina. Por la salud que ni se preocupara, porque estaba sana, sin ningún tipo de bicho o ETS que le hiciera dudar de sus intensiones. Javier no era promiscuo desde que la conoció, por lo tanto también recaía en él la conformidad. Lo único que te pido es que me des platita para el Postinor***, acotó ella. Ese fue el primero de muchos encuentros donde hicieron realmente el amor.

Tía Julia sospechaba que entre ellos había algo más. A pesar que ella le presentaba a otras muchachas, Javier se negaba de plano. Solo con Giselle. Una noche, sus sospechas fueron confirmadas. Una de las chicas de Julia, su brazo derecho, por decirlo de algún modo, vio a los dos encontrarse en el lugar de siempre y entrar a un hostal. Obviamente, a Julia no le hizo ninguna gracia y se quejó con Giselle de su traición, porque debía cobrar por eso y entregarle su porcentaje. Lo que haga fuera de mi horario de trabajo es asunto mío, dijo ella, enérgica. "Ya te jodiste conmigo, puta de mierda. ¿A quién crees que le has ganado?".

Fue dura con ella. La hacía trabajar más que a las otras muchachas, hasta la ofreció a un grupo de pervertidos que celebraban la despedida de soltero de uno de ellos. Giselle estaba devastadas. Quería renunciar. Pero Julia se negó, tenía un contrato por seis meses que era inapelable y debía cumplirlo al pie de la letra. Si tenía que hacerlo con un caballo o un enano, debía hacerlo, sin apelaciones. Cuando Javier iba a buscarla, la hacía negar, o que estaba ocupada con otro cliente por dos horas o que estaba indispuesta por su periodo. ¿Por qué no te atiendes con Francis? Te la voy a presentar. Es nueva. Y sé que te va a gustar.

Cuando Giselle se enteró que fue Francis quien la delató, y que se acostó con Javier, su orgullo de mujer pudo más. La pelea fue una de las más sonadas que se haya hecho público entre el meretricio. La mayoría apoyaba a Giselle, porque se sabía de qué pie cojeaba la tía Julia. Su avaricia y mezquindad hablaban por sí solas. Giselle no tuvo más remedio que irse de la Casa, pero con la consigna de que jamás pusiera un pie en Lince, porque era territorio de la Mami Julia, y mami Julia sabía cómo proteger sus dominios. Desde entonces, el paradero de Giselle fue un misterio, hasta que Javier dio con ella tras una llamada a su oficina. Esa misma tarde se reencontraron, hablaron de lo sucedido e hicieron el amor. Estaban felices. Dos días después, Giselle se mudó con él. Todo parecía indicar que la historia de amor que ambos protagonizaron acabaría ahí. No. Absolutamente no.

La naturaleza de Giselle pudo más que la tranquilidad que Javier le había entregado, envuelta en papel de regalo y moño multicolores. Mientras Javier trabajaba durante el día, Giselle se citaba con viejos clientes en un hotel o en su mismo departamento. El dinero brotaba como caño malogrado y era depositado en una cuenta de ahorros a espaldas de su marido, que no se daba por enterado. Ya cuando las noches terminaban con ambos hastiados por el silencio y la poca comunicación de la mujer, Javier pensó nuevamente recurrir donde Julia a sabiendas de que no era pertinente hacerlo por los acontecimientos vividos. Sin embargo, poco le importó y fue a buscar a Francis. Tenía que volver a probar su culo. Era en lo único que pensaba. Francis se dejaba sodomizar, con tal de ganar más dinero que el resto de las chicas, que poco a poco fueron sacando cuerpo por la falta de clientes disponibles.

Francis estaba ocupada en ese momento. Julia, sin resentimientos, le dio la bienvenida y le presentó a Tifanny, una menuda jovencita con los mismos atributos que un hombre como Javier buscaba. La primera media hora fue la mejor experiencia que había tenido en meses. Le pidió a Julia una hora más con la joven. "Sabía que no te ibas a arrepentir", dijo ella, cómplice. Esa hora, Javier sintió las mismas afecciones por Tifanny que en su momento sintió por Giselle. Le preguntó cuánto ganaba al día. Ella le dio una cifra irrisoria, que al menos le daba para sus gastos inmediatos. Javier le propuso escaparse con ella a cambio de retribuirle el triple de lo que ganaba en un día habitual. La chica, obviamente, se sentía incrédula y poco confiaba en las palabras de Javier. Pero aceptó. Le entregó su tarjeta con su número telefónico en ella.

Javier pidió permiso a su trabajo de faltar ese día, mientras que con Gisella todo parecía indicar que iría a trabajar y la dejaría sola. Fue en busca de Tifanny, quien lo esperaba en el parque Salazar, a unos pasos de Larcomar. Como tenía auto, Javier la llevó por el circuito de playas, rumbo a San Miguel. Le preguntó si no tuvo problemas con Julia por faltar a la Casa. "No, le dije que estaba con cólicos". Cuando una muchacha tenía el periodo, Julia no las obligaba a asistir, pero era recuperable con horas extras. Ya en el hotel, se dejaron llevar por la pasión y no salieron de la habitación hasta las diez de la noche. Doce horas follando, era toda una proeza.

Mientras tanto, Giselle seguía acumulando fortuna. Ya había establecido su tarifa y no se hacía problema con las relaciones múltiples. A veces participaba con padre e hijo o la novia de un cliente. Los tríos le salía más a cuenta, pues sus ganancias se duplicaban y le había agarrado el gusto de tener a una mujer como una variante a sus deseos. Para entonces, cansada de la vida hogareña y la hipocresía en que había volcado su vida junto a Javier, decidió abandonarlo. No le dijo nada, simplemente cogió su maleta y desapareció. A Javier no le perturbó en lo más mínimo. Fue Tifanny quien ocupó ese vacío, al igual que con las Francis, Lizas, Fabiolas y un largo etcétera que la tía Julia le proporcionaba a su vacía y estúpida vida.


* Tu reputación, de Ricardo Arjona
** Sin City, frase de Marv al conocer a Goldie
*** Píldora del día siguiente

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