miércoles, 14 de noviembre de 2012

Skyfall

Conmemorando los 50 años de vida de la franquicia, el agente secreto al servicio de Su Majestad, James Bond, regresa en una atípica aventura con el fin de desactivar las malas intenciones de un también atípico criminal. Daniel Craig se vuelve a poner la piel del agente más famoso de la historia del cine en Skyfall, dirigida esta vez por el irregular Sam Mendes, que ha demostrado en esta entrega un dominio de dirección más cuajado y atractivo. A pesar que nunca me ha gustado su trabajo, que en más de una oportunidad se le ha sobrevalorado, debo decir que en esta ocasión ha encontrado el equilibrio y el vehículo para convertirlo en un artesano de buen cine, sin desperdiciar oportunidades ni clichés gratuitos como en anteriores filmes. Creo que necesitaba de una cinta como esta para demostrar su talento y ojalá que vaya por ese lado de divertimento, antes que pensar en premios ni reconocimientos de la Academia. Creo que su divorcio con Kate Winslet le ha sentado bien, jajajajaja....

Volviendo con Skyfall, es una historia que no tiene nada que ver con el hilo argumental iniciado con Casino Royale. Parece ser un paréntesis o, como han señalado algunos críticos, es el "reinicio del reinicio". Lo cierto es que las emociones más personales fluyen en la trama, los actos y las consecuencias persisten en una vuelta de tuerca interesante tanto para el personaje como para el resto de la troupe, que consiguen reencontrarse y moldearse para futuras entregas. Sí, trata del pasado, del futuro y de las motivaciones que llevan a reencontrarse consigo mismo ad portas de un mañana diferente, un punto de partida para entender quién es quién y dar paso al Bond de los años 60, interpretado soberbiamente por Sean Connery.



Skyfall no tiene mucha acción. Son pocas pero memorables, como la secuencia de apertura, muy bien fotografiada y editada, con la adrenalina suficiente para mantener al espectador pegado en el asiento. A mí me hizo sudar las manos. Quizá sea una especie de estudio psicológico del personaje, un tanto obsoleto para estos tiempos interconectados por la World Wide Web, quien rehúsa salir de la actividad para darle paso a nuevos agentes. Es el caso de Q, un nerd especializado en informática, reinventado para coexistir con la vieja guardia del MI6 -acuérdense de ese viejo cascarrabias proveedor de los más estrambóticos artilugios interpretado por Desmond Llewelyn a partir de From Russia With Love (1963) hasta The World Is Not Enough (1999)-. Lo interesante de la trama es el conflicto permanente que existe entre lo tradicional y lo moderno. Mientras Bond perdura con sus métodos nada ortodoxos, apañados por una maternal M, los nuevos aires que se respiran en el Estado británico tratan de cambiar la imagen que el MI6 pretende mantener incólume pese a las críticas.

Un hecho fortuito hace que Bond sea declarado muerto en acción. Herido física y emocionalmente, vuelve al servicio activo también por un hecho fortuito. La lealtad que M le otorga para encontrar al criminal que hackeó la base de datos con la identidad de agentes de la OTAN infiltrados en varias agrupaciones terroristas, pone en jaque a la agencia de espionaje y al trabajo emprendido por M, a la cual quieren jubilar abruptamente y darle a la oficina un sentido coherente con estos tiempos. Sin embargo, ella se niega rotundamente y sólo accederá a la renuncia después de culminar con su trabajo: encontrar a la mente maléfica que robó dicha información, que pone en peligro la vida de esos agentes encubiertos. La llegada del nuevo Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad, Gareth Mallory, interpretado por Ralph Finnes, da dudas sobre sus reales intenciones para con la agencia.



En una de mis escenas favoritas, M se encuentra en el comité de seguridad dando sus descargos sobre la operación fallida, y ella misma es quien nos dice que antes se sabía quiénes eran los enemigos, a quien se le seguía los pasos, las llamadas "sombras"; en cambio, hoy se enfrentan a entes sin rostro, que azotan la seguridad y la vulnerabilidad de las personas con sólo apretar un botón. Siempre habrán sombras a las cuales seguir,  mientras exista gente con voluntad, con juicio, con entrega y con la inteligencia suficiente. Los métodos arcaicos son puestos a prueba, y nos da una idea del rumbo que tomará la historia a partir de ahora. Sin embargo, nada es lo que parece ser. Al final, se sabe cuál es el destino que ocupará Mallory en la historia y lo que desencadenará en futuras entregas de la serie. Por supuesto, nos reencontramos gratamente con Moneypenny y el concepto que hizo famosa a la franquicia.



Un tema aparte es el personaje interpretado por Javier Bardem, Silva, un ex agente "doble cero" caído en desgracia y con sed de venganza contra aquellos que lo traicionaron, en especial M, de quien se dice lo traicionó tras una misión fallida. La escena de su encierro, y revelando su verdadero rostro, es de antología. Un ser ambiguo, gay, bi, provocador, como quieran llamarlo. Se ha especulado que le debe mucho al Joker de Nolan, por ciertos rasgos que lo asemejan, por sus acciones y cómo las resuelve. Y parece cierta esta similitud pues la cinta funciona al estilo del director de Batman, con años luz de distancia, claro. Es que muchos se han precipitado en decir que Skyfall tiene elementos característicos que bien podrían funcionar si Chris Nolan la hubiera dirigido: un James Bond más oscuro, real, con pasado tormentoso, de raíces que se descubrirán en la secuencia de Escocia y que se develará el significado de "Skyfall" (caído del cielo), una constante a lo largo de la trama y, aventurándome a decir, lo inverso a "El caballero de la noche asciende". Alguna vez Nolan dijo sentirse con ánimos de realizar una película de 007. Quizá más adelante se anime, teniendo como base esta última. No lo sé. Dejemos por un momento que la fantasía nos invada.



No quiero decir mucho para aquellos que aún no la han visto. Es buena, bien hecha. He leído algunos comentarios en algunas páginas de cine, y están divididas las apreciaciones. Para algunos, es excelente, para otro tanto, es aburrida. Sí, ya lo escribí líneas arriba, tiene pocas escenas de acción; pero son esenciales. Basta mencionar la secuencia del metro. Es la cereza sobre el pastel. Es que Mendes no es un director de acción, es un director de emoción. Le gusta rebuscar la psiquis de los personajes, cómo viven, qué piensan, qué quieren hacer después de un hecho que los conlleva a poner las manos en el meollo y salir airosos o todo lo contrario de su destino. Una prueba de ello es Jarhead (2005) o la misma Belleza americana (1999), con la que se hizo conocido. Claro, con resultados ambivalentes que no han cuajado bien a lo largo de su carrera. Esta vez dio en el clavo.



En fin, vayan a verla y disfruten de una película con todos los elementos que se necesita para que sea un éxito, sin que las más de dos horas de duración sea un problema. La recomiendo.

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