miércoles, 7 de noviembre de 2012

Vacancia

Mi ex mujer tiene nuevo pretendiente. Mis hijas andan un poco chocadas por la noticia y quieren saber qué es lo que pienso de todo aquello; ya que, al fin y al cabo, tenían la esperanza de que volveríamos a estar juntos. No las culpo, son situaciones comunes que observamos y que no necesariamente terminan con un final feliz... para los que creen en los finales felices, como mis dos cachorritas. Debo reconocer que me impresionó algo el hecho de que otro tipo se la esté tirando, pero creo que a estas alturas ya no hay nada qué reclamar. Seguimos siendo amigos, aunque no tanto como Bruce Willis y Demi Moore cuando en el medio estaba Ashton Kutcher y disfrutaban juntos de las reuniones familiares. La única diferencia es que a mí no me invitan; y lo más parecido que tengo de Bruce Willis es que ambos no tenemos cabello.

Lo gracioso del caso es que aún conservo el anillo en mi dedo, como un recordatorio de que alguna vez estuve casado. Al igual que mis hijas, aún tenía la idea de volver con ella, sin saber a qué atenerme. No soy mala persona; algo flojo, sí, contemplativo y cobarde para asumir retos que reditúen mi condición de "artista", que simplemente me veo como un ermitaño que desconoce la palabra "sociable". Sí, pues, me distingo de mi ex por su encanto natural de querer compartir con los demás hasta una cucharadita de manjar blanco, que nuestra casa se convirtió en el lugar de peregrinaje de la mayoría de sus amigos. No es que me incomodara en absoluto, creo que ser anfitrión en tu propia casa tiene sus ventajas, pues, no tienes que manejar si te has pasado de copas. A ella le aterraba la idea de que empezara con una de mis tantas peroratas ochenteras que la avergüenzan hasta el día de hoy, que con una sola mirada ya estaba sentenciado al destierro en mi propio dormitorio, aduciendo una dolencia cardíaca. 

Mis hijas son una delicia, pero tienen que aceptar que la vida continúa y no deben culpar a su madre de volverse a enamorar y rehacer su vida sentimental con quien desee. Está en su derecho. "Debió decírtelo", dijo la mayor. No me corresponde juzgarla, le refuto. "Quizá las cosas serían iguales para ustedes si yo hubiera empezado una relación", concluí. "Vamos, papá. Eres tú. ¿Quién se fijaría en ti?" Dicen que los borrachos y los niños son los únicos que pueden decir la verdad. Y es doloroso saber que tienen razón.

Desde que terminé con su madre no he visto ni salido con nadie. Y no es porque nadie se fije en mí, como señaló mi hija, sino que no tengo cabeza para eso. Siento que llevo el luto aún y me resulta extraño ver a otra mujer, sea la razón que fuera. Y eso que he tenido una pretendiente a la que jamás prometí nada ni traté de engañarla, porque sería muy fácil aprovecharme y requerir de su disponibilidad las veces que quisiera. Muy fácil, sin duda. Cuando me propuso que fuéramos una especie de "amigos con beneficios", no la tomé en serio y me pareció una mujer superficial. Creo que la ofendí, porque después de eso dejó de tener contacto conmigo. Estaba loca por mí, lo admito; pero esa locura no pudo ser correspondida. No era el indicado.

Lo que no saben mis hijas es que su mamá ya me había dicho de sus intenciones de formar una nueva relación con este sujeto, al que conoció en su trabajo. Debo admitir que siempre tuvo buenos gustos para conocer hombres. Sin embargo, yo soy la excepción a la regla. Vamos, no soy tan feo después de todo. Algo debo tener para que mi ex mujer se fijara en mí, que intercambiamos fluidos corporales en la repisa de su cocina, un 26 de junio de 1989. Y créanme que casarme y tener dos niñas maravillosas con ella fue lo mejor que me pasó en la vida. Esa vez llamó con una ansiedad nunca antes vista y solicitó mi presencia en el viejo café al que asistimos una vez y vimos por televisión el mensaje de Juan Carlos Hurtado Miller y su ya clásico "Que Dios nos ayude". Siempre he pensado que le gusta rememorar el pasado con mucha pasión, pero esta vez creo que exageró demasiado.

Sus palabras textuales fueron: "He conocido a otro". Me dio los detalles de cómo lo conoció y esto y aquello, de cómo la hacía voltear los ojos de lo agresivo que era en la cama, que pensé que su intención era que me sintiera mal. ¿Por qué? Al principio lo tomé como una broma, pero al verla destilar tantas hormonas revueltas de sus poros, comprendí que las cosas debían estar sucediendo como lo predijeron los mayas. Lo único que hice fue felicitarla y desearle todos los éxitos del mundo por su nueva relación, que me agradeció el detalle y confesó que ya tenía ciertos coqueteos con él aún estando casada conmigo; pero que no fue esa la razón por la cual nos separamos. Bueno, en el declive de nuestro matrimonio, ya sufría de disfunción eréctil y era razonable que sintiera la necesidad de encontrar consuelo en los brazos de otro. No la culpo. Al regresar a casa, comprendí que era el hombre más miserable sobre la Tierra.

Al menos, tengo a mis hijas que me acompañan los fines de semana. Cocinamos, vemos películas, salimos a pasear o soy el centro de sus ironías cuando no tienen mejor cosa que hacer con su tiempo libre. Su abuelo dice que soy un imbécil por haberme divorciado. A veces creo que tiene razón. Sus nietas reviven en él épocas pasadas o quiere reivindicarlas con atenciones que no tuvo conmigo. Las engríe demasiado. Eso está bien, pero trato de que no se le pase la mano y quiera paliar sus remordimientos, y la soledad que se ha convertido su vida, en una constante preocupación por las niñas. No hay una noche que no las llame para saber si ya hicieron la tarea o si desean esto o aquello. Es chocante cómo algunas personas se comportan en el ocaso de su existencia. Su ex nuera es diplomática y le agradece el interés, pero no es necesario preocuparse demasiado. Lo que me gusta de ella es que cuando le jode una cosa, no tiene reparos en decirlo con sutileza, con elegancia y buen sentido del humor, que nadie parece darse cuenta de que está golpeándole a uno en las pelotas. Y en esos menesteres, es toda una campeona.

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