domingo, 14 de agosto de 2016

Tal vez lo cuente mañana

5.15 a. m.

Hacía meses que Elena no disfrutaba de un buen polvo al lado de su pareja. No recordaba haber tenido un orgasmo después de que su vida adulta empezara a tomar fuerza. Desde que decidió vivir con Víctor, el sexo resultó uno de los momentos menos gratificantes que había encontrado, como si le estuviera haciendo un favor a su masculinidad. No veía la hora de abandonar la cama y sacarse todo ese olor pestilente. No había cosa más desagradable que soportar a un hombre poco habituado a la higiene, que se convencía a sí misma que las mañanas no eran propicias para el coito. Será la última vez; lo juro, pensaba, mientras el tipo se regodeaba dentro de su vagina sin siquiera sugerir cambiar de posición, cosa muy elemental dentro de sus cánones sexuales. Sin embargo, cuántas veces lo habría dicho luego de caer en el embrujo de la lujuria, buscando esa satisfacción que le seguía siendo esquiva.

En cambio, ella era pulcra, aseada, preocupada por su apariencia hasta en los momentos menos glamorosos —se veía bonita inclusive con gripe—. Su inmaculada cabellera negra iba a la par con sus pómulos pecosos y sus resplandecientes ojos almendrados; sus labios color carmesí protegían una dentadura que alguna vez sufrió por los incómodos brackets; y su espigada silueta era una delicia a los ojos de un variopinto séquito de admiradores, que le era muy difícil controlar sus deseos reprimidos, sin levantar sospechas de su insulso compañero, el que seguía meneando la pelvis a ritmo del Don't Be Cruel de su ídolo de toda la vida.

Sí, su problema radicaba en que era demasiado complaciente con los demás, hábito que arrastraba desde niña y que ya lo había convertido en una marca registrada. Afortunadamente, Víctor se vino enseguida, agradecido por este momento tan sublime que, mientras permanecía tumbado en la cama, ella fue tras esa ducha caliente por la que tanto soñó. Era la única manera de estar lejos de aquel tipo, de sus caricias, de sus mimos, de su insoportable hedor a escroto. Apenas se vistió, salió raudamente sin siquiera despedirse. Fue lo mejor. Un motivo más para devolverle la llamada a aquel amigo de oficina con el que tanto deseaba salir.

Alcanzó tomar el Metro. A esa hora de la mañana, la afluencia en la Estación de La Cultura era propicia para abordar el vagón sin el tropel matutino que le pisaba los talones en otras oportunidades. Se distrajo con el panorama que dejaba en el camino, más aún cuando toda su atención se depositó en aquel hombre de mirada adusta, sumido en pensamientos ajenos a los de cualquiera. Lo que le atrajo de él fueron sus cejas pobladas y oscuras, que le daban profundidad a su mirada. Sus labios carnosos y pétreos la habían conquistado enseguida que, en pocos segundos, ya alucinaba tenerlos junto a los suyos. Entendió que el ansiado placer que buscaba lo había encontrado de repente en aquel desconocido. Las posibilidades de abordarlo y quitarle su espacio la hacían desencantarse de su propia lascivia. El candor de sus emociones la convertían en una mujer vulnerable, ávida de afecto y comprensión. No quería ser una válvula de escape, quería ser amada, deseada, poseída salvajemente por aquel extraño. Cuando el tren se detuvo dos estaciones más abajo, el ángel de sus sueños salió con rumbo desconocido. Sus anhelos se desvanecieron como una hoja llevada por el viento.


7.55 a. m.

Al llegar a la oficina, Elena no pudo terminar de instalarse en su escritorio. Su jefe pidió verla apenas la vio entrar. Sin mucho protocolo, anotó en su libreta una orden de compra que le fue dictada al detalle, con una prolija redacción que no necesitaba recurrir a la taquigrafía: cuatro millares de papel bond, cinco cajas de grapas, un número similar de clips, entre otros artículos de oficina. Mientras escribía, se percató que la observaba. Llevaba puesta una minifalda que relucía sus robustas piernas necesitadas de bronceado. Con el apuro, olvidó ponerse pantis. No le importó, después de todo, porque la naturaleza le había proporcionado una piel impecable que no necesitaba depilarse, y se sentía orgullosa de ello. Le pareció halagador ser vista de esa manera. Nunca rehusaba un cumplido a su feminidad que, viniendo de su superior, era un triunfo personal. Aunque el hombre no tendría más de cincuenta años, muy bien llevados por cierto, no le quitaba el interés a los ojos de una mujer. Su contextura lo hacía ver elegante e imponente, y lo que más le gustaba eran sus manos, inmaculadamente cuidadas. Eso la volvía loca. Tenía una fijación por esos detalles, que estaba dispuesta a ser tocada sin considerar el ser señalada como una cualquiera. Por eso odiaba el sexo de la mañana. No podía controlarlo.


El jefe preguntó si se sentía bien. Había notado que sus mejillas estaban sonrosadas y su respiración entrecortada sacudía sus pechos, cuyos pezones se traslucían a través de la blusa, que pensó sería bueno refrescarse con un poco de agua. Salió de la oficina, no sin antes confirmar el pedido de compra.  Se encerró en el baño y sus dedos bajo las bragas hicieron su labor. Eso la apaciguó por un momento. La imagen de aquel hombre dándole con toda su humanidad sobre el escritorio era tan enfermiza, que tuvo que contener el grito de placer que le sobrevino luego del masaje táctil. Sería estupendo hacer el amor con este tío, pensó. Pero ella no hacía el amor. Ella follaba. Le encantaba esa palabra. La hacía sentir sucia.

La mañana fue tan ordinaria como en otras oportunidades. Habiendo enviado la orden a logística, se limitó a completar los informes pendientes. Tuvo la oportunidad de encontrarse con aquel amigo al otro lado del pasillo, mientras se servía un café del dispensador. Mientras hablaban de banalidades y la cursilería empezaba a ranciar el ambiente, Elena pudo oler su aroma, una mezcla a tabaco y loción after shave. Se dio cuenta entonces que había un bulto bajo sus pantalones, señal inequívoca que él también pensaba en lo mismo. Esa tarde, después del trabajo, salieron rumbo a un hostal a consumar la fantasía que había rondado sus mentes durante semanas.

(Continuará...)

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