sábado, 22 de abril de 2017

Noche de Pascua

Es más fácil decir que me he quedado sin amigos que decir que ya no tengo inspiración para escribir. Este es mi primer blog del año y no tengo idea de lo que va a salir de mi cabeza, de mis entrañas, de mis emociones -las pocas que me quedan-. Cuando un escritor fracasado como yo se muerde las uñas, es señal de que las cosas se están yendo al desagüe; es así que me tomé unas cortas vacaciones durante la semana santa y tentar al diablo con las aberraciones que no se pueden hacer en esas fechas consagradas a la reflexión y a la carne de pescado.

Conocer personas es una de mis aficiones más inmediatas. No porque quiera hacer amigos, sino porque las considero interesantes para no perder la oportunidad de sacar de ellas algún detalle revelador y útil para mi trabajo. Como esta mujer, a la que conocí en el bus que me llevaría a Huacho (sí, mi presupuesto no me da para irme a París o a Montenegro, pese a la eliminación de la visa schengen). Se sentó a mi lado desde la sala de embarque de la terminal terrestre sin profetizar que viajaríamos uno al lado del otro. En pleno Pasamayo me dirigió la palabra: "Hace calor". Desde esa pequeña frase, la cháchara fue ininterrumpida. Hablamos de todo, desde los huaicos, Ecoteva, Odebrecht, los curas pedófilos, la ideología de género, hasta del violador de la discoteca. Tenía temas de conversación, que me sorprendió gratamente. Muy leída. Muy perspicaz.

Ya en Huacho, nos hospedamos en el mismo hotel, en cuartos diferentes; pero siempre uno al lado del otro. En la noche, luego de un reparador sueño, toca a mi puerta y estuvo dispuesta a dormir conmigo siempre y cuando no nos prometiéramos nada ni pensáramos en el día siguiente. El resto es historia. Hicimos el amor cinco veces y una vez más para confirmar si todo esto no fue más que un sueño. Afortunadamente, no lo fue. Pasamos ese fin de semana juntos. No fue necesario su dormitorio; el mío bastaba para ella. A pesar de su contrición para ir a misa y recorrer el simbólico vía crucis que hacen alrededor de la plaza de armas, nos enfrascamos en expresar a nuestro modo sentimientos oscuros y liberadores, sin que nadie profiriera quejas ni deshonras necesarias.

Al finalizar la semana, regresamos a Lima. En la terminal, donde todo comenzó, dimos fin a esta corta pero interesante relación. No intercambiamos teléfonos ni prometimos vernos de nuevo, como acordamos desde un inicio. Fue mejor. Su esposo, que se encontraba en Arequipa, no tendría que saberlo.

Estos días han sido poco productivos. He engordado un poco y el ocio empieza a sentirse en el cuerpo. Me han detectado bursitis y al parecer mis problemas pulmonares no tienen visos de solucionarse. Felizmente, no hay indicios de fibrosis, así que puedo respirar aliviado.

En el consultorio, conocí a un tipo que tenía el mismo problema que yo, pero su agravante era más que todo psicosomático, por no decir que se trataba de un cuadro de hipocondría. Sus manos le sudaban en exceso y sufría del síndrome de la pierna inquieta. Su tartamudez cuando quería explicar los síntomas de su fatiga matutina, terminaba con un redoble de tambores al más puro estilo del paredón de fusilamiento. Al fin y al cabo, no todos estamos libres de tan insidiosas causas de soledad crónica, unas mejor llevadas que otras.

Generalmente soy una persona solitaria. Como dije al principio, no tengo amigos, y si los tuve, hice todo lo posible por alejarlos de mí. Sí, en eso soy un experto. Hasta tuve la imperiosa necesidad de confesarme aprovechando el viernes santo, cosa que no estuve dispuesto hacer si no fuera porque mi compañera no dejó de disuadirme. Supe que ese sacerdote ahora tiene un puesto de sándwiches al lado del Estadio Nacional. Típico.

Mis noches las paso al lado del equipo de sonido, escuchando a Norah, Tony, Frank, Dean o Nat. Los únicos compañeros que tengo, junto con mis libros y las centenares de historias que reposan en una carpeta de mi laptop. Termina The Way You Look Tonight, y me siento más afligido que nunca.

No hay comentarios: