sábado, 13 de mayo de 2017

Cartílago de Meckel

Debo empezar esta historia advirtiendo que no existe tal. Solo es un momento de esos que la luz de la cordura entra al cerebro luego de una taza de café bajo los acordes de un bossa nova, ideal para mover los dedos en el teclado. Descubro que la mujer que amé por varios años se va a casar, y eso me deprime, pero a la vez me reconforta, porque está en buenas manos. Se trata de un tipo bien parecido, emprendedor, seguro y vitamínicamente rendidor para las labores más exigentes. Dicen que escaló el Huayna Picchu en menos de cinco minutos y está a punto de recibir un premio literario. Se lo merece. Ella se lo merece. Lo interesante del asunto es que ella nunca correspondió mis muestras de afecto. Como dicen, “solo un amigo”. Era lo de menos. He sido considerado, atento, leal y ameno cuando le invadía las penas. Estuve a su lado en las buenas y en las malas, aunque nunca esperé que tuviera la deferencia de verme con otros ojos. Lloraba en mi hombro mientras la escuchaba descargar toda esa fatalidad que la caracterizaba, y ni siquiera me invitaba un vaso con agua. No me importaba. Ahí estaba yo, como un huevón que no espera nada a cambio, pero a la vez esperanzado en obtener unos puntos a mi favor al despertarla de ese letargo anodino en que había convertido sus emociones sobre el resto de la existencia humana.

En cuanto a este hombre, le abrió nuevos horizontes, nuevas expectativas e ilusiones; cambió su perspectiva y favoreció en grande sus inquietudes a futuro. Lo que hace Facebook. Sendas publicaciones de cómo se conocieron, fotos de su día a día en algún bar, restaurante o playa, que engalana su cada vez más seguro amor por este ser salido de la mitología escandinava. Y no le culpo, siempre ha tenido predilección por la carne blanca y el físico atlético. Van juntos al gimnasio, comen sanamente y se hunden en el sillón de su sala para ver las repeticiones de Dr. House, como si recién hubieran descubierto aquel programa. Amantes de las remasterizaciones de Nat King Cole y excelentes catadores de vino añejo, no se amilanan con probar los más exóticos bocados para luego bajarlos en un sauna exclusivo. El sexo, obviamente, es de lo mejor. Bajo una foto donde se les ve a ambos en una cama, pone que la pasó happy en el Swissotel. Y, claro, más de doscientos likes confirman que la alcahuetería es la reina del baile en nuestra sociedad.

Decidí optar por el cinismo. No me queda claro si en algún momento me aceptará como nuevo contacto en Facebook. Aún está pendiente aprobar mi solicitud de amistad. Algunos de mis contactos me escriben para saber mis impresiones de todo esto, sabiendo lo que sentía por ella, a lo que simplemente respondía que su felicidad me llena de orgullo. “Ya era hora de que alguien la domesticara”. Por supuesto que este comentario fue tomado por la mayoría como una clara evidencia de despecho o resentimiento de mi parte, cosa que negué en el foro que se abrió a propósito de.

No niego seguir teniendo un cariño especial por esta mujer; pero ya pasó. No es que me haya vuelto misógino, pero prefiero estar al margen de toda esa parafernalia edulcorante y cursi que han convertido su relación con cada selfie que publican. Les deseo lo mejor y no me molesten más.

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