miércoles, 24 de octubre de 2018

Cuéntamelo todo

Fuente: Google
"¿Estás segura?", dijo Vania, atolondrada por la noticia que acababa de recibir de su mejor amiga, a través del hijo telefónico. Fue un golpe a su orgullo, más que a su condición de víctima. Luján, su prometido, el hombre que la desposaría dentro de una semana, había sacado los pies del plato con quien alguna vez mantuvo un tórrido romance de seis años. No era para menos, la muchacha tenía lo suyo, más que un simple cuerpo sobrevalorado por la genética, tenía la costumbre de ventilar sus amoríos por las redes sociales. Tenía cuarenta mil likes en una de sus más conocidas fotografías en ropa de baño, mostrando las carnes como en feria del Señor de los Milagros. "Te lo juro, mamita", aseguró la amiga, sintiendo que era su deber comunicarle la clase de individuo que era su prometido. "Donde hubo fuego, cenizas quedan", sentenció. El silencio de Vania fue contundente para el entendimiento de la acusadora. Había hecho justicia. Podría dormir tranquila.

Vania lloró toda la noche. Ya no le quedaban lágrimas para derramar. Tenía que echarse colirio o mojarse los párpados con láminas de cebolla para continuar con el sufrimiento. Luego comer cuatro Sublimes, se quedó dormida y al día siguiente fue a encararlo. Luján tenía que dar explicaciones de su conducta inmadura. Estaba bien que ella no tuviera el cuerpo de esa mujer, pero había algo que todo hombre debía recordar al comprometerse: respeto. Y Luján no había respetado los votos del noviazgo. Pero cuando llegó a su oficina, éste se veía tranquilo y con mucho ánimo de recibirla. "¡No te hagas, mosquita muerta!", vociferó Vania. "Pero, ¿qué te pasa?", preguntó un joven contrariado. "Sabes bien de lo que estoy hablando".

Luján comprendió que había habido un mal entendido. Al parecer, todo no era más que una equivocación. "Alguien quiere perjudicarnos", dijo. Vania pidió explicaciones. Y Luján se las dio: "No te miento que haya estado con ella. Fuimos a almorzar y darle la noticia de nuestra boda. Ella se sorprendió, como era de esperarse; pero no de la manera que piensas. Me felicitó. Dijo que ya era hora de que sentara cabeza con una mujer que valiera la pena. Tú. Le conté de ti y quedó encantada. Es más, piensa regalarnos el viaje de luna de miel. Hablamos toda la tarde. No te miento. Luego, nos despedimos y cada quien se fue por su camino. No sé de dónde sacan eso de que me he visto con ella y echo cosas que, en su momento, ocurrieron".

Las palabras del tipo conmovieron a la muchacha. "¿De verdad nos va a regalar el viaje? ¡Qué linda!". Poco después, Vania se despidió de Luján, con un enorme beso en los labios, y fue directamente a la casa de su amiga a preguntarle por qué había mentido tan descaradamente.

"Ay, mamita. ¿Y tú le crees?", dijo. "Los hombres siempre ocultan sus cochinadas con mentiras y pretextos cojudos. A mí nunca me la han hecho; porque ya saben que donde pongo el ojo pongo la bala".

Vania estaba confundida. No sabia a quién creerle. Las palabras de Luján aún rebotaban en su mente. No era capaz de tanta majadería. Y ella, a la que consideraba como a su hermana, ¿cuál era el fin de tanta intriga y desorientación? No tuvo más remedio que ir a la fuente original y salir de una vez por todas de esa duda que le carcomía las entrañas.

Apenas abrió la puerta, Vania no pudo evitar sentirse intimidada por aquella despampanante criatura. Alta, piernas macizas, glúteos y senos de ensueño, labios carmesí como dos topacios que dejaban al descubierto una perfecta dentadura perlada. Lo primero que se le vino a la mente fue comprender cómo es que este hombre pudo dejarla por alguien como ella, delgada y sin los atributos de aquella otra mujer. Todo hombre se volvería loco de estar con semejante monumento. Su inseguridad primaba más que la lógica, más que una simple pregunta retórica que muchos se hacen y no pueden responder sin caer en la cuenta que están solos en la habitación y nadie los escucha. Esta vez, quiso ser escuchada. Y preguntó.

Sorprendida, la mujer solo atinó a reír. Lo único que hicieron fue almorzar juntos, deseándole toda la suerte del mundo en su nueva etapa de vida. "Está bien que sea una bomba sexy y todo lo que tú quieras; pero de una cosa sí no podrán acusarme: de quitarle el marido a otra mujer. Lo que pasó con Luján fue hace tiempo. Somos amigos, lo respeto y él a mí. No tienes nada de qué preocuparte. Él te quiere y se va a casar contigo. Quien quiera que haya sido el que te ha sugerido tamaña tontería, debe tener sus razones. Yo desconfiaría de esa persona, porque al parecer es quien quiere algo con tu novio".

Vania no tuvo más que elogios para esta mujer, además de la gratitud y amistad que encontró luego de su visita. "Esta cojuda me las tiene que pagar", pensó, haciendo caso de las acusaciones por las que su mejor amiga acababa de ser sometida. Fue directamente a su casa y recibió la misma respuesta de hacía unos momentos: "Ay, mamita. ¿Y tú le crees?". Vania no se quedó con los brazos cruzados y le advirtió alejarse de ella y de su pronto marido. La otra quedó paralizada por la sentencia que había recibido. "¿Cómo te atreves?", dijo, casi al borde de las lágrimas. Y le pidió que se fuera.

La boda se hizo tal como estaba planeado. Los amigos, los familiares de ambos novios, se mezclaron en una cofradía llena de calor y entendimiento. La única ausente fue aquella amiga que le previno de la conducta amoral de ese noviecito que tenía al lado, quien no dejaba de mirar de soslayo a la dama de honor, que, muchos de los presentes, se la comían con los ojos. Y claro, no fue ni la antigua novia ni la amiga incondicional; fue esa otra mujer que le movía las entrañas a este estúpido espécimen del género humano. Ambos fueron encontrados en el baño del recibidor, saciando sus más anhelados instintos perniciosos y carnales que se tengan registrados en una boda.

Vania no supo qué hacer. No había más que hacer, simplemente dar media vuelta y tragarse la vergüenza de ser condenada. Era más humillante que escuchar el mensaje de Keiko por la paz y el reencuentro nacional. Tampoco quiso pedirle perdón a su amiga, ni a sus familiares ni al resto de invitados que fueron testigos de aquel execrable acto de cobardía y transgresión. Se fue, muy lejos y nadie más supo de ella. Fue lo mejor.

Meses después se supo que vivía con la bomba sexy. Por las fotos subidas al Instagram, se les ve felices. Saquen sus propias conclusiones.

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