viernes, 8 de enero de 2021

Helado de frambuesa

El mismo día que murió su perro, conoció a una jovencita de dieciocho años recién cumplidos. Tenía facciones serias, inquietantes y a la vez seductoras. Sus ojos almendrados color miel penetraron su frio corazón y sus anchas caderas eran imposibles no desear recorrerlas con la yema de los dedos. Su fragrante cabellera azabache ondeaba al compás del viento y sus enhiestos pechos sucumbían bajo las costuras de su atrevido uniforme de azafata de bus interprovincial. Solo necesitó dos palabras para causarle un derrame cerebral y varios años de agua fría para calmar sus ímpetus bestiales. “¿Algo más?” fue lo que dijo, y eso lo cambió todo.

Tras abandonar el terminal terrestre, aún podía saborear el aroma a canela y rosas que despedía aquella joven. Sus inocentes comentarios dejaron impresionado a nuestro héroe como un niño dentro de una juguetería.  Esperaba volverla a ver, tal vez, en su viaje de regreso; pero, ¿en qué unidad sería el reencuentro? ¿Y en qué horario? Un dilema que hubiera solucionado si se hubiera atrevido abordarla y pedirle su número para así llamarla y concertar una cita en el café más exclusivo de la ciudad, dando pie a una suculenta noche productiva de emociones lascivas. Pero no se sentía tan seguro de llegar a ese nivel, mucho menos apneas haberla conocido.

Sin embargo, la suerte le sonrió una vez más. La primera vez fue en el hipódromo, cuando su caballo ganador murió de un infarto tras haber recibido una apuesta de veinte contra uno. Él era ese uno. Y se llevó todo. Contra todo pronóstico, encontró a la muchacha en el aparcamiento en busca de un taxi que la llevara a su hotel. Sin pensarlo dos veces, el tipo le dijo que podrían compartir el mismo transporte si ella así lo deseaba. Su sonrisa fue elocuente. Cinco minutos después de abordarlo, ya estaban intercambiando fluidos salivares a vista y paciencia del chofer, que no se perdía ningún detalle desde el lente retrovisor, pasándose dos luces rojas y atropellando a un gato.

La muchacha lo invitó a su hotel y ahí dieron rienda suelta a sus bajas pasiones. Un cliché que ha sido escrito miles de veces cuando se acaban las ideas. En resumen, el polvo fue considerado el mejor para ambos, y en varias oportunidades tuvieron que llamar a la señora de la limpieza para que cambiara las sábanas de la cama y pasarle un trapo limpio a las paredes y techo. No entendía cómo es que ese hombrecito sin gracia podía producir tanto esperma. Pero así eran las cosas entre ellos, displicentes y complacientes al mismo tiempo cuando intercambiaban roles. “Feliz día de la mujer” le susurró ella al oído, a lo que el tipo tuvo que aceptar que un hombre no solo debe dar sino recibir. No pudo sentarse por espacio de dos días.

Al despedirse, la muchacha le entregó un pase de cortesía para que pudiera ir adonde quisiera, pues, la idea era encontrarse siempre en algún hotel del país. Sin embargo, el hombre lo pensó dos veces mientras se subía los pantalones.

Moraleja: No te dejes impresionar por un bueno culo.

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