sábado, 15 de enero de 2011

Ensayos de posgrado

En estos tiempos que nos toca vivir nos acercamos más a la incomprensión de la vida. No siempre entenderemos hacia adónde vamos y hacia adónde tenemos que ir a morir, pues nadie permite que nos integremos pacíficamente con nuestros conciudadanos. Es que la vida es tan relativa cuando tratamos temas tan triviales y sin importancia que no buscamos posibilidades de solución más sensatas y duraderas, a no ser que queramos ser mártires de una causa tan caduca como la propia extinción de los dinosaurios.

En la actualidad, ni siquiera el hombre más inteligente se salva de esa nomenclatura casi darwiniana de decir las cosas, pese a que maneja un vocabulario propio de los eruditos que hacen posible la redacción de la también sobrevalorada Enciclopedia Británica. Pero el hombre no solo vive de su cerebro, también lo hace pensando en la gente que lo rodea, pues sin amigos la vida resultaría más aburrida que el propio infierno, con Dante incluido.

Pensemos en las cosas pacíficas de la vida. En las interrelaciones familiares y sociales a través de los tiempos, a través de las experiencias progenitoras y sarcásticas del viejo mundo, el caos gramatical que ofende y perdura en las voluntades más ingenuas del universo bergmaniano y, obviamente, del alarconiano. ¿Y qué decir de las complejas maquinarias subversivas que corrompen la mentalidad de los niños y de los adolescentes, buscando integrarse a ese enjambre perverso de los juegos de computadora? Tengo un amigo que hace del Playstation la quintaesencia de la pasión universal de los sentimientos, que su pobre novia acalla sus lamentos refugiándose en Ripley.

Es difícil vivir con tranquilidad -menos con mi mujer-, disfrutando del sonido espiritual de las Valkyrias y de la optimista melodía del Réquiem. El sabor casi maquiavélico de las odas puccinianas, del pacto demoníaco de Goethe y las comprensibles ínfulas de Gógol cuando pide a Chéjov comprarle un par de guantes porque se viene el invierno y es propicio escribir sobre la madre de algunos de los hijos de la patria. A no ser que quiera verse reflejado en alguna absurda biografía escrita por sus enemigos. Sin embargo, la felicidad es más grande que los lamentos.

Cierto que no somos perfectos. Hasta el mismo Dios carece de sexo para disfrutar de la vida. Pero no olvidemos que Cristo prefirió morir antes de convivir con la decadencia de su pueblo, cuyo ejemplo fue malinterpretado por los fariseos como un acto de amor libre de colesterol. Pensó que sería menos trabajoso pedirle explicaciones a Judas de por qué regresó a su lado con una bolsa llena de monedas de oro. Cuando tratamos de hallar soluciones no es fácil pedir perdón por los métodos empleados, siempre y cuando nos crean susceptibles o faltos de modestia.

Una vez quisieron robarle la corbata a Camus para probar un silogismo; pero se dieron cuenta que no era necesario. ¿Por qué? La marca era lo de menos, fue un acto filosófico con la certeza de que la prudencia era mejor que la tolerancia. Las insignificancias de la filosofía nos hace a todos inútiles de probar caracteres diversos o más caricaturescos, por decirlo de una manera que no ofenda a los académicos.

La estampida es feroz cuando dirigimos la mirada a una mujer hermosa, pero sabe Dios si no se trata de un travesti o la hermana de tu mejor amigo.

Sinceramente no entiendo a la humanidad, pero debo reconocer que tienen cierto menosprecio por gente como yo o por cualquiera que desea comunicarse civilizadamente, sin mojigatería ni estupidez de por medio. Lo malo de todo este chiste es que si llegará el día que logren escuchar; o, por citar un caso hipotético, sufrir un derrame cerebral (eso sería bueno para cierta clase de gente, sobre todo para aquellos que se siente dueños de la verdad).

La fijación de la gente por cosas mundanas no escapa del frío análisis conceptual del cosmos, la permanente investidura de las generaciones pasadas que se jactan de ser proclives fornicadores de las nuevas tendencias acéfalas que amplían el bosque petrificado de la incertidumbre.

La comprensión de la vida es, obviamente, un ritmo demasiado difícil de seguir a lo largo del poco tiempo que nos queda en la tierra. Será por eso que el hombre está en el afán de buscar otros mundos para su supervivencia y dejar este suelo desolado, pétreo y sin alma, en un sueño sin retorno por las infinitas espesuras del universo. La tecnología avanza a pasos agigantados y nos encontramos en un enorme dilema que no es fácil explicar, pero que resulta bastante didáctico para las futuras generaciones que absorben su tiempo en discotecas y juegos de azar, delinquiendo como si una nueva ola de neuróticos estuviera arrasando la ciudad, que antes fue limpia y respetada.

El tiempo dirá si las estructuras sociales se dejan sentir por su falta de integración o simplemente seremos parte de una miscelánea antagónica repleta de tribulaciones insospechadas, que fomentan la inestabilidad generada y llegan a sostener recursos "eméticos" que no solo nos hará ir al baño con frecuencia, sino que mantendremos expectantes a los demás con esa estúpida sonrisa del no hay problema, y dejaremos correr el tiempo como una masa gelatinosa que se escurre por el suelo, desprovisto de moral y respeto hacia sí mismos.

Entonces, podremos afirmar que ya nada nos asusta, que no perderemos gran cosa cuando algo malo nos ocurra en el camino. Es sinónimo de perfección hacia lo simple, lo banal, lo inmediato. Ya nos hemos acostumbrado a las cosas fortuitas que, valga la aclaración, nos deja un mal sabor que ni Clorets podrá aliviar, por el simple hecho de ser mortales y escapistas con lo más fácil del mundo: la dejadez. ¿Cuánto afecta al joven en estos difíciles momentos de reflexión? Probablemente ni ellos se den cuenta de la importancia que es saber mantener en equilibrio sus facultades mentales y motrices, en su desempeño por resucitar viejas heridas que ya nada tiene que ver con la actual situación y buscan otras salidas menos tortuosas, que les lleve a comprender una exacta visión del mundo, su mundo, para que no termine en malos hábitos: ver cincuenta veces la colección completa en DVD de la Cicciolina, romper la alcancía y comprar diez kilos de hamburguesa y papas fritas, hacerle el amor salvajemente a la empleada de la casa y dejar de pagar la pensión de la universidad. Todo en una hora.

Lo curioso del caso es que muchas veces no comprendemos cuán especial es cometer actos impuros en un momento tan crítico como el que vive el Club Universitario de Deportes. A veces creemos que el Ojo de Dios nos vigila inmisericorde, aplastando todo concepto terrenal que hemos construido gracias a la voluntad de ser fieles a nosotros mismos y llevar una vida más placentera, de la que estar rezando como zánganos en nuestra obscura habitación o confesando nuestros pecados frente a un cura de dudosa moral. Sabe Dios qué estaría agarrando antes de meter la hostia a la boca con esa mano temblorosa.

No siempre estaremos capacitados para abordar temas específicos. No será fácil encontrar respuestas a nuestras interrogantes, menos la cartera olvidada en la butaca de un cine. Pero si queremos proteger lo poco que nos queda en la conciencia, es mejor no salir de casa y disfrutar con tu familia una partida de monopolio.

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