lunes, 17 de enero de 2011

Los hijos de Job


¿Qué hay en el interior de cada persona aparte de los órganos, naturalmente? Si bien es cierto que un perro es más fiel que tu mejor amigo, ¿por qué el helado tiene que derretirse? Una vez le pregunté a papá sobre el porqué de la vida y sus consecuencias, y su respuesta fue categórica: "No lo sé, pregúntale a tu madre; ella sabe dónde guarda las cosas".

Pedro se despertó muy temprano y salió a correr. En mitad del camino lo fulmina un paro cardíaco. ¿Es tan cruel la vida con los más puros de corazón? Un día antes había ganado el premio mayor de la lotería.

Pobre tío Ezequiel. Perdió toda su dentadura. La enfermera tiene que alimentarlo a través de una sonda. Lo que él siempre quiso fue ponerse un enema. Eso provoca hábito, dijo la tía Sonia, minutos después que le sacaran el vibrador de entre las piernas. Lo cierto es que ambos tienen un pasatiempo de dudosa moral, no sin antes pagar el seguro para prevenir cualquier incidente que los haga formar parte del obituario de algún periódico amarillista.

La señora Porchnik volvió a casarse, esta vez con un plomero; ahora tiene el temor de que sus hijos sean soldados. Pero la infelicidad de la señora Porchnik es que no sabe castellano; mejor para ella, porque su esposo no sabe alemán. Son una pareja tan ejemplar: ella le lava la ropa mientras él cocina su plato favorito, a base de hierbas y tubérculos. No siempre se les ha visto tristes; una vez a la semana sonríen durante tres minutos. Ni siquiera duermen juntos. El duerme colgado de la percha del ropero, asegurando a sus amistades que solo se trata de una lesión a la columna que debe corregir.

El primer esposo de la señora Porchnik fue marino. En 1949, después de contraer matrimonio, se ahogó en su bañera mientras jugaba con su patito de hule. Dos meses después se casaría con Samuel Kreschner, un próspero ferretero de las afueras de Frankfurt. A ella no le preocupó en lo absoluto, pues los prejuicios se los metía donde no le llegaba la luz del sol, y decidió ser feliz. Pero nuevamente enviudó, ya que al pobre Samuel lo aplastó una decena de tubos de cañería. Aunque fue un accidente trágico, Samuel pudo rebajar unos kilitos de más. Meses después, embargada por la soledad, vino a Lima en busca de nuevas oportunidades y, por qué no, de un nuevo amor. Apenas pisó tierras peruanas, se enamoró del país y de su gente.

Cuarenta años hace de aquel viaje continental, acumulando en su haber diez matrimonios recluida en su hogar. Ahora, el plomero teme por su vida. Cada vez que intenta arreglar un lavadero, trata de no estar mucho tiempo debajo de él. Más bien, mira disimuladamente si no se le viene encima.

Luego de muchos años, regreso a mi antiguo barrio. Me enteré que la señora Porchnik había fallecido. El plomero quedó muy solo y triste, así que se casó con una guapa mujer, dueña de una tienda de cosméticos. El barrio ha cambiado mucho. Las casas se ven más pequeñas; las calles, solitarias; la gente indiferente pasa el día dentro de sus hogares. Hasta el momento no recogen al perro que atropellaron hace quince años, a un lado del jardín. Fue doloroso revivir pasajes de infancia, así que recordé los de adolescencia. Una vez mi padre se sacó la lotería y fue a Argentina a comprar ropa para todos. Aún ahora lo seguimos esperando. Mi madre perdió un dedo al tratar de cortar el pavo congelado y mis hermanos siguen deambulando en cuanto trabajo les ofrecen sin dejar de temer por su estabilidad laboral.

Ramiro amaba a Susana; Susana amaba a Gael. Gael amaba a Víctor y Víctor no podía creer lo que pasaba. El destino se burló de ellos. La vida que les tocó vivir no era necesariamente la más recomendable para llorar. Sino, pregúntenle a Eva Braun.

Una noche, Iván trató de suicidarse, porque Natty no le hacía caso. Tomó el arma y apuntó directamente a su boca. Luego de meditarlo largo tiempo, decidió salir y comprarse una pizza. Al saberlo Natty, no quiso volver a verlo. Fue denigrante e inmaduro comerse diez pizzas y cantar Me hace falta vitaminas sobre el mostrador. A no ser que esa pataleta fuese un signo de egocentrismo barato. ¿Qué buscabas, Iván... que te aplaudan?

La vida no es solo una proyección de nuestros pensamientos, la vida es como un crucigrama, porque pierdes el tiempo llenando los espacios vacíos. Sentir sinsabores es un ejemplo de pesimismo al que debemos acostumbrarnos, y empezar a rezar sería el camino más acertado en estos casos, porque mañana más tarde no habrá nadie quien lo haga.

No hay comentarios: