Hace unos meses un amigo mío dio la sorpresa a todos que iba a ser padre. Caramba, dije, espero que no te arrepientas de tu decisión. Nada de eso, estaba emocionado porque era la primera vez que le ocurría y estaba saltado con un pie. Pero, seguí, hay demasiados sacerdotes, ¿por qué no otra cosa? Su rostro mostró indignación. Lo que quiso decir fue estaba esperando un hijo, que iba a ser padre y no esa clase de "padre" que pensábamos, alrededor de la mesa y con tragos de más. Todos resoplamos y dimos un largo y sostenido "Ahhhhhhhh". Aclarado el asunto, aplaudimos y brindamos hasta altas horas de la noche.
En el baño, aligerando la vejiga, mi amigo me dio el alcance y aprovechó que estábamos solos para que le diera mi opinión sincera al respecto y saber si estaba de acuerdo con lo que me había contado. El diálogo sigue así:
Yo: ¿Por qué, qué pasa? ¿No que estabas feliz?
El: Sí, sí; claro que sí. Lo que pasa es que...
Yo: ¿No te sientes preparado?
El: No es eso... sino que...
Yo: Caramba, dilo ya. No tengas vergüenza.
El: Fue, creo, precipitado. No lo esperaba tan rápido, así como vamos ella y yo.
Yo: ¿No planificaron tenerlo ahora?
El: No.
Entendí el problema y le dije que no se preocupara. Muchas familias empezaban sin previo aviso y que con el tiempo serían más unidos que nunca. Además, proseguí, traer un niño al mundo no es nada molesto. Es una bendición. Al menos, va a nacer en un buen hogar. Mi amigo cambió de rostro y dijo lo que tenía que haber dicho allá afuera, desde el principio: Su mujer no quiere tener al niño. Ese era todo el asunto. Bueno, expliqué, no es la primera vez que alguien reniega por eso. Es natural, y como dije, con el tiempo lo va a adorar.
El: Bueno. Ojalá que así sea, porque ya me está hartando su egoísmo. Solo piensa en ella, no me deja en paz.
Yo: Pero tú estás feliz, por lo que veo. ¿Por qué ella no?
El: Aparte que ha sido un embarazo no deseado, trunca sus posibilidades de seguir en el modelaje.
Yo: Oye, pero hay infinidad de tratamientos que le devuelven la figura tal cual era antes del embarazo. Que se dé un salto por Quality Products y se convencerá.
El: Sí, sus ideas raras ya me tienen loco.
Yo: Oye, anímate. Qué bueno que te haya pasado esto ahora porque te has convertido en un hombre responsable, que ama a su mujer y la tolera en sus caprichos. Tenemos que beatificarte de inmediato.
El: Ya, no exageres.
Esa noche la pasamos bomba entre todos nosotros. Bebiendo, contando chistes y explicándole a nuestro padre primerizo todo lo relacionado con la paternidad. Era interesante escuchar cada punto de vista sobre el tema que prometí tener un hijo lo más pronto posible. Claro, primero tendría que buscar a la madre para completar la faena. Y todos nos echamos a reír.
Pasado el tiempo, mi amigo llama con la preocupación encarnada en su voz. No era porque la mujer estaba en desacuerdo con la situación; no, al contrario, aceptó complacida su estado y priorizó sus necesidades para bien de su bebé. Lo que pasó fue que mi amigo quería grabar el parto en video y quería que yo fuera su camarógrafo. Al principio dudé, porque nunca he estado en uno -sin contar el mío- y porque sería demasiado molestoso para el médico tener a tanta gente en la sala. Eso ya estaba coordinado con el obstetra y no había inconveniente que estuviera ahí, grabando, porque él necesitaba estar al lado de su mujer para calmarla y darle tranquilidad. Con la cámara no podía hacer eso.
Yo: Bueno, está bien. Si es así, me parece genial. Oye, pero, de tantos amigos que tienes, ¿por qué me elegiste a mí?
El: Porque confío en ti.
Eso me partió el alma. Una persona que solo veo dos veces cada tres años, me pide que filme las partes íntimas de su mujer como si fuera una cosa de todos los días. Ya no hay pudor que valga y el profesionalismo impregna su aura donde se le mire.
A los pocos días, llegó el momento de recibir una nueva criatura a este desalmado mundo individualista. Yo estaba más nervioso que los propios padres y no dejaba de grabar las incidencias desde la salida de la habitación hasta la sala de partos. Tropezaba con todo y con todos, impidiendo el paso de la camilla e impacientando al obstetra, un tipo nada quisquilloso a decir verdad, pero conmigo a su lado, era otra cosa.
Y empezó el trabajo. Tanto el obstetra como sus dos asistentes, tomaban las cosas con frialdad. Mi amigo sostenía la mano de su mujer y ambos respiraban de la forma como los médicos les enseñaron en las charlas pre-parto.
Lo maravillo de ver estas cosas es que no puedes ni siquiera pronunciar palabra alguna. Ni siquiera me tomé la molestia de usar el sarcasmo en momentos como este, para aligerar la tensión. Como si se trata de uno de esos programas del Discovery Channel, vi asomarse poco a poco la cabecita de la niña -porque las ecografías previas habían dado como resultado que sería mujercita-. Sinceramente, soy una persona de temple duro e indiferente, pero esta vez, las lágrimas brotaban de mis ojos como cañería mal ensamblada. Fue la cosa más fantástica que pude haber experimentado y sin dejar de grabar, cosa más sorprendente aún.
El llanto de la criatura, la sonrisa de los padres, el satisfecho hombre de ciencias felicitándolos, motivaron a que me uniera a la celebración. Pero estaba temblando, me sentía enfermo sin que eso fuera malo. Era porque estaba extasiado de ver a una hermosa bebé dando sus primeros llantos y acostumbrándose a su nuevo hábitat. Felicité a mi amigo y a su mujer y ellos, de igual forma, agradecieron el servicio que les ofrecí.
Dos días después visité nuevamente la clínica para ver a la pequeña ya acurrucada en los brazos de su madre. Me dijeron si quería cargarla. No, dije, soy muy torpe para esas cosas. Anda, me dijo ella, no va a pasar nada. Me enseñó como debía cogerla y el miedo a hacerle daño se disipó. Vaya, pensé, qué cosita tan rica, tan linda, tan protegida y desprotegida a la vez. Tenerla en mis brazos fue una extensión de mis pasiones ocultas por formar una familia y sentirme plenamente realizado como sus afortunados padres. Delicadamente, la deposité en los brazos de su madre y me despedí de ellos esa tarde.
Las cosas que nos ofrece la vida es tan significativa cuando estamos preparados para asumir compromisos y decidir por el bien común de los demás. Nunca olvidaré ese momento, sin necesidad de observar el video, porque lo tengo grabado en mi memoria como algo sublime e inimitable. De seguro, esa niña crecerá viviendo al lado de unos padres amorosos, se sentirá querida y protegida, conocerá la vida tal como ellos se la enseñen y aprenderá de los errores y se formará su propia opinión sobre las cuestiones que nos disgustan en la actualidad.
Dios bendiga a los niños, porque son la siguiente generación que pondrá orden a este mundo corrompido. De ellos depende el cambio. De ellos depende que sigamos existiendo como raza. De ellos depende que sigamos siendo seres humanos.
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