lunes, 7 de febrero de 2011

El corazón revelador


No se trata del relato de Poe, sino de las constancias disyuntivas que tenemos los mortales de afrontar sin apasionamiento decisiones que pueden cambiar el curso de la historia, nuestra historia, en la vida cotidiana de esta aligerada ciudad cosmopolita. Siempre señalamos que la causa de algún desorden emocional lo ocasiona el corazón, porque el romanticismo siempre exalta las pasiones y los enredos que subsisten en el ambiente. A veces subestimamos el poder del corazón porque generamos amor hacia personas que no se lo merecen; o viceversa, provocamos sentimientos adversos porque nos disgusta ciertas cosas de la otra persona. Y creo que la sobrevaloración que le damos a este órgano peca de soberbia e intransigencia.

Nos debemos a las neuronas. Todo ese flujo de emociones parten del cerebro, de reacciones biológicas que miden la percepción y que ponemos en práctica gracias a nuestra inteligencia e instinto. He leído por ahí que el corazón también tiene cerebro y uno tiene que comerse toda esa diatriba científica porque cree ciegamente que las cosas que se dicen son ciertas. No lo sé. Quizá a muchos les he escuchado decir que no tengo corazón, porque soy más frío que el propio hielo. En eso tienen razón, mi congelamiento emocional no se compara con la indiferencia que siento a los grandes temas de la humanidad, como la política y las cirugías de tal o cual prostituta televisiva. Y eso no lo genera el corazón, se los advierto. Es nuestro cerebro. Debemos darle credibilidad.

He perdido el afecto hacia todo. Bueno, no todo. Tengo amigos, muy queridos por cierto, y eso me enorgullece. No, me refiero a lo demás, al gusto por trabajar, por comer o disfrutar de la compañía femenina, que últimamente ando de capa caída porque no es el momento adecuado. Suena a lamento, pero no, es mi decisión. Creo que estoy aburrido, y todo gracias a mis pocas esperanzas de alcanzar el status ideal gracias a mi talento, talento que me ayuda a escribir desde esta tribuna, sin rendirle cuentas a nadie. Eso es un acto puramente cerebral, no del corazón. Muchos dirán que cuando uno se emociona el corazón palpita a velocidades extraordinarias. Claro, porque el cerebro destila adrenalina en casos de tensión o angustia y demás numenclaturas médicas.

Disculpen si no soy romántico. No. Soy realista. El romanticismo murió en 1995 y el realismo me ha seguido desde 1970.

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