jueves, 8 de diciembre de 2011

Lennon

Hace poco estuve paseando por Central Park. El clima era agradable, pese al frío; pero no quería despedirme de Nueva York sin antes visitar el edificio de departamentos Dakota. Era una obligación. Sentí la necesidad de revivir aquella pesadilla de manos de un idiota que creyó hacerle un bien a la humanidad, y a sí mismo. Como si eso le hubiera permitido ganarse un lugar en el cielo, consiguiendo solo formar parte de una larga lista de resentidos sociales que acribillan a gente inocente, porque una voz les dijo que lo hicieran, o simplemente del egocéntrico disfrute de una fama efímera. Sí, pues, porque al fin y al cabo fue mundialmente conocido como el asesino de John Lennon, la noche del 8 de diciembre de 1980.

Los recuerdos inundan mi mente. Tenía diez años cuando ocurrió. La noticia salió en titulares al día siguiente. Estaba al lado de mi madre, tumbado en el suelo, revisando el diario Expreso. No sabía quién era John Lennon en ese entonces, pero intuía que había hecho algo grande para ser asesinado. Me impactó un dibujo de él en la última página del periódico. Estaba vestido con una casaca de cuero, jeans y un a chompa de cuello "Jorge Chávez". Su mirada reflejaba una paz absoluta. Mi único temor al ver aquel dibujo fueron sus ojos. Eran blancos. ¿Por qué? ¿Representaba su muerte? Fue impactante, y hasta el momento que escribo estas líneas, un estremecimiento se apodera de mí.

Conocí a Lennon mucho después. The Beatles no significaban nada para mí. Había escuchado sus canciones en alguna parte, pero no tenía ni una pizca de curiosidad por saber más del grupo y de su vocalista principal. Fue a los 18 años que compré un cassette con lo mejor de su repertorio: "20 temas de oro". Así se llamaba. La portada era la mista del Let It Be, pero graficada con un disco de oro con el retrato de los cuatro de Liverpool. Fue un descubrimiento para mí haber ignorado dichas canciones por años, y que ahora forman parte de mi habitual ritmo de vida y de inspiración. Así conocí a Lennon, más que a McCartney o Harrison o Starr. Era el hermano mayor que siempre quise tener y que me acompañaba a donde fuera, junto con el resto de la "familia", entonando Misery, Please, Please Me, Ticket to Ride o You've Got to Hide Your Love Away, entre otras.

Ahora veo de cerca el Dakota. No soy el único. Una pareja, como de mi edad, observa detenidamente el suelo donde fue fulminado aquella noche. Sus rostros expresan pesar. Es como si se reencontraran con un ser querido al que nunca debieron dejarlo ir. Mis emociones eran contradictorias en ese instante, sentía la necesidad de explicar por qué fue asesinado y a la vez defender su legado, pese a las quejas de algunos reaccionarios contra su forma de vida, muy distinta a la que pregonaba en sus canciones. ¿Y debemos juzgar al artista o al hombre? Prefiero vivir rodeado de sus discos y darle una oportunidad a la paz con una pequeña ayuda de mis amigos, que ventilar la vida privada de un hombre que solo quiso cantarle a la vida, al amor y a la esperanza de unirnos y ser uno solo.

La pareja se retira, no sin antes hacerme un saludo con la cabeza. Les devuelvo el cumplido, con una sonrisa cómplice y fraternal. Me hubiera gustado ver a Yoko, al menos, asomarse por la ventana de su departamento. Era demasiado pretencioso para tal encuentro improbable. Pero no deja de sorprenderme la manera en que las cosas suceden. A estas alturas habríamos podido disfrutar de un sesentón Lennon, fiel a sus convicciones y alejado del mundanal bullicio del glamour y la doce vita. Hubiéramos sido testigos de una reinvención de su propuesta, pues quedó inconclusa con el Double Fantasy, su obra maestra. Es cierto también que pudo rehusarse a desempolvar sus viejas canciones en el Anthology y remezclar Free As a Bird y Real Love, demos de una valiosa calidad por sí mismos. Pero quién sabe, hubiera sido el acontecimiento del siglo verlos nuevamente juntos después de veinticinco años separados por sus respectivas carreras solistas, y otras cosas que no vale la pena mencionar.

Pero las cosas sucedieron de otra manera. Quizá Lennon no hubiera soportado el trajín de la vida violenta que se vive en la actualidad. Tal vez, se hubiera adaptado. Pero lo que sí es trascendente es que Lennon nunca envejecerá, lo recordaremos con esa melena castaña hasta los hombros y anteojos de latón, y su inconfundible voz nasal que perdura hasta el día de hoy. Tampoco podríamos olvidar a aquel Lennon de sus comienzos, primero encuerado y luego como un refinado gentleman que provocó la histeria colectiva al lado de sus compinches de siempre. Lamentablemente, Harrison tampoco está más con nosotros; quizá esté en el cielo de las estrellas, rasgando su guitarra al lado de su entrañable amigo. Los únicos sobrevivientes aún brillan en el firmamento, esperando el momento de reencontrarse nuevamente, y seguir siendo el grupo que fue y que es actualmente.

Ha pasado el tiempo y no quisiera irme de aquel escenario. El atardecer se aproxima y los habitantes del Dakota parecen volver a su realidad, siempre con la alegría de volver a escuchar I Am the Walrus, Strawberry Fields Forever o A Day in the Life en cualquier momento de sus vidas. Me despido y camino lentamente por una calle no sin antes volver mi mirada hacia el Dakota y susurrar hasta siempre, John.


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