martes, 6 de diciembre de 2011

Pearl Harbor: La excusa de un coloso

"Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que pervivirá en la infamia, los Estados Unidos de América fueron sorpresiva y deliberadamente atacados por fuerzas navales y aéreas del Japón..." Con estas palabras, el presidente Franklyn D. Roosevelt dio por iniciada su participación en la Segunda Guerra Mundial, luego de ser atacada la base naval de Pearl Harbor, en un acto del que muchos repudiaron sin que pudieran hacer nada por evitarlo. En efecto, se ha hablado hasta la saciedad al respecto, hasta se ha representado en famosas películas donde el heroísmo es el principal ingrediente de la trama. Sin embargo, dicho ataque tuvo mucho que ver con las necesidades intervencionistas del país del norte y ser los únicos capaces de detener el avance de las hordas nazis, italianas y japonesas, que se habían repartido el botín como un pastel a su antojo.

Franklyn D. Roosevelt
(National Archives and
Records Administration)
En ese entonces EE UU se consideraba un país neutral bajo la diplomacia de no involucrarse en el conflicto, pues era improbable que los tentáculos del Eje llegara a este lado del continente. Digamos que Hitler veía con mucho cuidado avanzar hasta América, pues primero quería someter a toda Europa, pero sus ambiciones fueron frenadas tras el fracaso de la campaña a la Unión Soviética. Mientras, Inglaterra se preparaba para una contraofensiva al lado de la Resistencia francesa, cuyo objetivo era desmantelar a la Francia de Vichy. Para esto, Churchill necesitaba del apoyo de Roosevelt, pero este no quería ensuciarse las manos y prefirió mantenerse al margen, o esperar la oportunidad de actuar según sus intereses.
Japón había conseguido armarse y demostrar que era un país al que se le debería tomar en serio cuando decía que el imperio del sol naciente tenía que verse en todo su esplendor más allá de sus fronteras. Dominar el Pacífico era la puerta que necesitaban sus aliados para cumplir la promesa de ser los amos del planeta. Pero el principal problema era Estados Unidos, y a ellos debían de dirigir sus fuerzas para evitar su participación en este conflicto. Al menos, eso creían.

El artífice de esta operación fue el almirante Isoroku Yamamoto, bajo la dirección del vicealmirante Chuichi Nagumo, cuyo plan era neutralizar la flota enemiga para lograr ocupar las colonias occidentales en el sudeste de Asia y así desbaratar el embargo económico que Japón estaba siendo sometido desde el año anterior. La idea era debilitar a los norteamericanos militarmente; por eso, el blanco de esta operación era la base naval de Pearl Harbor. Destruida la flota, no tendrían acceso al mar por largo tiempo, más la repercusión moral entre los ciudadanos, sería una victoria asegurara.

USS Arizona, sus restos aún se conservan en Pearl Harbor
((National Archives and Records Administration)
 
Durante la preparación del golpe y los días previos al ataque, el gobierno de los Estados Unidos estaba informado de los movimientos militares de los japoneses. El servicio de inteligencia naval había detectado cientos de mensajes codificados que clasificaron de inmediato, con su correspondiente traducción. Sin embargo, no dijeron nada. Esperaron. Era el pretexto perfecto para poner en práctica lo que sabían hacer bien: paladines de la libertad, o sea, atacar con todo su poderío militar. En poco tiempo, luego de la declaratoria de guerra, miles de suministros militares ya estaban listos para ser transportados; los arsenales estaban prácticamente colapsando por la enorme cantidad de armas, tanques, aviones y otros vehículos blindados para darle un puntapié a Hitler y compañía.

Fue curioso que en ese momento del ataque, los portaaviones no estuvieran anclados en el puerto. La versión oficial apunta a que fueron llevados a mantenimiento o que necesitaban reparaciones de rutina. Un portaaviones es esencial en un conflicto. El ataque aéreo es ventajoso porque es rápido y puede destruir todo lo que encuentra a su paso. Tenerlos lejos del pandemónium que se avecinaba, fue de hecho la decisión más acertada. Los japoneses pensaron que con la destrucción de los navíos emblemáticos, como el USS Arizona o el USS Utah,  junto a otros once buques de guerra, habían conseguido una gran victoria contra los yanquis. Pero Yamamoto sabía de los errores cometidos y fue el primero en admitir que lo único que habían conseguido era despertar a un león.

Lo demás, es historia conocida

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