lunes, 6 de agosto de 2012

¿Y ahora qué?

He visto fracasar los intentos de mantener una línea de gobernatura del actual régimen, ya sea por los intentos desesperados de la Derecha por mantener su hegemonía y salirse con la suya, que se necesita una nueva estrategia que impulse los planteamientos antes ofrecidos. El gobierno se encuentra entre la espada y la pared soportando todo tipo de insultos y críticas desde varios flancos, especialmente de la prensa, aquella prensa que aún persiste en sus intentos de entronarse desde las épocas oscuras del Fujimorato. Lo mismo ocurre con el sector financiero y empresarial. A ellos solo les interesa generar ganancias y lobbies con algunas empresas poderosas y desmembrar al país como una suerte de juego de Monopolio y repartirse lo que quede de él. Nadie niega que la economía neoliberal haya aportado mucho al cambio significativo del país y de la sociedad, que ha podido darnos una salida más o menos pujante y que ya no se nos vea como unos parias tercermundistas. Sin embargo, no es suficiente. El poder y la riqueza se ha elitizado, se ha vuelto una burbuja aislada de los verdaderos intereses que se tiene para sacar al Perú adelante, que la pobreza disminuya y que muchos de nuestros conciudadanos aspiren a una mejor condición de vida.

Lamentablemente, como nos enseña la historia, el que gobierna no es aquel que elegimos cada cinco años, sino aquellos que hasta la fecha son considerados los dueños del Perú, un puñado de "hombres ilustres" que han sabido conquistar el mercado mediante el engaño y la usura, mediante los arreglos bajo la mesa y las exoneraciones tributarias que desinflan el presupuesto nacional que se necesita para construir un mejor país. Ahora se suma el control de la información, la estupidización es la clave para mantener al ciudadano corriente lejos de la realidad, fomentando la ignorancia y gestando sobre él recelo y desconfianza por la persona que quiere velar por sus intereses. Hablan de democracia, de libertad de prensa, de imparcialidad; son ellos los que quieren poner la pauta en la agenda política, designando a cuanto individuo les parece el correcto para dirigir un cargo público de importancia. Sí, pues, los mismos que alguna vez estuvieron presentes en la repartición y que hicieron de este país un pastel del cual sacar la mejor tajada.

El gobierno se tambalea no por las políticas que ha emprendido desde que tomó el mando, sino de los parásitos de siempre, los que salieron de sus madrigueras apenas el "chino" tiró la toalla y huyó como rata en naufragio. Al volver la democracia, de la mano del "cholo sagrado", también volvió el sistema carroñero, adulador y virreinal. Pese a las malas prácticas empleadas por el ciudadano Fujimori, que sirvieron de modelo para sus sucesores, pudimos descubrir la clase de Estado en que nos habíamos convertido. Habría que darle una medalla al mérito a Vladimiro Montesinos por habernos mostrado, en pantalla ancha y en Technicolor, el verdadero rostro de un sistema corrupto y embelezado por el poder. Mientras el país se moría de hambre, sin tanta concha, los fajos de billete desfilaban de una mano a otra. Y ese resago persiste. Los "poderosos" se acostumbraron a trabajar menos y recibir mucho. ¿Recuerdan el terremoto de Ica en 2007? Horas después de haberse producido, Alan García dio un mensaje esperanzador, de que su gobierno levantaría la región de los escombros al día siguiente. ¿Y qué fue lo que hizo? Legó facultades a una comisión que se encargaría de reconstruir Ica; sin embargo, esa misma comisión hacía su "agosto" y se olvidó para qué fue convocada. A García le importó un carajo, se preocupó por darle un exacerbado interés a la recuperación de los llamados colegios emblemáticos y darle una nueva cara al Estadio Nacional. Muchos se beneficiaron con dichas obras, con licitaciones fantasmas y presupuestos con dos ceros de más. Peor fue cuando se encargó de inaugurar obrar inacabadas, solo fachadas que sirvieron de cortinas de humo ante las acusaciones que se les venía imputando a sus allegados con relación a los "petroaudios". Para él el país iba avanzando, con esa grandilocuente carcajada  y escandalosa obesidad que decía mucho de su poder como presidente. Y a nadie parecía importarle, los medios lo amaban, y lo siguen amando, porque es quien dice ser, un emisario de la modernidad, un empresario que ve con buenos ojos el auge de unos pocos a costillas de la desesperanza de la mayoría. Un guasón con todas las de la ley. 

¿Cómo cambiar el sistema?, se estará preguntando Ollanta. Él mismo lo dijo, es muy difícil gobiernar en estas condiciones. Es imposible avanzar teniendo piedras en el camino. La corrupción es enorme y las altas esferas aún esperan el momento para desestabilizarlo aún más. Y claro está que a esta gente le repugna la idea de tener a un mestizo como jefe. Puedes tenerlos como asistentes, secretarios y hasta mozos, pero jamás darle la mano como tu superior. Somos tan racistas y anacrónicos. Somos tan virreinales en nuestra manera de distribuir los mecanismos necesarios para convertirnos en una república autónoma y moderna, progresista y disciplinada, confiable y protectora. Lo único que le queda a Ollanta es darles el gusto y tomar el país por asalto, para que de una buena vez lo tilden de chavista y totalitario. Sería fácil. No. Ollanta es un hombre de retos, quiere hacer las cosas bien, pero no lo dejan, por la misma razón que afecta a los intereses de ese puñado de "hombres ilustres" que no quieren someterse ante un cholo cualquiera.

Y en eso nos hemos convertido. En un feudo. Debemos rendirle pleitecía a los dueños de las tierras, a los dueños de los bancos y de las empresas que abaratan costos, que no respetan la jornada laboral, que se cagan sobre los sindicatos y despiden a todo aquel que reclama sus derechos y son señalados como comunistas; que cuando van a postular a un trabajo, Recursos Humanos pide referencias y se dan con la sorpresa de que dicha empresa habla pestes de su ex empleado, como conflictivo y deficiente. Sin embargo, nos bombardean con tarjetas de crédito, facilidades de pago, exclusividad, status. La riqueza nos obnubila, el confort, la propaganda barata: si compras tal marca o en tal tienda, te verás como esos modelos, blanquitos, de cuerpos espectaculares, rodeado de chicas guapas o galanes que te harán sacudir el calzón con solo sonreírte. La estupidización, como ya dije.


Y creo que la comparación cae a pelo en estos momentos. Vivimos en una Ciudad Gótica apesadumbrada por las diferencias sociales, por la corrupción, por los villanos de turno que quieren desestabilizar aún más los cimientos de una sociedad indiferente, conformista, desinteresada de los problemas internos del país, acostumbrada a ventilar los escándalos de tal o cual figurita de la farándula, como si el único consuelo que nos queda es que ellos también son humanos y merecen toda nuestra consideración. Hacemos cualquier cosa para ganar titulares, ser conocidos y que nuestra opinión sea escuchada, sin que lo demás importe. Salimos a la calle a protestar por cosas que ni entendemos, que ni siquiera sabemos cuál es su verdadero trasfondo. Los conflictos sociales se convierten en una especie de campos de batalla, sin vías de solución por capricho de unos pocos en ambas direcciones. Nada se puede hacer mientras no haya entendimiento y qué queremos realmente para beneficio mutuo.   

Necesitamos urgente de un héroe que ponga orden a todo este caos, un símbolo de nuestras esperanzas, de nuestros temores y flaquezas, que nos permita ser nuevamente ciudadanos de una ciudad y de un país que pide a gritos ser tomado en cuenta. Mientras exista la tiranía y la opresión, de aquellos que nos exprimen, que nos hacen ver mariposas y jardines celestiales en medio de una cloacla creada por ellos mismos, jamás saldremos adelante. Seremos siempre enemigos de nosotros mismos, desconfiando de las buenas intenciones de unos pocos que no le dan cabida porque no se ajustan al pensamiento actual. Difícil encontrar a alguien con esos ideales, sacrificándose por los demás sin recibir nada a cambio, condenado a vagar entre las sombras y esperar la redención como último recurso. Está de más decir que la caída es cada vez más dolorosa cuando se sube muy alto. No dejemos que nuestro país caiga al inframundo de nuestra propia podredumbre moral.

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