miércoles, 29 de agosto de 2012

El evangelio según San Carlos

Y el Señor dijo: "De alguna manera hay que matar el rato", y los fariseos destruyeron los pueblos cercanos al Mar Muerto. Fue entonces que se levantó una voz en el desierto y los marsupiales escaparon de los cazadores furtivos. Dos veces en un solo día, era más que suficiente para entender que el castigo divino estaba cerca.

Fue en aquellos días, cuando Jesús entró a Jerusalén montado en un burrito, rodeado de un buen número de seguidores, vitoreado y reverenciado como el Mesías que venía a liberarlos de la esclavitud romana. Apenas instalado, fue llevado al templo y no le gustó lo que veía. Los relojes de arena costaban una fortuna y la ropa era de segunda, ya gastada y fuera de temporada. Luego, vencido por el hambre y los temores que su condición representaba, junto con sus discípulos, fue a comer pan y beber vino, en lo que los historiadores llaman "la última cena".

-¡Qh, Señor! -dijo un acólito- explícanos las bienaventuranzas con una de tus parábolas.

Y Jesús dijo:

-Tengo un amigo, pobrecito, ya Dios lo señaló. Desde que se levanta... de frente a chorear. No te rías Pedro, que es firme. Les voy a contar lo que le pasó el otro día. El hombre vive por aquí nomás, en Roma, y ve a una vieja que había cobrado su quincena; estaba champú de cariño, la vieja. El tipo no ha hecho otra cosa que con una daga cortarle las dos tiras del bolso... despacito, sin que se dé cuenta. "Ay, qué liviano siento el bolso", dice. Se vuelve y pega un grito: "¡Ratero, sinvergüenza! ¡Agárrenlo". El hombre... ¡Bufffffff! Manya que el Correcaminos le quedaba chico. Da la vuelta a la esquina y se encuentra con el Coliseo romano. "¡El Coliseo romano, ¿qué hago?!". Y se manda con todo. Justo entra cuando los gladiadores están saliendo a la arena. Coge a un por el cuello, lo tumba, le quita la ropa y se la pone, y se guarda el bolso debajo del escudo. Y sale al ruedo, todo cínico. La gente lo queda mirando y se pregunta: "Oye, ese debe ser nuevo, ¿no? Y debe ser uno de los mejores, porque tiene una estocada en la cara". ¿Cuál estocada? ¡Tremendo chusaso que se manejaba! Y empieza la pelea. Tumba a uno a dos a tres. Luego se manda con los leones. Era el men. A todos se los bajaba. Mira que, con la piel, se hizo cuatro abrigos y un sombrero para el frío. Entre el público había dos centuriones que andaban viendo la función, y uno de ellos se dan cuenta y le dice al otro: "Oye, para mí, que este es cara conocida, hermano". "A ver", dice el otro. "Pero claro, pues; si ese es el zambo camote, ese ya está pedido para la crucifixión". "¿Y qué esperamos que no le hacemos la cana?". Bombero, bajan a barrer. Y todo cínicos, se consiguen un ramo de flores. Y le dicen: "¡Gladiador! El César te saluda. Esto es lo que usted se merece, gladiador". Y el choro se emociona. "Caramba", dice, "la gente me quiere". Y apenas va a coger el ramo le flores, le caen dos marrocas en las manos. "Oiga, señor, pero qué pasa, ¿qué va a decir mi público?". "¿Qué público?, desde cuándo tienes público tú, tremendo ratero que eres. Has asaltado un sinagoga... has asaltado un banco... te has comido a una vieja... Ya, ya, sube nomás". ¿Y saben qué le dice el choro?: "Ya, señor, pero para que no haya roche, sáquenme en hombros".

Los presentes aplauden y festejan la ocurrencia del Señor. Todo iba bien cuando irrumpen la bodega y hace su ingreso cuatro soldados romanos buscando a Jesús, al que dicen llamar Maestro o Mesías. Nadie, por supuesto, dice conocerlo y tal vez se han equivocado de bodega. En eso, se le acerca a Jesús el mozo y le entrega la cuenta: "Maestro, la cuenta". Jesús es apresado, sentenciado y crucificado. Junto a él, a ambos lados, le acompañan dos ladrones. Uno de ellos le mira y le dice: "Oye, tú eres Jesús de Nazareth, ¿verdad?". Y el Señor contesta: "¿Te debo algo?". El ladrón le responde: "No, sino que eres muy popular y me da gusto haberte conocido en persona".

-Aprovecha, porque nos queda tres horas de vida -dijo Jesús.

El otro ladrón, más serio e indiferente, le mira sobre el hombro, no dejándose impresionar por la investidura de su compañero.

-Si tú eres el nazareno -dijo-, bájate de la cruz y recoge mi ropa de la lavandería.

-Mira, compadre -dijo el otro ladrón- no te metas con el hombre. ¿No sabes todo lo que ha hecho por los demás?

-¿Y tú sabes lo que me ha hecho a mí? Me maletea cuando quiere sin misericordia.

-¿Y tú quién eres?

-El zambo camote, pe.

Luego de las siete palabras, los rayos y truenos, la lluvia y Richard Burton que recoge el manto sagrado... el resto es ya bien conocido por todos los católicos ortodoxos que creen en la resurrección. El evangelio se cierra con unas palabras de José de Arimatea que reproducimos en exclusiva: "Sé que la verdad duele".

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